Rodeado de signos contradictorios, Fernando de la Rúa se trasladó anoche desde Washington hacia Cartagena, la histórica ciudad colombiana en la que se realizará la reunión del llamado Grupo Río. Llevaba consigo un sabor agradable, fruto de su diálogo con Bill Clinton, matizado por gestos que superaron la rigidez habitual del protocolo estadounidense.
Pero a la vez, la preocupación de las noticias que llegaban desde Buenos Aires: la inesperada aprobación de un proyecto para erosionar el ajuste económico por parte del Senado, las dudas sembradas en las empresas norteamericanas decididas a invertir en telefonía, por la demora en aclarar los términos de la desregulación del sector y nuevos excesos orales del rebelde dirigente camionero Hugo Moyano.
El Presidente no respondió frontalmente. Prefirió condensar su posición en una frase que deslizó a los periodistas que lo consultaban al respecto: “Quiero agradecer a los representantes de la oposición, gobernadores y legisladores, su presencia solidaria con el país. Tiene un valor extraordinario mostrar un país unido en torno a objetivos como una economía sana, el crecimiento equitativo. Esta es la mejor respuesta a los que creen que el camino es el insulto”.
Con lo cual pretendía dejar en claro que el poder político de la oposición justicialista está depositado en manos de los gobernadores provinciales y los líderes del Congreso, como Eduardo Menem, y responder a las invectivas de Moyano, sin entrar en el juego de la agresiones verbales.
Había comenzado la jornada con un desayuno en la Cámara de Comercio norteamericana, con inversores en la Argentina, entre los que descollaban los representantes de Coca Cola, Motorola, General Electric y Bell South. El tema obvio fue el de las desregulaciones telefónicas.
En el almuerzo en el Centro para los Estudios Internacionales y Estratégicos, cuyo liderazgo intelectual ostenta Henry Kissinger, la conversación ingresó en el terreno de la gran política internacional .
Sus oídos fueron halagados por los elogios de Thomas Mc Larty, socio de Kissinger en una consultora y ex funcionario del gobierno de Clinton. No pudo, sin embargo, evitar una inquisitoria sobre el futuro de la ley de patentes. Pasó el compromiso a Antonio Berhongaray, quien se limitó a decir que , sobre el tema, la posición argentina difería de la de Estados Unidos.
Una tercera escala en la Organización de Estados Americanos transitó por expresiones formalmente protocolares. Desde allí, quedaba transitar hasta el aeropuerto y embarcarse rumbo a Colombia.
Queda para más adelante, cuando se asienten las aguas, un balance de estos días. De la Rúa lleva consigo el contacto directo con Clinton, el apoyo del FMI y la cooperación del influyente Kissinger para promover su imagen. Le corresponderá, desde el exterior o a su regreso, disipar las inquietudes de los sectores que aspira a convertir, con sus inversiones, en motor de la recuperación económica.
Rodeado de signos contradictorios, Fernando de la Rúa se trasladó anoche desde Washington hacia Cartagena, la histórica ciudad colombiana en la que se realizará la reunión del llamado Grupo Río. Llevaba consigo un sabor agradable, fruto de su diálogo con Bill Clinton, matizado por gestos que superaron la rigidez habitual del protocolo estadounidense.
Pero a la vez, la preocupación de las noticias que llegaban desde Buenos Aires: la inesperada aprobación de un proyecto para erosionar el ajuste económico por parte del Senado, las dudas sembradas en las empresas norteamericanas decididas a invertir en telefonía, por la demora en aclarar los términos de la desregulación del sector y nuevos excesos orales del rebelde dirigente camionero Hugo Moyano.
El Presidente no respondió frontalmente. Prefirió condensar su posición en una frase que deslizó a los periodistas que lo consultaban al respecto: “Quiero agradecer a los representantes de la oposición, gobernadores y legisladores, su presencia solidaria con el país. Tiene un valor extraordinario mostrar un país unido en torno a objetivos como una economía sana, el crecimiento equitativo. Esta es la mejor respuesta a los que creen que el camino es el insulto”.
Con lo cual pretendía dejar en claro que el poder político de la oposición justicialista está depositado en manos de los gobernadores provinciales y los líderes del Congreso, como Eduardo Menem, y responder a las invectivas de Moyano, sin entrar en el juego de la agresiones verbales.
Había comenzado la jornada con un desayuno en la Cámara de Comercio norteamericana, con inversores en la Argentina, entre los que descollaban los representantes de Coca Cola, Motorola, General Electric y Bell South. El tema obvio fue el de las desregulaciones telefónicas.
En el almuerzo en el Centro para los Estudios Internacionales y Estratégicos, cuyo liderazgo intelectual ostenta Henry Kissinger, la conversación ingresó en el terreno de la gran política internacional .
Sus oídos fueron halagados por los elogios de Thomas Mc Larty, socio de Kissinger en una consultora y ex funcionario del gobierno de Clinton. No pudo, sin embargo, evitar una inquisitoria sobre el futuro de la ley de patentes. Pasó el compromiso a Antonio Berhongaray, quien se limitó a decir que , sobre el tema, la posición argentina difería de la de Estados Unidos.
Una tercera escala en la Organización de Estados Americanos transitó por expresiones formalmente protocolares. Desde allí, quedaba transitar hasta el aeropuerto y embarcarse rumbo a Colombia.
Queda para más adelante, cuando se asienten las aguas, un balance de estos días. De la Rúa lleva consigo el contacto directo con Clinton, el apoyo del FMI y la cooperación del influyente Kissinger para promover su imagen. Le corresponderá, desde el exterior o a su regreso, disipar las inquietudes de los sectores que aspira a convertir, con sus inversiones, en motor de la recuperación económica.