Las consecuencias del doble veredicto serán demoleradores para el proyecto que ya llevado de quince a veinticindo el número de miembros en la Unión Europeaicas como negativas. En realidad, basta una sola votación en contra para congelar todo un esquema que, por otra partre, sigue siendo demasiado ambicioso, muy complicado y poco flexible. Además, aunque ambos temas no estén relacionados, la gente se opone a la constitución porque la identifica con el euro. Otrros, simplemente rechazan la incorporación de varios países al este y sudeste de la UE original (para no hablar del problema turco).
Italianos, franceses, españoles, holandeses y alemanes han sido castigados por “redondeos hacia arriba” durante la conversión de sus monedas locales en euros (2000-2) y todavía pagan precios escandalosos por casi todo. En París, un corte de pelo masculino cuestra € 35 como mínimo y una botella de mal vinmo barato no baja de quince. En Roma, una pizza tipo margherita sale de € 20 en más. De la cerveza alemana o danesa, mejor ni hablar.
Alarmados, un rey y cuatro presidentes (España, Portugal, Finlandia, Austria, Letonia) exhortaron el lunes 25 a franceses y holandeses a apoya la constitución. Arguyen que no es cuestión interna, sino europea. Justamente, lo que la gente objeta. Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea, reiteró el martes 26 que “un rechazo en Francia será catastrófico para la Europa unida. Hasta podría disolverla”. Algunos analistas políticos en Amsterdam, Bruselas y París creen que la única salida consiste en que el público se centre en la dimensión UE y olvide termas locales o colaterales. Pocos piensan que eso sea fácil en apenas cinco semanas.
Políticamente, un eventual interrumpirá un proceso de unificación iniciado en 1948 con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Algunos columnistas van más lejos e identifican el origen en el plan de reconstrucción lanzado por el general George Marshall y Bretton Woods (1944/5).
Una imprudente declaración de Joschka Fischer, ministro alemán, vinculó todavía más el euro con la constitución ante los ojos de la gente. “La moneda común es un proyect político. Si la carta magna se frustra, el euro perderá valor simbólico”. Cabe preguntarse qué pasará con instrumentos tan rígidos como el pacto de estabilidad fiscal (1996), hoy virtualmente nulo. Ocurre que el euro y ese acuerdo reflejan el reglamentarismo típico de los banqueros y su indiferencia antes realidades cotidianas. “El Banco Central Europeo es producto del Bundesbank, pero carece de la típica Realpolitik germana”, se ha oído decir varias veces en Bruselas o Londres.
Volviendo al plebiscito galo, ni un desprestigiado Jacques Chirac –actual presidente- ni su antecesor, Valéry Giscard d’Estaing, logran persuadir a sus conciudadanos. “Si vence el NO, será una crisis”, sostuvo el segundo ante autoridades de la escuela militar. Nadie aplaudió. Por supuesto, sin París el proyecto paneuropeo perderá trascendencia y atractivos; particularmte, entre ex miembros del bloque soviético, tan habituados al satelismo que hoy son más adictos a Estados Unidos (superpotencia sólo militar) que a la pluralista y mucho más equilibrada UE. En verdad, ésta tiene sólo dos ventajas estratégicas para Polonia, Hungría o Eslovaquia: es la mayor economía del mundo y ya están adentro de ella.
El mosaico sociopolítico francés aconsejaba dejar este prebiscito para el final de la serie. Especialmente por la heterogeneidad del frente opositor: desde el catolicismo ultramontano –influido por la prédica vaticana contra “una constitución sin Cristo”, de rasgos tridentinos- hasta el degolismo (Charles Pasqua, ministro conservador, tacha la constitución de “federalista, ultraliberal y atlántica”) o el socialismo. Su vocero, Henri Emmanuelli –otro apellido corso-, promueve el NO porque “hay un sesgo economicista anglosajón y su idea de productividad atenta contra los derechos laborales”.
“En este momento, los votantes se manifiestan no sobre el referendo, sino sobre asuntos no concomitantes”, sostiene Javier Solana, comisionado de política exterior en la UE. Tanto él como Benjamin Bot, canciller holandés, todavían confían en que “el público sepa votar bien”. Hasta ahora, sólo seis de veinticinco países ratificaron la constitución: Lituania, Hungría, Eslovenia, Italia, Grecia, y España. Ésta es la única, hasta hopy, que apleó al plebiscito.
La opción entre plebiscito y sanción legislativa puede ser la tumba del proyecto. Amén de Francia, habrá consultas en otras dos grandes economías, Alemania y Gran Bretaña. En la segunda, los sondeos marca un rechazo mayoritario. Cabe consignar que Londres tampoco quiso sumarse al euro y los británicos desaprueban la ampliación de la UE casi tanto como los franceses. Por fin, hay otro riesgo: el Vaticano tal vez fomente el rechazo, pues hoy lo encabeza un papa que ha condenado –más duramente que el anterior- “la ausencia de Cristo en la constitución”.
Las consecuencias del doble veredicto serán demoleradores para el proyecto que ya llevado de quince a veinticindo el número de miembros en la Unión Europeaicas como negativas. En realidad, basta una sola votación en contra para congelar todo un esquema que, por otra partre, sigue siendo demasiado ambicioso, muy complicado y poco flexible. Además, aunque ambos temas no estén relacionados, la gente se opone a la constitución porque la identifica con el euro. Otrros, simplemente rechazan la incorporación de varios países al este y sudeste de la UE original (para no hablar del problema turco).
Italianos, franceses, españoles, holandeses y alemanes han sido castigados por “redondeos hacia arriba” durante la conversión de sus monedas locales en euros (2000-2) y todavía pagan precios escandalosos por casi todo. En París, un corte de pelo masculino cuestra € 35 como mínimo y una botella de mal vinmo barato no baja de quince. En Roma, una pizza tipo margherita sale de € 20 en más. De la cerveza alemana o danesa, mejor ni hablar.
Alarmados, un rey y cuatro presidentes (España, Portugal, Finlandia, Austria, Letonia) exhortaron el lunes 25 a franceses y holandeses a apoya la constitución. Arguyen que no es cuestión interna, sino europea. Justamente, lo que la gente objeta. Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea, reiteró el martes 26 que “un rechazo en Francia será catastrófico para la Europa unida. Hasta podría disolverla”. Algunos analistas políticos en Amsterdam, Bruselas y París creen que la única salida consiste en que el público se centre en la dimensión UE y olvide termas locales o colaterales. Pocos piensan que eso sea fácil en apenas cinco semanas.
Políticamente, un eventual interrumpirá un proceso de unificación iniciado en 1948 con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Algunos columnistas van más lejos e identifican el origen en el plan de reconstrucción lanzado por el general George Marshall y Bretton Woods (1944/5).
Una imprudente declaración de Joschka Fischer, ministro alemán, vinculó todavía más el euro con la constitución ante los ojos de la gente. “La moneda común es un proyect político. Si la carta magna se frustra, el euro perderá valor simbólico”. Cabe preguntarse qué pasará con instrumentos tan rígidos como el pacto de estabilidad fiscal (1996), hoy virtualmente nulo. Ocurre que el euro y ese acuerdo reflejan el reglamentarismo típico de los banqueros y su indiferencia antes realidades cotidianas. “El Banco Central Europeo es producto del Bundesbank, pero carece de la típica Realpolitik germana”, se ha oído decir varias veces en Bruselas o Londres.
Volviendo al plebiscito galo, ni un desprestigiado Jacques Chirac –actual presidente- ni su antecesor, Valéry Giscard d’Estaing, logran persuadir a sus conciudadanos. “Si vence el NO, será una crisis”, sostuvo el segundo ante autoridades de la escuela militar. Nadie aplaudió. Por supuesto, sin París el proyecto paneuropeo perderá trascendencia y atractivos; particularmte, entre ex miembros del bloque soviético, tan habituados al satelismo que hoy son más adictos a Estados Unidos (superpotencia sólo militar) que a la pluralista y mucho más equilibrada UE. En verdad, ésta tiene sólo dos ventajas estratégicas para Polonia, Hungría o Eslovaquia: es la mayor economía del mundo y ya están adentro de ella.
El mosaico sociopolítico francés aconsejaba dejar este prebiscito para el final de la serie. Especialmente por la heterogeneidad del frente opositor: desde el catolicismo ultramontano –influido por la prédica vaticana contra “una constitución sin Cristo”, de rasgos tridentinos- hasta el degolismo (Charles Pasqua, ministro conservador, tacha la constitución de “federalista, ultraliberal y atlántica”) o el socialismo. Su vocero, Henri Emmanuelli –otro apellido corso-, promueve el NO porque “hay un sesgo economicista anglosajón y su idea de productividad atenta contra los derechos laborales”.
“En este momento, los votantes se manifiestan no sobre el referendo, sino sobre asuntos no concomitantes”, sostiene Javier Solana, comisionado de política exterior en la UE. Tanto él como Benjamin Bot, canciller holandés, todavían confían en que “el público sepa votar bien”. Hasta ahora, sólo seis de veinticinco países ratificaron la constitución: Lituania, Hungría, Eslovenia, Italia, Grecia, y España. Ésta es la única, hasta hopy, que apleó al plebiscito.
La opción entre plebiscito y sanción legislativa puede ser la tumba del proyecto. Amén de Francia, habrá consultas en otras dos grandes economías, Alemania y Gran Bretaña. En la segunda, los sondeos marca un rechazo mayoritario. Cabe consignar que Londres tampoco quiso sumarse al euro y los británicos desaprueban la ampliación de la UE casi tanto como los franceses. Por fin, hay otro riesgo: el Vaticano tal vez fomente el rechazo, pues hoy lo encabeza un papa que ha condenado –más duramente que el anterior- “la ausencia de Cristo en la constitución”.