No es casual que los productos de marcas líderes cedan espacio con productos que se venden como segundas marcas, marcas regionales o propias de cadenas. Concurren factores que tienen distinto origen para que este cambio sea más una tendencia que una situación coyuntural. En primer lugar aparecen las restricciones que atraviesan las economías domésticas como el factor más notorio. Es sabido que la recesión disciplina el consumo de los hogares, particularmente cuando las expectativas sobre el futuro demuestran baja probabilidad de cambio en lo inmediato.
En segundo lugar, el incremento de la competencia y las publicaciones de ofertas agresivas de los grandes comercios hace que en pocos meses se instalen y vendan marcas que hace poco tiempo eran ignotas.
En tercer lugar, la misma necesidad de estos comercios lleva a una lucha de precios, ofertas y promociones que reorienta hábitos. Hace que se sustituyan en el mismo momento de la compra productos de marcas reconocidas por otros con mejor exhibición, precios irresistibles o más financiación.
No obstante y como cuarto factor, lo que constituye una verdadera tendencia es el cambio que viene experimentando el consumidor: cada vez hace valer más su dinero pagando menos por la misma calidad. Está aprendiendo a comprar. La experiencia acumulada en los años de estabilidad, facilitó el ejercicio de la memoria, le dio la posibilidad de comparar en el tiempo y decidir en qué productos vale la pena pagar marca y en cuáles no.
Visto así, el problema es de productos, más que de marcas. Cuando se requiere reducir el riesgo, prolongar la duración o mejorar el placer de consumir, justifica que se invierta en marcas que garantizan estos atributos. Cuando se trata de productos donde cualquier marca medianamente reconocida cumple la misma función, se impone el menor precio y la marca pasa a segundo plano.
Por Oscar Piccardo
Consultora MKT
No es casual que los productos de marcas líderes cedan espacio con productos que se venden como segundas marcas, marcas regionales o propias de cadenas. Concurren factores que tienen distinto origen para que este cambio sea más una tendencia que una situación coyuntural. En primer lugar aparecen las restricciones que atraviesan las economías domésticas como el factor más notorio. Es sabido que la recesión disciplina el consumo de los hogares, particularmente cuando las expectativas sobre el futuro demuestran baja probabilidad de cambio en lo inmediato.
En segundo lugar, el incremento de la competencia y las publicaciones de ofertas agresivas de los grandes comercios hace que en pocos meses se instalen y vendan marcas que hace poco tiempo eran ignotas.
En tercer lugar, la misma necesidad de estos comercios lleva a una lucha de precios, ofertas y promociones que reorienta hábitos. Hace que se sustituyan en el mismo momento de la compra productos de marcas reconocidas por otros con mejor exhibición, precios irresistibles o más financiación.
No obstante y como cuarto factor, lo que constituye una verdadera tendencia es el cambio que viene experimentando el consumidor: cada vez hace valer más su dinero pagando menos por la misma calidad. Está aprendiendo a comprar. La experiencia acumulada en los años de estabilidad, facilitó el ejercicio de la memoria, le dio la posibilidad de comparar en el tiempo y decidir en qué productos vale la pena pagar marca y en cuáles no.
Visto así, el problema es de productos, más que de marcas. Cuando se requiere reducir el riesgo, prolongar la duración o mejorar el placer de consumir, justifica que se invierta en marcas que garantizan estos atributos. Cuando se trata de productos donde cualquier marca medianamente reconocida cumple la misma función, se impone el menor precio y la marca pasa a segundo plano.
Por Oscar Piccardo
Consultora MKT