jueves, 26 de diciembre de 2024

Caso Stern: después de todo, parece un crimen pasional

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Una llave le permitió a la policía suiza descubrir que una mujer había asesinado al banquero francés Édouard Stern. Hubo suspiros de alivio en Berna, aunque cierto escepticismo en París y Londres.

La presunta homicida es una francesa de 35 años (el implacable financista
tenía cincuenta), detenida el martes por la noche en el cantón de
Vaud, vecino a Ginebra. Según el parte judicial, la dama confesó
de inmediato, por lo cual el adjetivo “presunta” del comunicado resulta
un poco extraño.

Michel Graber, juez de instrucción, se limitó a informar sobre
la detención, novedad que ya había salido en diarios locales.
La arrestada “mantenía relaciones íntimas con la víctima
desde hacía algunos años”. En la escena del crimen, Stern
“apareció muerto,
vestido con una túnica de hilo. Lo habían matado de cuatro tiros
de pistola, dos de ellos en la cabeza”.

A criterio de la policía, los móviles –aún no verificados
ni difundidos oficialmente- se vinculan con aquellas relaciones. O con un abrupto
y más terrestre final, pues el magistrado no excluye motivos económicos
o financieros. En verdad, la mujer le había entablado una demanda de
ese tipo, algo que no sorprendió a quienes conocían bien al personaje.
El “Journal de Génève” se inclina por esta posibilidad,
ya que la relación íntima se había terminado.

Otra circunstancia llamativa es el silencio sobre la identidad de la supuesta
homicida, inclusive por parte de la Sureté francesa, puesto que es de
esa nacionalidad. Sea como fuere, la prensa arriesga una reconstrucción
de los hechos acaecidos la noche entre el 28 de febrero y el 1 de marzo en el
número 17 de la calle Adrien-Lachenal, Ginebra.

En el dúplex superior del edificio residía Stern, prófugo
de la justicia francesa desde 1997, debido a fraudes y otras maniobras (Suiza
no concede extradición por delitos financieros). Ex yerno de David Weill,
jefe de la banca privada Lazard, está divorciado desde esa época.
Su ex esposa y tres hijos viven en Nueva York. Al conocer el deceso, el ex suego
dijo: “Me sorprende que no hayan matado antes”.

Ese día, a las ocho de la noche, lo ven salir a Stern de sus oficinas,
pegadas al domicilio. Ambos edificios comparten estacionamiento subterráneo.
Más tarde, llega alguien al dúplex. Surgen en este punto dos hipótesis:
(1) esperaba la visita y abrió personalmente la puerta, (2) llegó
sorpresivamente y usó su propia llave. No había señales
de ingreso forzado ni violencia física; por tanto, el banquero conocía
a la visita.

¿Por qué sería una mujer? Porque Stern, en clara onda
sadomasoquista, se había puesto una túnica color carne que le
llega a los pies. Nada más. Aparte, se deja atar sin resistirse. A la
mañana siguiente, el personal de servicio lo encuentra desnudo, en un
charco de sangre al pie de la cama doselada. En el piso, dos copas Pompadour
de cristal veneciano y, contra la almohada, una botella de champagne Veuve Clicquot
Ponsardin “Grande Dame”.

Le dispararon todavía atado y debió haber tardado en morir, lo
cual explica tanta sangre derramada. Se supone que el arma está en el
lecho del lago Lemán y siguen buscándola. En cuanto a la otra
hipótesis, un asesinato hecho por profesionales, que luego montaron la
escenografía, quedo descartada al confesar la ex amante. Sin embargo,
quedan en pie demasiadas dudas, entre ellas la transparencia de la policía
hélveta cuando se trata de banqueros.

La presunta homicida es una francesa de 35 años (el implacable financista
tenía cincuenta), detenida el martes por la noche en el cantón de
Vaud, vecino a Ginebra. Según el parte judicial, la dama confesó
de inmediato, por lo cual el adjetivo “presunta” del comunicado resulta
un poco extraño.

Michel Graber, juez de instrucción, se limitó a informar sobre
la detención, novedad que ya había salido en diarios locales.
La arrestada “mantenía relaciones íntimas con la víctima
desde hacía algunos años”. En la escena del crimen, Stern
“apareció muerto,
vestido con una túnica de hilo. Lo habían matado de cuatro tiros
de pistola, dos de ellos en la cabeza”.

A criterio de la policía, los móviles –aún no verificados
ni difundidos oficialmente- se vinculan con aquellas relaciones. O con un abrupto
y más terrestre final, pues el magistrado no excluye motivos económicos
o financieros. En verdad, la mujer le había entablado una demanda de
ese tipo, algo que no sorprendió a quienes conocían bien al personaje.
El “Journal de Génève” se inclina por esta posibilidad,
ya que la relación íntima se había terminado.

Otra circunstancia llamativa es el silencio sobre la identidad de la supuesta
homicida, inclusive por parte de la Sureté francesa, puesto que es de
esa nacionalidad. Sea como fuere, la prensa arriesga una reconstrucción
de los hechos acaecidos la noche entre el 28 de febrero y el 1 de marzo en el
número 17 de la calle Adrien-Lachenal, Ginebra.

En el dúplex superior del edificio residía Stern, prófugo
de la justicia francesa desde 1997, debido a fraudes y otras maniobras (Suiza
no concede extradición por delitos financieros). Ex yerno de David Weill,
jefe de la banca privada Lazard, está divorciado desde esa época.
Su ex esposa y tres hijos viven en Nueva York. Al conocer el deceso, el ex suego
dijo: “Me sorprende que no hayan matado antes”.

Ese día, a las ocho de la noche, lo ven salir a Stern de sus oficinas,
pegadas al domicilio. Ambos edificios comparten estacionamiento subterráneo.
Más tarde, llega alguien al dúplex. Surgen en este punto dos hipótesis:
(1) esperaba la visita y abrió personalmente la puerta, (2) llegó
sorpresivamente y usó su propia llave. No había señales
de ingreso forzado ni violencia física; por tanto, el banquero conocía
a la visita.

¿Por qué sería una mujer? Porque Stern, en clara onda
sadomasoquista, se había puesto una túnica color carne que le
llega a los pies. Nada más. Aparte, se deja atar sin resistirse. A la
mañana siguiente, el personal de servicio lo encuentra desnudo, en un
charco de sangre al pie de la cama doselada. En el piso, dos copas Pompadour
de cristal veneciano y, contra la almohada, una botella de champagne Veuve Clicquot
Ponsardin “Grande Dame”.

Le dispararon todavía atado y debió haber tardado en morir, lo
cual explica tanta sangre derramada. Se supone que el arma está en el
lecho del lago Lemán y siguen buscándola. En cuanto a la otra
hipótesis, un asesinato hecho por profesionales, que luego montaron la
escenografía, quedo descartada al confesar la ex amante. Sin embargo,
quedan en pie demasiadas dudas, entre ellas la transparencia de la policía
hélveta cuando se trata de banqueros.

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