El Emirates Palace, un palacio digno de las mil y una noches, rebosante de oro
y plata, cuyo costo aproximado fue de US$ 3.000 millones, es hasta ahora el hotel
más caro jamás construido. Con menos de 400 habitaciones, tiene
128 cocinas, todas con dependencias auxiliares; 1.002 arañas fabricadas
especialmente en cristal Swarovski, que requieren 10 empleados a tiempo completo
sólo para mantenerlas limpias; sobre el lobby, la cúpula más
grande del mundo, según definición del gerente general del hotel,
Willy Optekamp.
El hotel tiene casi 114.000 metros cúbicos de mármol importado,
proyectos para 20 restaurantes y un espacio interior de 242.812,3 metros cuadrados
( o sea 24,28123 hectáreas). Tan grande es que el personal va a ser equipado
pronto con carritos de golf para transitar los corredores. Algunos corredores
tienen un kilómetro de largo.
El hotel-palacio, propiedad del gobierno de Abu Dhabi, es la demostración
más cabal de que no todo el Medio Oriente está inmerso en disturbios
y guerras. Los pequeños países petroleros multiplicaron su riqueza
en forma exponencial con el último aumento del precio del petróleo.
Con 92.000 millones de barriles, cada vez que el precio de un barril sube un dólar,
como lo ha hecho en los últimos días, Abu Dhabi podría construir
30 hoteles más de este tipo.
Manejado por la cadena alemana Kempinski Hotel and Resorts, tiene un servicio
de playa y pileta que incluye asistentes ambulantes que están a mano en
todo momento para preparar algún baño (hay un menú de 7 baños
diferentes, con opción a cualquier otro sugerido por el huésped),
para limpiar anteojos de sol, para alcanzar una toalla. Por algunos miles de dólares
también llenan la bañera con champagne. En la playa privada, de
una milla de largo, dos piscinas tan largas como varias canchas de fútbol
juntas se combinan con infinidad de jacuzzis desparramados por el lugar.
El café se sirve en bandejas de plata con pétalos de rosa, azúcar
cristalizada, servilleta de lino, medialunas de mazapán y una botella de
agua mineral importada. Las damas reciben también una rosa. El precio de
las habitaciones oscila entre US$ 625 y US$ 13.000 (más 20% por servicio)
la noche. Pisos de mármol con incrustaciones, mullidas alfombras, luces
tenues empotradas en el cielorraso iluminan casi imperceptiblemente el colorido
de las paredes, inspirado en los desiertos circundantes. El personal coloca una
bolsita de lavanda entre las sábanas para perfumarlas y otra debajo de
la almohada, para aromatizar sueños.
El arquitecto jefe, John Elliott de Wimberly Allison Tong & Goo, una firma
londinense, tiene larga experiencia en construcción de palacios. Construyó,
por ejemplo, el del sultán de Brunei. Él explica que en un principio
el Emirates Palace fue concebido como lugar para celebrar conferencias y reuniones
del gobierno y más tarde el plan cambió y se decidió convertirlo
en hotel. Por eso resultó tan caro, no iba a ser un hotel.
En la planta superior hay seis suites que serán usadas solamente para miembros
de la realeza de otros países del golfo Pérsico. Para las caravanas
de vehículos de esos sheiks se ha construido una entrada estilo Arco de
Triunfo.
Tan nuevo es que todavía casi no tiene huéspedes. Casi todas las
personas que se ven por las inmediaciones son empleados. Pero incluso cuando esté
lleno, siempre va a haber más empleados que visitantes, en relación
de seis a uno.
El Emirates Palace, un palacio digno de las mil y una noches, rebosante de oro
y plata, cuyo costo aproximado fue de US$ 3.000 millones, es hasta ahora el hotel
más caro jamás construido. Con menos de 400 habitaciones, tiene
128 cocinas, todas con dependencias auxiliares; 1.002 arañas fabricadas
especialmente en cristal Swarovski, que requieren 10 empleados a tiempo completo
sólo para mantenerlas limpias; sobre el lobby, la cúpula más
grande del mundo, según definición del gerente general del hotel,
Willy Optekamp.
El hotel tiene casi 114.000 metros cúbicos de mármol importado,
proyectos para 20 restaurantes y un espacio interior de 242.812,3 metros cuadrados
( o sea 24,28123 hectáreas). Tan grande es que el personal va a ser equipado
pronto con carritos de golf para transitar los corredores. Algunos corredores
tienen un kilómetro de largo.
El hotel-palacio, propiedad del gobierno de Abu Dhabi, es la demostración
más cabal de que no todo el Medio Oriente está inmerso en disturbios
y guerras. Los pequeños países petroleros multiplicaron su riqueza
en forma exponencial con el último aumento del precio del petróleo.
Con 92.000 millones de barriles, cada vez que el precio de un barril sube un dólar,
como lo ha hecho en los últimos días, Abu Dhabi podría construir
30 hoteles más de este tipo.
Manejado por la cadena alemana Kempinski Hotel and Resorts, tiene un servicio
de playa y pileta que incluye asistentes ambulantes que están a mano en
todo momento para preparar algún baño (hay un menú de 7 baños
diferentes, con opción a cualquier otro sugerido por el huésped),
para limpiar anteojos de sol, para alcanzar una toalla. Por algunos miles de dólares
también llenan la bañera con champagne. En la playa privada, de
una milla de largo, dos piscinas tan largas como varias canchas de fútbol
juntas se combinan con infinidad de jacuzzis desparramados por el lugar.
El café se sirve en bandejas de plata con pétalos de rosa, azúcar
cristalizada, servilleta de lino, medialunas de mazapán y una botella de
agua mineral importada. Las damas reciben también una rosa. El precio de
las habitaciones oscila entre US$ 625 y US$ 13.000 (más 20% por servicio)
la noche. Pisos de mármol con incrustaciones, mullidas alfombras, luces
tenues empotradas en el cielorraso iluminan casi imperceptiblemente el colorido
de las paredes, inspirado en los desiertos circundantes. El personal coloca una
bolsita de lavanda entre las sábanas para perfumarlas y otra debajo de
la almohada, para aromatizar sueños.
El arquitecto jefe, John Elliott de Wimberly Allison Tong & Goo, una firma
londinense, tiene larga experiencia en construcción de palacios. Construyó,
por ejemplo, el del sultán de Brunei. Él explica que en un principio
el Emirates Palace fue concebido como lugar para celebrar conferencias y reuniones
del gobierno y más tarde el plan cambió y se decidió convertirlo
en hotel. Por eso resultó tan caro, no iba a ser un hotel.
En la planta superior hay seis suites que serán usadas solamente para miembros
de la realeza de otros países del golfo Pérsico. Para las caravanas
de vehículos de esos sheiks se ha construido una entrada estilo Arco de
Triunfo.
Tan nuevo es que todavía casi no tiene huéspedes. Casi todas las
personas que se ven por las inmediaciones son empleados. Pero incluso cuando esté
lleno, siempre va a haber más empleados que visitantes, en relación
de seis a uno.