Esto es lo que sostiene un amplio análisis de la consultora McKinsey, donde expertos propios –siguiendo los pasos de Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal– y su ideólogo, Benjamin Bernanke (miembro del directorio) califican de “comprensibles pero erradas” las críticas contra la ola de importaciones. En esencia, esta nueva postura sostiene que, de algún modo, ingresos y utilidades de compañías estadounidenses en el resto de mundo debieran integrarse a la balanza de pagos nacional.<br />
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Convalidando esa tesis, la misma fuente esgrime cifras según las cuales aproximadamente un tercio del déficit en cuenta corriente resulta del intercambio con subsidiarias de firmas estadounidenses en el exterior. Esto incluye sectores que tercerizan mano de obra afuera, lo cual lleva a un curioso corolario: la exportación de puestos laborales sería, en realidad, una forma de mantener o elevar empleo en el sector privado “globalizado”. <br />
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¿Dónde está el valor agregado?<br />
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Ese tipo de actividades agrava técnicamente los desequilibrios externos del país, pero –al mismo tiempo– les genera valor agregado a empresas, accionistas y clientes residentes en Estados Unidos. Desde esa óptica, por cierto, el comercio entre filiales extranjeras puede incidir en la balanza de pagos.<br />
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Por tanto, si una automotriz de Detroit arma coches en México, exportando hacia ahí componentes, y luego reexporta a Estados Unidos parte de los vehículos terminados, sus ganancias debieran aparecer en el haber de la cuenta corriente nacional. Sin embargo, las unidades provenientes de México se contabilizan como importaciones estadounidenses, aun cuando hayan sido fabricadas por empresas norteamericanas y contengan componentes de igual origen.<br />
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A criterio de Bernanke, Greenspan, Robert Barbera y otros adherentes a las nuevas teorías, tan intricada maraña de causas y efectos desactualiza las interpretaciones convencionales sobre déficit en cuenta corriente. En realidad, todo impacto neto negativo que las actividades empresariales en el exterior tengan sobre la balanza de pagos debe sopesarse en términos del valor agregado total que generan puertas adentro. <br />
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De acuerdo con el estudio aludido, las subsidiarias extranjeras representan casi 25% de utilidades en multinacionales estadounidenses y añaden unos US$2,7 billones anuales en capitalización de mercado a sus matrices.<br />
Ajenos a esas concomitancias, quienes proponen la redefinición de “cuenta corriente” aceptan, por otra parte, que el resto del rojo en pagos externos debe encararse vía acuerdos bilaterales de comercio y paulatino control del déficit fiscal. Ya no tendrán sentido medidas proteccionistas, sostiene esta escuela. <br />
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Aspectos políticos</strong><br />
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Pero en este punto surge otro obstáculo político: los subsidios directos e indirectos a la producción agrícola estadounidense no tienen que ver con el equilibrio de intercambios sino con votos. Lo mismo ocurre en la Unión Europea. <br />
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No concluyen ahí los aspectos políticos: “La cuenta corriente mide el flujo concreto de bienes y servicios más allá de las fronteras. No tiene presentes –señala el análisis de McKinsey– nacionalidad ni propiedad en ambas puntas de la transacción. En los años ’40 (se cita aquí a Bernanke), al generarse los métodos para calcular la balanza de pagos, pocas compañías operaban fuera de sus países de origen. Así, se importaban rubros producidos por firmas extranjeras y se exportaban bienes producidos por connacionales”. <br />
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Estas categorías ya no tienen vigencia, afirman Bernanke y fuentes afines. Un creciente número de empresas ha ido expandiéndose fuera de Estados Unidos vía subsidiarias. En la balanza de pagos, todo intercambio de bienes, servicios o ingresos entre una filial, la matriz, otras firmas norteamericanas o el mercado local, se contabiliza todavía como exportación, importación o flujo de caja. Pero esas subsidiarias tienden a ser parte de la economía estadounidense.<br />
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Expertos más cautos siguen, empero, preocupados por los amplios desequilibrios globales de esa economía. El enorme rojo comercial va en vías de aumentar este año, lo cual a su vez engrosará el todavía mayor rojo de pagos externos y su correlato, el endeudamiento federal. No es factible que las exportaciones restablezcan el equilibrio en 2005, pues la Unión Europea y Japón muestran exiguas tasas de crecimiento. Sea cual fuere la conducta de las subsidiarias extranjeras de empresas norteamericanas.
<strong>No es tan seria la cosa</strong><br /><br />Como consecuencia de lo dicho, las importaciones estadounidenses se expandirán mucho más rápido que las exportaciones al resto del mundo, en particular a las potencias económicas rivales. Con importaciones que casi doblan las exportaciones, Estados Unidos debiera elevar éstas a ritmo febril para siquiera empezar a reducir el déficit comercial. Esto no cambiaria mucho si, por efectos de una contabilidad diferente, se licuara 25% de las importaciones atribuibles al intercambio dentro de las trasnacionales.<br /><br />“El mundo aún depende demasiado del gasto norteamericano, incluso en bienes de consumo”, recuerda Global Insight, firma experta en pronósticos macroeconómicos. “Pero seguimos agravando desequilibrios propios, de modo que –a nuestra vez– dependemos cada vez más del flujo inversor exógeno”.<br /><br />En registro opuesto, Greenspan y Bernanke sostienen que el endeudamiento récord no plantea problemas serios. Según la teoría lanzada por el primero en 2004, “el déficit comercial y en cuenta corriente no deben preocupar”. El jefe del ente emisor, aun hoy afirma: “La creciente globalización comercial y financiera permite a Estados Unidos importar o tomar prestado mucho más que hace dos décadas”. Pero, observa Robert Kuttner, “igual se trata de fondos ajenos, cuyo financiamiento eleva el propio pasivo”.<br /><br />Para Greenspan, el mundo vive “un cambio por única vez en el grado de globalización e innovación. Eso altera, temporariamente, los parámetros específicos para evaluar desequilibrios económicos”. Es como si bastase una reforma contable para diluir pérdidas o mutarlas en utilidades.<br /><br />En febrero último, Bernanke fue más lejos, atribuyendo el creciente déficit comercial y el mayor endeudamiento externo no ya a las filiales extranjeras de conglomerados, sino a “una saturación de ahorro interno en Asia oriental y la mayoría del mundo”.<br /><br /><strong>¿O sí?</strong><br /><br />Por supuesto, estas ideas son rebatidas por la mayoría de los analistas dentro y fuera de Estados Unidos. Según ellos, los crecientes déficit comercial, fiscal y de pagos externos están acentuando peligrosamente la debilidad del dólar, sin que este factor impulse las exportaciones norteamericanas (como debiera hacerlo). Este proceso conduce a un aumento de tasas largas cada vez que los mercados se desprenden de bonos federales. En otras palabras, hay menos interés en comprar deuda estadounidense, salvo entre fondos especulativos.<br /><br />En general, se estima que el déficit comercial llegó a US$600.000 millones en 2004, o sea casi 6% del producto bruto interno. Por su parte, el déficit en cuenta corriente y el fiscal, sumados, representan más de 20% del PBI. Añadiendo el endeudamiento de los consumidores (US$7,4 billones), se llega a casi todo el PBI. Por otra parte, los expertos anticipan que los déficit continuarán ampliándose, especialmente si la economía estadounidense mantiene el moderado repunte actual, que contrasta con el estancamiento en la Unión Europea o el lento crecimiento de Japón.<br /><br />Greenspan admite que los desequilibrios no pueden proseguir indefinidamente. Igual, cree que Estados Unidos continuará captando más fondos exógenos que en el pasado, porque “la globalización ha reducido mucho la tendencia de individuos y empresas a invertir primordialmente en sus propios países. Esta globalización –proclama– es una extensión de la división internacional del trabajo y la especialización fuera de fronteras nacionales. Todo eso es claramente la clave de nuestra <br /><br /><strong>Bernanke y su tesis</strong><br /><br />Un punto de vista aun menos convencional es el ofrecido por Bernanke. En lugar de atribuir la creciente brecha en pagos externos al escaso ahorro interno en Estados Unidos o la presión comercial asiática, lo explica en virtud de una “enorme acumulación de ahorro interno en economías en desarrollo. Generada, durante los últimos diez años, por una combinación de factores”. <br /><br />Amén de Asia oriental y sudoriental, Bernanke supone que el fenómeno incluye Latinoamérica e, increíblemente, lo relaciona con las crisis sufridas desde 1997 por varias economías de la zona. “Muchos países se convirtieron en exportadores netos de capital, pues los inversores los abandonaban en pos de mejores lugares para colocarse y los bancos centrales constituían colchones de reservas contra futuras crisis”.<br /><br />Pero lo primero era una fuga de capitales oportunistas, no un exceso de ahorro interno, y lo segundo ocurrió en escasas ocasiones. Por otra parte, esas economías carecían de recursos suficientes para influir en los flujos de capitales hacia Estados Unidos. Bernanke admite que la afluencia de importaciones ha “achicado” la manufactura norteamericana y su potencial exportador. Pero, como Greenspan, supone que los desequilibrios irán reajustándose gradualmente por cuenta propia. “No veo motivos para que ese proceso no sea suave”, dijo. Ningún economista parece tomar en serio ambas disertaciones.<br /><br />El complejo planteo involucrado en estas tesis y las de McKinsey se apoya en la naturaleza proteica de las inversiones internacionales. Hasta principios de los ’90, casi toda la inversión externa directa (IED) se dirigía a las zonas más industrializadas del mundo: Unión Europea, Japón y Estados Unidos. La única excepción notable era el bloque de países petroleros.<br /> <br /><strong>Dos cambios</strong><br /><br />Desde hace más de 12 años, empero, se han operado dos cambios importantes. Primero, los flujos de IED han ido pasando de 0,7 (1992) a 1,5% del producto bruto global (PBG, 2003). Segundo, la eliminación de trabas comerciales y el desarrollo tecnológico (comunicaciones, transportes) ha generado nuevas formas de comercio, particularmente en el mundo en desarrollo. La IED a esos mercados representa todavía menos de la mitad del total mundial y su ritmo expansivo es irregular. <br /><br />Esta visión optimista subraya que, como en economías avanzadas, la mayoría de la IED en economías en desarrollo tiene por objeto desarrollar o cubrir nuevos mercados. No obstante, una parte pequeña –aunque en avance– se orienta a la eficiencia de costos. En otras palabras, aprovecha mano de obra y otros insumos baratos para producir bienes y servicios de exportación. Como lo demuestra la maquila mexicana, esta tendencia promueve grandes flujos comerciales entre subsidiarias extranjeras, sus matrices y el mercado estadounidense (aunque no beneficie tanto a México). Este proceso, insisten los expertos de McKinsey, tiene profundas implicancias en la cuenta corriente.<br /> <br />Pero ocurre que similares tendencias se registran en otras economías centrales. Verbigracia, Japón (30 de las 50 mayores empresas son multinacionales), Surcorea o la propia Eurozona. Ahora bien ¿por qué no se postula en esos países la reforma de los métodos para calcular la balanza de pagos?… En parte, porque sus compañías tienen en promedio apenas la mitad de filiales extranjeras que sus equivalentes estadounidenses.<br /><br />En síntesis, quienes auspician la “globalización” de la cuenta corriente norteamericana o su correlato, la “internalización” de las actividades de multinacionales fuera del país, están en realidad planteando no un problema técnico ni comercial ni de pagos. Más bien, proponen –quizá sin advertirlo– un continuum geoeconómico cifrado en las redes de las grandes transnacionales con sede en Estados Unidos.