<p>Pero eso no autoriza a los empresarios locales a confundirse. De un lado sería absurdo creer que este es un tópico local, cuando en verdad se ha convertido en un debate global, pero muy especialmente en las economías “ejemplares” del libre mercado, donde el accionar imprudente –y a veces doloso– de gerentes y directivos ha puesto a las burocracias estatales en pie de lucha.<br /><br /> No estamos hablando de regular el precio de la leche o de la carne, o de fijar impuestos absurdos. De lo que se trata en los países centrales es de la liquidación o clara intervención –con adquisición de paquetes accionarios inclusive– de bancos y grandes industrias.<br /><br /> A la salida de un seminario reciente se oyó bromear a un empresario local: “Lo que queremos es la seguridad jurídica suiza y el nivel de rentabilidad de la Argentina”. Algo parecido podría decirse en este terreno. Hay industriales que repudian lo que suponen cualquier actitud de injerencia estatal sobre sus negocios, hasta que el contexto internacional adverso los hace correr a buscar refugio debajo de la cama de papá Estado.<br /> Lo que la historia reciente demostró, aquí y en el resto del mundo, es que en general –porque también hay excepciones– el Estado industrial o comerciante tiene mala <em>perfomance</em>. Pero también es cierto que debe concentrar sus energías en lo que es la razón de su existencia: la eficacia regulatoria.<br /><br /> Ante la certeza de que el avance estatal sobre la economía –y en especial sobre las finanzas– es una tendencia que está dispuesta a instalarse por un tiempo, el debate en los países centrales (donde la regulación ha avanzado más rauda que en otras latitudes durante los últimos meses), es si se trata de una operación correctiva que, cuando consiga sus propósitos iniciará la retirada, o si pretende instalarse por largo rato.<br /><br /> Los políticos son cautos: ha sido una intervención obligada por las circunstancias, dicen. Ya llegará el momento en que nuevamente el sector privado retome las riendas de los negocios donde ahora tiene compañía. Pero entre banqueros y empresarios la cautela no conforma. Con energía dicen que se trata de algo provisional y que debe desaparecer a la brevedad.</p><p><strong>La revolución thatcherista</strong><br /><br /> Los empresarios más curtidos o más cínicos, por su parte, admiten: si la codicia de una generación de directivos y gerentes hizo tambalear al sistema financiero y a buena parte de la industria a punto que los contribuyentes de muchos países se han tenido que endeudar para salvar la situación, ¿quién garantiza que los actuales interventores tengan voluntad de devolver el juguete cuando esté saneado y dando ganancias otra vez?<br /><br /> Alguien con experiencia en ambos mundos brinda un excelente enfoque. El inglés Andrew Turnbull, uno de los principales consultores de Booz & Co. en Gran Bretaña, recuerda que durante los 35 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, áreas económicamente tan claves como hidrocarburos, hierro, acero, combustibles, energía, comunicaciones y transportes estaban en manos del Estado. Después, desde los años 80, se puso en marcha un drástico programa de privatizaciones y, de una docena de conglomerados públicos quedaron apenas los correos. <br /><br /> Margaret Thatcher, Ronald Reagan y sus revoluciones conservadoras cambiaron la filosofía prevaleciente en las economías occidentales. En especial las adherentes al capitalismo anglosajón (Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Canadá). La regulación pasó a ser un mal necesario, limitable a correcciones de falencias específicas en los mercados. Pese a turbulencias como las de 1987, 1997/8 ó 2000/01, los ortodoxos consideraban la propia regulación como una falencia del mercado. <br /> Cada país había escogido su lugar en una escala que iba de mercado libre a control estatal. Pero las economías principales –salvo China y Rusia– marchaban rumbo al primer extremo. Entonces sobrevino 2007/8.<br /><br /> “Los hechos del último año y medio –señala Turnbull– han comprometido la fe en los mercados libres (ya no eran virtuosos), sobre todo los financieros y especulativos. Ha habido amplia intervención estatal en países como EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y otros. Sus Gobiernos adquirieron participaciones controlantes en bancos, automotrices y otras actividades, a cambio de rescates o apoyo financiero”. Las escandalosas remuneraciones de ejecutivos u operadores irritaron al público y crearon clima para pesadas regulaciones sobre prácticas financieras.</p>
<p><strong>¿Capitalismo agotado?</strong><br />
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Resulta entonces natural preguntarse si “esta etapa de mayores controles estatales implica que el capitalismo anglosajón se agota o resurgirá en forma diferente. O si el nuevo orden –plantea Turnbull– convertirá a los Gobiernos en accionistas dominantes de bancos, industrias, etc.”.<br />
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Algunos observadores apuestan a esa posibilidad, otros la rechazan de plano y un tercer grupo cree que se difundirá el modelo socioeconómico escandinavo. Vale decir, una forma de Estado de Bienestar que los neoclásicos detestan más que al capitalismo renano. El experto es escéptico en un sentido: “habrá nuevos regímenes regulatorios, pero casi no existen probabilidades de Gobiernos occidentales convertidos en dueños permanentes de bancos o empresas”.<br />
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Tampoco la credibilidad de los Gobiernos ha salido indemne de estos procesos. En algunas economías principales, la comunidad de negocios los pensaría dos veces antes de aprobar que un Estado desempeñe papeles activos en el manejo de empresas privadas, por más que el público esté irritado con banqueros y otros agentes financieros. <br />
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Otros factores pueden constreñir a los Gobiernos. Entre ellos, aprietos fiscales y endeudamiento por encima de cotas soportables. <br />
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<strong>Golpe a la globalización</strong><br />
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Otro aporte a la discusión lo hace Ian Bremmer presidente del Eurasia Group, consultora sobre riesgo político, quien explica que la globalización ha dejado de ser el paradigma económico indiscutido. La crisis financiera internacional ha dado a la política –con la necesidad de rescatar empresas– un papel preponderante en el funcionamiento de los mercados. Y sin embargo, muchos actúan como si nada de eso estuviera pasando.<br />
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Fue la crisis financiera quien dio a la política un papel en la economía. Antes se creía que eso solo ocurría en los países en vías de desarrollo y que, con el tiempo, también allí desaparecería. <br />
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Cuando terminó la guerra fría, parecía que se enterraba la idea que los Gobiernos podían manejar economías nacionales para generar prosperidad. El dinamismo de Japón, Estados Unidos y Europa occidental –alimentado por riqueza privada, inversión privada y empresa privada– parecía haber instalado definitivamente el predominio del modelo liberal. A medida que esos Gobiernos privatizaban empresas y jubilaciones, compañías como Exxon Mobil, Microsoft, Toyota Motor y Wal-Mart Stores se pusieron febrilmente a diseñar planes para su expansión global. La globalización se puso en boca de todos.</p>
<p><strong>Ganadores y perdedores</strong><br />
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Mientras el paisaje cambia a su alrededor, inversores y empresas internacionales irán descubriendo que la participación de la política en los procesos de mercado producirá sus propios ganadores y perdedores. Tres décadas de crecimiento sostenido, por ejemplo, han dado a la élite del partido comunista chino grandes reservas de capital político. Dada la enorme cantidad de dinero que el Gobierno puede gastar en estímulos fiscales, China podrá emerger de la recesión global antes que la mayoría de las naciones en el mundo desarrollado.<br />
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En Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva forjó en los últimos años un sólido consenso en torno a una política macroeconómica disciplinada. Su habilidad para mantener alto nivel de aprobación y equilibrio fiscal sin duda ayudará a su Gobierno a estimular la economía brasileña mediante el gasto del Estado y apertura a la inversión extranjera. <br />
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Otros Gobiernos deberán transitar caminos más difíciles. En Rusia, una recesión profunda podría dejar al descubierto errores de la élite gobernante. Se podría polarizar el debate político y desencadenar fuga de capitales en gran escala. <br />
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¿Podría el capitalismo de Estado impedir el progreso de la globalización? Altamente improbable, opina Bremmer. La crisis financiera global no ha demostrado que el crecimiento instigado por los Gobiernos puede aventajar, a largo plazo, la expansión provocada por mercados libres bien regulados. Pero la política tendrá por muchos años un impacto profundo en el comportamiento de los mercados.</p>