<p>A partir de un proyecto inspirado por el senador demócrata Christopher Dodd, jefe del comité de banca, Barack Obama logró hacer pasar una compleja pieza que llevará tiempo reglamentar y recién tendrá vigencia desde el ejercicio fiscal 2012/13. En efecto, la “ley Dodd” introduce –entre otras cosas- “una larga serie de restricciones sobre actividades bancarias y, fundamentalmente extrabancarias. Por ejemplo, veda operar por cuenta de terceros, pone límites sobre obligaciones o separación de rubros ajenos al núcleo del negocio, entre ellos operaciones de alta frecuencia (TAF)”. Así señalan algunos analistas en la escuela de negocios Wharton.<br />
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Según describe Jeremy Siegel, “todo comenzó a cristalizar en enero, cuando el anteproyecto en elaboración desde meses antes incluyó un gravamen de US$ 90.000 millones a recaudarse en diez años fiscales (2012/13 a 2021/22) para cubrir los rescates iniciados en 2008/09 con el programa pro alivio de activos tóxicos” (TARP en inglés).<br />
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En diversas ocasiones desde elevar el proyecto de ley al Capitolio, Obama, Dodd, el vicepresidente Joseph Biden y Paul Volcker, principal asesor financiero presidencial, solían decir casi lo mismo. A saber, que “si bien el sistema es bastante más fuerte hoy, 2009/10, de cuanto fuera en 2007/08, sus normas siguen siendo las que lo llevaron al colapso”. Esta postura se comparte en Wharton, pero excluyendo el tema de los bancos comerciales.<br />
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<strong>Volcker y su regla</strong><br />
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Pero, se preguntan Siegel y su colega Richard Herring, “¿muchos de los cambios no se habrán debido a una obsesión del banquero central anterior a Alan Greenspan. O sea, la regla Volcker?, que ubica en los bancos comerciales la raíz de varias crisis, de 1982 en adelante”. Siegel afirma que Volcker se equivoca al centrar la atención en “algo hoy tan difuso como la diferencia entre esas entidades –que aceptan depósitos y plazos fijos- y bancas de inversión, que operan exclusivamente con sus fondos y avalan emisiones de títulos”.<br />
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A ojos de Siegel, “la ley Dodd y sus futuras medidas complementarias no tienen en absoluto nada que ver con la génesis de la crisis sistémica. Ésta se originó, por el contrario, en segmentos financieros extrabancarios y remite, por ejemplo, a la aseguradora American International Group (su rescate costó US$ 182.000 millones, 304% el precio del Citi), la inmobiliaria Countrywide Financial, Bear Sterns o Lehman Brothers. Todas prestaban servicios ajenos a la banca comercial”.<br />
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Ambos analistas de Wharton se ensañan con Volcker recordando que ha estado tres o cuatro años promoviendo sus ideas y, en particular, su regla. “En verdad –apunta Herring-, tengo la impresión de que el ex presidente de la Reserva Federal vive en el pasado y tiene nostalgias de los años 80, cuando su palabra era ley y pesaba más que sus sucesores Greenspan y Benjamin Bernanke”. Sin embargo, nada de eso se relaciona con la crisis de 2006/09 ni los actuales problemas de endeudamiento en la Unión Europea”.</p>
<p>Ese punto pone en evidencia, empero, un rasgo común que involucra los bancos comerciales en los dos lados del Atlántico norte. Se trata de las pruebas de solvencia realizadas por la RF en Estados Unidos y la comisión de Bruselas en la UE. También el comité de Basilea vincula ese tipo de entidades financieras con los acontecimientos que cierran la década.<br /> <br /> Sea como fuere, la ley votada en julio prohíbe a los bancos convencionales que toman depósitos participar en las entidades que los colocan y. mucho menos, controlarlas. Tampoco podrán apostar con acciones, bonos privados y, por encima de todo, armar operaciones derivadas. Por ende, en 2011/12 dejarán de auspiciar fondos de cobertura o extrabursátiles; esto es, no podrán intervenir en compras apalancadas, excepto vía créditos.<br /> <br /> <strong>Otras restricciones</strong><br /> <br /> La reforma también restringirá la participación de cada banco en el total de obligaciones en mercado y en el conjunto de depósitos, para prevenir oligopolios. La ley Dodd y su reglamentación incorporan normas para gestión de riesgos (aprobadas en diciembre), que se enfocan en bancas de inversión y firmas parabancarias. De hecho, esa ley previa tuvo decisiva influencia para vencer la resistencia de senadores demócratas conservadores dejar solos a los republicanos.<br /><br /> Hasta fines de mayo, el destino del paquete completo era puesto en duda por Herring y Siegel. Mientras tanto, para analistas menos favorables a sus posturas, toda institución que opere por cuenta propia está, en esencia, jugando con dinero de depositantes e incrementando en potencia los riesgos cuando una apuesta sale mal. Ello explica que los bancos convencionales puedan recurrir a redes de salvamento subsistentes en el nuevo contexto, tales como la agencia federal para garantía de depósitos –FDIC en inglés-, que cubre a los clientes de bancos en colapso o liquidación.<br /><br /> Justamente, la regla Volcker se basa en la premisa de que, si el público está en peligro, pueda invocársela para limitar la toma de riesgos. La nueva ley permite a los bancos seguir operando en nombre de sus clientes, pero sin participar en terceras entidades. Naturalmente, Wall Street, sus operadores más influyentes y medios adictos desencadenaron entre diciembre y julio una persistente ofensiva contra los entonces dos anteproyectos de ley.<br /><br /> Como lo prueban Siegel o Herring, la clave de las objeciones se cifraba en la regla Volcker. Pero otros ex jefes de la RF y varios gigantes de las finanzas salían en su defensa. Entre ellos, George Soros, Warren Buffett, Nicholas Brady, John Reed (ex Citibank), William Donaldson -ex comisión federal de valores, SEC- o John Bogle, fundador de Vanguard Group, una enorme compañía de fondos mutuales.<br /> <br /> <strong>¿”Glass-Steagall II”?</strong><br /> <br /> En plena depresión de 1933, el Congreso pasó una ley auspiciada por los diputados Carter Glass y William Steagall, impulsados por Franklin D.Roosevelt, que llegó con modificaciones hasta 1999, cuando William Clinton la hizo derogar. Ese acto poco sensato abrió las puertas a la creación de “bancos universales” que operan como entidades comerciales, bancas de inversión, colocadores de paquete hipotecarios y derivativos, instrumentos matemáticos –creados por miles de ecuaciones- sólo accesibles a muy pocos. No, claro, a los mesadineristas que los manejan “como fichas en un casino”, según palabras de Buffett, que alguna vez sugirió una “ley Glass-Steagall II”.<br /><br /> Precisamente, el segmento de derivados sobre malas hipotecas llevó al borde del desastre a Citigroup, salvado en octubre de 2008 por el programa TARP mediante una inyección de US$ 45.000 millones, a costa de los contribuyentes norteamericanos. La regla Volcker era un primer paso hacia la separación entre banco comercial y banca de inversión, ahora cristalizada en la ley Dodd, la “Glass-Steagall II” sugerida por Buffett. Los dos analistas de Wharton, en cierto modo, trataban de salvar la primera figura divorciándola de la segunda. Aunque no simpaticen con Volcker por razones académicas. Otros dos, Franklin Allen y Kent Smetters, son más flexibles y admiten el gravamen por un total de US$ 90.000 millones en diez años fiscales, para solventar rescates. “La idea de un impuesto a los sobrevivientes es bastante plausible”, señalan.<br /><br /> Pero, como Siegel y Herring, sus colegas sostienen que el grueso de propuestas que llevó a la ley Dodd ignoran el transfondo del problema. De ese modo, “las medidas centrales, que implican limitar las actividades riesgos de la banca comercial, son difíciles de llevar a la práctica”, afirma Smetters. Será en efecto imposible distinguir entre operaciones de una entidad para su propio beneficio y las realizadas para clientes”. No obstante, exísten mecanismos en la nueva ley que los cuatro pasan por alto y se parecen a los una “Glass-Steagall II”. Las inevitables diferencias, por supuesto, radican en los respectivos contextos: una cosa era la depresión de los años treinta y otra es la postcrisis actual, donde Obama desempeña el papel de Roosevelt junto con los de John Maynard Keynes y Kenneth Galbraith.</p>