<p>En poco tiempo, esta dinámica ha hecho multimillonarios a jóvenes adultos con notable regularidad. Pero, como muestran desde Paul Krugman (su Nobel 2008 premió investigaciones sobre ventajas de la concentración geográfica) hasta un cocinero francés, el mundo ha aprendido que la densidad brinda réditos también en el universo físico. <br />
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Según observa el Banco Mundial en un reciente Informe sobre Desarrollo Mundial (IDM), “la mitad del producto bruto global (PBM) se genera en 1,5% de la superficie terrestre seca”. Las migraciones humanas hacia esa dirección han ido añadiendo billones de dólares o euros a aquella estadística. Particularmente, en decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial. <br />
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Los mercados internacionales han seguido trayectoria similar rumbo a la mayor concentración. El Banco de Acuerdos Internacionales (BAI o “banco central de bancos centrales”) señala que la peligrosa plaza de derivados electrónicos superará a fin de año los U$S 650 billones (millones de millones), contra unos cien billones hacia 2001. En tanto, el PBM “sólo” se doblaba. Los diez mayores bancos norteamericanos acumulaban en 2010 once billones sobre un total de trece trillones en activos financieros. Por su parte, hacia aquel año los activos de los mayores bancos franceses equivalían a 325% del PBI. <br />
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Ergo ¿esas instituciones eran demasiado grandes para sucumbir? No, a menos que se quisiera tornar impotentes los centros financieros del planeta. <br />
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Pero la densidad tiene consecuencias. Meter más de la mitad de la humanidad y su producción no agrícola en una minúscula área, mayormente costera y fluvial, implica un alza sistemática de costos asociados a catástrofes de todo tipo. Este mismo año, terremotos, inundaciones y filtraciones nucleares sumaban más de US$ 300.000 millones a Japón. Luego llegaron las sequías y tormentas de polvo en Estados Unidos. Estimaciones del IDM indican que, en quince años, el precio de un solo tifón o un tsunami no bajará de un billón en más. O sea, el costo de una guerra o la detonación de un arma atómica sobre una gran ciudad. <br />
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La densidad en crecimiento exponencial y la dependencia respecto de las tecnologías informáticas presentan riesgos comparables. Considérese el “crac fulminante” (flash crash) acaecido el 6 de mayo de 2010, donde una “tormenta perfecta” de algoritmos financieros ultrarrápidos, una de orden de venta inoportuna y un mercado neurasténico hicieron derrumbarse setecientos puntos en una rueda al índice Dow Jones 30 en Wall Street. Fue la mayor caída histórica, pero se dio vuelta en diez minutos. <br />
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También cabe recordar una falla en abril de Amazon, la masiva, popular “nube” empleada como plataforma para servidores. El golpe castigó a medio mundo durante varios días, desde emprendedores tecnológicos hasta el departamento federal de Energía y Combustibles. En ambos casos, no había un administrador de redes que vigilara a quienes, a su vez supiera quién estaba a cargo.</p>
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Todo es demasiado grande para caer
Esta ley, acuñada hace cincuenta años por Gordon Moore su epónimo-, predecía un doble fenómeno exponencial: la creciente densidad de los microconductores generaría una expansiva capacidad de procesamientos. Por ende, sus precios bajarían constantemente.