<p><span style="color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; ">El ambicioso programa de escaneo de libros de Google se está muriendo en los tribunales. Pero ahora hay otro proyecto, liderado por gente de Harvard, para poner</span><em style="color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; margin: 0px; padding: 0px; ">online</em><span style="color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; "> la herencia literaria. </span></p>
<p style="margin: 0px 0px 15px; padding: 0px; color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; ">Así lo reseña Nicholas Carr –ensayista en temas de tecnología y cultura–, cuyo libro más reciente es<em style="margin: 0px; padding: 0px; "> The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains</em>, en un artículo que aquí condensamos.<br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
En su libro de 1938, <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">World Brain</em>, H.G. Wells imaginó una época –no muy distante, creía él– en la que todas las personas del planeta tendrían fácil acceso a “todo lo que se piensa o conoce”.<br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Los años 30 eran una década de mucho avance en microfotografía y Wells supuso que el microfilm sería la tecnología capaz de poner el cuerpo del conocimiento humano al alcance de todos. Creía que no estaba lejos el día en que un alumno en cualquier parte del mundo pudiera sentarse con un proyector en su propio estudio para examinar, en el momento que le quedara más cómodo, cualquier libro o cualquier documento. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Era demasiado optimismo. La Segunda Guerra Mundial impuso un compás de espera a sus ilusiones y cuando volvió la paz, infinitas limitaciones técnicas hicieron impracticable su plan. El microfilm fue un muy importante medio de almacenaje y preservación de documentos, pero resultó frágil para sostener todo un sistema de transmisión de conocimiento. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Sin embargo, 75 años más tarde, la idea de Wells sigue viva. El proyecto de crear un gran almacén <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em> con todos los libros que se han publicado en el mundo hasta la fecha tiene hoy un nombre, el que le puso el filósofo Peter Singer: “La biblioteca de la utopía”. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Con Internet ha llegado el sistema de información que puede almacenar documentos, transmitirlos y entregar información a pedido. Lo único que hay que hacer es digitalizar los más de 100 millones de libros que aparecieron desde que Gutenberg inventó los tipos móviles; luego indexar sus contenidos, agregar algunos metadatos descriptivos y ponerlos <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em> con herramientas para verlos y buscarlos.</p>
<p style="margin: 0px 0px 15px; padding: 0px; color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; "><strong style="margin: 0px; padding: 0px; ">Problemas no tecnológicos<br />
</strong><br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Google tenía la capacidad y el dinero para escanear millones de libros en su base de datos, pero los problemas con que tropezó no fueron tecnológicos. Trabajó en el proyecto durante 10 años pero su plan se atascó en una maraña de obstáculos legales. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Ahora hay otro proyecto monumental para crear una biblioteca universal. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Esta vez no surge de Silicon Valley sino de la Universidad de Harvard. La <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Digital Public Library of America </em>(DPLA) tiene ambiciosas metas, grandes nombres y generosos colaboradores. Sin embargo, a pesar de todo eso, su éxito dista mucho de estar asegurado. Quienes lo llevan adelante están advirtiendo que el problema principal para crear una biblioteca universal tiene poco que ver con la tecnología. El problema surge de la espinosa maraña de temas legales, comerciales y políticos que rodea el negocio editorial. Con o sin Internet, el mundo tal vez no esté listo para la biblioteca de la utopía. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
En 2002 Larry Page, cofundador de Google, decidió escanear todos los libros del mundo en su base de datos. Necesitaba, decía, llevar todos los textos a Internet para poder cumplir con su sueño de poner “toda la información del mundo” al alcance de la gente. Tenía la tecnología, la gente y el dinero para hacerlo. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
En 2004 anunció su proyecto –“Google <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Book Search</em>”– como una simple extensión de su servicio tradicional de búsquedas. Cinco de las bibliotecas más grandes del mundo, en calidad de socias, le permitirían digitalizar sus colecciones de libros a cambio de las copias digitalizadas. Comenzó entonces el escaneo primero y luego la digitalización de millones de volúmenes. No todos eran libros del dominio público, algunos estaban todavía bajo el régimen de propiedad intelectual. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Allí fue cuando comenzaron los problemas. Diversas asociaciones de editores demandaron a Google por violación de propiedad intelectual. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Y Google, en lugar de ir a juicio y defender su <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Book Search</em> explicando que hacía un “uso justo” de material protegido –argumento con el cual, según muchos abogados, podría haber ganado– prefirió arreglar con sus adversarios. Aceptó pagar enormes sumas de dinero a autores y editores a cambio del permiso para desarrollar una base de datos –comercial– de libros. Según el acuerdo, Google podía vender a bibliotecas y otras instituciones suscripciones a su base de datos y además usar el servicio para vender <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">e-books</em> y mostrar publicidad. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Eso agravó la controversia. Bibliotecas y universidades se opusieron al acuerdo. Muchos autores pidieron que retiraran sus libros de las listas. La justicia temió monopolio. Las editoriales extranjeras pusieron el grito en el cielo. Finalmente el año pasado un juez federal en Estados Unidos rechazó el acuerdo citando una larga lista de objeciones.</p>
<p style="margin: 0px 0px 15px; padding: 0px; color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; "><strong style="margin: 0px; padding: 0px; ">El proyecto universitario<br />
</strong><br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Robert Darnton no es Larry Page. Distinguido historiador, académico, autor y Caballero de la Legión de Honor de Francia, ha dicho que quiere abrir “casi todo el repositorio disponible de la cultura humana”. Sueña, como Page, con una biblioteca universal<em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em> “que ponga al alcance de todos los ciudadanos el conocimiento del mundo”. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
En los años 90 inició dos proyectos para digitalizar trabajos históricos y académicos y publicó ensayos sobre las posibilidades de los libros electrónicos y la enseñanza universitaria digital. En 2007, la Universidad de Harvard lo nombró director de su sistema de bibliotecas para que desde allí intentara realizar su sueño. Aunque Harvard había sido uno de los primeros socios de Google, Darnton pronto se manifestó un influyente crítico del acuerdo <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Book Search. </em><br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Decía que “Google<em style="margin: 0px; padding: 0px; "> Book Search</em>” era una “especulación comercial” que parecía destinada a convertirse en una empresa imbatible, tecnológicamente inatacable y legalmente invulnerable que puede aplastar a toda la competencia”. Se convertiría, según Darnton, en “un nuevo tipo de monopolio, esta vez de acceso a la información”.<br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Su retórica molestó a muchos, pero otros admitieron que había motivos para preocuparse. Darnton temía que Google, operando bajo las amplias protecciones comerciales que otorgaba el acuerdo, tendría el poder para cobrar lo que quisiera por las suscripciones a su base de datos. Y así, las bibliotecas terminarían pagando sumas exorbitantes para acceder a los mismos volúmenes que le habían dado gratuitamente a Google para que los digitalizara. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Darnton reconocía que los ejecutivos de Google se mostraban llenos de idealismo y buena voluntad, pero no había garantías de que ellos, o sus sucesores, no fueran a convertirse en depredadores en el futuro. Al permitir “la comercialización del contenido de nuestras bibliotecas”, decía, el acuerdo “convertiría la Internet en un instrumento para privatizar conocimiento que pertenece a la esfera pública”. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
En cambio –plantea Darnton– si bibliotecas y universidades trabajan juntas, financiadas por fundaciones de caridad, construirán una verdadera biblioteca pública en Estados Unidos. Su inspiración no proviene de la tecnología sino de los filósofos del iluminismo. Cuando las ideas comenzaban a circular impulsadas por tecnologías como la imprenta y el correo, pensadores como Voltaire, Rousseau, y Thomas Jefferson creían ser ciudadanos de una República de las Letras, una meritocracia librepensadora que trascendía las fronteras nacionales. “Pero la República de las Letras”, dice Darnton hoy, “era democracia solo en principio, pues estaba dominada por los bien nacidos y los ricos”.<br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Con Internet se puede corregir esa desigualdad. Al poner <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em> copias digitales de trabajos, dice, se podrían abrir las colecciones de las grandes bibliotecas del país a cualquier persona con acceso a la red. Se podría, entonces, crear la “República Digital de las Letras”, gratis, abierta y democrática.</p>
<p style="margin: 0px 0px 15px; padding: 0px; color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; "><strong style="margin: 0px; padding: 0px; ">La puesta en marcha<br />
</strong><br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
<em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Berkman Center for Internet and Society</em>, de la Universidad de Harvard, aceptó con gusto el desafío de Darnton. Anunció a fines de 2010 que coordinaría un esfuerzo para crear la DPLA y convertir el sueño del iluminismo en una realidad de la era de la información. El proyecto consiguió la financiación inicial de <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Alfred P. Sloan Foundation</em> y formó una junta directiva integrada por muchas luminarias. El centro se puso como meta tener la biblioteca digital en actividad, aunque sea en forma rudimentaria, para abril de 2013. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Cuando la justicia dio el golpe de gracia a Google, Darnton no de­sa­provechó la ocasión para presentar la DPLA como la mejor oportunidad para que el mundo tenga una biblioteca digital universal. Y, por cierto, consiguió amplio apoyo. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Pero la decisión de llamarla “biblioteca pública” también levantó polvareda. Por un lado, la asociación de bibliotecas estaduales pidió que se cambiara el nombre al proyecto. Si bien las bibliotecas de cada uno de los estados de la Unión manifestaban su apoyo a un proyecto “para poner el conocimiento científico y cultural de nuestro país y del mundo al alcance de todos”, les preocupaba que al presentarse como la biblioteca pública del país, “la DPLA podía dar a entender que las bibliotecas públicas pueden ser reemplazadas en más de 16.000 comunidades en Estados Unidos por una biblioteca digital nacional”. Esa percepción haría más difícil para las bibliotecas locales protegerse de recortes presupuestarios. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
La controversia sobre la nomenclatura indica la presencia de un problema más profundo que acosa a la biblioteca <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em>: su incapacidad para definirse. El proyecto DPLA sigue siendo un misterio en muchos aspectos. Nadie sabe con exactitud cómo funcionará o qué será. Esa vaguedad es deliberada. Cuando el Berkman Center lanzó la iniciativa, quería que las decisiones fueran tomadas en colaboración evitando decretos desde arriba que pudieran alienar a las partes interesadas. Pero según personas allegadas al proyecto, hay importantes desacuerdos en la comisión directiva sobre la misión y el alcance. Muchos aspectos importantes están todavía por definirse. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
No hay consenso todavía sobre si alojará los libros digitalizados en sus propios servidores, o si aportará señaladores a colecciones digitales almacenadas en las computadoras de otras bibliotecas y archivos. Tampoco la comisión ha decidido sobre qué materiales, además de libros, se incluirán en la biblioteca. Fotografías, imágenes en movimiento, grabaciones de audio, imágenes de objetos, posteos de <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">blogs</em> y videos<em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em>, todo esto está en consideración. Otro tema abierto es si tratará de brindar cualquier tipo de acceso a libros de publicación reciente, incluyendo <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">e-books</em> populares. Darn­ton cree que la biblioteca digital debería permanecer al margen de trabajos publicados en los últimos cinco o 10 años, para no entrar en el terreno de editoriales y bibliotecas públicas. Cree que sería un error invadir el mercado comercial actual. Sabe que su postura no coincide con la de otros en el proyecto.</p>
<p style="margin: 0px 0px 15px; padding: 0px; color: rgb(85, 85, 85); font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; line-height: 16px; "><strong style="margin: 0px; padding: 0px; ">La pared de los derechos de autor<br />
</strong><br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Aun si la junta directiva lograra alguna armonía de opiniones, la forma definitiva que adoptará la DPLA sigue en el misterio. El principal tema que sobrevuela el proyecto es uno que no se puede resolver por decreto ejecutivo, ni siquiera mediante la construcción de un consenso metodológico. Es el mismo tema que acosó a Google <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Boook Search</em> y que acecha a cualquier esfuerzo por crear una gran biblioteca <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em>: cómo superar las restricciones del país sobre derechos de autor. Los problemas legales son inmensos. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Algunos académicos creen que las restricciones de propiedad intelectual frustrarán cualquier intento de crear una biblioteca <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">online</em> universal a menos que el Congreso cambie la ley actual. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
Expertos en el tema de <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">New York Law School </em>creen que será muy difícil incluir trabajos huérfanos en una base de datos digital sin nueva legislación, que habrá que introducir grandes cambios en la ley de propiedad intelectual para crear una biblioteca que pueda incluir trabajos recientes. Es posible que hagan falta muchos años de presión pública para lograr que los políticos aporten los remedios necesarios. <br style="margin: 0px; padding: 0px; " />
A pesar de los enormes desafíos, la <em style="margin: 0px; padding: 0px; ">Digital Public Library of America </em>tiene un entusiasta cuerpo de voluntarios y algunos generosos colaboradores. Parece probable que el año próximo se comience a realizar algún tipo de intercambio de metadatos. Qué pasará después de eso no se sabe.</p>
Tras la utopía de la biblioteca universal
El problema principal para crear este reservorio del conocimiento global tiene poco que ver con la tecnología. La dificultad surge de la espinosa maraña de temas legales, comerciales y políticos que rodea el negocio editorial. Con o sin Internet, el mundo tal vez no esté listo para este gran proyecto en el que se estancó Google y que ahora aborda Harvard.