Cuidados, cuidadores y vejez

Directora de licenciatura en Gerontología y de la carrera de Especialización y Maestría en Psicogerontología de la Universidad Maimónides y autora de varios libros en la especialidad, Graciela Zarebski sopesa el lema de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de este año: “Promover el Envejecimiento Saludable” con el tratamiento que le dio al tema el Fondo Monetario Internacional: ¨Riesgo de longevidad¨.

2 noviembre, 2012

En la celebración del último Día Internacional de la Salud, la Escuela de Ciencias del Envejecimiento de la Universidad Maimónides puso de manifiesto que para 2017 los mayores de 65 años serán más que los menores de 5 y que para el 2050 una de cada cuatro personas tendrá más de 60 años.
-¿Cómo se afronta una realidad como esa desde lo previsional, social asistencial y sanitario?
-Paradójicamente, si bien la primera estrategia debería consistir en destinar presupuesto para las políticas públicas que permitan sostener estos desafíos, otro organismo  internacional, el FMI,  ha lanzado este año como lema: los ancianos como objetivo del ajuste del sistema fiscal mundial. 
De este modo, quiénes trabajaron toda su vida pasan a la categoría de enemigos de la estabilidad económica: resultan una carga para la sociedad a cuyo sustento contribuyeron en sus días anteriores.  Más aún, la mayor expectativa de vida alcanzada, es significada por dicho organismo como el ¨Riesgo de longevidad¨. En efecto, según el FMI es “esencial” permitir que la edad de jubilación aumente tanto como la longevidad esperada, a causa del riesgo financiero que supone el envejecimiento de la población.  El organismo multilateral apunta a que los gobiernos deberían imponer la medida: ¨Si no es posible incrementar las contribuciones o subir la edad de jubilación, posiblemente haya que recortar las prestaciones“.

-Serían considerados como en “La guerra del cerdoâ€, la novela de Bioy Casares…

-En este contexto político–económico, lo que debería ser una conquista de la humanidad y la concreción del deseo de larga y fecunda vida, se va transformando en un problema. Uno de cuyos efectos dramáticos es el suicidio de jubilados en diversos países europeos, de lo cual no estuvimos exentos en similares circunstancias. Desde nuestra prospectiva gerontológica, si no hacemos nada, también estaremos construyendo nuestro futuro, esta vez por inacción.  

–  ¿Tiene conciencia la generación activa de hoy, principalmente nuestra clase dirigente, del futuro demográfico en cuestión como para hacer algo al respecto?
-Más allá de estas presiones globales, nuestra clase dirigente demuestra, en áreas de salud y de desarrollo social, tener conciencia de este futuro demográfico, pero en su mayor parte esto se trasunta en acciones más que nada declamatorias: es escaso el presupuesto, cuando no inexistente, que se destina a contener los requerimientos que no solo se avecinan, sino que ya son hoy un hecho, especialmente en nuestro país, uno de los más envejecidos de la región.  
Si bien se habla acerca de la necesidad de contar con programas adecuados desde las políticas públicas o desde la iniciativa social, la inmensa mayoría de las personas que los necesitan reciben los cuidados a través del sistema informal de atención y, dentro de éste, de la familia, con un peso abrumador sobre las mujeres, que siguen siendo las cuidadoras principales. Las políticas públicas dan por supuesto que las familias deben asumir la provisión de los cuidados.

– ¿Están preparadas actualmente las familias para afrontar los cambios?

-Al tiempo que se incrementa el porcentaje de personas mayores de 80 años, creciendo así de manera exponencial la demanda de cuidados, disminuye la posibilidad real de atenderlos dentro del contexto familiar, debido a la caída de la fecundidad (menos hijas e hijos por cada persona mayor) y a la progresiva incorporación de las mujeres al mundo del trabajo. En un futuro muchas menos mujeres tendrán que cuidar a muchos más ancianos. 
Por otra parte, está ampliamente demostrado que cuidar a una persona mayor, sobre todo si tiene enfermedades o trastornos cuya atención es compleja (demencias, por ejemplo), exige contar con conocimientos adecuados para hacerlo de manera correcta. No sólo eso, sino que también se requiere entrenamiento en habilidades para el autocuidado (“cuidar al cuidador/aâ€). Es que están muy estudiados los  efectos negativos que el hecho de cuidar comporta para los familiares: sobre su propia salud,  sobre su vida afectiva y vincular, en su desempeño laboral. 

-¿Cómo sería eso de cuidar al cuidador?

-A la hora de diseñar programas de intervención, se deberían tener en cuenta los requerimientos de la población cuidadora y disponer servicios de soporte para complementar el esfuerzo familiar, priorizando los servicios que permiten a las personas permanecer en su domicilio y en su entorno, mediante una planificación individualizada de los casos: ayudas técnicas, intervenciones en la vivienda, ayuda a domicilio, centros de día, programas de formación y de apoyo a familiares. 
Se debe considerar además, que 20% de la población cuidadora de ancianos tiene más de 65 años. Se trata muchas veces de personas muy mayores que se ven forzadas a asumir una carga desmedida para sus posibilidades reales. También hay casos en los que la calidad de los cuidados realizados por las familias no está garantizada e, incluso, se detectan malos tratos debidos, unas veces, a las malas relaciones familiares preexistentes y, otras, al estrés y sobrecarga del cuidador.

-¿Usted habla de educarlos?

-Debemos tomar en cuenta que las necesidades de cuidados prolongados que tienen las personas mayores son, en ocasiones, de gran complejidad. Para desarrollarlos de manera correcta, es preciso contar con formación suficiente y hacerlo bajo la supervisión y con el apoyo de profesionales adecuados. Esto nos lleva a cuestionar, no sólo el presupuesto que se destina a la atención de la salud de esta franja poblacional, sino también el presupuesto que se destina a programas educativos. 

-¿Cómo encaran la preparación para el envejecimiento es transversal a todos los niveles educativos, desde la niñez, hasta la vejez, pasando por la formación de técnicos y profesionales?
-A partir del Censo 2001, en el que notábamos la perspectiva del envejecimiento poblacional como consecuencia de la disminución de la fecundidad  y del incremento de la longevidad y previendo que la franja etárea que más crecería sería la de 80 y más, dimos inicio en la Escuela de Ciencias del  Envejecimiento de la Universidad Maimónides, además de la formación de cuidadores y geriatras, al dictado de carreras novedosas a escala mundial: de grado (Licenciatura en Gerontología) y de posgrado: Especialización y Maestría en Psicogerontología. 
La perspectiva era que para el 2015 esa franja crecería 62.25 %, lo cual se ve ampliamente confirmado en la actualidad. Si en ese momento concebíamos nuestras carreras como carreras de futuro, hoy en día ya se transformaron en carreras de requerimiento presente. Es que no sólo hay que preparar profesionales para atender a esa franja etárea, sino que también es imperioso que incorporen el enfoque preventivo para ayudar a la gente, desde edades jóvenes, a prepararse para esa perspectiva de vida longeva, a fin de que el proceso transcurra de un modo óptimo. 

-¿La longevidad requiere inversiones en capacitación más especializada para prever y acompañar? 
-Además de requerirse capacitación para coordinar programas y talleres en hospitales, centros de salud, hogares de día y centros universitarios y comunitarios de todo tipo, hay otras situaciones que, a medida que avanza la edad y por el grado de dependencia que implican, amplían la demanda de personal formado. 
Desde la dirección de una residencia geriátrica hasta la supervisión de los cuidadores, pasando por la creación de nuevos modelos de atención y el asesoramiento a los familiares, se requiere de profesionales con visión interdisciplinaria. Estos programas cuentan con un desarrollo incipiente en el plano estatal y privado, pero es mucho más lo que se requiere, así como destinar presupuesto a incorporar profesionales expertos en estos temas. Una sociedad previsora debe prepararse para dar cumplimiento a los diversos roles que se deben desempeñar en la atención al fenómeno del estallido de la longevidad.
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