La humanidad ha llegado a un punto crítico en la evolución de la computación. Para 2020, se calcula que alrededor de 50.000 millones de dispositivos en todo el globo estarán conectados a Internet. Es posible que la tercera parte de ese número sean computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas y televisores. El tercio restante estará compuesto por otro tipo de “cosas”: sensores, actuadores y dispositivos inteligentes que todavía no se han inventado que controlarán, monitorearán, analizarán y mejorarán nuestro mundo.
La investigación realizada por Frank Burkitt para Strategy and Business estima que aunque la tendencia se viene manifestando ya desde hace décadas es recién ahora cuando llega a su punto de inflexión. La llegada de la “Internet de las Cosas” (IoT según siglas inglesas) representa un cambio transformador para la economía, similar a la introducción de la misma PC. Incorpora además otras tendencias tecnológicas como la computación en la nube, análisis de datos y comunicaciones móviles, pero va mucho más allá de todo eso.
A diferencia de otros esfuerzos anteriores por controlar grandes sistemas, como la identificación por radio-frecuencia (RFID), la conexión a Internet da a este cambio una versatilidad que casi no conoce límites. La IoT abre también toda una gama de nuevas oportunidades de negocios para una serie de jugadores. Esas oportunidades se pueden subdividir en tres grandes categorías estratégicas, que reflejan un tipo diferente de empresa.
Primero están las “habilitadoras” que desarrollan e implementan una tecnología básica. Luego están las “involucradoras” que diseñan, integran y entregan servicios IoT a los clientes y finalmente están las “mejoradoras” que conciben sus propios servicios con valor agregado, por encima de los que brindan las Involucradoras, que son exclusivos para la Internet de las Cosas.
¿Cómo hace una empresa para crear valor en la Internet de las Cosas?
Según Frank Burkitt, autor de la investigación de S+B, eso va a depender del tipo de negocio que tenga hoy, de las capacidades que pueda desarrollar para el futuro y, lo más importante de todo, de su habilidad para comprender el significado de esta nueva tecnología. Por ahora, la Internet de las Cosas se mantiene como una amplia cancha para el juego de las empresas. Es joven, heterogénea y llena de incertidumbres. Se estima que para el 2020 podría tener un impacto económico que puede oscilar entre los US$ 2 billones y los US$ 14 billones (recuérdese que billón en castellano es millón de millones).
Empresas grandes y pequeñas, antiguas y recientes se desviven por un trozo de ese territorio. Las expectativas son enormes y una de cada seis proyecta sacar algún producto para la IoT.
Sin embargo, la IoT está todavía en la etapa de primeros adoptantes, todavía no ha entrado en el campo de lo que se llama “la corriente dominante”. Tiene sus raíces tecnológicas en el esfuerzo realizado a lo largo de muchos años ya por monitorear y controlar el entorno físico en el cual la gente trabaja y se entretiene. Sus componentes más básicos son dispositivos encastrados que existen desde hace años, como termostatos que registran la temperatura ambiente y controlan los sistemas de calefacción y refrigeración, sensores que manejan los sistemas de frenado en los autos, marcapasos que regulan el corazón, cajas negras en los aviones que llevan la cuenta del derrotero del vuelo y dispositivos de localización que vigilan el desempeño de equipos industriales. En el pasado, algunos de esos dispositivos estaban cableados entre sí para formar sistemas complejos. Pero recién cuando fueron dotados de alguna inteligencia, conectados a Internet y dotados de una nueva accesibilidad tecnológica – mediante computadoras, smartphones y prototipos digitales – es que nació la Internet de las Cosas.