Desde junio, la caída en el precio del barril, de US$ 115 en junio pasado a los actuales US$ 82 es una buena noticia, ya que la factura de importación del crudo y del gas necesario para atender al consumo interno, será menor durante 2015. El país ahorrará dólares de los que está muy escaso.
Pero simultáneamente –y esa es la mala noticia– disminuye el entusiasmo por Vaca Muerta. La exploración y explotación de campos de shale oil y gas depende, por lo menos al inicio, sin experiencia, de que el producto tenga un precio que compense por la importancia de la inversión que hay que hacer. Debajo de cierto precio, es preferible concentrarse en la producción convencional que con menores precios igual seguirá siendo rentable.
Entre la extensa lista de ganadores y perdedores por la nueva situación, se encuentra también Estados Unidos, aparentemente del lado negativo. Los nuevos yacimientos de shale aumentaron la producción interna, redujeron la importación y permitieron resurgir industrias (como la petroquímica por ejemplo) que necesitan abastecimiento seguro y cercano.
Esa nueva realidad explica en parte cierta indiferencia con lo que pasa en el Oriente Medio, antes foco sensible para Washington. Se calculaba que en pocos años más, Estados Unidos produciría tanto petróleo como Rusia y, que incluso aumentarían significativamente sus ventas externas de energía (hoy produce 8,4 millones de barriles diarios, dos veces lo que extrae Canadá o Irán).
Ahora todo parece estar en suspensión. Extraer petróleo con la técnica del fracking y la perforación horizontal puede ser muy costoso y con los actuales precios, poco rentables. El precario equilibrio puede romperse del todo, si el precio del crudo en todo el mundo, continúa descendiendo. Lo cierto es que, hace más de seis meses, con el crudo en US$ 100, ya era difícil para las explotaciones menores de shale en distintas cuencas estadounidenses.
Con el precio actual, los problemas se extienden. Es fácil imaginar qué pasaría si el precio sigue descendiendo.
La gran esperanza de Washington es que la explotación del shale se siga abaratando a ritmo veloz. Según los expertos, el costo hace un año se soportaba hasta con un barril a US$ 70 en las mejores cuencas. Hoy se asegura que hasta US$ 57 el barril, se salvan los costos. Además, está el tema de la escala. Solamente este año se perforarán en EE.UU. 18.000 pozos horizontales. Con este volumen y la experiencia resultante, los costos tienden naturalmente a caer. Hay signos de esta tendencia: en las principales cuencas estadounidenses, la producción de los pozos shale sigue en ascenso.
El crecimiento, en el mundo
En verdad, no hay buenas explicaciones para la caída en el precio del petróleo. En Irak, los fundamentalistas avanzan sobre el control de áreas petroleras. Rusia profundiza su conflicto con Ucrania y Europa busca cómo liberarse de la dependencia que le impone la energía de Moscú. Hay serios disturbios en importantes productores como Libia, Nigeria y Siria.
Desde la perspectiva de los analistas, el principal favorecido es la economía mundial. Una reducción en el precio del barril, de esta magnitud, tendrá inexorablemente efecto positivo en el aumento del PBI global.
La mejor explicación sobre el descenso de precios lo atribuye a grandes cambios tanto en la oferta como en la demanda. En todo el planeta hay un descenso en la actividad económica. Europa, peleando por una recuperación que no llega, Japón que no logra salir de su estancamiento, China que ha reducido el crecimiento anual, los mercados emergentes en retroceso, y apenas Estados Unidos con mejor perspectiva. De modo que todo eso se traduce en menor demanda.
Pero también hubo cambios desde el lado de la oferta. En los dos últimos años, la producción global está aumentando a un ritmo de entre 1 y 2 millones de barriles diarios. En especial por el aporte estadounidense con sus nuevos yacimientos de shale. Hay diferentes magnitudes entre ganadores y perdedores por el nuevo escenario.
El cálculo es sencillo. El mundo produce apenas por encima de 90 millones de barriles diarios. Hace seis meses, a US$ 115 el barril, eso representaba US$ 3, 8 billones (millones de millones). Ahora, a US$ 85, la cifra se reduce a US$ 2,8 billones. Es decir, un billón menos que se transfiere de los productores a los consumidores.
El mayor importador mundial es China. Los nuevos precios pueden representar un ahorro del orden de los US$ 60.000 millones. El mayor consumidor mundial es Estados Unidos, que también es un gran importador y un gran productor. En síntesis, habrá una modesta ganancia (que se traduciría en 0,1 % de aumento en el PBI de 2015). En Europa, las importaciones sumaron US$ 500.000 millones en 2013 (75% fue petróleo). Si el precio se mantiene en torno a US$ 85 el barrril, la cuenta anual bajaría a US$ 400.000 millones. Un buen empuje para una economía que desesperadamente busca reactivarse.
Donde sí hay una ganancia evidente es en todos los países que tienen importantes ingresos por la agricultura, como es el caso de la Argentina. La energía es el principal insumo para producir fertilizantes. También el menor precio del crudo aliviará la situación de países –otra vez, como la Argentina– que subsidian los precios de la energía. Bajará el costo de los subsidios.
Entre los grandes productores, Arabia Saudita no tendrá problemas. Durante los años de bonanza acumuló reservas y armó fondos especiales que ahora ayudarán a mantener la economía a flote. Mal lo pasarán otros países como Venezuela, Irán o Rusia.
Algo más. Al igual que el descenso en el precio del petróleo, hay una caída generalizada en el valor de los productos básicos que se consumen en todo el planeta. Otra vez: los importadores netos, de parabienes. Los exportadores, ajustándose a la perspectiva cierta de menores ingresos.
Según la geografía, se ve la marcha de la economía
Europa tiene miedo que le espere algo parecido a lo que fueron las últimas dos décadas en Japón: estancamiento total. No hay signos alentadores de reactivación en el viejo continente. Tal vez ello explica el pesimismo que campea en torno al crecimiento.
En cambio, en Estados Unidos, tal vez sobreestimadas, hay señales de reactivación. Lo que se traduce en una visión optimista sobre la marcha de la economía. Son dos maneras de ver el mundo, que conviven no demasiado pacíficamente, por lo menos en el plano académico.
El gran interrogante es si el lento crecimiento económico es una tendencia de largo plazo que ha llegado para quedarse, o por el contrario, si hay posibilidad de implementar cuidadosas reformas tanto en los países emergentes como en las economías de altos ingresos que cambien el signo del proceso.
Lo que hay que evitar es la nueva “normalidad” que el FMI cataloga como “mediocre”, en vista de las últimas proyecciones del organismo. Pronóstico que se extiende a las economías emergentes, de las cuales se esperaba mejor desempeño. La ilusión era que crecieran a 5% anual. En solo 14 años duplicarían su economía. Por ahora, la predicción solo sirve para las economías emergentes del este de Asia, que siguen creciendo a razón de más de 6% anual. E incluso para las subsaharianas en África, que lo hacen por encima de 5% anual. Para América latina se prevé crecimiento, pero escaso: alrededor de 2% el año próximo.
Pero el mismo FMI teme, al igual que muchos analistas europeos, que el resurgimiento no sea posible por falta de acciones concretas sobre problemas estructurales, peores condiciones financieras globales o la lentitud en la recuperación de las grandes economías.
Los analistas europeos creen que la economía alemana tropezó y no puede volver todavía a su ritmo habitual, y que toda el área del euro está lista para ingresar en la tercera recesión en tres años. El respiro logrado por el Banco Central Europeo se termina, y tanto Francia como Italia evitaron las reformas estructurales que les habían recomendado. Lo que se vislumbra es deflación y estanflación.
En cambio un reputado escritor y ensayista estadounidense, Joel Kurtzman es la contracara de sus colegas europeos. En su nuevo libro, Unleashing the Second American Century: Four Forces for Economic Dominance, donde pronostica recuperación y rápido crecimiento (primero en EE.UU. y luego todo el mundo), piensa que eso es posible por qué el país retorna al crecimiento de los niveles previos. Una de sus razones para esta predicción, es el nuevo potencial energético (gracias al shale oil & gas). El país redujo sus importaciones de 40% a 14% de su consumo total. Una reducción que equivale a todo el petróleo que Japón usa diariamente. En poco tiempo más el país pagará la cuarta parte de lo que pagan Asia y Europa en gas. Una ventaja sin precedentes.
Otra causa es la nueva revolución industrial, con ayuda de la robótica y la automatización. Hoy EE.UU. produce siete veces más por empleado de lo que lo hace China. El tercer elemento es la cultura del riesgo y el esfuerzo que predomina en Estados Unidos. Por último, el cuarto elemento: la enorme cantidad de capital disponible para inversión.