En julio se negoció un swap con el país asiático por US$ 11.000 millones que comenzó a entrar en vigencia en el último trimestre del año con el ingreso de US$ 2.300 millones, lo cual permitió que las reservas internacionales brutas crecieran luego de tres años de caída consecutiva, sostiene Ecolatina en su informe semanal.
Pero además de las líneas de crédito, también se aprobaron proyectos de inversión en infraestructura financiada por el gobierno chino entre los que se encuentra US$ 4.700 millones para la construcción de dos represas hidroeléctricas.
Más aún, en la reciente gira de la presidenta Cristina Fernández a China, se pactaron contratos por US$ 21.000 millones entre los que destacan adjudicaciones directas de obra pública.
Así como la presencia china se plasmó en el frente crediticio, su injerencia también se observó en el plano comercial: dentro de los acuerdos firmados con Argentina se incluyó la compra exclusiva de insumos asiáticos.
No sorprende que en 2014, las importaciones chinas fueron las que menos cayeron en relación al resto de nuestros principales proveedores.
Si bien Brasil sigue siendo nuestro mayor socio comercial, el intercambio bilateral con China está ganando peso (la importación de sus productos ya representa 16% de nuestras compras al exterior) y amenaza con desplazar al país carioca como principal proveedor.
Por otro lado, las inversiones chinas en nuestro país no sólo provinieron del ámbito público sino también de la esfera privada. Por caso, la petrolera Sinopec recientemente firmó un acuerdo con YPF, lo que la posicionaría como principal socia en Vaca Muerta.
No obstante, el estrecho vínculo entre Argentina y China no es un caso aislado en la región sino que está enmarcado en una estrategia integral del país asiático para ganar mayor presencia en el hemisferio sur y garantizarse recursos clave para apalancar su crecimiento.
Argentina no es el único país asistido por China El interés de China por la región no es reciente. Por el contrario, el fortalecimiento de los lazos con los países latinoamericanos se viene gestando desde hace años.
De acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) entre el año 2000 y el 2013, el comercio de bienes entre América Latina y China pasó de US$ 12.000 millones a US$ 275.000 millones anuales.
Sin embargo, en el último tiempo puede notarse que el financiamiento de China en la región ha estado destinado a brindar divisas a países que están atravesando tensiones cambiarias.
Como ya mencionamos, el *swap* con Argentina fue fundamental para moderar las expectativas de devaluación en el corto plazo. Algo similar ocurre en Venezuela y Ecuador.
En el caso de Venezuela, la creciente escasez de divisas (que se agudizó notablemente tras la caída del precio internacional del crudo) no sólo incrementó las chances de un *default* de la deuda pública, sino que limita su capacidad de abastecerse de productos básicos (el 70% de los alimentos son importados).
Por este motivo, el presidente Maduro salió en busca de financiamiento, gira en la que había obtenido una abultada asistencia por parte de China. Si bien aún no se conocen los términos del acuerdo, lo cierto es que el gigante asiático por lo menos renovará la deuda con China por US$ 7.000 millones que vence este mes. De todas maneras, el monto no alcanza para despejar la posibilidad de un *default *de la deuda pública.
La economía de Ecuador enfrenta problemas similares a los de Venezuela, aunque está en una situación más holgada.
La caída en el precio del crudo redujo considerablemente sus ingresos petroleros y teniendo en cuenta que el país dolarizó su economía en el 2000, la escasez de divisas está generando un freno de la actividad.
Ante esta situación apremiante, recientemente se conoció la concesión de US$ 7.000 millones por parte de China al gobierno ecuatoriano.
Al igual que en la negociación con Venezuela, no se conocen los detalles del acuerdo pero es factible que como contrapartida dichos países deban exportarle petróleo, como ya se hizo en otras oportunidades.
Hay que destacar que la asistencia financiera de China a los países de la región en problemas comienza a desplazar la labor que originalmente realizaban organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Según el centro norteamericano de análisis de política Inter-American Dialogue, de 2005 a 2013 la región recibió unos US$ 98.000 millones en créditos provenientes de China, monto considerable comparado con los montos concedidos por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de
Desarrollo a la región, que, según Deutsche Bank fue de US$ 163.000 millones en el mismo periodo.
En la actualidad, las reservas internacionales chinas ascienden a US$ 4.200.000 millones (40% de su PBI), lo que si bien no implica que se invierta la totalidad de dicho *stock*, revela que la capacidad prestable de la segunda economía mundial es superlativa. Más aún, el monto que el FMI tiene en concepto de cuotas de los países miembros alcanza los US$ 367.000 millones, es decir, menos de un 10% de las reservas de China.
Lo cierto es que esta estrecha relación entre China y América Latina no se limita a la asistencia financiera sino que forma parte de una estrategia mucho más integral y que tiene como objetivo proveerse de insumos clave para apalancar su crecimiento en el largo plazo.
Por caso, en 2010 la empresa china CNOOC (*China National Offshore Oil Corporation*) adquirió el 50% de la petrolera Pan American Energy. Algo similar ocurrió con *commodities* provenientes de la minería: en abril de 2014 tres empresas chinas compraron en Perú una de las mayores minas de cobre del mundo por US$ 6.000 millones.
Por último, el año pasado el grupo estatal chino alimenticio COFCO (China National Cereals, Oils and Foodstuffs Corporation) adquirió el 51% de la empresa Nidera con sede en Argentina, una de las firmas más importantes en el comercio de granos mundial y líder en la región.
Lo cierto es que existe una clara estrategia por parte de China para aumentar su presencia en la región no sólo por ser la segunda potencia mundial sino para hacerse de alimentos y energía. América Latina le está dando acceso a *commodities* necesarias para impulsar su crecimiento mientras que el país asiático abastece a la región de manufacturas y tecnología.
Nada es gratis cuando se trata de negocios
Esta mayor presencia en la región es el principio de un largo camino por recorrer en la relación entre China y América Latina. De hecho, en la última reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el presidente chino aseguró que en la próxima década las inversiones destinadas a la región ascenderían a US$ 250.000 millones y el comercio exterior se duplicaría hasta alcanzar US$ 500.000 millones anuales.
Más aún, la Alianza del Pacífico promete profundizar el intercambio comercial entre de los países integrantes de la región (Chile, Colombia, Perú y México) y el gigante asiático.
Si bien es cierto que a primera vista los acuerdos entre China y los países de la región son menos estrictos que los entablados con organismos internacionales como el Banco Mundial o el FMI, los convenios con el país asiático implican otras concesiones.
En la mayoría de los casos, las inversiones chinas están sujetas a la compra de insumos provenientes de empresas de dicho país. Sin embargo, el último acuerdo con Argentina no sólo contemplaría la importación de insumos sino el uso de mano de obra calificada china (ingenieros y técnicos) para la realización de los proyectos de infraestructura, condición que hasta el momento no había sido implementada por ningún otro país de la región.
En síntesis, el creciente vínculo entre China y los países sudamericanos puede traer beneficios para la región. No obstante, la relación tanto financiera como comercial puede ser positiva siempre y cuando los países prioricen su propio desarrollo y el uso sustentable de sus recursos. Lo importante es que se establezcan acuerdos equitativos y que el apremio por conseguir capitales no coloquea los países de la región en una situación vulnerable.