La consecuencia de la abrupta caída en los precios del barril de crudo ha significado la postergación de 46 grandes proyectos de petróleo y gas.
Para tener idea de la magnitud del recorte, equivalen a 20 mil millones de barriles en reservas (más que todas las reservas comprobadas de México). Entre las compañías que pospusieron inversiones se encuentran Shell (que en cambio compró British Gas en US$ 70 mil milones); Statoil, la estatal noruega; y la estadounidense Chevron.
Es una comprobación más de cómo se ha moldeado el escenario global desde junio del año pasado, cuando Arabia Saudita comandó un proceso de drástica reducción de precios a través de una alta producción con economías estancadas en buena parte del planeta. Como lo llaman los analistas del sector, hay “un nuevo orden petrolero”.
Esto implica beneficios importantes para los países consumidores que, no sólo importan al nuevo precio lo que consumen usualmente, sino que aprovechan el bajo precio para acumular reservas por si cambia el escenario.
Para los productores en cambio, significan ingresos mucho menores como lo demuestran las finanzas de Rusia y de Venezuela. Pero también de otros productores del Medio Oriente y de Ãfrica que ven mermados sus recursos por la intransigencia saudita.
Detrás de la estrategia de Riyad – que llevó en un año el precio del barril de US$ 120 a US$ 40, con leves repuntes momentáneos- hay varios propósitos. Uno, es no perder cuota de mercado a manos de otros productores que vendían algo más barato que los sauditas. Otra es reafirmar su poder y liderazgo en la Opep y especialmente en el Medio Oriente. Iraq ha vuelto a exportar y ahora Irán, tras el acuerdo con Estados Unidos, seguramente comenzará a hacerlo.
Pero el verdadero objetivo era liquidar, reducir, encarecer la producción de shale oil y gas en Estados Unidos, que no sólo bordea ya el autoabastecimiento en combustibles fósiles, sino que insinúa convertirse en exportador neto en los próximos años.
La tesis era: con el barril de crudo a US$ 40, el shale oil no es redituable. Extraerlo es más caro y por lo tanto, inviable. Las evidencias disponibles dicen lo contrario.
Excepto por algunas áreas marginales, todas las importantes siguen funcionando a pleno. Estados Unidos produce cada vez más petróleo. Más importante aún, ha logrado avances tecnológicos que suponen menores costos en la explotación.
Sí en cambio ha logrado afectar la explotación marina de yacimientos que tienen otros países. Canadá (además con sus esquistos bituminosos) y el Golfo de México, son buenos ejemplos. También ha sufrido el esfuerzo por desarrollar energías alternativas (en especial, solar y eólica) que era muy plausible con un barril por encima de US$ 100, pero no ahora, en la mitad de ese precio.
Las cifras demuestran que la producción mundial de petróleo sigue creciendo. Con todos estos antecedentes hay quienes sostienen abiertamente que la estrategia saudita ha fracasado, pero causando daño colateral dentro de la misma organización de la Opep y en otros productores.
La cuestión es: ¿mantendrá el rumbo?; ¿rerocederá?; ¿o cambiará en otra dirección?
Mientras tanto, se complica la situación de Arabia Saudita desde la perspectiva geopolítica. Un renacimiento iraní en la región –tras el acuerdo con EE.UU y otras grandes economías- puede sumar enemigos de peso a Riyad. Además de que Teherán, en un año o poco más, podrá exportar otro millón de barriles diarios. La intervención militar en Yemen ha sido desastrosa, y ha probado la fragilidad, al menos, de la fuerza aérea del reino.
Tal vez la decisión sea reducir aún más la producción, por dos o tres años más, llevando el actual precio de US$ 50 a US$ 40 el barril. Parece prepararse para eso. El gobierno ha tomado créditos internacionales por US$ 26 mil millones, mientras mantiene sus reservas superiores a US$ 800 mil millones.
Lo único que ha quedado en claro en este año pasado, es que Arabia Saudita no es hegemónica a la hora de moldear el escenario petrolero. Y esa realidad puede jugarle en contra en los próximos tiempos.