El tema de la competitividad externa de los países latinoamericanos adquiere relevancia creciente después de una década signada por el ajuste externo y la desinversión que produjo un atraso considerable en la inserción internacional de los países del área.
Siguiendo los pasos de México, la economía argentina entrará este año en una situación de déficit en su balance comercial. Esta situación no está desvinculada de la actual realidad financiera internacional.
Durante los años ´70 ya se registró un proceso de expansión de la liquidez internacional que fue canalizada hacia los países latinoamericanos a través de la banca privada y que produjo un fuerte endeudamiento en la región. Esa situación se revirtió abruptamente al inicio de la década siguiente ante la marcada expansión del déficit fiscal de Estados Unidos que -en combinación con una política monetaria restrictiva- generó un fuerte aumento en la demanda interna de fondos de ese país.
La consiguiente elevación de las tasas internacionales de interés ayudó a precipitar la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos.
En esta década es visible una nueva afluencia de flujos de capital hacia América latina. Durante 1990 y 1991 algunos países de la región recibieron ingresos de capital en magnitudes que resultaron desconocidas durante los años ´80. Un informe de Salomon Brothers señala que la transferencia de
capitales hacia los cinco grandes países de la región (Argentina, Brasil, México, Venezuela y Chile) se ha quintuplicado desde 1990, hasta llegar, en diciembre de 1991, a US$ 40.000 millones. Estas cifras incluyen inversiones en bonos y letras (US$ 15.700 millones), privatizaciones (US$ 13.900 millones), fondos de inversión (US$ 6.400 millones) y créditos a gobiernos (US$ 4.000 millones). A pesar de sus problemas macroeconómicos, Brasil recibió más de US$ 4.000 millones en el primer trimestre de este año, lo que llevó finalmente al gobierno a poner restricciones a la entrada de capitales de corto plazo.
Los actuales flujos de capital extranjero hacia América latina responden a un diferencial en los niveles de rentabilidad que puede esfumarse rápidamente, ya sea por un alza impredecible en las tasas de interés internacionales o por modificaciones, aún subjetivas, en las expectativas internas de los distintos países del área.
La experiencia latinoamericana en el manejo de los flujos de capital durante los años ´70 no sólo no ha sido exitosa sino que condujo a una crisis de la que todavía la región no llegó a sobreponerse.
Algunos autores han señalado la conveniencia de demorar o graduar el nivel de apertura financiera, especialmente en el caso de que tenga lugar junto con procesos de apertura comercial. Es que un ingreso descontrolado de capitales puede tener un efecto desequilibrador sobre el tipo de cambio, afectar negativamente el balance comercial y también al sector productivo, comprometiendo cualquier proceso de avance en la capacidad competitiva externa de los países receptores.
Uno de los puntos críticos que se señalan con respecto a los flujos de capital que están llegando a América latina es que, fuera de los casos de privatizaciones, no están mayormente vinculados con proyectos de inversión. Más aún, pueden llegar a tener efectos negativos sobre el ahorro en la medida en que las expectativas se vayan haciendo más volátiles y las tasas de interés se vuelvan más erráticas.
EFECTOS DEL DEFICIT.
El déficit comercial que parece estar confirmándose en la Argentina para este año requirirá ser compensado -al igual que el pago de los servicios de la deuda- con capitales provenientes del exterior. Suponiendo que no se produzcan modificaciones en el tipo de cambio, es interesante reflexionar sobre los efectos que un proceso de este tipo podría tener -si se prolongara en el tiempo-
sobre la estructura del comercio exterior y la competitividad externa.
Un estudio aparecido recientemente en Estados Unidos evalúa el impacto que tuvo en ese país la revaluación del dólar de la primera mitad de los años ´80, período en que un creciente déficit comercial pasó a ser financiado por una importante afluencia de capitales externos. El estudio intenta además explicar la persistencia de estos saldos comerciales negativos a partir de 1985,
cuando se produjo una fuerte devaluación del dólar en los mercados internacionales (1).
Los autores señalan que el déficit comercial creció rápidamente con la revaluación del dólar de 1980-85 para ajustarse mucho más lentamente a partir de la devaluación de esa moneda en 1985. En así que en 1989 se registra una situación equivalente a la de 1979 en cuanto a los niveles de las variables
económicas fundamentales que inciden sobre el saldo comercial: la tasa real de cambio del dólar y los niveles de la demanda de Estados Unidos frente a los de los demás países industriales. Sin embargo, el déficit comercial en 1989 alcanzó a US$ 116 mil millones, cuadruplicando su nivel de 1979. Esto significa que, con una situación similar en cuanto a la tasa real de cambio y a la demanda
relativa interna, en 1989 el país exportó menos e importó más que diez años atrás.
¿Cuáles son los factores que explicarían esta situación y, por lo tanto, la persistencia del déficit comercial? Para los autores, éstos se relacionan con cambios estructurales en el nivel y la composición del comercio. Cuando el dólar subió, los productores extranjeros comenzaron a colocar productos en el mercado norteamericano, estableciendo redes de distribución y ganando
reconocimiento con sus marcas. Esto hizo que ya no quisieran abandonar ese mercado cuando se produjeron las devaluaciones del dólar que lo llevaron a sus niveles previos. Y este proceso tuvo también su contrapartida en las exportaciones: la revaluación del dólar, al presionar sobre la competitividad de corto plazo, llevó a los productores norteamericanos a abandonar mercados
extranjeros que fueron absorbidos por empresas de otros países.
Con la baja en el valor del dólar, ya se había producido un cambio en la participación de los mercados externos. Los escasos avances logrados en la evolución de la productividad así como las dificultades para restablecer redes de distribución pueden haber impedido que las firmas norteamericanas recuperaran los mercados perdidos. Se observaron entonces cambios en la
composición del comercio exterior, especialmente en el sector de bienes de capital, donde Estados Unidos parece haber sufrido particularmente una pérdida de competitividad. Esta situación, que implica reconocer una mayor capacidad de respuesta de los productores extranjeros en comparación con los de Estados Unidos es definida por los autores como de “histeresis” en el sentido de que, una vez que se abandona una posición por cambios en una variable, esa posición ya no se recupera aunque la variable retorne a sus niveles iniciales.
¿VIDAS PARALELAS?.
Las diferencias entre Estados Unidos y la Argentina son demasiado profundas como para trasladar experiencias de un país al otro. No sólo los patrones de comercio exterior de ambas economías presentan diferencias esenciales, sino que también es distinta la propia naturaleza de los flujos de capital. Estados Unidos, por ejemplo, se convirtió es este período en el principal receptor mundial de la inversión extranjera directa.
Sin embargo, estas diferencias no impiden pensar que en la Argentina podría generarse también una situación de “histeresis” en el comportamiento de las exportaciones e importaciones. Es decir, que si el país descuida los mercados externos y llega a registrar una fuerte penetración de productos importados, es posible que se necesiten después mayores ajustes en la tasa de cambio o en los niveles de actividad interna para llegar a equilibrar el balance comercial.
Esto se vería agravado si en el ínterin no se producen aumentos en los niveles de inversión, de manera que el aumento de las importaciones no apareciera vinculado a aumentos en la productividad y en la competitividad externa. La persistencia de una situación de este tipo afectaría la composición de las exportaciones argentinas, por cuanto sólo haría posible la colocación externa
de bienes en los que el país ya dispone de ventajas competitivas muy claras.
Esta situación da lugar a algunas reflexiones:
* La experiencia de los años ´70 ha enseñado que no todos los capitales que entran al país son canalizados hacia la inversión y, más aún, que a la larga pueden llegar a tener efectos adversos, por lo que es necesario poner límites a presiones especulativas resultantes de los flujos internacionales de capital.
* Los argumentos que se plantean en contra de una modificación del tipo de cambio se basan en dos criterios básicos: por una parte, una devaluación puede generar un proceso descontrolado de inflación; por otro lado, actúa en forma agresiva al reducir el nivel de los salarios. Ambos argumentos tienen un peso innegable. Pero también cabe preguntarse si, de persistir la situación
actual, no podría llegar a generarse en algún momento una situación fuertemente recesiva y/o dependiente de los flujos externos de capital para lograr un equilibrio en las cuentas externas.
A su vez, una situación recesiva puede afectar adversamente las cuentas fiscales y producir los efectos sociales negativos ligados al aumento de la desocupación. En pocas palabras, la devaluación puede generar efectos económicos no deseados, pero la historia ha demostrado que no pueden negarse los problemas que se van generando ante situaciones que nos descolocan demasiado de los mercados internacionales.
Por un lado está la posible pérdida de mercados de exportación ya conseguidos y la penetración de productos importados que hagan más difícil un futuro ajuste externo. Por otro lado, la persistencia de esta situación puede generar un panorama negativo desde el punto de vista de la especialización e inserción externa del país y de las posibilidades de desarrollo de nuevas ventajas comparativas.
* La experiencia de los países exitosos está ligada a tasas de cambio altas pero también a la implementación de estrategias de largo plazo como forma de impulsar un aumento genuino en la competitividad externa. Esas estrategias contemplan fuertes inversiones en educación y en la formación de capital humano, estímulos para el desarrollo del sistema científico-tecnológico, apoyo
al emprendimiento de innovaciones, al mejoramiento de la capacidad empresarial y a modificaciones en la organización del trabajo, políticas para el desenvolvimiento de pequeñas y medianas empresas.
A la larga van a ser estas estrategias, mucho más que las de devaluación de la moneda, las que tiendan a consolidar una inserción externa dinámica.
* Directora del Centro de Estudios de la Estructura Económica (CENES) de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y profesora de Economía Internacional de dicha facultad.
