La situación económica argentina es mucho peor que la de México en 1995 o la de Brasil en 1999. A diferencia de esos dos países, la situación de la Argentina no va a tener rebote.
Para usar una analogía médica, la actual crisis económica argentina no es sólo aguda sino también crónica. Una enfermedad aguda significa que si no se hace algo rápidamente, la situación puede empeorar. Cuando digo que la enfermedad económica argentina es también crónica quiero decir que aunque se haga algo ya, toda mejora no pasaría de ser un paliativo, al menos en el futuro inmediato, durante los próximos dos o tres años. La crisis en la Argentina es tan grande que la recuperación va a llevar años.
Tomemos el ejemplo de Japón, que se las ingenió para convertir los excesos de una economía de burbuja en lo que prácticamente se ha convertido en una década de estancamiento. El ejemplo de Japón muestra que hasta las economías sanas y de crecimiento rápido pueden empezar a declinar y, lo que es más preocupante, seguir cayendo.
Digámoslo con toda claridad. La Argentina sufre una crisis económica, no sólo financiera. El país está quebrado, pero tampoco es sólo eso. Una inyección de dinero no necesariamente le va a devolver la salud. La Argentina tiene que solucionar una serie de problemas interrelacionados. Su actual crisis no fue desencadenada por un simple problema de balanza de pagos como ocurrió cuando México descubrió que no podría pagar los Tesobonos (pegados al dólar) ni los pagarés que vencían en 1995, ni tampoco es el tipo de cambio, o la “convertibilidad”, su único problema como pasó en Brasil en 1999. De manera que una simple devaluación, más mucha ayuda financiera del exterior, no va a ser suficiente para superar la situación.
Causa por causa
La actual crisis argentina tuvo varias causas. Una fue, evidentemente, el exceso de préstamos tomados en los mercados extranjeros. La Comisión Económica de las Naciones Unidas para América latina calcula que la deuda externa del país es equivalente a 90% de su PBI. ¿Por qué creció de esa manera? El gobierno no pudo vivir con sus propios medios o, lo que es tal vez más importante, tampoco mostró una señal convincente de que en algún momento podría vivir dentro de sus posibilidades. El déficit fiscal por sí solo no era desproporcionado si los financistas del déficit hubieran vislumbrado que en algún momento bajaría. Al final llegó un momento en que sólo el FMI creía en las promesas del gobierno y finalmente ese mismo organismo terminó por ver que las promesas no eran otra cosa más que una expresión de deseos.
Disponerse a reducir el déficit fiscal a US$ 6.000 millones y terminar duplicándolo dice muchas cosas del gobierno, y ninguna muy agradable. El exceso en la toma de préstamos y el déficit fiscal produjeron otro déficit: el de cuenta corriente.
Aquí otra vez, por sí solo, el déficit podría haber sido sostenible, pero sumado a los demás problemas recesión y falta de inversión extranjera directa se volvió imposible de financiar. La inversión extranjera directa (IED) es absolutamente crucial para los países de mercados emergentes.
México financia 80% de su déficit de cuenta corriente con IED: por cierto el año pasado la IED fue de unos US$ 10.000 millones más que el actual déficit, gracias a la operación mediante la cual el Citigroup se hizo cargo de Banamex. Pero incluso sin esa operación la IED financió más de 75% del déficit de la cuenta corriente.
El año pasado Brasil, aun con privatización limitada y preocupaciones sobre lo que ocurriría en la Argentina, atrajo US$ 23.000 millones en IED. Eso es menos que los US$ 33.000 millones en el año 2000, pero con la ventaja de que la cuenta comercial pasó a ser superavitaria, el déficit de cuenta corriente de Brasil de alrededor de US$ 23.000 resultó fácil de financiar.
El motivo original del actual conjunto de problemas que enfrenta la Argentina estuvo dado por la “convertibilidad”, una política de espejitos de colores. Tanto los argentinos, quienes creyeron que los hacía diferentes de sus vecinos, como los inversores extranjeros pensaron que era mágica y, lo que es más importante, creyeron que invertían en bonos que eran tan buenos como los de la Tesorería de Estados Unidos, sólo que mucho más rentables. Eso permitió que el gobierno se excediera en la toma de préstamos y no prestara la debida atención a los déficit fiscal y de cuenta corriente. Sin inversión extranjera directa no había capital para sostener las cuentas del país, y entonces todo el edificio se derrumbó estrepitosamente en cuanto aumentó la presión.
Ahora, el gobierno argentino está quebrado, tal como ocurrió oportunamente con el mexicano. Pero la situación es peor todavía, ya que la credibilidad internacional de la Argentina está destruida: el gobierno ha pregonado públicamente el incumplimiento de sus deudas y se sabe que actuó en forma inconstitucional al congelar los depósitos bancarios de sus ciudadanos.
México usó la ayuda de emergencia que le envió el FMI, Estados Unidos y la comunidad internacional para pagar sus Tesobonos y así pudo comenzar a negociar con los mercados internacionales menos de un año después de dejar flotar su moneda. Ese rebote es imposible en la Argentina. El país ha incurrido en cesación de pagos, México no.
El default de los bonos y la destrucción de la credibilidad, sin embargo, son casi insignificantes cuando se los compara con el daño que la loca política de convertibilidad causó a la economía nacional. La confiscación oficial de los depósitos bancarios es sólo un aspecto del caos. Un cálculo proveniente del sector privado es que la economía se contrajo a una tasa anualizada de 22% en el último trimestre de 2001.
Lo que ocurrió en diciembre no fue, como había ocurrido con otras crisis financieras, la repentina cristalización de problemas. La Argentina venía en recesión desde el último Mundial de Fútbol, en 1998. México avanzaba con un crecimiento de 3% en 1994, el año anterior a la crisis, luego de un año pobre pero positivo en 1993 y de ostentar crecimiento sostenido al comenzar los ´90. La prolongada recesión en la Argentina dejó a la economía en muy mal estado.
El país está comenzando a desindustrializarse. Fiat amenaza levantar su operación en la Argentina y mudar su producción a Brasil. Hay incluso rumores de que Techint también se va a instalar en el país vecino. Techint es una de las pocas empresas argentinas con la tecnología para caños sin costura capaz de aguantar los rigores de la convertibilidad. Los diarios están llenos de casos de jóvenes que, desanimados con la situación local, buscan emigrar.
Datos desalentadores
Las cifras oficiales de producción industrial son desalentadoras. El Indec (Instituto Nacional de Estadística y Censos) admite que, en los tres últimos meses de 2001, la economía se contrajo 9,4%, 11% y 18,3%. Solamente una industria, la del plástico, tuvo algo parecido a un buen año, y eso por una mejora en la provisión de materias primas luego de la expansión de una refinería en Bahía Blanca. Las industrias clave como la automotriz, la textil y la manufacturera han tenido muchas dificultades. La moneda sobrevaluada hacía que el precio de los productos nacionales no pudiera competir en el mercado interno. Castigados con semejante recesión, los empresarios están muy lejos de tener confianza en sus perspectivas. El análisis del Indec sobre confianza empresarial descubrió que sólo 3% de la gente de empresa encuestada pensaba que sus ventas en el primer trimestre de este año serían mejores que las del mismo período en 2001. En tanto, nada menos que 66% temía estar peor. Hasta los exportadores son pesimistas: sólo 15% de los que exportan al Mercosur espera un aumento en el primer trimestre.
De manera que ésa es la situación: grandes desequilibrios económicos; ausencia de crédito; la empresa a la defensiva. El único rayo de luz estaba dado por el Mundial de Fútbol. Uno de los años más positivos de la convertibilidad fue 1994, con 7% de crecimiento, mientras que 1998 fue el último año de crecimiento de la economía. Con la temprana descalificación del equipo en el torneo mundial, hasta esa esperanza se extinguió.
Esto me lleva a mi segundo argumento: por qué la devaluación, sin un replanteo total de la política industrial, no va a sacar al país del pantano en que se encuentra. Los legisladores argentinos hablan de lograr enormes excedentes comerciales US$ 10.000 millones con crecimiento orientado hacia la exportación. Eso parece poco probable. Veamos lo que exporta la Argentina: petróleo, gas, productos agrícolas y unos pocos productos manufacturados, algunos de los cuales autos, por ejemplo se venden a Brasil en condiciones especiales.
Lo que la Argentina no tiene es un sector exportador basado en la manufactura que pueda sacar de la recesión al resto de la economía. Aunque hay algunas industrias competitivas (agroquímicos, plásticos, caños sin costura) se trata de exportaciones comparativamente pequeñas. El vaciamiento de la economía producido en los últimos cuatro años significó que industrias exportadoras que alguna vez fueron pujantes, como la de las fibras sintéticas y los textiles, que habían dominado el mercado brasileño, quedaran totalmente destruidas. Los productos primarios siguen siendo los grandes responsables de las exportaciones del país: petróleo, gas, productos agrícolas y pescado representan dos tercios de los ingresos de exportaciones del país.
Comparación fabril
Comparemos esta situación con las otras dos grandes economías latinoamericanas, México y Brasil. Ambas han aumentado sus exportaciones de manufacturas. Embraer, la empresa aeroespacial brasileña, compite con la enorme empresa minera CVRD por el título de mayor exportadora del país. La exportación de manufacturas brasileñas llega casi a representar 60% del total de exportaciones de aquel país. En México superan 80%. En la Argentina, las exportaciones de manufacturas no agrícolas rondan 30% del total de las exportaciones.
¿Por qué importa esto? Porque una devaluación tiene mucho más efecto en la exportación de manufacturas que en la exportación de commodities. Por definición la exportación de commodities depende de la demanda de los países industrializados.
El lento crecimiento económico mundial significa que los precios de los commodities y su demanda van a permanecer débiles. Con los productos manufacturados, siempre que la calidad sea comparable, quienes ofrezcan precios más bajos podrán quitar mercados a rivales menos competitivos.
Además, la producción de manufacturas puede aumentar notablemente después de que un país devalúa, especialmente si se debilita la demanda interna, lo cual crea exceso de capacidad.
Las empresas pueden dejar de producir para el debilitado mercado interno y dedicarse a producir para los mercados de exportación. Con los commodities blandos, están las cosechas, una o dos veces al año. Con los commodities energéticos o de metales, aumentar la producción implica mayores inversiones, como paso previo a aumentarlas. Dado el estado de la economía mundial y de los mercados financieros, las empresas mineras y energéticas calculan que sacar del medio a sus rivales, en lugar de invertir en nuevas minas y producción, es el único camino hacia adelante. Eso no augura nada bueno para la Argentina.
A decir verdad, los mismos productos agrícolas procesados la leche en polvo, la carne, el vino y el aceite comestible, entre otros representan la tercera parte de las exportaciones totales del país. El problema con esos productos es que tienen muchos obstáculos. En Europa hay mucha preocupación con la fiebre aftosa y la enfermedad de la vaca loca, que han golpeado ferozmente la demanda de carne; y la aftosa afectó particularmente a la Argentina. También vale la pena destacar que el año pasado, cuando el total de las exportaciones agrícolas tanto productos primarios básicos como productos procesados, aumentaron en 2,4%, los commodities brutos lo hicieron mucho más: crecieron 13% mientras los productos agrícolas procesados cayeron 4,9% en términos de dólar.
Todas las exportaciones agrícolas juntas, procesadas o en bruto, representan 51% del total de las exportaciones argentinas. Lo que debería preocupar a los políticos es que las industrias agroalimentarias tambalean. La industria alimentaria vio caer su producción 11% en diciembre. Las exportaciones de carne sufrieron un brote de fiebre aftosa, que les cerró la exportación. Algunos mercados, como Israel, están comenzando a comprar carne argentina otra vez, pero la mayoría de los demás países siguen cerrados. La Unión Europea, después de que dejara de comprar carne argentina en marzo de 2001, se abrió en febrero a la proveniente de todas las provincias menos dos, La Pampa y Santiago del Estero. Como consecuencia, el mercado nacional se llenó de carne de primera calidad que, de otra manera, se habría exportado. Y eso provocó el colapso de los precios internos. El gobierno calcula que el precio de la carne cayó un tercio en la segunda mitad de 2001. Semejante cambio causa problemas a lo largo de toda la cadena de suministro.
No se sabe todavía si la UE será un gran mercado para la carne argentina. El consumo de carne vacuna en toda Europa cayó después de varios sustos relacionados con ese producto. Además, exportadores como Brasil y Australia se apoderaron de los mercados que dejaron de comprar a la Argentina. La leche en polvo, otro gran producto de exportación, también se mueve en un mercado ferozmente competitivo. La Argentina viene perdiendo frente a países como Nueva Zelanda. La devaluación ayudará a que nuevamente tenga precios competitivos, pero habrá también un elemento desestabilizador porque muchos de los productos necesarios para el envasado son importados.
Las semillas oleaginosas se topan con muchas barreras no arancelarias en mercados tradicionales como India, China y otros países de América del Sur. Ahora se teme que Rusia también podría comenzar a proteger su mercado de oleaginosas. En América latina, Uruguay y Perú han comenzado a proteger sus mercados. Además, los precios están deprimidos, aunque los del girasol comenzaron a recuperarse a finales de 2001. Esta recuperación, sin embargo, se debió en gran medida a la perspectiva de una cosecha más chica en la Argentina. La industria admite que fue severamente afectada por el caos financiero de diciembre.
Todo esto significa que en la Argentina muchas de las ventajas tradicionales que trae aparejadas una devaluación para las exportaciones podrían perderse. Una economía internacional débil significa que los precios de las materias primas podrían caer. Además, las exportaciones agrícolas son especialmente vulnerables al proteccionismo, al menos hasta que termine la próxima ronda de conversaciones en la Organización Internacional del Comercio.
La energía es un área que se presenta más prometedora para el país. El problema es que la Argentina parece haber perdido el tren. Los enormes descubrimientos de gas natural en el sur de Bolivia en los dos últimos años significan que el desarrollo de los recursos gasíferos de la Argentina podrían demorarse. Brasil, el principal mercado de gas en la región, parece estar decidiendo comprarle gas al país mediterráneo.
En cuanto al petróleo, la política brasileña es lograr el autoabastecimiento para 2005. Como la Argentina era hasta ahora uno de los principales proveedores de Brasil, la industria tendrá que encontrar nuevos mercados. En un mundo en donde la Opep tiene que reducir la producción para sostener los precios, las posibilidades para un productor lejano y comparativamente caro no parecen muy brillantes. Claro que hay proyectos transandinos de llevar petróleo, gas y fundiciones a las ciudades chilenas, pero son negocios muy pequeños comparados con el mercado brasileño.
El cuadro para los fabricantes no agrícolas es igualmente sombrío. Los textiles representan una zona de desastre, con el negocio de las fibras sintéticas desapareciendo mes a mes a medida que cierran las compañías. Se perdió Brasil, el tradicional mercado de exportación y, en el mercado interno, la industria sufrió mucho con la competencia de las importaciones.
En la industria automotriz los fabricantes se han estado mudando a Brasil. Ésta no es una decisión de corto plazo que pueda ser revertida. Si usted fabricara autos, ¿dónde elegiría instalarse, en Brasil donde el mercado potencial es dos o tres veces el de Argentina y los costos laborales son más bajos, o en la Argentina, con su mercado pequeño, los altos costos laborales y la convertibilidad?
Una economía neocolonial
Entonces, si no hay suficiente elasticidad en la economía para devolverla a su estado original, ¿qué tiene que ocurrir? Primero el gobierno tiene que actuar. La versión argentina de laissez-faire (dejar hacer) ha sido un desastre. Algunos críticos podrían decir que el laissez faire nunca se practicó en la Argentina: la burocracia todavía es increíble; las instituciones son débiles, el imperio de la ley es problemático y reina el amiguismo.
Lo que produjeron los ´90 fue una economía neocolonial. La mayoría de las partes más lucrativas de la economía están en manos de grupos extranjeros, muchos de ellos españoles. Las empresas extranjeras dominan. Ellas pueden sufrir la carga más pesada de los actuales problemas, pero eso no es saludable a largo plazo. Buenos Aires no debería ser una sucursal.
Lo que el gobierno debería hacer es más difícil de definir. Necesita establecer por lo menos una política industrial que permitiera que se desarrollara una nueva generación de empresas argentinas. Llama la atención que la Argentina no tenga ninguna de las compañías multilatinas, los grupos regionales que han prosperado lejos de sus mercados originales como Cemex, Bimbo, Televisa o Telmex en México, o como sucede como Embrear y Bradesco en Brasil.
Uno de los problemas de la Argentina es que no ha desarrollado una cultura del emprendimiento.
Es cierto que el fenómeno de las punto com sí motivó a los argentinos, pero como ocurrió con ese boom en todo el mundo, el dinero lo hicieron aquellos que vendieron la promesa o la perspectiva de hacer negocios más que la actividad misma. Cómo puede hacer la Argentina para desarrollar una política industrial es algo que está más allá del alcance de este artículo.
Pero sin una política industrial, su economía seguirá siendo la de un productor y procesador de materias primas. Y, como tal, es poco probable que sea elegible para los niveles de financiamiento externo que ha gozado en el pasado. Sin financiamiento externo el país va a tener que aprender a vivir con lo suyo y cumplir con sus promesas.
© MERCADO / Latin American Newsletters
Will Ollard es editor del Economic Report de Londres.
