La “ronda del desarrollo” no tiene nada para mostrar

    A las naciones pobres se les había prometido que esta rueda de conversaciones
    –llamada Ronda Doha por la capital de Qatar, donde comenzaron en noviembre
    de 2001– las beneficiaría porque se proponía exigir la primera
    gran reducción en los subsidios que los países más ricos
    del mundo pagan a sus agricultores: más de US$ 300.000 millones al año.

    Las naciones en desarrollo habían tratado de presionar con el argumento
    de que si esos subsidios no eran reducidos, peligraría la apertura de
    mercados que buscan las naciones ricas, especialmente en servicios como banca,
    telecomunicaciones e informática.
    Supachai Panitchpakdi, director general de la OMC, emitió un comunicado
    el primero de abril donde expresa su profunda desilusión al comprobar
    que los negociadores no lograron cumplir con el plazo fijado para solucionar
    los temas de los subsidios a la agricultura. En el mismo documento afirma que
    “cree que los funcionarios oficiales están comprometidos a lograr
    un entendimiento”.
    El plazo final para las negociaciones sobre agricultura y otros temas pendientes
    de esta ronda es el próximo mes de septiembre, cuando los ministros comerciales
    se reúnan en Cancún, México.

    “Si las fronteras se cierran…”

    Guy de Jonquiéres, jefe de la sección sobre comercio internacional
    del Financial Times, recordaba el 30 de marzo, en un ensayo, que Cordell Hull,
    secretario de Estado de Estados Unidos que hace 50 años contribuyó
    a sentar las bases del sistema multilateral de comercio internacional, dijo
    entonces que si los productos no pueden atravesar fronteras, serán los
    ejércitos los que lo hagan.
    Curiosamente coincide que Doha, la capital de Qatar y el lugar donde se iniciaron
    las actuales conversaciones, fue el comando central desde donde Estados Unidos
    dirigió su invasión a Irak. Y hoy la Ronda, que nació con
    la misión de promover la cooperación internacional, se encuentra
    convertida en una bolsa de gatos donde campean las divisiones y el doble discurso
    de sus miembros más poderosos.
    Llegó el 31 de marzo y los negociadores tuvieron que reconocer formalmente
    que no lograron establecer los parámetros para liberalizar la agricultura,
    el tema más importante y controvertido de la agenda de Doha.
    Ese fracaso consiste en no haber logrado para fin del año pasado dos
    acuerdos de fundamental importancia: dar tratamiento especial a países
    en desarrollo y suministrar medicinas esenciales a los países más
    pobres. En lugar de incentivar el espíritu conciliador, la intransigencia
    y la hipocresía condujeron a un callejón sin salida en el cual
    se llegó al plazo prefijado sin consenso para modificar sustancialmente
    la actual situación.
    Todo eso hace dudar de que las conversaciones lleguen a buen puerto para finales
    del año próximo. También preocupa la próxima reunión
    ministerial de la OMC a celebrarse en Cancún, México, en septiembre
    de este año. Lo más probable es que los temas no resueltos se
    sigan acumulando y que el progreso se dificulte más y más.

    No todo está perdido

    Pero los negociadores dicen que no todo está perdido. Recuerdan que la
    ronda Uruguay, terminó en desastre a pocos meses de comenzar en 1986
    y luego recomenzó para prolongarse durante seis años con avances
    importantes.
    La ronda actual, sin embargo, es muy diferente de aquella otra. Para empezar,
    la Organización Mundial del Comercio es una criatura muy diferente del
    organismo que la precedió: el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles
    (GATT, según siglas en inglés). Tiene muchos más miembros,
    casi todos pobres, que están decididos a pelear por el reconocimiento
    y conquista de sus derechos.
    El GATT estaba dominado por Estados Unidos y Europa; la OMC tiene importantes
    miembros nuevos, como China y Sudáfrica. Muchos países pobres,
    convencidos de que las naciones ricas acomodaron la ronda Uruguay en beneficio
    de sus propios intereses, están decididos a que esta vez la balanza se
    incline en sentido contrario.
    Los países pobres llevaron a la mesa de la “ronda del desarrollo”,
    como simbólicamente se la llamó, una propuesta: lograr que los
    países centrales reduzcan los subsidios a la agricultura ofreciendo a
    cambio la apertura de mercados a los servicios.
    Tres factores contribuyeron al comienzo de las conversaciones

    • Los ataques terroristas del 11 de septiembre, que convencieron a muchos
      gobiernos de la necesidad de mostrar solidaridad internacional.
    • La voluntad de Robert Zoellick (Estados Unidos) y Pascal Lamy (Unión
      Europea).
    • El temor de un nuevo fracaso de la OMC, después de la desastrosa
      reunión en Seattle en 1999.

    ¿Qué fue lo que pasó?

    La Ronda encalló debido a diferencias muy antiguas y de difícil
    solución. La primera fue la guerra en Irak. Si bien las tensiones políticas
    que creó no afectaron el debate en la OMC, al menos distrajeron la atención
    de los negociadores.
    Otro factor decisivo fue el doble discurso de Estados Unidos: mientras predicaba
    la doctrina de libre mercado en el extranjero, el año pasado el gobierno
    de George W. Bush elevó 30% los aranceles a las importaciones de acero
    –medida que lesiona a naciones latinoamericanas, fundamentalmente a Brasil–
    e incrementó cerca de 80% los subsidios a la agricultura en casa. Ese
    aumento significa US$ 196.000 millones en ocho años.
    De acuerdo con el instituto de Minneapolis, Estados Unidos coloca a precios
    de dumping cinco productos agrícolas básicos: maíz, soja,
    algodón, trigo y arroz.
    Esas medidas enfurecieron a muchos de sus socios comerciales y motivó
    que cuestionaran el verdadero compromiso de Estados Unidos con el sistema global
    de comercio.
    Francia fue también acusada de boicotear la Ronda cuando se opuso a liberalizar
    el comercio agrícola.
    El mundo de los negocios tampoco puso mayor interés en el éxito
    de las conversaciones. Muchas grandes empresas, especialmente aquellas con operaciones
    orientadas hacia Estados Unidos y Europa, parecen estar bastante satisfechas
    con el acceso a los mercados tal como está, y creen que las ventajas
    que se podrían obtener con una mayor apertura no justifican los esfuerzos
    necesarios para lograrla. A muchas les preocupa la debilidad de la economía
    mundial y otras –como los grupos de telecomunicaciones y de seguros–
    están afectadas por problemas financieros.
    De los miembros de la OMC, la Unión Europea (UE) fue la que más
    empeño puso en la iniciación de las negociaciones. Sin embargo,
    la porfiada resistencia de un grupo liderado por Francia a liberalizar el comercio
    agrícola, puso a la Unión en un aprieto.
    El objetivo ahora es encontrar la forma de destrabar la situación introduciendo
    reformas a la política agraria común europea (PAC) cambiando los
    subsidios por planes menos distorsionantes del comercio internacional, como
    por ejemplo proyectos de desarrollo rural. La comisión europea quisiera
    que las propuestas fueran adoptadas para mediados de año, pero es poco
    probable que algunos miembros –como Francia– estén de acuerdo.

    La reactivación de las conversaciones va a requerir algo más que
    un cambio en la posición de la Unión Europea sobre el tema agricultura.
    Mucho depende de que Bruselas y Washington puedan reavivar la cooperación
    efectiva que mostraron antes de la reunión de Doha.
    Pascal Lamy (comisionado de la UE) y Robert Zoellick (representante comercial
    de Estados Unidos) están en buenas relaciones personales, pero para hacer
    las concesiones necesarias para llegar a acuerdos, necesitan de sólidos
    apoyos políticos; todavía no se sabe hasta qué punto la
    autoridad y el margen de maniobra que ambos tienen se verán afectados
    por las divergencias generadas a raíz de la guerra a Irak. M