No tardaron en hacerse oír las críticas al “proteccionismo
norteamericano”, como la que surgió de la reunión cumbre
de la alimentación patrocinada por las Naciones Unidas, donde representantes
de países de África y Asia destacaron la contradicción
entre la prédica de libre comercio y la protección de los mercados
propios que implementa el gobierno de Estados Unidos. Otro tanto hicieron voceros
de la Unión Europea, quienes amenazaron con boicotear productos agrícolas
norteamericanos.
En conferencia de prensa, Robert B. Zoellick, representante comercial de Estados
Unidos, reprochó a Canadá, Japón y las naciones europeas
que levantaran sus propias barreras comerciales a los productos agrícolas
mientras “tiran piedras” a los subsidios estadounidenses, los cuales
–sostuvo– estaban dentro de los límites fijados por la Organización
Mundial del Comercio. “Europa gasta tres veces más que Estados Unidos
en subsidios”, dijo.
Economistas canadienses afirmaban que los subsidios estadounidenses tienen un
efecto particularmente dañino para los países pobres de África.
El primer ministro de Canadá, Jean Chrétien dijo en esa oportunidad
que el mayor favor que los países ricos podían hacer a África
era bajar los subsidios, las cuotas y los aranceles a las importaciones.
Pero Zoellick y la secretaria de Agricultura, Ann M. Veneman, afirmaron que
no era cierto que los granos subsidiados de su país estuvieran generando
una saturación de los mercados de granos y algodón, con la consecuencia
natural de reducción de precios internacionales y daño a los productores
de los países pobres. “No estamos violando la ley internacional
y no hemos cambiado el acceso al mercado de nuestro país”, dijo
Veneman. “Por lo menos 91% de los productos africanos entra a este país
libre de impuestos”.
Zoellick añadió que Estados Unidos estaría en mejor posición
negociadora en las conversaciones sobre comercio internacional precisamente
porque los agricultores estadounidenses están recibiendo cantidades récord
de subsidios dentro de los límites impuestos por la OMC. “Vamos
a negociar defendiendo los intereses de nuestro país”, dijo Zoellick
.
Uno de cada tres acres plantados en Estados Unidos produce alimentos o fibras
destinados a la exportación. Con los mercados nacionales ya en estado
de saturación, el comisionado de Estados Unidos está obligado
a buscar la apertura de mercados extranjeros.
En el Congreso, los opositores a la ley agrícola sostienen que los subsidios
amplían la brecha entre los agricultores ricos y pobres del país.
Los que defienden la ley argumentan que los agricultores más grandes
merecen subsidios mayores, aunque eso signifique que 1% de los agricultores
nacionales reciba la mayor parte de la ayuda.
Por su parte, el Gobierno sostiene que los subsidios son un tema secundario,
que el problema real son las barreras comerciales. Estados Unidos está
dispuesto, dice Bush, a eliminar sus barreras comerciales si todos los demás
países hacen lo mismo.
Los países pobres contestan que los dos temas son dos caras de la misma
moneda: no se pueden dividir.
Haz lo que yo digo mas no lo que yo hago
Mientras en Estados Unidos el Congreso aprobaba los US$ 100.000 millones en
nuevos subsidios a los agricultores nacionales para los próximos 10 años,
en la sede de la Organización Mundial del Comercio en Ginebra, los grandes
grupos agrícolas estadounidenses dedicaron dos días enteros a
hacer lobby para convencer a Sudamérica, África, Asia y Europa
de que reduzcan subsidios y abran mercados a más productos estadounidenses.
Simultáneamente el presidente Bush conseguía que el Congreso le
otorgara autoridad para cerrar acuerdos comerciales bilaterales mediante “vía
rápida”.
Pero la ley que triplicó los subsidios estadounidenses al agro provocó
el endurecimiento de las fuerzas proteccionistas en Europa, donde los subsidios
son mucho más altos. La indignación se hizo escuchar también
en Brasil, donde los líderes de la mayor economía de Sudamérica,
criticaron duramente la negativa de Estados Unidos a reducir los gravámenes
al azúcar, maíz, jugo de naranja y textiles.
La última gota en toda esta secuencia de provocaciones fue la imposición,
por parte de la Administración, de nuevos aranceles al acero extranjero.
La Unión Europea amenazó con aplicar medidas retaliatorias a las
importaciones estadounidenses y denunció a Estados Unidos ante la Organización
Mundial del Comercio.
La ronda de conversaciones que se celebraba en marzo de este año significaba
para Estados Unidos –el país con el mayor déficit comercial
del mundo– la oportunidad de aumentar exportaciones de agricultura y servicios.
Agricultura es uno de los pocos rubros donde exhibe gran excedente comercial.
Los subsidios agrícolas, aun después del notable aumento decidido
en 2002, representan sólo la tercera parte de los europeos. Eso significa
que los productos norteamericanos habrían tenido la posibilidad de tener
más penetración en los mercados mundiales si Doha 2003 hubiera
mostrado resultados concretos en reducción mundial de aranceles y subsidios.
En servicios –desde aerolíneas hasta asesoramiento contable, técnico
y financiero–, Estados Unidos ya exporta US$ 266.000 millones al año
y en 2001 arrojó un excedente de US$ 73.000 millones. En el rubro de
productos manufacturados los aranceles –si bien comparativamente bajos–
siguen siendo importantes en muchos países y son una barrera a los productos
estadounidenses.
Pero Zoellick ha mostrado a las claras que prefiere firmar acuerdos bilaterales
de apertura de mercados con Chile, con países de Centroamérica
y África del sur. El proyecto final es lograr que todos los países
de Sudamérica formen parte del acuerdo hemisférico de comercio
libre para principios de 2005. Ese tema interesó siempre mucho más
a Estados Unidos que la ronda que comenzó en Doha en noviembre de 2001
y debe culminar el primero de enero de 2006.
A esa ronda asistió Estados Unidos, con la Unión Europea simultáneamente
en el papel de aliado y adversario. Ambos bloques tenían sus intereses
en la reducción de barreras arancelarias a los servicios y productos
manufacturados en los mercados mundiales. En esas áreas tanto los mercados
europeos como el de Estados Unidos son comparativamente abiertos.
China, con su enorme economía en permanente crecimiento, sabía
de antemano que debía comprometerse a abrir su mercado a cambio del ingreso
a la Organización Internacional del Comercio.
Zoellick llegó a la mesa de negociaciones con algo concreto para mostrar.
Escasos meses antes su país había hecho pública una ambiciosa
propuesta de recortar las barreras agrícolas en todo el mundo. Concretamente,
el plan prevé la reducción del promedio global para aranceles
agrarios de 62% a 15% y bajar los subsidios agrarios a 5% de la producción
agrícola de todos los países. El plan significaba que los subsidios
estadounidenses caerían a US$ 10.000 millones de US$ 19.000 millones.
Europa lo recibió con notable frialdad. El argumento esgrimido fue que,
según los términos de la propuesta, Estados Unidos reduciría
sus propias barreras mucho menos que la mayoría del resto de los países.
Mientras los subsidios agrarios anuales caerían casi a la mitad en Estados
Unidos, según cálculos de Zoellick, los subsidios de la Unión
Europea caerían alrededor de 80%, de US$ 60.000 millones a US$ 12.000
millones.
La idea era, según explicaron funcionarios estadounidenses, obligar a
los países que más subsidian a realizar las mayores reducciones.
“¿Está mal decir que aquellos que más protegen a sus
agricultures deberían también hacer las mayores reducciones?”,
preguntaba Zoellick a quien quisiera escucharlo. M