miércoles, 17 de diciembre de 2025

“Libros para ricos y pantallas para pobres”: la brecha cognitiva, peligro para la Democracia

Por Flavio Buccino, maestro y especialista en Gestión Educativa.

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La frase ha dejado de ser una simple hipérbole para convertirse en una seria advertencia sobre la dirección que está tomando la educación global y la inevitable amplificación de la brecha social y, sobre todo, política. Esta no es una crítica a la tecnología en sí, sino al uso diferenciado de esta herramienta, que amenaza con crear dos clases de ciudadanos: la élite, entrenada para la reflexión profunda, y la mayoría, habituada a la gratificación instantánea.

La evidencia más notable de esta paradoja se encuentra en el epicentro de la innovación tecnológica: Silicon Valley. Como han reportado medios como The New York Times y El País, los propios gurús y ejecutivos que diseñan las redes sociales y los gadgets adictivos envían a sus hijos a escuelas de “baja tecnología” o desconectadas.

Un ejemplo es la Escuela Waldorf de la Península, en Palo Alto, donde se prohíben las pantallas y se priorizan actividades como el tejer, escribir a mano con tiza y la lectura de libros en papel. La lógica es clara: la élite tecnológica es consciente de que el desarrollo cognitivo temprano se beneficia de la interacción humana, la lectura profunda y el enfoque sostenido, habilidades que sus propios productos tienden a socavar. Para sus hijos, el lujo es la desintoxicación digital y el desarrollo de un “músculo de la concentración”.

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La advertencia de la Neurociencia y el Riesgo Político

La tesis encuentra un fuerte respaldo en la ciencia. El neurocientífico francés Michel Desmurget, autor de “La fábrica de cretinos digitales” y “Más libros y menos pantallas”, sostiene que el consumo recreativo excesivo de dispositivos digitales es “absolutamente brutal” para el desarrollo intelectual de los niños.

El problema radica en que, en entornos con menos recursos y menor supervisión educativa en el hogar, la tecnología suele ser la forma más barata y accesible para ofrecer una actividad, predominando el uso lúdico y pasivo. Esto tiene una consecuencia directa sobre la esfera política:

La lectura profunda no es solo un placer intelectual; es un acto político. Es la principal herramienta para desarrollar el pensamiento crítico, la capacidad de cuestionar lo escrito y la habilidad de comprender argumentos complejos. Sin estas herramientas, como advierte Desmurget, un ciudadano es “permeable a las fake news y a informaciones que no se sostienen”.

Cuando la población mayoritaria se acostumbra a consumir información en ráfagas rápidas y fragmentadas a través de pantallas, su habilidad para procesar documentos de gobierno, debatir políticas públicas con argumentos sólidos o resistir la desinformación se atrofia. Analistas como la académica del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE), Carmen Sotomayor, han destacado que las carencias lectoras son “un problema para la democracia”, ya que dificultan la participación, el diálogo y la argumentación, elementos vitales para una sociedad plural e informada.

La Brecha de Calidad: “la gran divisoria”

El debate ya no se centra en la brecha de acceso (si la gente tiene internet o un dispositivo), sino en la brecha de uso o calidad. Si el acceso a las pantallas se limita a consumir contenido fragmentado y de ocio, mientras que el libro físico se reserva para cultivar las habilidades cognitivas de la élite, la tecnología se convierte en un factor de exclusión social en lugar de inclusión.

Esta disparidad en el desarrollo del pensamiento crítico amenaza con afianzar una jerarquía social donde la élite intelectual tiene las herramientas para el liderazgo y la manipulación de narrativas complejas, mientras que el resto de la ciudadanía carece de los filtros cognitivos necesarios para ejercer un voto informado y para defenderse de los discursos populistas simplificadores.

En el año 2009, Pierre Laurent, padre de tres hijos, ingeniero informático que trabajó en Microsoft, Intel y diversas startups, consultado por el diario El País decía (Nota del autor: que también podría aplicarse en referencia a lo que es un escuela): “No creemos en la caja negra, esa idea de que metes algo en una máquina y sale un resultado sin que se comprenda lo que pasa dentro. Si haces un círculo perfecto con una computadora, pierdes al ser humano tratando de lograr esa perfección. Lo que detona el aprendizaje es la emoción, y son los humanos los que producen esa emoción, no las máquinas. La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un niño pequeño limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración. No hay muchas certezas en todo esto. Tendremos las respuestas en 15 años, cuando estos niños sean adultos. ¿Pero queremos asumir el riesgo?”. Ya se cumplieron esos 15 años. Y no parece que las palabras de Pierre repiquen en muchos decisores políticos.

En última instancia, la lucha no es contra la pantalla, sino por la calidad de la atención y el tiempo de reflexión, esenciales para ser un ciudadano competente. Si la sociedad no interviene para fomentar la lectura y limitar el entretenimiento digital pasivo en todos los estratos sociales, la profecía se consolidará, garantizando que el conocimiento profundo y la habilidad para ejercer una democracia activa sigan siendo un privilegio.

El video Pantallas en la infancia: las preocupaciones que deberías conocer. De Michel Desmurget.

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