Por Verónica Dobronich (*)
Esta disonancia entre los anhelos ciudadanos y las decisiones de quienes detentan el poder ha creado un abismo que amenaza con desgarrar el tejido social.
El desencuentro es un murmullo que se convierte en grito, una lacerante sensación de desesperación que se apodera de cada rincón de la sociedad. En un tiempo en el que la confianza en las instituciones y sus representantes debería ser el pilar de una democracia saludable, se erige un muro de desilusión.
La angustia es la banda sonora de aquellos que sienten que sus voces caen en oídos sordos, que sus preocupaciones son relegadas a un segundo plano mientras la política avanza por un camino ajeno a sus verdaderas necesidades. La sensación de impotencia es palpable, como si cada ciudadano fuese una gota en el océano, incapaz de influir en la marea política.
La saturación
La saturación es el fruto del bombardeo constante de noticias, de discursos que prometen el cambio pero que rara vez se traducen en acciones palpables. Es el peso de las promesas incumplidas, de los intereses partidistas que parecen primar sobre el bienestar colectivo.
La sociedad ve con desaliento cómo los debates políticos se centran en cuestiones superficiales, mientras los problemas reales se desdibujan en el horizonte. La brecha entre el discurso político y la realidad cotidiana se vuelve cada vez más amplia, generando una sensación de alienación y desapego.
Gestión de emociones y reconexión
Ante este panorama desolador, es imperativo buscar vías de reconciliación entre la política y la sociedad. La gestión de emociones se convierte en una herramienta fundamental en este proceso. Es necesario reconocer y validar las frustraciones y la desilusión, canalizando estas energías hacia la acción constructiva.
El diálogo, la transparencia y la empatía deben ser los pilares sobre los que se construya un nuevo entendimiento. Los líderes políticos deben recordar que su mandato emana del pueblo y que su responsabilidad es representar fielmente sus intereses.
La sociedad, por su parte, debe mantenerse vigilante y activa, exigiendo a sus representantes que estén a la altura de las circunstancias. La participación ciudadana no debe limitarse a las urnas, sino que debe impregnar cada faceta de la vida pública.
En síntesis, el desencuentro entre política y sociedad es un llamado de atención que no puede ser ignorado. La angustia y la saturación que se apoderan de la sociedad son signos de un sistema que requiere de una profunda introspección y reforma. Es hora de construir puentes, de tender la mano y escuchar las voces que han sido relegadas al margen. A través de la gestión de emociones y el diálogo constructivo, podemos iniciar el camino hacia una sociedad en la que la política y los ciudadanos caminen juntos hacia un futuro más prometedor.
(*) Cofundadora de “Gimnasio de emociones”