Por David Barrado Navascués (*)
Una decena de países o agencias espaciales multinacionales han conseguido poner sondas orbitando alrededor de la Luna, pero solo tres las han posado de forma controlada sobre su superficie y, hasta ahora, solo astronautas de EE. UU. han dejado su huella sobre ella. Sin embargo, la exploración de nuestro satélite se acelera y numerosos actores, incluyendo empresas privadas, se están sumando a este proceso.
La llegada del primer hombre a la Luna en 1969, con el programa norteamericano Apolo, supuso un gran hito en la exploración espacial, pero no fue el primer paso. La extinta Unión Soviética, en plena carrera espacial, había conseguido antes tanto alcanzar su superficie impactando la sonda Luna-2 en 1959, como poner en órbita la Luna-9 en 1966. Incluso lograron posarse en la Luna, tomar muestras y traerlas de regreso a la Tierra en 1976 con la nave no tripulada Luna-24.
Sin embargo, esta competición se saldó con una rotunda victoria norteamericana, al carecer los soviéticos de las capacidades requeridas para llevar y traer de vuelta una tripulación humana hasta nuestro satélite.
Japón, Europa, China y la India también quieren ir a la Luna
Tras la competición entre las dos superpotencias, se estableció una fase de exploración mucho más relajada en la que Japón, Europa, la Agencia Espacial Europea, China y la India se unieron a este esfuerzo. Durante las siguientes cuatro décadas fueron muy pocas las misiones que analizaron en profundidad nuestro satélite, siempre orbitándolo, o mediante violentos impactos, sin regresar a la superficie para realizar investigaciones in situ.
En los últimos años el número de misiones se ha incrementado de manera considerable, y otras naciones o corporaciones se han unido, bien con sus propias naves o como pasajeros de proyectos más ambiciosos. Así, Luxemburgo, Israel, Corea, Italia y los Emiratos Árabes Unidos tienen o participan en programas de exploración lunar. Pero ¿por qué esta eclosión, este nuevo interés?
Las razones de la nueva épica lunar
La Luna va a ser clave en las siguientes etapas de la exploración espacial, y tal vez en la posible colonización humana de otros cuerpos celestes.
Los planes de distintas potencias espaciales incluyen a nuestro satélite como estación de tránsito hacia Marte y los asteroides. El planeta rojo es el de más fácil acceso y en muchos aspectos es el más parecido a la Tierra. Por su parte, algunos asteroides, muy numerosos y en algunos casos de órbitas cercanas, tienen gran riqueza en minerales estratégicos. Pero además, la Luna tiene un interés intrínseco, tanto desde el punto de vista científico –a veces olvidado– como comercial.
Así, su riqueza en helio-3, un isótopo que pudiera ser esencial en futuras centrales termonucleares, tal vez sería suficiente para justificar la colonización de la Luna. Sin embargo, la viabilidad técnica y económica de esta supuesta fuente de energía limpia está por demostrar, aunque de serlo estaríamos ante un mercado de billones de euros de múltiples implicaciones geoestratégicas.
Por otra parte, el subsuelo lunar parece ser rico en diferentes materiales como aluminio, hierro y titanio, que podrían resultar indispensables para la expansión humana más allá de los limitados confines de nuestro planeta.
Sin embargo, en la actualidad el santo grial lunar es el agua, una ingente cantidad localizada en su polo sur, protegida por las sobras de sus profundos cráteres, resguardada de la radiación solar que la sublimaría, provocando su escape y pérdida. El agua es indispensable para el desarrollo de bases humanas y también como fuente de hidrógeno y oxígeno, para combustibles de cohetes. Esto es, un eslabón imprescindible en la explotación potencial de los recursos de los asteroides o la colonización marciana.
Finalmente, esta nueva fase de la exploración lunar está marcada por lo que se denomina con el término anglosajón softpower: la imagen que un país proyecta, su potencial tecnológico (y, en cierta medida, militar). El éxito de las complejas misiones lunares certifican la tecnología de las compañías que participan en el proceso, bajo las condiciones más extremas. Es, por tanto, una de las mejores cartas de presentación de una nación.
Cooperación y tratados internacionales
No es esta la primera carrera por el control de recursos naturales. Tanto el Tratado de Tordesillas, que repartió gran parte del mundo entre Portugal y España en 1494, como el reparto de África en la Conferencia de Berlín de 1884 son buenos ejemplos de ello. En la parte positiva, el Tratado Antártico, que enfatiza la cooperación científica y rechaza las nuevas reclamaciones de soberanía, o la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.
De hecho, las actividades fuera de la Tierra están reguladas por varios acuerdos internacionales, entre los que destaca el Tratado del Espacio Exterior en vigor desde 1967, que proporcionar libre acceso espacio a todos los objetos celestes, y que estos no pueden ser reclamados por ningún estado o individuo. Por tanto, el espacio exterior y los cuerpos más allá de nuestro planeta son propiedad conjunta de toda la humanidad.
De hecho, ya existen varios ejemplos de cooperación científico-técnica: Rusia ha anunciado su intención de colaborar con China, y la India lo hace ya con Japón. Pero el proyecto más ambicioso posiblemente sea Artemis, el acuerdo internacional liderado por EE. UU. para regresar a la Luna. Al menos 28 países ya han firmado el acuerdo.
Artemis supondrá una inversión de al menos 100 000 millones de dólares y representará el regreso del ser humano a la superficie de nuestro satélite. Pero es mucho más ambicioso, ya que podría suponer el inicio de las bases permanentes en nuestro satélite y el establecimiento de una estación de tránsito, denominada Gateway, hacia otros cuerpos celestes.
El éxito indio en el alunizaje de la sonda Chandrayaan-3 pone de manifiesto, una vez más, lo indispensable que es la cooperación internacional. Como decían los romanos, “lo que a todos atañe debe ser decidido por todos”. Y lo que es más importante, debe ir en beneficio de todos.
(*) Profesor de Investigación Astrofísica, Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)