Cuando durante la pandemia cayó la demanda de petróleo, Donald Trump pidió a Rusia y Arabia Saudita que recortaran la producción para restaurar el orden en los mercados energéticos. Aquel pedido fue concedido. Pero ese pedido de cooperación ya no existe.
Tampoco existe más la vulnerabilidad de Estados Unidos ante otros productores de gas y petróleo.
La violenta subida de los precios desencadenada por la invasión rusa a Ucrania altelraron los patrones tradicionales del comercio global de energía.Y el resultado es que se acabó el dominio petrolero de Rusia en Europa.
Los productores norteamericanos de gas y petróleo se han recuperado en ganancias y en exportaciones. La administración Biden avanzó con la legislación climática, destinada a romper con décadas de dependencia de los combustibles fósiles. Esa ventaja se presenta como duradera. En Europa pues, con la guerra en Ucrania, muchos países europeos y asiáticos firmaron acuerdos con Estados Unidos para seguir comprando energía norteamericana mie ntras hacen la transición hacia las energías limpias.
Pocos días después de que las tropas rusas entraran en Ucrania, Bruselas había presentado REPowerEU, un plan para reducir drásticamente las importaciones de gas ruso antes de finales de 2022, sustituirlas antes de 2030, reducir el consumo de energía y “acelerar la transición ecológica”.
Los países occidentales siguieron con duras sanciones contra el sector energético ruso. El pasado mes de septiembre, unas misteriosas explosiones destruyeron parte del enorme sistema de gasoductos Nord Stream, que une Rusia y Alemania.
Según la Agencia Internacional de la Energía, en 2021 Rusia había suministrado a Europa unos 150.000 millones de metros cúbicos de gas natural al año, es decir, aproximadamente el 40% de la demanda de la UE. El colapso de esos suministros el año pasado elevó los precios del gas a un récord por encima de los 343 euros por megavatio hora, lo que desató el temor a una catástrofe económica y humanitaria en el continente y una carrera en busca de alternativas.
Pero, incluso con las exportaciones rusas a Europa a una fracción de su nivel anterior a la guerra, las reservas de gas natural almacenado en el continente siguen siendo abundantes. Los precios han retrocedido a los niveles anteriores a la crisis. El suave invierno ayudó, y la recesión redujo aún más la demanda. Ahora parece que “Rusia ha perdido la batalla energética” con Europa, según Fatih Birol, director ejecutivo de la AIE.
Si es así, Estados Unidos está recogiendo parte del botín. En el caso del petróleo, las sanciones occidentales, como la limitación de precios del G7 a las exportaciones rusas, han reducido su cuota de mercado en Europa. Las exportaciones estadounidenses y de Oriente Medio han llenado el vacío, mientras que Rusia ha enviado barriles con descuento a Asia.
“Los flujos comerciales se han invertido, y los principales beneficiarios son los exportadores de Oriente Medio y Estados Unidos”, afirma Amrita Sen, responsable de investigación de la consultora Energy Aspects.
La guerra ha sido una bendición para la creciente industria estadounidense del gas natural licuado. Hasta la invasión, China y otros países en desarrollo ofrecían a los exportadores estadounidenses de GNL los mercados más prometedores. Ahora, la sed europea de este combustible ha aumentado la competencia por el suministro.