Por Simon J Smith (*)
Con el recuerdo de la “guerra de invierno” de 1939 todavía presente, el acuerdo incorporó la doctrina Paasikivi-Kekkonen, llamada así por dos de los presidentes finlandeses de posguerra que desarrollaron entre 1946 y 1982 la idea de una Finlandia neutral cercana a la URSS.
También estableció el contexto para el término finlandización utilizado por los estudiosos de las relaciones internacionales para describir la interferencia externa de un país poderoso en la política exterior de un estado vecino más pequeño. Un año después, el 4 de abril de 1949, los 12 miembros fundadores de la OTAN firmaron el Tratado del Atlántico Norte.
Durante la Guerra Fría, Finlandia se mantuvo neutral, aunque más por las circunstancias que por decisión propia. Y a pesar de sus 1 340 km de frontera con Rusia, optó por no incorporarse a la OTAN a finales de la década de 1990, al igual que muchos de sus vecinos de Europa del Este.
Abandonó oficialmente su política de neutralidad en 1994, uniéndose a la Asociación para la Paz de la OTAN y después a la Unión Europea en 1995. Pero las aspiraciones de convertirse en miembro de pleno derecho de la OTAN aún no habían madurado. Todo terminó con la segunda invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022.
Finlandia (y Suecia) presentaron sus solicitudes formales para unirse a la alianza el 18 de mayo de 2022, una petición que fue respaldada por los miembros de la OTAN en la última cumbre en Madrid en junio, un mes después.
Aunque la adhesión a la OTAN ha sido relativamente rápida, algunos miembros, sobre todo Turquía y, en menor medida, Hungría, presentaron ciertas objeciones. Turquía retrasó la adhesión de Finlandia –y sigue frenando la de Suecia– debido a su preocupación por lo que calificó de apoyo a grupos terroristas, concretamente al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
Hungría también expuso reparos por lo que consideraba críticas de los países nórdicos a la fortaleza de la democracia húngara. Pero el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, declaró recientemente que confía en que Suecia pueda convertirse en miembro antes del verano.
Visión desde Moscú
Si Putin esperaba conseguir la finlandización de la OTAN como uno de sus objetivos estratégicos de la guerra, lo que en realidad ha conseguido ha sido la otanización de Finlandia, ya que ahora se ha convertido en el 31º Estado miembro de la alianza. Con ello llegan las garantías del Artículo 5: un ataque a un miembro es un ataque a la alianza en su conjunto y debe responderse como tal.
Esto cambia fundamentalmente la postura de Finlandia en temas de defensa y seguridad, y la arquitectura de la seguridad europea en su conjunto. Las implicaciones incluyen el tamaño y el enfoque geográfico de la alianza (aún más si Suecia se une en un futuro no muy lejano), así como las relaciones interorganizativas entre la OTAN y la UE, el otro pilar clave de la arquitectura de seguridad europea.
Y Finlandia no tiene que acelerar para ponerse al día para cumplir sus compromisos con la OTAN. De hecho, Finlandia será un contribuyente neto a la defensa colectiva global de la alianza. En los últimos años, ha modernizado sus fuerzas armadas, ha adquirido sólidas capacidades militares y, a diferencia de la mayoría de los Estados miembros, cumple el objetivo de la OTAN de destinar el 2 % del PIB a su propia defensa.
Por supuesto, Putin ha lanzado advertencias a Finlandia (y Suecia) sobre su adhesión a la alianza. En 2016, el presidente ruso declaró que “cuando miramos ahora al otro lado de la frontera, vemos a un finlandés. Si Finlandia se une a la OTAN, veremos a un enemigo”.
Aunque ha habido señales contradictorias respecto a la opinión de Rusia sobre el derecho soberano de Finlandia a unirse a una organización de defensa colectiva si así lo decide (aunque Rusia no hace extensiva esta postura a Ucrania), le preocupa seriamente que la OTAN sitúe capacidades militares en Finlandia, en su frontera –y cerca de su geografía y de bases rusas con gran importancia estratégica–.
Rusia está muy centrada en corregir sus errores estratégicos en Ucrania, pero en algún momento empezará a recuperarse y, por tanto, a reconstituir sus fuerzas armadas y su postura militar. Podría ser especialmente preocupante la dependencia de Rusia de su postura nuclear para compensar su (temporalmente) menor competencia respecto a las capacidades convencionales.
No sabemos lo que nos depara el futuro. Sin embargo, tanto por la duración como por el resultado final de la guerra, Rusia seguirá teniendo problemas de seguridad. Y ahora tiene una frontera con la OTAN que se extenderá desde el Alto Norte hasta el Mar Negro y más allá. Esto garantizará tensiones continuas entre la Alianza y Rusia en los años venideros.
La OTAN se considera fundamentalmente una organización de defensa colectiva, cuya fuerza principal es la disuasión (nuclear). Rusia seguirá viendo a la Alianza como una pieza clave que socava su percepción de la amenaza y su capacidad para influir en su propia situación en el exterior. Por eso, cuando se iza la bandera finlandesa en el cuartel general de la OTAN en Bruselas, sería ingenuo pensar que Rusia no responderá, aunque su poder para hacerlo esté actualmente algo disminuido.