lunes, 25 de noviembre de 2024

No hay democracia sin parte política, económica y social.

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Las generaciones milenial y posteriores no sabemos lo que es vivir sin democracia. No lo imaginamos. Para nosotros es normal ver campañas electorales y votar cada cierta cantidad de años, y quejarnos de nuestras figuras políticas.

Por Agustín Joel Fernandes Cabal (*)

 

Incluso, manifestarnos en las calles para exigir un cambio de rumbo en la política nacional. Pero ¿somos conscientes de lo frágil que se han tornado las democracias? ¿Le damos a la democracia el valor que de verdad tiene? Y una pregunta retórica más importante: ¿Estamos dispuestos a defenderla?

Antes de continuar, quisiera caer adrede en un simplismo y dividir al mundo en dos: Oriente y Occidente. Lo que entendemos por democracia es una mirada occidental, muy distinta de la visión de ella, de la representatividad y la política que se tiene en Oriente. El concepto de democracia que todos conocemos es solo de una parte de la humanidad y, quizás, ni siquiera de la más populosa. Para no desviarme mucho del eje del artículo, solo quisiera recomendar la lectura de Orden Mundial, de Henry Kissinger, para tener una visión más profunda de esta simple división del mundo.

El 10 de diciembre de 1983, el entonces presidente de la República Argentina, Raúl Alfonsín, pronunciaba una de las frases más recordadas de la historia de la democracia del país latinoamericano, después de una década de dictadura militar: “Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Pese a todas las críticas que recibió, Alfonsín no estaba errado.

Política, económica y social

El concepto de democracia al que Raúl Alfonsín hacía referencia es el de democracia política, que es uno de los que engloba el gran concepto de la democracia. El politólogo italiano Giovanni Sartori, en su obra ¿Qué es la democracia?, nos advierte de que el concepto de democracia es un concepto total y no es posible la partición de la misma: no hay democracia sin la democracia política, económica y social. Sin la garantía de estas tres partes no existe.

Esta puntualización es importante ante sectores que vanaglorian la democracia económica sobre la democracia política o social, justificando regímenes autocráticos o dictaduras militares que no respetan a las minorías solo por un buen manejo de la economía. Es importante redundar en que, sin elecciones justas y libres, respeto por las minorías y una economía libre, no hay democracia.

Ahora bien, ¿es la democracia infalible? ¿Es correcto delegar los destinos de un país y, por ende, los de millones de personas a un conjunto de individuos? Las respuestas son sí y no, respectivamente. Pero es sano repensarlo y abrir el debate.

La democracia llevó a Trump a la presidencia

La democracia llevó a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, quizás una de las democracias más importantes y fuertes del mundo. La democracia ha elegido y reelegido a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro en Venezuela. En Gran Bretaña se votó democráticamente por la salida de la Unión Europea, con sus consecuencias desastrosas. Entonces, si la democracia se equivoca tanto, ¿por qué es tan buena?

Una respuesta podría ser que es la única forma que hay para que toda la población pueda elegir a sus representantes y que garantiza que la mayoría electa respetará a la minoría. Esto coincide con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Al mismo tiempo, la democracia no ha sabido articular correctamente con sus actores la forma más eficiente de llevar a cabo un control de calidad de la política. Ya sea en repúblicas o en democracias parlamentarias, las mayorías elegidas por el voto popular siempre han encontrado filtraciones en su sistema para poder evadir los controles establecidos y, de esta forma, forzarlo o romperlo. Así es como los golpes de Estado pasaron de ser llevados a cabo por agentes externos a ser desarrollados por la propia fuerza: romper el sistema desde dentro.

¿Hay algo mejor?

Si vemos que la democracia tiene tantas falencias, si ha cometido tantos errores, ¿no es momento de pensar otra forma de gobierno? Puede ser. Es sano pensar constantemente cómo elegimos a nuestros representantes, cómo controlarlos y los diferentes aspectos que abarcan las reglas generales que rigen en un territorio. Sin embargo, y quizás sea por falta de creatividad, no hay nada que supere a la democracia liberal que hoy conocemos en Occidente (único tipo posible, según Sartori). ¿Es posible diseñar algo mejor?

(*) Investigador predoctoral en Filosofía, Universidade de Santiago de Compostela

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