domingo, 22 de diciembre de 2024

Cuatro razones para ser optimistas

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¿Cómo aproximarse a la pospandemia? ¿Con qué lentes ver el mundo? El tiempo es un factor fundamental para los análisis.

Si, por ejemplo, nos alejamos de lo inmediato, es probable identificar motivos que justifiquen un moderado optimismo. Sin embargo, en el muy corto plazo acechan el escepticismo y la inquietud.

 Cuatro fenómenos apuntan en esa dirección:

  • el COVID-19 bien puede fortalecer una tendencia que antecedió el estallido del virus pero que la pandemia reveló decisivamente: el valor de las políticas públicas, en diferentes ámbitos y asuntos, basadas en la evidencia. En un horizonte temporal más amplio, será cada vez menos funcional y más costoso responder a las demandas ciudadanas de bienestar, equidad y justicia desde la retórica, el arrebato o el dogma. Será clave sustentar las políticas públicas con más y mejor información, conocimiento, aprendizaje e investigación;
  • a nivel mundial apenas el 8 % ciento de las mujeres está al frente de los ejecutivos de los 193 países con asiento en la ONU. Sin embargo, entre los diez casos relativamente más exitosos en el abordaje de la pandemia, la mayoría ha sido en naciones gobernadas por mujeres. La lucha por la igualdad de géneros se acelerará y el progresivo empoderamiento de las mujeres traerá cambios significativos en el campo de las ideas, la política, la economía, la diplomacia y la ciencia; entre otras;
  • es importante confiar en la juventud. En un estudio (Growing Up in a Receession) de 2014 publicado en el Review of Economic Studies, Paola Giuliano y Antonio Spilimbergo muestran cómo un shock macroeconómico en los años iniciales de la adultez moldea las preferencias a favor de la redistribución e inciden en la votación por opciones progresistas. Los jóvenes que viven una situación socioeconómica crítica se comportan como adultos con más sensibilidad hacia la equidad. Es de esperar entonces que el impacto global del coronavirus sobre la juventud se refleje, en el futuro, en una disposición y un compromiso contra la desigualdad; y
  • es posible que gradualmente el ser humano comience a desarrollar una relación alternativa, menos antropocéntrica, con la naturaleza. El COVID-19 hizo realidad aquello que se ha venido argumentando por décadas acerca del deterioro ambiental y su vínculo con las acciones del hombre sobre la naturaleza, así como la transmisión de enfermedades de animales a las poblaciones. Es posible que esta nueva pandemia letal haya confirmado, finalmente, la importancia de reconciliar al hombre con el hábitat.

Corto plazo

Ahora bien, si enfocamos el lente de nuestra mirada en el muy corto plazo hay justificadas razones para el escepticismo y la inquietud. Es muy probable que no haya un viraje rotundo en los principales tres “tableros” globales a evaluar.

Con respecto a las relaciones internacionales, la transición de poder, prestigio e influencia de Occidente (básicamente, Estados Unidos) a Oriente (en esencia, China) ha ingresado en una fase de aguda disputa entre Washington y Beijing: eso trasciende a Donald Trump y a Xi Jinping.

En términos de la política mundial, el auge de una globalización hegemonizada por la financiarización—preeminencia de intereses, agentes e instituciones financieras—y su efecto sobre el debilitamiento del Estado de bienestar y la ampliación de la desigualdad, no parece modificarse de modo sustantivo a pesar de la invocación a favor de un mayor rol del Estado y del reconocimiento de la centralidad de políticas industriales para generar empleo.

Con relación a las organizaciones intergubernamentales, ha sobresalido una honda crisis del multilateralismo: la erosión de algunos organismos y de varios regímenes precedió a la pandemia, y nada indica que se vaya a revertir en lo inmediato.

En suma, asistimos a un escenario plagado de fricciones interestatales, reacomodos mundiales y fragilidades institucionales. Por ello, no debe sorprender la factibilidad de una fuerte depresión económica, de una acentuada tensión geopolítica y de un preocupante deterioro del multilateralismo. Se avecina quizás una coyuntura de certezas amenazadoras y de turbulencias descontroladas que recorrerá diferentes países y sacudirá distintos gobiernos.

Con esa doble mirada de largo y corto plazo, ¿cuál podría ser, el menos en esta hora, la política exterior de la Argentina? Quizás sea tiempo de una política exterior “maquiavélica” en su sentido virtuoso. Me refiero explícitamente a la idea que Nicolás Maquiavelo expresa en El Príncipe, cuando destaca y cuestiona el “que muchos crean y hayan creído que las cosas del mundo están regidas por la fortuna y por Dios”. A esa creencia le antepone el valor y el alcance de la virtud cuando aconseja “proceder con moderación, prudencia y humanidad”.

Hoy, en tiempos de desasosiego y contingencia, quizás la realpolitk internacional de la Argentina radica en la modestia y la flexibilidad.

(*) Vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella.

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