vez veían el interior de una casa o la calidez de una sonrisa. Hoy en cambio comparten y hasta modifican la vida de sus dueños. Hoy los animales son parte de la familia: les hablamos, los mimamos los queremos mientras viven y los lloramos cuando mueren. Cualquiera de estas cosas asombraría a nuestros ancestros.
Vivimos un momento sin igual en la historia de estos animales. El cambio demográfico combinado con normas sociales imponen un nuevo tipo de relación entre dueño y mascota. Cuando la economía decae , las viviendas se achican y las familias se dispersan, ¿con quién nos vamos a sentir más cercanos? ¿Con una hermana que vive en el otro extremo del país a quien vemos como mucho una vez al año o a quien siempre está allí?
Mucha gente se aferra a sus mascotas para llenar el vacío que dejaron los hijos al partir y, por lo tanto, se han quedado con mucho tiempo disponible. Lo hacen a pesar de los límites que impone cuidar un animal a la libertad de no tener hijos a cargo. Se han hecho experimentos analiza la recuperación de personas que han tenido una operación cardíaca, los que tienen animales se recuperan antes y sacan a pasear a sus perritos. Los médicos explican que los animales nos proporcionan un propósito en la vida un algo por qué vivir, una obligación altruista de ser activos.
Así, hoy los animales duermen en nuestras camas, comparten nuestras comidas y tardes de televisión, dominan nuestras conversaciones enfluyen en la planificación urbana y absorben una parte importante de nuestro presupuesto.
Nuestras mascotas nos brindan, además, una lealtad difícil de encontrar en una economía en problemas: no nos juzgan ni nos dejan por alguien más joven ni chimentan a nuestras espaldas. Cada vez se los usa más en sesiones de terapia por su alto grado de afecto. No sienten nuestra necesidad de hacer distinciones superficiales entre lindo y feo, móvil o discapacitado, seguro y tímido.