Hasta no hace mucho el mercado gris de relojes – o sea el flujo de productos que se realiza por canales de distribución no autorizados por los fabricantes – era una especia de comercio en las sombras que provocaba cierta irritación a los fabricantes que sin querer lo dejaban existir. Se trata de piezas genuinas que llegan al mercado vendidas por retailers oficiales pero con pocos escrúpulos a precio de descuento ya sea a consumidores o a otros comerciantes.
Pero en los últimos cinco años más o menos, esa actividad se convirtió en un negocio multimillonario que viene a sumarse a los problemas de las marcas que luchan contra la caída de las ventas en los grandes mercados, als fluctuaciones de las monedas y la actitud de los consumidores más cuidadosos con sus gastos.
Las grandes marcas están intentando una serie de respuestas al peligro que entraña este mercado gris para el valor de sus marcas: reducen sus existencias, ponen servicios de reventa in-house y hasta comprando esas plataformas online que venden estas piezas. Esto último hizo el grupo de productos de lujo Richemont al comprar Watchfinder.
El negocio paralelo es un problema y nosotros lo estamos atacando recomprando nuestros relojes, dice Walter von Känel, CEO de Longines. Este problema llevó a Richemont — dueños de Cartier, IWC, Jaeger-LeCoultre y Panerai — a recomprar relojes a sus minoristas para impedir que los vendan en el mercado gris.
Esa actividad dudosa le costó al grupo 203 millones de euros en el año finalizado en marzo 2018 y 278 millones el año anterior. Muchas marcas de relojes censuran al mercado gris por varias razones. Una de ellas, porque los vendedores no autorizados muestran menos inclinación a dar una garantía o el sello del comerciantes a los consumidores. Pero el problema mayor es que la sobreoferta y los descuentos debilitan el valor del producto y de la marca.