La dieta GI, o de índice glucémico

La presentó el Sunday Times de Londres con bombos y platillos diciendo que no es dieta sino una nueva forma de comer para siempre. Tiene, como todas las anteriores, una buena base de sustentación con argumentos médicos. ¿Será la dieta del 2005?

25 enero, 2005

Fundamentalmente, esta dieta implica comer carbohidratos (fruta, vegetales y cereales) además de fuentes muy magras de proteínas (carne, pollo y pescado) y grasas no saturadas. Pero la clave de esta dieta “baja en índice glucémico” es que favorece los carbohidratos de digestión lenta (de bajo GI) como el pan de centeno, la avena y las pastas. Esos alimentos introducen un goteo de glucosa en el torrente sanguíneo en lugar de los altísimos niveles de azúcar en sangre que se producen después de ingerir carbohidratos de digestión rápida (de alto GI). Permite una ocasional bebida alcohólica o un trozo de chocolate y no obliga a pesar la comida ni a contar calorías. En un día normal, se puede comer avena con leche en el desayuno, un sándwich de pan árabe relleno con atún para el almuerzo y tal vez un plato de fideos con salsa para la cena. También permite tres refrigerios al día.

Los científicos han creado una escala para medir la velocidad a la que los hidratos de carbono y las bebidas afectan el nivel de glucosa (azúcar) en la sangre. Esa escala, el índice glucémico (GI en inglés) va de 0 a 100. Básicamente, los alimentos de alto GI son malos (porque levantan demasiado el nivel de glucosa en la sangre) y los de bajo índice GI son buenos.

Relación entre azúcar en sangre y pérdida de peso

Al digerir alimentos con alto índice GI, la sangre se satura de azúcar y el páncreas segrega mucha insulina, una hormona que elimina el exceso de glucosa de la sangre y le devuelve los niveles normales. Cuando en cambio se ingieren hidratos de carbono bajos en GI, se produce menos insulina. Expertos en nutrición creen que los altos niveles de insulina impiden o dificultan la quema de grasa y fomentan su almacenamiento (el exceso de glucosa se convierte en grasa) y el resultado es que el cuerpo necesita más hidratos de carbono de alto GI. Los de bajo índice GI producen bajo nivel de insulina, lo cual favorece la quema de grasa, desalienta su almacenamiento, disminuyendo el apetito. Así, desaparece el constante deseo de comer y la persona no tiene que confiar en su fuerza de voluntad para contenerse.

Según sus defensores, esta dieta es mucho mejor que cualquier otra porque no prohíbe grupos completos de alimentos (como las pastas, por ejemplo) ni tampoco las grasas al punto de convertir a los platos en una promesa de sinsabor.

Fundamentalmente, esta dieta implica comer carbohidratos (fruta, vegetales y cereales) además de fuentes muy magras de proteínas (carne, pollo y pescado) y grasas no saturadas. Pero la clave de esta dieta “baja en índice glucémico” es que favorece los carbohidratos de digestión lenta (de bajo GI) como el pan de centeno, la avena y las pastas. Esos alimentos introducen un goteo de glucosa en el torrente sanguíneo en lugar de los altísimos niveles de azúcar en sangre que se producen después de ingerir carbohidratos de digestión rápida (de alto GI). Permite una ocasional bebida alcohólica o un trozo de chocolate y no obliga a pesar la comida ni a contar calorías. En un día normal, se puede comer avena con leche en el desayuno, un sándwich de pan árabe relleno con atún para el almuerzo y tal vez un plato de fideos con salsa para la cena. También permite tres refrigerios al día.

Los científicos han creado una escala para medir la velocidad a la que los hidratos de carbono y las bebidas afectan el nivel de glucosa (azúcar) en la sangre. Esa escala, el índice glucémico (GI en inglés) va de 0 a 100. Básicamente, los alimentos de alto GI son malos (porque levantan demasiado el nivel de glucosa en la sangre) y los de bajo índice GI son buenos.

Relación entre azúcar en sangre y pérdida de peso

Al digerir alimentos con alto índice GI, la sangre se satura de azúcar y el páncreas segrega mucha insulina, una hormona que elimina el exceso de glucosa de la sangre y le devuelve los niveles normales. Cuando en cambio se ingieren hidratos de carbono bajos en GI, se produce menos insulina. Expertos en nutrición creen que los altos niveles de insulina impiden o dificultan la quema de grasa y fomentan su almacenamiento (el exceso de glucosa se convierte en grasa) y el resultado es que el cuerpo necesita más hidratos de carbono de alto GI. Los de bajo índice GI producen bajo nivel de insulina, lo cual favorece la quema de grasa, desalienta su almacenamiento, disminuyendo el apetito. Así, desaparece el constante deseo de comer y la persona no tiene que confiar en su fuerza de voluntad para contenerse.

Según sus defensores, esta dieta es mucho mejor que cualquier otra porque no prohíbe grupos completos de alimentos (como las pastas, por ejemplo) ni tampoco las grasas al punto de convertir a los platos en una promesa de sinsabor.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades