“Los hombres tienen precedencia sobre las mujeres, porque así lo prescribe Alá (…) Ante señales de desobediencia, podéis admonirlas, luego dejarlas solas en la cama, luego castigarlas”, reza el versículo IV de la surá 34. En la reciente edición italiana, el comentarista Hamza Piccardo señala que –en los hechos- la Sunná (canon teológico ortodoxo) no recomienda extremos. Pero la ignorancia o el fanatismo de muchos maestros musulmanes ha abierto paso a interpretaciones tan cerriles como los tres casos señalados.
Para peor, ben Har suele afirmar que “según el Corán, las mujeres carecen de alma”. Resulta por lo menos irónico que, hasta el siglo XVII, muchos teólogos cristianos –católicos, protestantes- dudasen de que los negros tuviesen alma o fueren humanos. Ambas actitudes ignoran un rasgo similar: en los comienzos del cristianismo y el Islam, los esclavos sí tenían alma y eran humanos. Así lo pensaban Pablo de Tarso, los padres de la Iglesia y los teólogos musulmanes hasta mediados del siglo XIII.
En ese momento (1258/62), los mongoles cayeron sobre Bagdad, capital del califato, e hicieron tal masacre que el Islam se encerró en sí mismo y olvidó su brillante apogeo inicial. En varios sentidos, la Reforma llevó al concilio de Trento (1545/62) y a una ola de intolerancia católica que recién empezó a agotarse en el siglo XIX, sólo porque la sociedad occidental se secularizó y se impuso el pensamiento científico.
No es casual que la posición social y política de la mujer en una parte de Occidente haya avanzado tanto. Tampoco es casual que tres formas de regresión cultural (ortodoxia judía e islámica, creacionismo evangélico) caractericen una triple ofensiva contra la civilización occidental, divergente en objetivos inmediatos pero no en su tónica fundamentalista.
Por supuesto, la prédica extremista de clérigos sunníes en Europa occidental es por ahora la mayor amenaza a las mujeres en todo el Islam. Estos desbordes explican también la persistencia de la circuncisión femenina en varios países africanos dominado por la ultraortodoxia sunní más ignorante. Cabe apuntar otro paralelo: los países protestantes cosificaban al negro para justificar el tráfico de esclavos. Exactamente lo mismo hacían los musulmanes en África desde el siglo XI. No es casual que la suerte de las mujeres a veces se pareciera tanto: circuncisión por una parte, quema de brujas por la otra. Claro, a diferencia de los esclavos, ellas no eran una clase, sino un sexo; necesario, pero peligroso.
“No somos objetos ni somos fantasmas”, es el lema del Foro europeo de mujeres musulmanas (FEMM), creado hace un año en Italia. Días atrás, reunió en Milán treinta y cinco líderes nacionales y locales. Tras analizar fenómenos sociales como el levantamiento suburbano francés de 2005, se llegó a una conclusión inquietante: “La convivencia entre Occidente e Islam será difícil mientras éste trate a las mujeres musulmanas como objetos”. Cabe una aclaración: pese a su lenguaje flamígero, los clérigos shiitas son más flexibles que los sunnitas, debido a la tradición heredada de los siete (o doce) imanes y a su impronta cultural persa.
“Los hombres tienen precedencia sobre las mujeres, porque así lo prescribe Alá (…) Ante señales de desobediencia, podéis admonirlas, luego dejarlas solas en la cama, luego castigarlas”, reza el versículo IV de la surá 34. En la reciente edición italiana, el comentarista Hamza Piccardo señala que –en los hechos- la Sunná (canon teológico ortodoxo) no recomienda extremos. Pero la ignorancia o el fanatismo de muchos maestros musulmanes ha abierto paso a interpretaciones tan cerriles como los tres casos señalados.
Para peor, ben Har suele afirmar que “según el Corán, las mujeres carecen de alma”. Resulta por lo menos irónico que, hasta el siglo XVII, muchos teólogos cristianos –católicos, protestantes- dudasen de que los negros tuviesen alma o fueren humanos. Ambas actitudes ignoran un rasgo similar: en los comienzos del cristianismo y el Islam, los esclavos sí tenían alma y eran humanos. Así lo pensaban Pablo de Tarso, los padres de la Iglesia y los teólogos musulmanes hasta mediados del siglo XIII.
En ese momento (1258/62), los mongoles cayeron sobre Bagdad, capital del califato, e hicieron tal masacre que el Islam se encerró en sí mismo y olvidó su brillante apogeo inicial. En varios sentidos, la Reforma llevó al concilio de Trento (1545/62) y a una ola de intolerancia católica que recién empezó a agotarse en el siglo XIX, sólo porque la sociedad occidental se secularizó y se impuso el pensamiento científico.
No es casual que la posición social y política de la mujer en una parte de Occidente haya avanzado tanto. Tampoco es casual que tres formas de regresión cultural (ortodoxia judía e islámica, creacionismo evangélico) caractericen una triple ofensiva contra la civilización occidental, divergente en objetivos inmediatos pero no en su tónica fundamentalista.
Por supuesto, la prédica extremista de clérigos sunníes en Europa occidental es por ahora la mayor amenaza a las mujeres en todo el Islam. Estos desbordes explican también la persistencia de la circuncisión femenina en varios países africanos dominado por la ultraortodoxia sunní más ignorante. Cabe apuntar otro paralelo: los países protestantes cosificaban al negro para justificar el tráfico de esclavos. Exactamente lo mismo hacían los musulmanes en África desde el siglo XI. No es casual que la suerte de las mujeres a veces se pareciera tanto: circuncisión por una parte, quema de brujas por la otra. Claro, a diferencia de los esclavos, ellas no eran una clase, sino un sexo; necesario, pero peligroso.
“No somos objetos ni somos fantasmas”, es el lema del Foro europeo de mujeres musulmanas (FEMM), creado hace un año en Italia. Días atrás, reunió en Milán treinta y cinco líderes nacionales y locales. Tras analizar fenómenos sociales como el levantamiento suburbano francés de 2005, se llegó a una conclusión inquietante: “La convivencia entre Occidente e Islam será difícil mientras éste trate a las mujeres musulmanas como objetos”. Cabe una aclaración: pese a su lenguaje flamígero, los clérigos shiitas son más flexibles que los sunnitas, debido a la tradición heredada de los siete (o doce) imanes y a su impronta cultural persa.