Estudios sobre la declinación mental

Los estudios sobre demencia a menudo confunden causas con consecuencias. Por ejemplo, mirar mucha televisión podría ser una “consecuencia” y no “causa” de pobreza en las funciones cerebrales.

9 mayo, 2006

Interesantes conclusiones arrojan varias investigaciones sobre demencia senil. Por ejemplo, parecería que aquellas personas que realizan tareas que les exigen poco esfuerzo cognitivo corren mayor riesgo de contraer Alzheimer que las que realizan tareas intelectualmente exigentes. También eleva el riesgo mirar muchas horas de televisión. Y la gente mayor que aprende otro idioma o comienza a estudiar música tiene, afirman las investigaciones, una edad mental más joven que sus años cronológicos.

Esto no quiere decir que los trabajos intelectuales garanticen que no va a haber senilidad, que la televisión estropee el funcionamiento del cerebro o que los desafíos cognitivos garanticen lucidez. Sí, tal vez, que las personas con trabajos que exigen poner el cerebro en actividad tienen más fuerza cerebral y mayores “reservas cognitivas” (o sea, reserva de capacidad de procesamiento). Eso las hace menos vulnerables a la demencia senil, porque los procesos patológicos que atacan un cerebro bien ejercitado tardan más en surtir efecto que los ataques a uno débil.

En la misma línea, mirar mucha televisión podría ser “consecuencia” y no “causa” de pobreza en las funciones cognitivas. Y tal vez sólo la gente cuyos cerebros ya están haciendo funcionar todos sus cilindros pueden aprender a hablar Urdu o a tocar el acordeón a la edad de 65 años. Si eso es así, sería precisamente la agilidad mental la que los mueve a aceptar desafíos cognitivos, desde palabras cruzadas hasta ajedrez, y no al revés.

Cuando lo que se pretende es evitar la declinación cognitiva que viene con la edad, es fácil confundir causas con efectos. Esto viene a contradecir la teoría según la cual el ejercicio mental aminora la velocidad de debilitamiento de la memoria, el razonamiento y otras funciones cerebrales. Sólo porque la gente que elige (y puede) ser mentalmente activa, efectivamente mantiene esa agilidad durante más tiempo no significa que el ejercicio mental sea la causa de esa preservación mental.

Para poder encontrar la verdadera causa, los investigadores deben asignar tareas al azar a un grupo de personas y luego compararlas con otras a quienes no se les dio nada para hacer. Estudios como ésos han demostrado que el entrenamiento puede mejorar algunas formas de memoria, resolución de acertijos, velocidad de reacción y percepción, tal como prometen muchos productos actualmente en venta. PERO el efecto entrenamiento se disipa si no se aumenta constantemente el grado de dificultad del desafío.

El neurocientífico Michael Merzenich de la Universidad de California, San Francisco, ha demostrado que la atención es un requisito previo para la plasticidad, o el recableado que se encuentra en la base de la adquisición de habilidades. Si algo se vuelve rutina – palabras cruzadas, ajedrez – los efectos de mejoramiento del cerebro desaparecen.

En una serie de estudios realizados en 2003, los investigadores descubrieron que la realización de ejercicios mentales aeróbicos y de entrenamiento mantienen las funciones ejecutivas — recordar, planificar, realizar multitareas – en estado de alerta.

Las intervenciones dirigidas oblicuamente a la agilidad mental parecen muy promisorias. Una de ellas está dirigida al estereotipo según el cual la vejez es una larga pendiente hacia abajo. “Algunos problemas que los ancianos tienen con las inteligencia fluida – resolución de problemas y procesamiento de la información – se originan en lo que ellos piensan sobre el hecho de envejecer,” dice Bert Hayslip de la Universidad de North Texas, Denton.

Una acción llamada “catastrofizar” afecta la cantidad de esfuerzo que una persona aplica a una tarea mental y el grado de ansiedad que les produce. Entrar en pánico cuando uno se olvida un nombre inunda el cerebro de cortisol, que es un veneno (especialmente para las zonas de la memoria). Durante los estudios realizados por Hayslip, la gente que recibió tratamiento de conducta cognitiva para no catastrofizar, mostraban mayor inteligencia que un grupo de control, aun tres años después del entrenamiento.

Por su parte, el profesor Merzenich contribuyó en el desarrollo de ejercicios de lenguaje y para mejorar la plasticidad cerebral, mejorar la fortaleza y fidelidad de la informacion codificada y agilizar los neurotransmisores. Luego de realizar los ejercicios durante determinado tiempo 93 personas de alrededor de 80 años mostraron importantes mejoras en memoria y capacidad cognitiva.

Interesantes conclusiones arrojan varias investigaciones sobre demencia senil. Por ejemplo, parecería que aquellas personas que realizan tareas que les exigen poco esfuerzo cognitivo corren mayor riesgo de contraer Alzheimer que las que realizan tareas intelectualmente exigentes. También eleva el riesgo mirar muchas horas de televisión. Y la gente mayor que aprende otro idioma o comienza a estudiar música tiene, afirman las investigaciones, una edad mental más joven que sus años cronológicos.

Esto no quiere decir que los trabajos intelectuales garanticen que no va a haber senilidad, que la televisión estropee el funcionamiento del cerebro o que los desafíos cognitivos garanticen lucidez. Sí, tal vez, que las personas con trabajos que exigen poner el cerebro en actividad tienen más fuerza cerebral y mayores “reservas cognitivas” (o sea, reserva de capacidad de procesamiento). Eso las hace menos vulnerables a la demencia senil, porque los procesos patológicos que atacan un cerebro bien ejercitado tardan más en surtir efecto que los ataques a uno débil.

En la misma línea, mirar mucha televisión podría ser “consecuencia” y no “causa” de pobreza en las funciones cognitivas. Y tal vez sólo la gente cuyos cerebros ya están haciendo funcionar todos sus cilindros pueden aprender a hablar Urdu o a tocar el acordeón a la edad de 65 años. Si eso es así, sería precisamente la agilidad mental la que los mueve a aceptar desafíos cognitivos, desde palabras cruzadas hasta ajedrez, y no al revés.

Cuando lo que se pretende es evitar la declinación cognitiva que viene con la edad, es fácil confundir causas con efectos. Esto viene a contradecir la teoría según la cual el ejercicio mental aminora la velocidad de debilitamiento de la memoria, el razonamiento y otras funciones cerebrales. Sólo porque la gente que elige (y puede) ser mentalmente activa, efectivamente mantiene esa agilidad durante más tiempo no significa que el ejercicio mental sea la causa de esa preservación mental.

Para poder encontrar la verdadera causa, los investigadores deben asignar tareas al azar a un grupo de personas y luego compararlas con otras a quienes no se les dio nada para hacer. Estudios como ésos han demostrado que el entrenamiento puede mejorar algunas formas de memoria, resolución de acertijos, velocidad de reacción y percepción, tal como prometen muchos productos actualmente en venta. PERO el efecto entrenamiento se disipa si no se aumenta constantemente el grado de dificultad del desafío.

El neurocientífico Michael Merzenich de la Universidad de California, San Francisco, ha demostrado que la atención es un requisito previo para la plasticidad, o el recableado que se encuentra en la base de la adquisición de habilidades. Si algo se vuelve rutina – palabras cruzadas, ajedrez – los efectos de mejoramiento del cerebro desaparecen.

En una serie de estudios realizados en 2003, los investigadores descubrieron que la realización de ejercicios mentales aeróbicos y de entrenamiento mantienen las funciones ejecutivas — recordar, planificar, realizar multitareas – en estado de alerta.

Las intervenciones dirigidas oblicuamente a la agilidad mental parecen muy promisorias. Una de ellas está dirigida al estereotipo según el cual la vejez es una larga pendiente hacia abajo. “Algunos problemas que los ancianos tienen con las inteligencia fluida – resolución de problemas y procesamiento de la información – se originan en lo que ellos piensan sobre el hecho de envejecer,” dice Bert Hayslip de la Universidad de North Texas, Denton.

Una acción llamada “catastrofizar” afecta la cantidad de esfuerzo que una persona aplica a una tarea mental y el grado de ansiedad que les produce. Entrar en pánico cuando uno se olvida un nombre inunda el cerebro de cortisol, que es un veneno (especialmente para las zonas de la memoria). Durante los estudios realizados por Hayslip, la gente que recibió tratamiento de conducta cognitiva para no catastrofizar, mostraban mayor inteligencia que un grupo de control, aun tres años después del entrenamiento.

Por su parte, el profesor Merzenich contribuyó en el desarrollo de ejercicios de lenguaje y para mejorar la plasticidad cerebral, mejorar la fortaleza y fidelidad de la informacion codificada y agilizar los neurotransmisores. Luego de realizar los ejercicios durante determinado tiempo 93 personas de alrededor de 80 años mostraron importantes mejoras en memoria y capacidad cognitiva.

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