La armada que dominó los mares entre fines del siglo XVII y la II guerra mundial será redimensionada, o sea achicada. Al parecer, nadie ha pensado en Horatio Nelson, que hizo trizas en Trafalgar (octubre de 1805) la flota de Napoleón y sus aliados. Ni en el pobre duque de Medinasidonia y su armada invencible, deshecha por los pequeños navíos ingleses muy ayudados por las aguas encrespadas en el canal de la Mancha (1588).
El fondeamiento del portaviones “Invincible” en Portsmouth es un melancólico mensaje para los marinos: algunos barcos ya no volverán a zarpar, como dice “Niebla del Riachuelo”. Después de los primeros trece jubilados, esperan seis cazatorpederas, víctimas de una decisión inescapable: reducir en £ 250 millones (€ 370 millones) los gastos navales, este mismo año.
También fueron canceladas órdenes, que databan de 1988, para construir torpederas y buques cisternas. Por lo mismo, nadie espera ver navegar los dos portaviones prometidos en igual año. “Estamos reduciendo nuestra armada al nivel de patrullaje costero”, exageraba el “Daily Telegraph”.
Mientras franceses, chinos y japoneses encargan portaviones, destructores y la mar en coche, Alan West –ex primer lord del almirantazgo- se retiró de la actividad calificando el proyecto oficial como “una marina de lata”. Los sancionaron, claro. Entretanto, varios expertos declararon que “en las nuevas condiciones, ni siquiera podríamos repetir lo de Malvinas”.
Semejante aserto debiera haber llamado la atención en Buenos Aires. Pero ni lo notaron. Más problemático es definir qué tipo de apoyo puede ofrecer la flota real en el golfo Pérsico, si Estados Unidos se lanza a una loca aventura contra Irán.
Lejos están, sin duda, los días cuando un compositor módico, Thomas Arne, le ponía música a “Rule Britannia over the waves”, un poema patriótico de James Thompson. Por entonces, mediados del siglo XVIII, la flota real contaba con 127 navíos de combate (sí, aquellos “men o’war”) y 150 fragatas. Sólo así pudo, a partir de Trafalgar, bloquear las costas de toda la Europa controlada por Francia y sus aliados.
Un siglo y medio antes, con el continente presa de la última guerra religiosa de Occidente, Inglaterra pudo sustraerse merced a su poder naval e inaugurar la “política del espléndido aislamiento” (palabras de Luis XIV). Entre la paz de Utrecht (1648) y la Gran Guerra (1914-18), Londres usó la flota para crear y mantener el mayor imperio colonial de la primera globalización capitalista. Y sin imperios de esa clase, hoy –claro- las siete flotas de la marina norteamericana son un conjunto mucho más grande.
La armada que dominó los mares entre fines del siglo XVII y la II guerra mundial será redimensionada, o sea achicada. Al parecer, nadie ha pensado en Horatio Nelson, que hizo trizas en Trafalgar (octubre de 1805) la flota de Napoleón y sus aliados. Ni en el pobre duque de Medinasidonia y su armada invencible, deshecha por los pequeños navíos ingleses muy ayudados por las aguas encrespadas en el canal de la Mancha (1588).
El fondeamiento del portaviones “Invincible” en Portsmouth es un melancólico mensaje para los marinos: algunos barcos ya no volverán a zarpar, como dice “Niebla del Riachuelo”. Después de los primeros trece jubilados, esperan seis cazatorpederas, víctimas de una decisión inescapable: reducir en £ 250 millones (€ 370 millones) los gastos navales, este mismo año.
También fueron canceladas órdenes, que databan de 1988, para construir torpederas y buques cisternas. Por lo mismo, nadie espera ver navegar los dos portaviones prometidos en igual año. “Estamos reduciendo nuestra armada al nivel de patrullaje costero”, exageraba el “Daily Telegraph”.
Mientras franceses, chinos y japoneses encargan portaviones, destructores y la mar en coche, Alan West –ex primer lord del almirantazgo- se retiró de la actividad calificando el proyecto oficial como “una marina de lata”. Los sancionaron, claro. Entretanto, varios expertos declararon que “en las nuevas condiciones, ni siquiera podríamos repetir lo de Malvinas”.
Semejante aserto debiera haber llamado la atención en Buenos Aires. Pero ni lo notaron. Más problemático es definir qué tipo de apoyo puede ofrecer la flota real en el golfo Pérsico, si Estados Unidos se lanza a una loca aventura contra Irán.
Lejos están, sin duda, los días cuando un compositor módico, Thomas Arne, le ponía música a “Rule Britannia over the waves”, un poema patriótico de James Thompson. Por entonces, mediados del siglo XVIII, la flota real contaba con 127 navíos de combate (sí, aquellos “men o’war”) y 150 fragatas. Sólo así pudo, a partir de Trafalgar, bloquear las costas de toda la Europa controlada por Francia y sus aliados.
Un siglo y medio antes, con el continente presa de la última guerra religiosa de Occidente, Inglaterra pudo sustraerse merced a su poder naval e inaugurar la “política del espléndido aislamiento” (palabras de Luis XIV). Entre la paz de Utrecht (1648) y la Gran Guerra (1914-18), Londres usó la flota para crear y mantener el mayor imperio colonial de la primera globalización capitalista. Y sin imperios de esa clase, hoy –claro- las siete flotas de la marina norteamericana son un conjunto mucho más grande.