Quizás el crìtico más despiadado y certero de Silvio Berlusconi, Vladyímir Putin y el ex Tercer Mundo, Emmott conducía una publicación casi sin firmas, pero más influyente que el “Financial Times” o el “Wall Street Journal”, donde “firma cualquiera”, al decir de un periódico zuriqués. Por su parte, el “Frankfurter Allgemeine” le reprocha a Emmot haber “perdido el excelente inglés tradicional adoptando malas costumbres norteamericanas. Por ejemplo, usar “corporativo” como sinónimo de empresarial y mutó a “Bill”.
El ex director actuaba así en función de un objetivo: convertir el semanario en expresión de una clase dirigente globalizada, desde Nueva York a Moscù, Tokio y Hongkong. Vale decir, lo que no han logrado “Fortune”, “Forbes”, “L’expansion” o “Exame”, abroquelados en sus universos locales.
Como el FT, heredera del ecumenismo británico del siglo XIX, la revista es fanática de la globalización financiera y ha apoyado casi sin condiciones la guerra de Irak. En cierto modo, la ida de Emmott coincide con el eclipse de ambas causas y la imposibilidad de otra, más quijotesca: mantener la esterlina y la City londinense como líderes en espléndido aislamiento. Quizá por eso, la renuncia era esperada desde hacía meses: el combativo director era “un anacronismo ambulante” (ironizó “Le monde”).
En realidad, Emmott sigue por la senda del retiro a su vice, Clive Crook (vaya apellido), y al presidente del grupo editorial Pearson, David Hanger. Cabe recordar que el holding también publica el FT y, durante 2005, hizo ajustes importantes en su cartera de medios. En cuanto a la sucesión, “radio pasillo” baraja a John Micklethwaites –corresponsal en Washington- o Emma Duncan, vicedirectora a cargo del despacho.
Cabe subrayar que el “Economist” no castigó sólo personajes tan fáciles como Berlusconi, Hugo Chávez o Kofi Annan. También fue muy duro con Putin (tenía buenas razones) o el mismísimo George W.Bush (con malas razones, como cuando una tapa rezaba simplemente “No cojones”). Según señala Peter Kreisky, analista de medios, “la clave del éxito fue adaptarse al lector norteamericano conservador”. Aquende el Atlántico norte reside la mitad de los subscriptores y lo que Emmott llama “globalizaciòn” es casi una versión estadounidense del extinto imperio Británico. El mismo que inventó Irak (1923) tras fracasar en Afganistán (1895) y Persia (1907).
Quizás el crìtico más despiadado y certero de Silvio Berlusconi, Vladyímir Putin y el ex Tercer Mundo, Emmott conducía una publicación casi sin firmas, pero más influyente que el “Financial Times” o el “Wall Street Journal”, donde “firma cualquiera”, al decir de un periódico zuriqués. Por su parte, el “Frankfurter Allgemeine” le reprocha a Emmot haber “perdido el excelente inglés tradicional adoptando malas costumbres norteamericanas. Por ejemplo, usar “corporativo” como sinónimo de empresarial y mutó a “Bill”.
El ex director actuaba así en función de un objetivo: convertir el semanario en expresión de una clase dirigente globalizada, desde Nueva York a Moscù, Tokio y Hongkong. Vale decir, lo que no han logrado “Fortune”, “Forbes”, “L’expansion” o “Exame”, abroquelados en sus universos locales.
Como el FT, heredera del ecumenismo británico del siglo XIX, la revista es fanática de la globalización financiera y ha apoyado casi sin condiciones la guerra de Irak. En cierto modo, la ida de Emmott coincide con el eclipse de ambas causas y la imposibilidad de otra, más quijotesca: mantener la esterlina y la City londinense como líderes en espléndido aislamiento. Quizá por eso, la renuncia era esperada desde hacía meses: el combativo director era “un anacronismo ambulante” (ironizó “Le monde”).
En realidad, Emmott sigue por la senda del retiro a su vice, Clive Crook (vaya apellido), y al presidente del grupo editorial Pearson, David Hanger. Cabe recordar que el holding también publica el FT y, durante 2005, hizo ajustes importantes en su cartera de medios. En cuanto a la sucesión, “radio pasillo” baraja a John Micklethwaites –corresponsal en Washington- o Emma Duncan, vicedirectora a cargo del despacho.
Cabe subrayar que el “Economist” no castigó sólo personajes tan fáciles como Berlusconi, Hugo Chávez o Kofi Annan. También fue muy duro con Putin (tenía buenas razones) o el mismísimo George W.Bush (con malas razones, como cuando una tapa rezaba simplemente “No cojones”). Según señala Peter Kreisky, analista de medios, “la clave del éxito fue adaptarse al lector norteamericano conservador”. Aquende el Atlántico norte reside la mitad de los subscriptores y lo que Emmott llama “globalizaciòn” es casi una versión estadounidense del extinto imperio Británico. El mismo que inventó Irak (1923) tras fracasar en Afganistán (1895) y Persia (1907).