Rove, Ashcroft y sus equivalentes de la ultraortodoxia judía que han gestado una teoría imperial para el siglo XXI –o sea, la intervención permanente para cambiar regímenes adversos- provienen de un movimiento surgido hace más de diez años en el oeste medio: la “teología del dinero”. A su vez, ésta abrevaba en dos fanáticos tan crueles como iluminados: Ayn Rand y L.Ron Hubbard (fundador de la “cientología”).
Si a la megaespeculación le faltaban profetas o santos, ese déficit lo subsanó la extrema derecha en Estados Unidos, proponiendo el culto a la riqueza, que salió a predicar desde 1993 un judío ortodoxo en templos evangélicos. El asunto empezó como cruzada contra el racionalismo, el iluminismo, Charles Darwin y el método científico. A juicio de los neoconservadores, el cuestionamiento de verdades reveladas -entre ellas, la creación según el Génesis y el monetarismo- lleva al caos y torna necesaria una contrarreforma.
Los contrarreformistas –como el concilio de Trento, 1545/62- quieren volver a un mundo donde la religión organizada no sea discutida, pero tampoco se evidencien sus nexos con el poder y o la riqueza como substitutos triviales de la inmortalidad. Similares características muestran desde siempre la especulación, la ludopatía y la obsesión por ´controlar´ algo que no existe, el futuro, mediante especulación financiera y magia informática.
Este grupo, empero, no postulaba una deidad omnisciente, fuera del tiempo o el espacio. No entendía al dios de los místicos, los filósofos ni los mártires, sino al dios previsible que ofrecen –con amplios matices- las iglesias electrónicas, las sectas pentacostales, los Testigos de Jehová, los católicos carismáticos, etc.
Como decía en 1995 el teólogo protestante británico Roger Scruton, “están seguros de que dios ha muerto, pero no quieren que se sepa”.
En síntesis, quieren una religión sincrética, sólo para gente próspera, compatible con dos únicos fundamentalismos: el de EE.UU. como imperio global y el del mercado (también global).
“Dios quiere que seas rico” se titula un libro de Paul Zane Pilzer, judío ultraconservador que apela al Viejo Testamento –como hacía Rand en los años 50/60-, pero lo interpreta de modo más astuto aunque
teológicamente muy frágil. Pilzer llegó a vender más de un millón de ejemplares y, por lo menos hasta 2003, sus tenidas juntaban hasta 500 personas, a u$s 50 por cabeza… en templos cristianos.
Asistido por “pastores” (cuyo lenguaje se asemeja extraordinariamente al de Ashcroft y Rove), el personaje partía de una realidad más vieja que el capitalismo: “casi nadie atina a armonizar vida espiritual con vida material. Por eso, hay una asociación negativa entre ser rico y buen creyente, especialmente en el catolicismo romano y bizantino. Se
necesita una teología del dinero´. Curiosamente, el puritanismo posterior a Oliver Cronwell y el presbiterianismo escocés fueron base del mercantilismo y, luego, de Adam Smith.
No obstante, Pilzer encarnaba un fundamentalismo cuyas ideas de fondo son de la edad media, pues considera natural que haya “amos ricos y súbditos pobres”. Dicho de otro modo, la gleba como instrumento para competir en los mercados. En este punto, coincide con casi todas las escuelas del Islam.
Esta doctrina imbuye a la IV Iglesia Presbiteriana, la
Comunidad de Willow Creek (Illinois) o el neocalvinismo de
los pastores Richard Tower, Catherine Ponder y John Buchanan.
Amén de ofrecer a los fieles asesoría financiera, cuotas
partes en fondos de inversion y consejos para evadir
impuestos federales, esas “iglesias” empalman con Pilzer en
un punto axial: ”La buena vida no va contra dios porque
el dinero forma parte del propio orden divino”. Igual que el sida, el cáncer y otros males que Bush no quiere combatir mediante la medicina moderna, porque son “castigos celestiales”.
Esta incipiente teología económica (su biblia es ´Dinero y sentido de la vida´, de Buchanan) pasa por alto toda alusión a materialismo y usura, con lo cual excluye varios libros del Viejo Testamento y casi todo el Nuevo. En cambio, recomienda gurúes tipo Deepak Chopra, Sai Baba o Paulo Coelho Sin duda, la teología del dinero es un fenómeno interno de una economía central, simétrico a la globalización financiera y el intervencionismo militar. Ambas categorías tienden a eludir o eliminar reglas, no pagra impuestos, hacer contabilidad “a gusto del príncipe” y ganar autonomía a expensas de los gobiernos. Esos nexos indican que la presente crisis de tránsito entre un ciclo macroeconómico y otro no se reduce al plano financiero ni a la periferia y obra en un contexto mucho más amplio.
En un marco donde las reacciones contra excesos de la globalización surgen en sociedades avanzadas (Unión Europea, Japón) o países cuyo tamaño les permite defenderse (China, India, Brasil), también las tendencias a sacralizar la especulación y el dinero debían aparecer en contextos cristianos, judíos, budistas e hinduistas. Si aún no se observan tendencias similares en el Islam es porque, olvidados el sufismo y la Falsafá, la teología musulmana actual no condena a ricos ni poderosos. Más bien, al contrario.
Rove, Ashcroft y sus equivalentes de la ultraortodoxia judía que han gestado una teoría imperial para el siglo XXI –o sea, la intervención permanente para cambiar regímenes adversos- provienen de un movimiento surgido hace más de diez años en el oeste medio: la “teología del dinero”. A su vez, ésta abrevaba en dos fanáticos tan crueles como iluminados: Ayn Rand y L.Ron Hubbard (fundador de la “cientología”).
Si a la megaespeculación le faltaban profetas o santos, ese déficit lo subsanó la extrema derecha en Estados Unidos, proponiendo el culto a la riqueza, que salió a predicar desde 1993 un judío ortodoxo en templos evangélicos. El asunto empezó como cruzada contra el racionalismo, el iluminismo, Charles Darwin y el método científico. A juicio de los neoconservadores, el cuestionamiento de verdades reveladas -entre ellas, la creación según el Génesis y el monetarismo- lleva al caos y torna necesaria una contrarreforma.
Los contrarreformistas –como el concilio de Trento, 1545/62- quieren volver a un mundo donde la religión organizada no sea discutida, pero tampoco se evidencien sus nexos con el poder y o la riqueza como substitutos triviales de la inmortalidad. Similares características muestran desde siempre la especulación, la ludopatía y la obsesión por ´controlar´ algo que no existe, el futuro, mediante especulación financiera y magia informática.
Este grupo, empero, no postulaba una deidad omnisciente, fuera del tiempo o el espacio. No entendía al dios de los místicos, los filósofos ni los mártires, sino al dios previsible que ofrecen –con amplios matices- las iglesias electrónicas, las sectas pentacostales, los Testigos de Jehová, los católicos carismáticos, etc.
Como decía en 1995 el teólogo protestante británico Roger Scruton, “están seguros de que dios ha muerto, pero no quieren que se sepa”.
En síntesis, quieren una religión sincrética, sólo para gente próspera, compatible con dos únicos fundamentalismos: el de EE.UU. como imperio global y el del mercado (también global).
“Dios quiere que seas rico” se titula un libro de Paul Zane Pilzer, judío ultraconservador que apela al Viejo Testamento –como hacía Rand en los años 50/60-, pero lo interpreta de modo más astuto aunque
teológicamente muy frágil. Pilzer llegó a vender más de un millón de ejemplares y, por lo menos hasta 2003, sus tenidas juntaban hasta 500 personas, a u$s 50 por cabeza… en templos cristianos.
Asistido por “pastores” (cuyo lenguaje se asemeja extraordinariamente al de Ashcroft y Rove), el personaje partía de una realidad más vieja que el capitalismo: “casi nadie atina a armonizar vida espiritual con vida material. Por eso, hay una asociación negativa entre ser rico y buen creyente, especialmente en el catolicismo romano y bizantino. Se
necesita una teología del dinero´. Curiosamente, el puritanismo posterior a Oliver Cronwell y el presbiterianismo escocés fueron base del mercantilismo y, luego, de Adam Smith.
No obstante, Pilzer encarnaba un fundamentalismo cuyas ideas de fondo son de la edad media, pues considera natural que haya “amos ricos y súbditos pobres”. Dicho de otro modo, la gleba como instrumento para competir en los mercados. En este punto, coincide con casi todas las escuelas del Islam.
Esta doctrina imbuye a la IV Iglesia Presbiteriana, la
Comunidad de Willow Creek (Illinois) o el neocalvinismo de
los pastores Richard Tower, Catherine Ponder y John Buchanan.
Amén de ofrecer a los fieles asesoría financiera, cuotas
partes en fondos de inversion y consejos para evadir
impuestos federales, esas “iglesias” empalman con Pilzer en
un punto axial: ”La buena vida no va contra dios porque
el dinero forma parte del propio orden divino”. Igual que el sida, el cáncer y otros males que Bush no quiere combatir mediante la medicina moderna, porque son “castigos celestiales”.
Esta incipiente teología económica (su biblia es ´Dinero y sentido de la vida´, de Buchanan) pasa por alto toda alusión a materialismo y usura, con lo cual excluye varios libros del Viejo Testamento y casi todo el Nuevo. En cambio, recomienda gurúes tipo Deepak Chopra, Sai Baba o Paulo Coelho Sin duda, la teología del dinero es un fenómeno interno de una economía central, simétrico a la globalización financiera y el intervencionismo militar. Ambas categorías tienden a eludir o eliminar reglas, no pagra impuestos, hacer contabilidad “a gusto del príncipe” y ganar autonomía a expensas de los gobiernos. Esos nexos indican que la presente crisis de tránsito entre un ciclo macroeconómico y otro no se reduce al plano financiero ni a la periferia y obra en un contexto mucho más amplio.
En un marco donde las reacciones contra excesos de la globalización surgen en sociedades avanzadas (Unión Europea, Japón) o países cuyo tamaño les permite defenderse (China, India, Brasil), también las tendencias a sacralizar la especulación y el dinero debían aparecer en contextos cristianos, judíos, budistas e hinduistas. Si aún no se observan tendencias similares en el Islam es porque, olvidados el sufismo y la Falsafá, la teología musulmana actual no condena a ricos ni poderosos. Más bien, al contrario.