El desarrollo y el crecimiento de las sociedades están directamente relacionados con la evolución de las ciencias y a esta altura es casi una obviedad decir que en las últimas décadas el conocimiento científico se transformó en uno de los principales motores del crecimiento de los países. Sin embargo no siempre se coincide sobre el rumbo y el sentido que se le tiene que dar a las ciencias.<br />
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No es nueva la discusión sobre si hay que priorizar la ciencia pura, aquella que sólo persigue el conocimiento, o la ciencia aplicada, que busca la utilidad concreta de los descubrimientos. Los académicos y el sector productivo durante años se cruzaron en este debate. Desde una posición se decía que el objetivo de la ciencia tiene que ser el conocimiento en sí y que la libertad intelectual no puede ser amenazada por funcionarios y empresarios pragmáticos que exigen del trabajo científico una inmediata aplicación técnica. Desde la vereda de enfrente la respuesta llegaba inmediatamente: El ejercicio de la ciencia tiene que terminar en una aplicación.<br />
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En la actualidad entre algunos funcionarios de distintas organizaciones científicas del Estado y ejecutivos de empresas con desarrollo científico propio, el debate intenta ser superado con un argumento sencillo y claro: sólo hay ciencia buena y ciencia mala, un modelo científico sólo es bueno si es irrefutable y una técnica es buena si proporciona los resultados deseados a un costo razonable.<br />
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Sin embargo, esta “tercera posición” no es tan imparcial como parece respecto de una u otra posición. Nadie piensa ni dice que los recursos destinados al desarrollo de las ciencias básicas es un esfuerzo innecesario, pero sí se cree imprescindible una comunión más directa y estrecha entre el sector académico y el sector productivo para obtener un mejor aprovechamiento de los desarrollos científicos. Una reflexión que parece darle por lo menos medio punto de ventaja a las ciencias aplicadas. <br />
En instituciones como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) con una marcada tradición en el desarrollo de las ciencias básicas, en los últimos cinco años crearon programas que se vinculan directamente con el sector productivo y hoy tienen becarios trabajando en desarrollos de productos comerciales en empresas de diversos sectores de la industria. Desde la Dirección de Vinculación Científico Tecnológica se extendieron becas posdoctorales en empresas con el objetivo de facilitar la transferencia de proyectos de investigación originados en el sector público y en etapas previas al desarrollo para fomentar la inserción laboral de investigadores en el sector privado.<br />
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<strong>Integración de ambos conceptos</strong><br />
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“Esta relación con el sector productivo no hace mucho ni se pensaba como posibilidad –afirma Mario Lattuada, vicepresidente de Conicet–, antes era todo más purista y hubo que discutir mucho con la comunidad científica para poder cambiarlo. En las últimas décadas el conocimiento científico se transformó fundamentalmente en base de desarrollo de los países, pero sobre todo en un bien de mercado que es apropiado por las personas, por las naciones y que genera tanto riqueza a las personas como poder a las naciones. Estamos en un contexto donde la posibilidad de desarrollo, la tecnología y el conocimiento aplicado a las distintas actividades, son claves para el crecimiento. No sólo hay que generar conocimiento sino que hay que saber adaptarlo y ponerlo a disposición o incentivar que sea tomado por el sector productivo”.<br />
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Una de las empresas con mayor desarrollo científico y tecnológico en la Argentina es Bio Sidus. Esta compañía, especializada en biotecnología, tiene entre otros logros un programa de desarrollo de animales de granja transgénicos para la producción de proteínas humanas de uso terapéutico. En abril de este año obtuvieron insulina humana a partir de leche de vacunos clonados y transgénicos. Como uno de sus pilares sostienen la integración de ciencia e industria y lo llevan a cabo a través de convenios de investigación con instituciones oficiales y privadas de alcance nacional e internacional. La posición de la empresa es clara: toda la ciencia básica mañana debería terminar en una aplicación. <br />
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“Alguien dijo alguna vez que ningún país se puede dar el lujo de no tener ciencia básica y yo agregaría que ningún país se puede dar el lujo de tener sólo ciencia básica –dice Marcelo Criscuolo director ejecutivo de Bio Sidus–, lo que sucede tal vez es que los investigadores muchas veces tienen una orientación sólo a las ciencias básicas y no tienen ningún tipo de interés sobre la producción, porque sólo buscan el conocimiento por el conocimiento en sí mismo. Eso es una actitud por lo menos discutible. A los científicos les paga el Estado para mejorar la calidad de vida del pueblo. A partir de generar conocimiento ese saber tiene que transferirse y el elemento para hacerlo es la industria. No es verdad que van a cobrar un sueldo para perseguir sólo la búsqueda del conocimiento porque eso el único fin que tendría es estimular su ego, y no es lógico en una sociedad solidaria. El conocimiento científico tiene que estar dentro de un plan donde la Argentina decida en qué se va a investigar y cuáles son los problemas que hay que resolver, y dentro de ese plan al señor tal que está dentro de la universidad le tocará empezar con una parte y a los que estamos dentro de la industria nos tocará convertir eso en un producto que mejore la calidad de vida de la gente”.
<strong>Regueros de tinta</strong><br />
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El debate es una cosa y los hechos son otra. Esta visión que promueve el acercamiento de la ciencia a los sectores de la producción todavía está lejos de concretarse en la realidad. La publicación de <em>papers </em>en las revistas de divulgación científica y el número de patentes registradas son dos variables que al cruzarse y compararse con otros países ponen luz a la discusión. <br />
La participación de los científicos argentinos en las revistas internacionales especializadas tuvo en los últimos años un crecimiento importante. El año pasado se publicaron unos 6.000 trabajos; quince años atrás sólo se había llegado a cerca de 2.500. En tanto el número de patentes registradas durante 2006 sólo alcanzó las 800, apenas 10% de las que se registraron en Brasil. Según datos de Conicet si a estos números se los contrasta con el PBI, en cantidad de <em>papers </em>la Argentina tiene una de las tasas más altas del mundo y en cantidad de patentes una de las más bajas.<br />
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“No puede haber ciencia aplicada si no hay una buena ciencia básica; las dos cosas deberían ir en paralelo; hoy la mirada no pasa sólo porque pueda haber ciencia básica. Conicet, que es un organismo que tiene alrededor de 12 mil personas en el sistema científico argentino, sabe que la aplicación de la ciencia es un pilar fundamental para llegar a ser un país desarrollado. El deber de todo científico, además de ser el buscar un mayor conocimiento, es también tener una función dentro de la sociedad, que es aportar esa potencialidad y ese conocimiento para resolver los problemas y otorgarle las condiciones necesarias para poder generar un desarrollo”, dice Lattuada. <br />
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“En la Argentina casi no hay productos que hayan salido de un desarrollo científico. En la industria farmacéutica, que es lo que más conozco, tenemos una excelente industria de manufactura pero en general son productos que se desarrollaron en otros lugares, son licencias o productos con las patentes vencidas. Hay pocos productos de innovación. El caso nuestro es atípico, ya que tenemos productos que son 100% desarrollo nacional. El motor de la ciencia debe ser un programa de actividades donde se ponga como prioridad los intereses nacionales. Uno no puede entender que el investigador estudie lo que quiere, esa es la mal llamada libertad académica. En Europa se están destinando muchos recursos a las investigaciones sobre Alzheimer, osteoporosis y Parkinson, enfermedades generalmente relacionadas con la vejez, pero no es porque a un grupo de científicos se les ocurre, sino porque hay más viejos, porque la gente vive más, y los Estados buscan respuestas a esas circunstancias”, dice Criscuolo.<br />
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<strong>Recursos comparados</strong><br />
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La Argentina destina 0,54% del PBI al desarrollo científico de los cuales 66% es aportado por el sector público y el resto por los privados. En los países desarrollados las ciencias se llevan 3% del PBI y sólo 40% es aportado por el sector público. En la región el primer puesto se lo llevan Brasil y Chile que en inversión en ciencia llegan a 1% del PBI. Ese 1% es el porcentaje al que quiere llegar la Argentina en 2010, de acuerdo al Plan “Bicentenario” de la Secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación. <br />
88% de los investigadores, incluidos los becarios, se encuentran realizando sus actividades de investigación en instituciones públicas (26% en el sector de gobierno y 62% en universidades públicas), mientras que escasamente 9% desempeñan sus actividades en empresas. <br />
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Esto confirma la distribución inversa que existe de los recursos, tanto monetarios como humanos, en comparación con los países desarrollados donde el mayor esfuerzo financiero y de recursos humanos está ligado al sector privado.<br />
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“Otro de los argumentos a favor de un uso más productivo de las investigaciones científicas está relacionado con los recursos. Si hay un crecimiento en la ciencia aplicada quiere decir que también hay una tracción de financiamiento por parte del sector productivo y el presupuesto del Estado tendrá mayor holgura y más posibilidad de financiar las ciencias básicas. Se dijo muchas veces que si se fomentaba la ciencia aplicada iba a ser en detrimento de las ciencias básicas. Creo que es al revés: si uno fomenta también la ciencia aplicada lo que hace es que la torta más que achicarse se agrande, porque hay mayores posibilidades de financiamiento y no viene de la misma fuente. Y de hecho uno de los grandes desafíos que tiene la Argentina es aumentar mucho más la participación privada en el desarrollo científico y tecnológico”, dice Lattuada.<br />
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“El sector privado tiene que asumir que también tiene una responsabilidad con respecto al desarrollo científico, no son muchas las empresas que están dispuestas a hacer inversiones de riesgo a largo plazo, esto es algo que hay que cambiar. Pero por otro lado también habría que ver cuántos grupos académicos estarían dispuestos a colaborar íntimamente con el sector productivo, porque parece que no son muchos. ¿Cuáles son los reglamentos de evaluación de un científico de Conicet? ¿Por qué no tiene un puntaje extra cuando el investigador hace alguna transferencia a la industria y de ahí sale un producto? ¿Por qué el puntaje se limita a la cantidad de <em>papers</em>? Hubo casos de gente que dejó el sector académico para venir a trabajar a esta empresa y al poco tiempo volvió al sector académico porque el ritmo de acá es un poco más duro”, agregó Criscuolo. <br />
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<strong>Modelo de científico</strong><br />
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Más allá del debate sobre la manera de cómo hacer ciencia, los científicos argentinos siguen gozando de un buen prestigio internacional. En la región son los que obtienen más becas internacionales y son también, los que han tenido mayor inserción en las universidades de todos los países del mundo. Sin embargo, el peso de esta realidad parece relativo. <br />
Según indicaba Lino Barañao, entonces director de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, la formación tradicional de nuestros investigadores no los orientaba a encontrar aplicaciones prácticas porque hubo un peso muy marcado de la actividad académica por sobre la tecnológica. <br />
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Barañao señalaba, además, que hay un paradigma científico en conflicto y que se necesita un cambio de arquetipos, los modelos de Houssay y Leloir fomentaron arquetipos que buscaban la excelencia científica y lo que se debería hacer es volver a un ideal de científico como el de Luis Pasteur, que hacía ciencia básica inspirada en el uso. Pasteur planteaba los fundamentos de la bioquímica y la microbiología resolviendo al mismo tiempo problemas concretos sociales y productivos. Ese arquetipo de investigador comprometido con una problemática concreta es lo que habría que incentivar.