<p><em>Por Miguel Ángel Diez</em></p>
<p>Todo el mundo tiene una vaga idea sobre lo que es el “esquema de Ponzi” o la pirámide financiera. Es como se le llama al mecanismo popularizado –aunque no inventado– por un inmigrante italiano de ese apellido, en Estados Unidos, a comienzos del siglo 20.<br />
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Es básicamente una inversión fraudulenta que promete pagar –y en muchos casos, inicialmente paga– altos rendimientos al inversionista afortunado. Lo cierto es que lo que se paga a los primeros inversionistas que se retiran (igual que en las famosas cadenas que tan bien conocemos en la Argentina) se obtiene no de utilidades reales de ese dinero, sino de los aportes de nuevos inversionistas. Cuando el esquema se corta, queda un tendal de dolientes, casi siempre inocentes aunque seguramente muy crédulos.<br />
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El atractivo es las altas tasas de retorno que promete el mecanismo y que encandila a los que ingresan en el juego. Para que no haya un colapso, cada vez se requiere más cantidad de dinero invertido. A la larga, el derrumbe es inevitable.<br />
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Por cierto, no es lo mismo que una burbuja financiera, centrada en la expectativa de grandes ganancias, a medida que los precios de lo que sea suben de manera insostenible. La burbuja no entraña necesariamente fraude, aunque a veces lo parece.<br />
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Esta aclaración tiene que ver con lo sucedido el jueves 11 de diciembre pasado, cuando la Securities and Exchange Commission (SEC) de Estados Unidos anunció la detención de Bernard L. Madoff –un trader renombrado y prestigioso hasta ese momento– por un fraude del orden de US$ 50.000 millones. <br />
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Básicamente, el mecanismo diseñado por Madoff es similar al esquema de Ponzi, pero a escala gigantesca.<br />
El shock que produjo la noticia es más que comprensible. No sólo por lo cuantioso del monto y por la enorme cantidad de nombres prestigiosos que aparecen estafados. También porque refleja la laxitud de los mecanismos regulatorios financieros luego de todo lo ocurrido en los últimos 90 días, con quiebras y absorciones de marcas bancarias de primer nivel, con cuantiosos rescates financieros que no han terminado y con pérdidas muchas veces millonarias para el común de los inversionistas y ahorristas.<br />
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Sin embargo, pasada la sorpresa, es posible ver el fenómeno con otros ojos. Sin duda la triquiñuela de Madoff (como en su momento la de Ponzi) es delictuosa y al margen de la legalidad. Pero en esta instancia, buena parte de los analistas ha coincidido en que no hay demasiada diferencia entre estos fraudes y el esquema “legal” alimentado desde Wall Street, con masivo crédito barato, bajo nivel de exigencia y, sobre todo, enorme codicia. Lo que explica –ex post facto– la tremenda crisis financiera planetaria que se desarrolla hoy en todas las latitudes.<br />
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Cuando se advierte que millares de personas con bajísimos ingresos recibieron créditos hipotecarios para pagar viviendas de alto precio, y que esos títulos hipotecarios se colocaron en paquetes muy desparejos en calidad que luego se vendieron a otras instituciones financieras de todo el mundo, crece la impresión de que los émulos de Ponzi inventaron un mecanismo en la frontera de lo lícito para crear un desastre financiero mundial.<br />
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El sector financiero representa 8% del producto bruto estadounidense. Las pérdidas son meras estimaciones provisorias, pero pueden estar entre US$ 400.000 millones y US$ 900.000 millones (sin contar los daños a la economía real). Al lado de esto, la estafa de Madoff sigue siendo enorme, pero no tan significativa como si fuera un hecho aislado.<br />
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Lo cual lleva al punto central: quién sufre las pérdidas. O, cómo se distribuyen los quebrantos. Porque lo que queda en claro es que no se sale de esto si no hay un acentuado proceso de reducción de deudas. Todo, es impagable.<br />
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Lo que supone que alguien pagará los platos rotos. De un lado, osados inversionistas en el límite con la especulación; del otro, simples ahorristas que no fueron suficientemente protegidos. Pero bancos y financieras son los primeros en recordar que ya en la Biblia, en el Antiguo Testamento (Levítico) se hablaba del jubileo o cancelación total de las deudas cada 50 años. Parece que algo parecido toca ahora. </p>
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Lo ilegal y la borrosa frontera de lo legal
No hay demasiada diferencia entre fraudes como el de Bernard Madoff (y antes el de Ponzi) y el esquema “legal” alimentado desde Wall Street, con masivo crédito barato, bajo nivel de exigencia y, sobre todo, enorme codicia. Lo que explica –ex post facto– la tremenda crisis financiera planetaria que se desarrolla hoy en todas las latitudes.