La alineación geopolítica más conveniente para el país

spot_img

No es un problema de opiniones. Es una certeza. China es ya un actor global excepcional, en todos los frentes, político, económico y comercial. Por todo el tiempo imaginable hoy. De modo que ningún país del mundo, y la Argentina no es una excepción, puede ignorar esta realidad.
China, y en verdad toda Asia, son ahora pieza central de la estrategia geopolítica local con independencia de prejuicios e ideologías. Hay diversidad de opiniones entre los especialistas consultados

El primero en reconocerlo es Estados Unidos que concentra en la región sus esfuerzos diplomáticos y militares. Aunque ya no es una superpotencia única, hegemónica. Un episodio fue muy revelador de lo que muchos analistas venían sospechando: EE.UU. ya no puede moldear el escenario geopolítico del siglo, como lo hizo antaño. Se terminó el siglo de la superpotencia, dijo Michael Lind en su libro Land of Promise, una centuria que comenzó en 1914 y terminó en 2014 (Sin embargo, para el académico Joseph Nye pasarán muchos años antes de que su país ceda su rol de nación más poderosa de la tierra).
En este contexto debe leerse el reciente desencuentro entre Washington y Londres primero, y luego la mayoría de sus aliados occidentales. A pesar del expreso pedido de EE.UU todos ingresaron como socios del nuevo banco de inversiones asiático liderado por China, competidor del Banco Mundial.
Europa está estancada y enfrenta un serio problema de crecimiento y de adaptación a cambios vertiginosos que trae la tecnología y cambia los modos de producir. Algo similar a lo que le ocurre a Japón.
Naturalmente nada de esto significa que Argentina renuncie a los lazos y oportunidades comerciales que ha tenido con estos tres grandes actores del escenario internacional. Pero debe concentrarse en China.
Rusia es otro cantar. Con una difícil situación económica agravada por las sanciones europeas (por la crisis de Ucrania) y ahora con bajísimos ingresos por la venta de petróleo y gas, su principal fuente de ingresos, tiene otros problemas que atender. Como lo revelan los acuerdos a largo plazo de venta de energía a China y a India.
El caso es que el poder se desplaza hacia el Océano Pacífico, y debemos encontrar un modo de reforzar nuestra presencia es ese ámbito.
Durante muchos años imperó la idea de que el capitalismo sólo podía florecer en un sistema democrático. China y Singapur, sin embargo, son ejemplos que muestran el triunfo del capitalismo autocrático, un sistema que genera crecimiento económico mientras las democracias occidentales ni crecen ni brindan bienestar.
El mundo occidental ha pasado del triunfalismo de los 90 a una profunda ansiedad sobre el futuro de la democracia. Los países, con diferente grado y matiz, temen que se esté acercando el fin de una época.
Sobre todo esto versan las reflexiones de distinguidos intelectuales, que se detallan a continuación, y que exhiben un amplio abanico de opiniones diferenciadas.

Cambios de fondo y de forma
Volver al mundo: urgente replanteo
Emilio J. Cárdenas (*)

Cuando nuestro país se acerca aceleradamente a las elecciones presidenciales previstas para octubre próximo, muchos de los capítulos centrales que tienen que ver con nada menos que la responsabilidad de gobernar parecen requerir un muy urgente replanteo. Entre ellos, claramente, el de la política exterior, hoy extraviada como pocas veces en nuestra historia reciente. 
Los cambios que se requieren son profundos y tanto de fondo, como de forma. Dicho de otro modo: no sólo de sustancia, sino además de conducta y de estilo. Veamos algunos de ellos, sin con esto pretender que no hay otros. Hay que desterrar la arrogancia, el discurso único, los caprichos y la ligereza cuando de analizar al mundo real se trata.
Debemos, primero y antes que nada, regresar al mundo y salir de nuestro evidente encierro voluntario. Lo que supone dejar de lado los complejos y las actitudes arrogantes, que sólo denuncian pequeñez. 
Parecería que, sin la menor autoestima, solo no animamos a hablar entre los sudamericanos. Y, más aún, apenas con los bolivarianos, que son abiertamente autoritarios. Particularmente, con Venezuela, que ha destruido a su economía, llenándola de corrupción y crimen organizado. 
Al encerrarnos en ese limitado universo hemos dejado de defender la democracia y los derechos humanos y libertades individuales a escala regional, mientras deformamos arteramente a la democracia en nuestro propio universo hasta hacerla irreconocible y cercenamos a nuestros ciudadanos sus derechos y libertades centrales, manipulándolos perversamente. 
Enseguida deberíamos acercarnos, en lugar de agredir ?con saña digna de mejor causa? a nuestros vecinos inmediatos. Especialmente a los más pequeños. Para ello, la política exterior debería dejar de ser subalterna a nuestro escenario interior.
Luego es necesario estimular la inversión genuina, ya casi desaparecida. Para lo cual deberíamos volver ?rápidamente? a la normalidad en materia de acceso al mercado internacional de capitales y relaciones con los organismos multilaterales. Y renunciar a encerrarnos en el más primitivo y retorcido de los proteccionismos, ahogándonos dentro de nuestro propio cerco. Para privilegiar la libertad de comercio, de modo de evitar que aumentemos el atraso relativo de nuestra gente.

Discusión abierta
Hay también que tratar de alejarse de los parias del mundo. De Irán, en primer lugar. Pero también de Venezuela. Lo que supone abrir los brazos a todos, por igual. Sin dar la espalda a nadie, caprichosa o ideológicamente. Como hacemos con Méjico, por ejemplo. Y evitar encerrarnos en el coro de los que aplauden a China y Rusia, países que, recordemos, no son democracias. Lo que supone estar dispuesto a analizar todo, con sinceridad y discutir abiertamente y con transparencia el rumbo que queremos elegir. No para separarnos del mundo, sino para subirnos a un tren al que ya no miramos siquiera. 
También hay que devolver la necesaria cuota de profesionalismo a la disminuida Cancillería, transformada hoy en una pequeña agencia de empleo, para peor, no especializado. Quizás de ese modo recuperemos la práctica de la cortesía; alejemos la agresiva tendencia a creernos superiores a los demás; dejemos de lado la perversidad en el andar; y dejemos de mentir, postulando fantasiosamente, como ocurriera hace poco, que estamos mejor que Alemania. Lo que nos coloca en el umbral de la ridiculez misma.
Hay que regresar activamente a las Naciones Unidas y a la OEA, foros de los que no debemos alejarnos. Tenemos aportes que realizar en ambos universos multilaterales, como lo enseña la historia. 
No cabe esperar que la administración que se está yendo haga una autocrítica sincera. No la hará. Es demasiado arrogante para ello. Pese a que nuestra política exterior ha sido insana todo a lo largo de la última década. Por esto, es necesario prepararse para el cambio y las reformas requeridas, identificando todo lo supernumerario, excedente e innecesario que hemos edificado desde el poder. Sin una visión de futuro, encandilados en la abundancia ficticia que nos dieran los altos precios de las materias primas, que desperdiciamos miserablemente.

(*) Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.

Contra el cálculo oportunista
Mayor integración con América latina
Carlos Gervasoni (*)

Las decisiones de política pública ?política exterior incluida? implican elegir tanto fines como medios. Los primeros se basan necesariamente en preferencias normativas. Aquí elijo priorizar: 1) la paz y la seguridad, 2) la democracia y la libertad y 3) el desarrollo sostenible. No son valores obvios: no faltan ejemplos de naciones que priorizan la expansión por sobre la paz, la autodeterminación por sobre la democracia o la autarquía por sobre el desarrollo.
Dados estos tres objetivos, Argentina debería, en primer lugar, acercarse al núcleo liberal de países seguros, desarrollados y democráticos encabezados por Estados Unidos y la Unión Europea. Es un mundo afín por motivos culturales y geográficos, y al que deberíamos integrarnos más entusiastamente si queremos participar de los dividendos de paz, libertad y desarrollo que ha producido durante décadas. Por motivos parecidos deberíamos cimentar también la integración con América latina, región que desde hace tres décadas es un ejemplo de solución negociada de conflictos y de expansión de derechos políticos. Ninguna región del mundo en desarrollo es tan pacífica y democrática como la nuestra.
Finalmente, deberíamos procesar selectivamente las atractivas ofertas que, en el actual contexto multipolar, presentan las potencias emergentes e intermedias: mercados, inversiones y oportunidades de contrabalanceo. Aprovechemos estas ofertas sólo cuando no comprometan nuestra identidad democrático-liberal. Comerciemos con China, Egipto e Irán, cooperemos con Arabia Saudita, Rusia y Venezuela, pero no hagamos opciones geopolíticas más profundas por países autoritarios, militaristas y/o conflictivos. El cálculo oportunista promete una ganancia económica o política concreta, pero nos aleja radicalmente de uno, y quizás dos, de los objetivos planteados. Que la opinión pública argentina confíe poco en los países fundadores del núcleo occidental liberal ?el Reino Unido y los Estados Unidos? debe ser tenido en cuenta, pero no creyendo ingenuamente que un núcleo autoritario centrado en China, por ejemplo, será más benevolente.

(*) Profesor en el Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.

Mayor potencia negociadora
Multilateralidad vs multipolar
Jorge Taiana (*)

La Argentina, como cualquier país chico o mediano, cuenta como principal herramienta con el funcionamiento del multilateralismo, para asegurarse el cumplimiento de las normas que rigen el derecho internacional. Pero, para que el sistema multilateral realmente funcione, es condición necesaria tener un mundo multipolar. Multilateral y multipolar son palabras parecidas pero con distinto significado. La multilateralidad está asociada al sistema Naciones Unidas concebido en la posguerra, mientras que la multipolaridad refleja un nuevo mundo como el que está surgiendo, donde aparecen nuevos puntos de acumulación que muestran un escenario con nuevas voces y sin una única potencia hegemónica dominante.
En este nuevo escenario que avanza en la consolidación de bloques, una de nuestras prioridades debe ser trabajar para reimpulsar la integración regional, porque pretender navegar en solitario es en vano. A priori, multilateralismo e integración regional podrían percibirse como políticas contradictorias, sin embargo son totalmente complementarias. Argentina debe seguir apostando al multilateralismo y multipolarismo, a la vez que en simultáneo debemos trabajar para fortalecer la integración regional.
Este mundo multipolar nos ofrece como país opciones de asociación que antes no teníamos, permitiéndonos mayores grados de libertad y autonomía en nuestras decisiones. Por ejemplo,  los acuerdos firmados con China y Rusia nos permiten tener financiamiento para la construcción de grandes obras de infraestructura, acceder a la transferencia tecnológica e incrementar el comercio a destinos que eran muy difíciles hace tan sólo 10 años atrás. 
También creo que el fortalecimiento de nuestras relaciones bilaterales cobra cada día más importancia. Debemos seguir trabajando y negociando para mejorar nuestra balanza comercial y exportar bienes con mayor valor agregado, así como seguir impulsando inversiones que favorezcan el fortalecimiento de nuestro aparato productivo.
En este sentido, es imprescindible lograr  un mejor grado de coordinación al interior del Mercosur, la Unasur y la CELAC  porque nos permitiría una mayor potencia negociadora a la hora de defender nuestros intereses estratégicos como país  y región. 
Si bien, en la región existe una visión clara sobre la importancia de la integración persisten dificultades para profundizarla, sobre todo a partir de la última crisis mundial.  Es claro que resulta más fácil avanzar en la integración en un ciclo económico expansivo, pero creo que  es un error político-estratégico dar lugar a las posiciones más “autonomistas” porque así como los problemas de democracia se curan con más y mejor democracia, los problemas de la integración se solucionan con más y mejor integración. Y, en el caso del Mercosur, la clave no está en el intercambio comercial equilibrado sino que está en relación con la integración de cadenas productivas y de cadenas de valor. 

(*) Ex canciller en los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

Evitar el aislamiento
Modificar el rumbo actual de la política
Martín Dinatale (*)

La mejor estrategia de alineamiento para la Argentina sería volver al equilibrio perdido, es decir, retomar el contacto con el mundo occidental, llámese Estados Unidos y Europa, aunque sin perder los acuerdos logrados con China, Rusia e India. Pero en estos casos tratar de alcanzar acuerdos que sean simétricos y que también reúnan beneficios para el país. También sería loable que la Argentina pueda retomar el crédito internacional y que genere confianza en los mercados.
La decisión que tome el próximo gobierno inevitablemente estará enmarcada en modificar el rumbo actual de la política exterior kirchnerista, ya que la Argentina necesita dar señales al mundo de que hay mejoras en la economía, confianza y seguridad jurídica. De manera contraria, el país quedará aislado del mundo. 
Otro eje de análisis será el vínculo con el Mercosur. Si no se ajustan sus mecanismos internos para que funcione realmente como bloque regional y no como unión aduanera, la Argentina quedará condenada a seguir los pasos de Brasil y estar siempre a la defensiva de ese país. Sería interesante que el Mercosur dejase de ser ideológico para ser un bloque con potencial y poder económico.

(*) Columnista sobre temas internacionales en el diario La Nación.

Ni BRICS ni MITKA
Protagonismo en países medianos
Rosendo Fraga (*)

Quizás el mayor logro de la política exterior del kirchnerismo haya sido la inclusión del país en el G20. 
Se trata del grupo de 19 países más la Unión Europea que, tras la crisis financiera que estalló en los EE.UU. en la década pasada, se constituyó en el ámbito más importante de concertación de políticas globales.
Este grupo reúne aproximadamente cuatro quintas partes del PBI y la población mundial, aunque la cantidad de integrantes sea sólo un quinto de quienes integran las Naciones Unidas. 
Dentro del mismo se han perfilado tres bloques. 
Por un lado está el G7 integrado por EE.UU., Japón, Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia: se trata de las economías más desarrolladas de la actualidad y que fueron las dominantes en los años noventa. Dentro del G20, este grupo tiende a actuar como bloque en la mayoría de los casos. 
Por otro lado está el grupo BRICS, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica: son los países emergentes que se transformaron en potencias económicas en la primera década del siglo XXI. También suelen coincidir en puntos importantes de la agenda global no solo en lo económico, sino también en lo político, como también sucede con los países del G7. 
Entre ambos grupos, y desde hace un par de años, comenzó a funcionar un tercero, el MITKA, integrado por México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia. Son los países medianos en la escala global que buscan dar un espacio propio a los países medianos del G20. Arabia Saudita ha iniciado negociaciones para incorporarse y ello agregaría otra A a la sigla.
El único país que no está en ninguno de los tres grupos es Argentina. Como se evidenció en 2014 con motivo de la VI Cumbre de los BRICS realizada en Brasil, nuestro país pretende ser miembro de este grupo, pero no lo logra. Al mismo tiempo, Argentina no ha mostrado interés en participar del grupo MITKA, espacio que le correspondería por su tamaño y significación.
Asumir protagonismo en este grupo de países medianos importantes y exitosos tal vez sea una manifestación del camino que la Argentina debe tomar en la década que estamos promediando.

(*) Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.

Prioridades geopolíticas
Un contexto multipolar
Leonardo Hekimián (*)

Si por alineación se entiende la adhesión a un bloque de países que comparten una tendencia ideológica, política, económica o militar, la respuesta a esta pregunta podría resumirse en una palabra: “ninguna”. En verdad, la cuestión de la alineación o del antagónico “no alineamiento”, característica de la Guerra Fría, se ha desdibujado en el siglo XXI, donde se entrecruzan intereses y afinidades en un contexto multipolar.
Ello no implica que una política exterior sea flexible “cual pluma al viento”. La existencia de objetivos estratégicos, de largo plazo, lleva a la concertación con otras naciones con intereses comunes o compatibles. En esa lógica, surgen para la Argentina prioridades geopolíticas definidas.
En primer lugar, comparte mucho más que el espacio subcontinental con sus vecinos suramericanos. Desde 2009, UNASUR es la estructura institucional que agrupa doce países que, sin perjuicio de sus vínculos y conflictos pasados, tienen más desafíos en común que los que a veces perciben. Desde recursos naturales compartidos hasta la preservación de la “zona de paz”, pasando por el potencial económico y cultural, existe un cúmulo de factores que podrían calificarse de intereses regionales. 
El círculo de interés argentino se extiende, por un lado, a los demás países latinoamericanos, donde se replican afinidades del espacio suramericano, aunque con la necesidad de distinguir asimetrías evidentes. Por el otro, a la cuenca del Atlántico Sur, espacio geoestratégico de creciente interés mundial.
Finalmente, en el ámbito extra-regional, conviene plantear un relacionamiento equilibrado. Argentina puede buscar la cercanía y eventual asociación con los BRICS, sin desmedro de mantener relaciones amistosas y de cooperación con el conglomerado conformado por Estados Unidos y la mayoría de los países europeos y del sudeste asiático. Sin duda, habrá contradicciones puntuales como las que puede generar la cuestión Malvinas. En esos casos, las prioridades estratégicas y el análisis prudente de las circunstancias marcarán la resultante a seguir.

(*) Profesor ordinario de Política Exterior Argentina, Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.

Compartir activos geoestratégicos
Elegir en qué mesa hay que sentarse
María Lourdes Puente Olivera (*)

La Argentina es Sudamérica, no porque esté alineada, sino porque es parte. Tiene historia y cultura común, y comparte la mayoría de los activos geoestratégicos. Esta realidad geopolítica de ser parte, ha sido solo discursiva o pretendida. Lo conveniente, frente a la actual geografía de poder, es hacerla realidad, sumando activos para mejor negociar intereses. Y el primer eslabón es Brasil. La búsqueda por contrabalancear el poder de Brasil, nos ha debilitado a ambos. Y el intento de integrarnos sin darle realidad concreta en la vinculación con otros poderes, nos ha llevado a una creciente pérdida de confianza. Lo conveniente hoy es una América latina más unida en la voz y la negociación, o al menos, una Sudamérica.
Argentina pertenece a Occidente, no porque deba alinearse, sino porque comparte valores esenciales como DD.HH., democracia y libertad, entre otros. Esto, lejos de ser una premisa que nos debilite frente a quienes dominan la retórica occidental, debiera ser un aliciente para darle a Occidente lo que le está faltando en la crisis actual: la riqueza latinoamericana de la solidaridad, de la cultura que integra, de la paz, de los derechos sociales fortalecidos, y tantos otros valores que Occidente ha olvidado. La relación con Europa y EE.UU. debe cuidar lo que tenemos como activo, respetar lo que esos pueblos consiguieron, pero sobre todo, honrar los propios intereses sin necesidad de enfrentamientos que terminan pagando nuestros propios pueblos. Hay que aplicar inteligencia y descubrir que cosas comunes nos acercan y cómo resolvemos las diferencias. 
En la geografía de poder actual, el vínculo con los países tanto desarrollados como con los llamados poderes emergentes, desde China y Rusia hasta Israel ?depende en que tablero de desarrollo o atributo de poder queramos pararnos?, lo que es conveniente para la Argentina es sentarse a la mesa a negociar, con y desde sus aliados regionales. Porque al largo plazo lo que negociemos que perjudique a nuestros vecinos, terminará perjudicándonos a nosotros. Defenderemos junto a cada país, cualquiera sea, intereses que compartamos incluso frente a los poderes del Occidente al que pertenecemos. Porque hoy, hay desafíos globales que nos requieren trabajar con distintos socios: medio ambiente, proliferación, crimen organizado. Lo conveniente no es alinearse, sino elegir en que mesa sentarse y con quien jugar de pares, cada vez.

(*) Directora de la Escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la UCA.

Poligamia diplomática
Dinamismo y pluralismo
José Octavio Bordón (*)

La inserción internacional de nuestro país es uno de los desafíos medulares de la dirigencia argentina y muy especialmente de los líderes políticos que aspiran a gobernarla a partir de diciembre de 2015. No es una tarea exclusiva ni específica de los especialistas en política exterior, que obviamente son importantes y necesarios. Supone un diagnóstico integral de la situación global, en esta etapa histórica de la “Sociedad de la Información y el Conocimiento”. Entender esos procesos no nos garantiza el éxito en nuestras políticas públicas nacionales, pero desconocerlos nos pavimenta el camino al fracaso. Implica también un diagnóstico realista y profundo de la situación de nuestro país y de nuestros vecinos. Exige desde valores y cultura definir objetivos de desarrollo en el marco de una democracia plena: por la legitimidad en el origen del poder, por el sentido republicano de su ejercicio y por su capacidad para garantizar en cada etapa los derechos civiles, políticos y sociales de nuestros ciudadanos.
Supone construir políticas de estado que garanticen la sustentabilidad y eficacia de objetivos nacionales de mediano y largo plazo, como fundamento para atacar efectivamente los problemas urgentes de nuestra comunidad, fortalecer ventajas comparativas, superar debilidades estructurales y crear competitividad. Para lograr ello hay que comprender que buenas ideas no son automáticamente un proyecto sino el punto de partida de éste, que buenos proyectos son la base pero no garantizan políticas públicas y que sin estas y un consenso democrático no se puede tener políticas de estado.
Por ello no es conducente el debate sobre que alineación debe tener nuestro país: si solo con los vecinos, si con EE.UU. o Europa, sin con la China y Rusia o prioritariamente Sur-Sur. Las relaciones internacionales se están definiendo por un gran dinamismo y pluralismo institucional. En alguna ocasión las definimos como una poligamia diplomática, la que para no perder sentido debe estar dirigida y acotada por lo que el ex Canciller brasileño Celso Lafer definió como “convertir necesidades internas en posibilidades externas”.
Es importante comprender que somos una democracia de dimensión mediana. No somos un líder global, pero tampoco somos irrelevantes. Podemos ser el actor más dinámico para construir una Sudamérica bi-oceánica, aprovechando las grandes oportunidades que supone el acceso al Pacífico y al Atlántico. La relación sudamericana es esencial para la democracia y la paz en la región y para construir competitividad global en ciertos sectores, evitando una visión rígida y aislacionista de la integración.
Es fundamental implementar nuestras relaciones bilaterales con México, EE.UU., Canadá, Europa, Rusia, China, India, Japón, Corea, Australia, Sudáfrica y los nuevos emergentes del Sudeste Asiático y Africa, en función de valores e intereses y sin atarnos a prejuicios ni falsos alineamientos que solo pueden conducir al fracaso. Podemos y debemos sentarnos en las mesas de liderazgo global en temas como alimentación, desarrollo nuclear pacífico, biotecnología, misiones de paz, derechos humanos y otras materias donde tenemos la realidad o el potencial de ser considerados como protagonistas y líderes sectoriales. En síntesis: una inserción internacional basada en el conocimiento y comprensión de la realidad doméstica e internacional, al servicio de nuestros intereses de desarrollo y en consonancia con nuestras convicciones de paz y justicia nacional, regional y mundial.

(*) Director del Centro de Asuntos Globales de la Universidad Nacional de Cuyo. Gobernador, Senador y Diputado Nacional de la Provincia de Mendoza. Embajador Argentino en EE.UU. Miembro del Consejo Directivo del CARI.

El corredor Sur-Sur
Las opciones geopolíticas 
Jorge Castro (*)

La inserción internacional, que es el camino de doble vía por el que transcurren el comercio y las inversiones, es la categoría fundamental de las relaciones internacionales en el capitalismo globalizado.
Más de 65% de las exportaciones argentinas son agroalimentarias, incluyendo commodities agrícolas (soja y harina de soja) y manufacturas de origen agropecuario (aceites); y 80% de esas ventas se destinan al mercado asiático (China e India en primer lugar), que es la región de más vigorosa expansión del capitalismo contemporáneo.
China se ha convertido en la principal potencia comercial del mundo; y prevé importar USS 10 billones en los próximos 5 años, entre ellos, alimentos y en especial granos para la alimentación animal.
Este rubro es de importancia estratégica central para la República Popular, porque su población experimenta una gigantesca transición dietaria (vuelco masivo al consumo de proteínas cárnicas), que es la más grande de la historia.
El resultado es que el Gobierno chino estima que deberá importar 20% de su demanda de granos en los próximos 20 años; y por eso ha modificado su percepción de la seguridad alimentaria. Esta no es más sinónimo de autoabastecimiento, sino que ha adquirido ahora una dimensión global, que consiste en impulsar, a través de las inversiones, la producción en los países de mayor potencial.
Soja y harina de soja son los insumos fundamentales de la alimentación animal; y 95% de la producción global tiene lugar en sólo 3 países: EE.UU, Brasil y la Argentina. Por eso, la Argentina y Brasil constituyen la principal plataforma de producción de proteínas del siglo XXI, y han adquirido un posicionamiento estratégicamente privilegiado en relación a China.
La República Popular se ha convertido en la mayor fuente de capitales del mundo de hoy. Dispone de U$S 4,1 billones de reservas, surgidas de un superávit de cuenta corriente de 2,6% del PBI en 2014 (U$S 280.000 millones). Por eso, China prevé invertir U$S 500.000 millones en América latina en los próximos 10 años; y una quinta parte de ese flujo de capitales estará constituido por inversiones industriales. Los tres países de mayor desarrollo industrial de América latina son Brasil, México y la Argentina.
De ahí que se profundice la inserción internacional de la Argentina, al igual que toda América del Sur, con China; y que el corredor Sur?Sur se convierta en el más importante del comercio global en los próximos 10 años.
La política exterior de un país son sus objetivos externos y el sistema de alianzas que establezca para lograrlos. Así, por definición, siempre hay más de una opción de política exterior. Lo que no hay es una opción de política exterior fuera de una inserción internacional determinada. La política internacional es un mundo de realidades, no una ideología o una doctrina.
Esto es lo que hace que China / Asia se haya convertido en el objetivo fundamental de la política exterior argentina en esta etapa de su historia, lo que significa sumarla ?con una prioridad menor? a la relación que mantiene con Brasil y la región, además de EE.UU. y Europa.
Estos son los trazos fundamentales del posicionamiento argentino en el siglo XXI.

(*) Abogado, ensayista, escritor. Su último libro es China y la Argentina en el Siglo XXI.

Antenas de alerta permanente
Nuevos polos de poder económico
Diana Tussie (*)

No hay alineamiento de política exterior que sea una llave mágica a la felicidad ni una fórmula para el éxito. Hoy la emergencia de nuevos polos de poder económico y político está acompañado por grandes fluctuaciones de la demanda internacional en nuestros productos de exportación así como de las fuentes de suministro. El mundo está en mutación permanente y eso exige pragmatismo y flexibilidad. A título de ejemplo, el levantamiento de las sanciones internacionales sobre Irán modificarán el mercado condiciones y precios en el campo energético. 
En otras palabras, la diplomacia debe tener ante todo antenas de alerta permanente y una constante capacidad de adaptación para compatibilizar oportunidades y limitaciones de manera de profundizar el actual proceso de diversificación geográfica de las exportaciones y su potencial contribución al mejoramiento de los resultados externos de nuestro país en el mediano y largo plazo. Cabe esperar una profundización en las relaciones comerciales con nuevos socios comerciales empujados por la locomotora china, al tiempo que los mercados más maduros irán perdiendo participación.
Dentro de este marco general nuestra primera atención son nuestros vecinos de América del Sur , y en particular al camino recorrido con el Mercosur , que tendrá sus fallas y un cúmulo de desesperanzas pero no dejará de ser nuestra inmediata realidad, condición y plataforma. Si bien es en esta región donde podemos notar más trabas, no por ello constituye un mercado de más difícil acceso para productos más elaborados Y cuanto menos nos denostemos nosotros, menos oportunidades dejamos para que otros lo hagan.
La inestabilidad es el signo de los tiempos. Es una oportunidad para abrir los ojos en lugar de apostar de antemano a fórmulas rigidizadas de alineamiento. Al mismo tiempo que se atiende a este escenario externo “en zapping” es necesario atender una renovada atención a las demandas societarias que moldean nuestros intereses y valores.

(*) De Conicet y Flacso Argentina.

Identidad regional
Esclavos de la geografía
Diego R. Guelar (*)

La Argentina es un país de desarrollo mediano ubicado en el extremo sur de Sudamérica. Todos somos esclavos de la geografía. Más que definir un “alineamiento”, lo que tenemos que hacer es definir “nuestro lugar en el mundo”. Alcanza con mirar el mapa.
Desde nuestra definitiva organización nacional ?entre 1880 y 1930?, quisimos ser un “pedazo de Europa” en Sudamérica. Más allá de que habláramos de “buena vecindad”, tensamos al máximo la relación con Chile y Brasil y generamos una relación premeditadamente dependiente con Inglaterra. Estamos a la deriva desde que se combinaron la crisis internacional, el golpe de estado y un estatus de segunda categoría en el Commonwealth inglés. Todo esto ocurrió en 1930.
Llegamos tarde al “Populismo Nacionalista” (primer y segundo gobierno de Perón), no pudimos sentar una base duradera para el proyecto “Desarrollista” (1958-62), nos auto-flagelamos en los 70 con “liberación o dependencia” y luego montamos una “caricatura neo-liberal” en los 90. Ahora, vemos la agonía del “Modelo”. 
Lo mejor que ocurrió en los últimos 30 años fue hacer la paz con Chile y Brasil. Ahí está nuestra “Casa Común”. Es con ellos, más Bolivia, Paraguay y Uruguay, con quienes debemos apuntalar una “Nación de Naciones” que se expanda hasta Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Es “con ellos” con quienes debemos construir una “matriz común” agregando valor a nuestros ricos recursos naturales, honrando el medio ambiente y proyectándonos hacia el Pacífico y el Atlántico. Haciendo esto, tendremos que, además, equilibrar nuestros vínculos con China (y el Asia Pacífico), la Unión Europea (más Rusia) y los EE.UU. (más Canadá y Méjico). Allí se encuentran las cabezas de las cadenas de valor universales. Más que “alinearnos” con alguien, tenemos que resolver nuestro irresuelto dilema: “Quién (o quiénes) somos”.
Esta nueva “identidad regional”, si podemos superar la remanida tendencia a solo pregonarla retóricamente, es, de lejos, nuestra mejor opción posible. Lo demás, es un estéril debate ideologista.

(*) Secretario de Relaciones Internacionales del PRO.

Cambio de estrategia
Agroalimentos es el negocio de la Argentina
Luis María Savino (*)

Si hoy tenemos que repensar la inserción de la Argentina en el mundo, habría que, sin ninguna duda, partir del criterio de lo conveniente, abstrayéndonos de ideologías.  Cualquier esbozo a desarrollar tendría que atender los problemas más acuciantes que el país tiene para resolver.  
Por ejemplo, hoy vemos problemas como el déficit fiscal-inflación y la falta de divisas como urgencias a resolver.  Por otro lado vemos que el sector de agroalimentos sigue siendo el “negocio de la Argentina” y el sector energético se presenta como el “negocio potencial” a atender.
Ambos son los polos que pueden permitir a la Argentina jugar un rol de transcendencia mundial.
Paralelamente es imperativo restablecer la relación con los mercados y regularizar el acceso del país al sistema financiero internacional.
Esta imperfecta pero descripción suscinta al fin de los problemas y potencial de la Argentina tendría que estar presente y determinar los pasos centrales a seguir en la gestión internacional.  Sí observamos que Estados Unidos, Brasil y la Argentina conforman la grande potencia exportadora de granos y carnes, vemos que juntos exportamos entre el 70 y 80% del maíz y la soja del mundo y entre el 36 y 55% de carnes de vaca, cerdo y pollo del mundo.  
Está muy claro con quienes tendríamos, en una actitud positiva, que relacionarnos de manera inmediata.
Esto habilitaría un cambio de estrategia para el manejo de nuestros negocios por cuanto la alianza con los productores defendería, sin ninguna duda, de mejor manera, nuestros intereses de vendedor mundial y nos alejaría de una inconveniente dependencia que podría llevarnos una conducta agresiva del comprador.  Estas son las variables estratégicas que estamos considerando en el Proyecto Argentina.
La inversión diversificada en los mercados mundiales requiere del acceso al sistema financiero internacional y todo esto a su vez es requisito para que nuestro país reciba parte de los capitales deseosos de invertir en el mundo con condiciones aceptables.  Las inversiones que necesitamos para un desarrollo sostenido y estable.
Una mínima observación responde automáticamente con quien o quienes nos conviene actualizar las relaciones.
Recién entonces podríamos encarar un planeamiento estratégico que dé respuestas a las necesidades del presente y al desarrollo social, económico y cultural del futuro.
Si bien dijimos no caer en el arbitrio de la ideología que puede alejarnos de nuestro camino necesario, también es importante considerar que el relacionamiento internacional no tiene que autolimitarse descartando caminos del presente o los que puedan transitarse en el futuro.
Los apuntes anteriores solamente reflejan las prioridades de inicio, porque si bien todos los caminos internacionales pueden ser atractivos, de nada sirve si no se establecen con claridad las prioridades en orden de urgencia e importancia.
Hemos mencionado dos países para el énfasis de inicio por cuanto la inserción de la Argentina en cuanto bloques, entiendo que habría que seguirla de cerca.
Participamos de un Mercosur que pinta desdibujarse en el tiempo y tal vez permanezca limitado para darnos todo lo que en algún momento pensamos.  Brasil seguirá siendo Brasil, nos resulta importante su comercio y direccionamiento y probablemente también lo veamos buscar otros caminos para poder enfrentar sus desafíos en el mundo.
Por otro lado nuestra participación en el G20 que no nos limita para otras incursiones, no ha sido operativa hasta el momento.  Será todo un potencial pero así y todo no hay que descartar los caminos que se están abriendo en los mercados del mundo.
Están los socios y las prioridades a encarar.  Solo agregaría en este corto esquema que cuanto antes se inicien las tratativas, el despegue demorará menos.
Hoy mismo los candidatos presidenciales tendrían que ocupar un espacio permanente ante los centros de poder en el mundo a través de sus propios representantes de manera estable para preparar el terreno y cuando llegue el momento, no perder ni un minuto.

(*) Presidente del Centro de Estudios Americanos; director de Proyecto Argentina.

 

Compartir:

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Noticias

CONTENIDO RELACIONADO