Amazon acaba de demostrar el desequilibrio de poder entre las grandes empresas y los gobiernos. Cuando el año pasado anunció que estaba buscando una ciudad para instalar una segunda sede publicó un documento detallando todo lo que la ciudad tenía que ofrecer para poder competir. Además de exigir buenas rutas de acceso, buen transporte público y población con la debida preparación, el documento explicaba que los incentivos del estado y de los gobiernos locales serían factores importantes al momento de tomar la decisión.
No es la única. En 2001 la compañía aeroespacial Boeing hizo exactamente lo mismo, y la ciudad de Chicago, Illinois, resultó la ganadora. Funcionarios a nivel local y estadual presionaron agresivamente para atraer a la compañía: le ofrecieron generosos incentivos financieros, promovieron las ventajas comerciales y culturales de la ciudad y crearon una comisión de primera categoría.
Amazon, por su parte, seguramente conseguirá los favores políticos necesarios para lograr que la compañía se decida por determinada ciudad.
No son sólo los gobiernos los que son manipulados. En Gran Bretaña, por ejemplo, cuando son los sindicatos los que hacen concesiones – como aceptar recortes en las jubilaciones o o contratos menos seguros para personal nuevo – casi siempre se debe a que la empresa ha amenazado con llevar la producción a países con costos más bajos.
Pero al tratar los empleos de la gente como moneda de cambio y sus ciudades como puntitos en el mapa corporativo las empresas están inoculando una sensación de inseguridad en la gente que erosiona su apoyo al capitalismo y a la globalización.