Parece que el problema se originó a partir de modificaciones al procesador con miras a acelerar el tiempo de carga de la batería. El accidente significó una caída de US$ 19.000 millones en el valor de mercado de la compañía surcoreana y todavía nadie ha mensurado el daño a la imagen y la reputación de la compañía.
Ya están sintiendo, también, el efecto contagio. Las ventas de la semana pasada del S7 cayeron porque la credibilidad de Samsung está dañada.
La decisión de no sacar más la línea de teléfonos se tomó después de la segunda vez que tuvieron que solicitar el retiro de unidades del mercado. Samsung creyó que había solucionado el problema de las baterías pero los incidentes continuaron. Hubo que buscar la causa en otra parte, entonces. Ahora sospechan que fueron los toques introducidos al procesador.
La segunda vez hizo más daño que la primera, Samsung había puesto una marca a los dispositivos nuevos para distinguirlos de los defectuosos, pero resultó que esos también explotaron. Para los que lo vivieron y vieron cómo les explotaba el teléfono, será un recuerdo imborrable. Para los demás, recordarán las fotografías de teléfonos totalmente inutilizados. Algo nunca visto desde que aparecieron celulares.