<p>Sus avances se debían a excelentes diseños y un predominio en materia de interfaces simples, pero –sostiene el International Herald Tribune desde París- las cosas están cambiando. Su estructura se anquilosa, las divergencias entre ejecutivos de línea se intensifican y las decisiones se dilatan más de lo prudente.<br />
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Por ejemplo, todo eso llevó a archivar largo tiempo un proyecto de celular inteligente precursor en años al iPhone de Apple. Ahora bien, ¿la aparición de Stephen Elop, un canadiense completamente ajeno a la cultura Nokia, habrá llegado a tiempo para frenar el retroceso? Proveniente de Microsoft, es el primer no finés que conduce al gigante.<br />
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Los vaivenes de la empresa “recuerdan –apunta el IHT- los de International Business Machines hace unos veinte años. Por entonces, durante la gestión de John Akers, Big blue cedía posiciones de dominio y se sumía en una crisis tecnológica, estructural y de negocios. La compañía se había transformado en un ministerio cuyos funcionarios se peleaban entre sí”.<br />
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Tuvo que surgir un Louis Gertsner, salido de American Express y RJR Nabisco, para salvar el barco. Por supuesto, la crisis de IBM era peor que la de Nokia: a principios de los 90, la primera perdía plata, cosa que aún no le sucede a la finesa. Gerstner forzó un cambio copernicano. Le bastó una videoconferencia con la primera línea gerencial para echar al fuego el decálogo de Big blue, basado en una presuntuosidad: los clientes debían sentirse honrados de comprarle. “En adelante, será al revés” dictaminó el flamante director ejecutivo. A Elop todavía le falta dar un paso similar. <br />
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Nokia: un caso donde el éxito puede ser indigesto
Toca hoy al líder finés en teléfonos móviles descubrir que demasiado éxito hace mal. En efecto, la compañía ha perdido posiciones en el mercado internacional de teléfonos inteligentes. Al cabo de años de hegemonía, Nokia se ha burocratizado como otras antes.