Las nuevas empresas de alta tecnología

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Tras la revolución informática, llegó la hora de la biotecnología. Gracias al proyecto Genoma Humano, la Ley de Moore será rápidamente superada.

Los beneficios de la biotecnología pueden ser mayores de lo que hemos visto en la industria de la computación y pueden llegar en muy pocos años.

Hay que considerar dos cosas: las dos industrias no se han desarrollado al mismo ritmo y la forma en que alcanzaron el éxito es diferente.

La industria de la computación tuvo un período de gestación considerablemente largo antes de convertirse en la explosiva industria innovadora actual.

El tubo de vacío se inventó en 1906, pero no fue hasta muchas décadas después, con la invención del transistor de estado sólido (1947), seguido por el circuito integrado (1958), que nació la industria de la computación.

Por contraste, el hecho que nos introdujo en la biotecnología fue el descubrimiento de la estructura y el propósito del ADN, que no ocurrió hasta 1953, casi 50 años después de la invención de su equivalente en la industria de la computación: el tubo de vacío.

El paralelo de la biotecnología con el nacimiento del chip fue la invención del ADN recombinante en 1973, que tuvo lugar 15 años después del descubrimiento de su contrapartida de la alta tecnología.

Por lo tanto, la industria de la biotecnología está donde estaba la industria de la computación a fines de la década de los ’70, pero tiene una carta bajo la manga: el proyecto Genoma Humano que mapea toda la estructura genética del ADN y que dará sus frutos muy pronto.

De hecho, ayer (lunes 26) fue oficialmente anunciada la conclusión de las investigaciones, que llevaron más de una década.

Existen alrededor de 80.000 genes en un genoma humano y la gran mayoría de ellos se podrá codificar con información médica importante que permitirá saber, por ejemplo, qué genes son responsables de las enfermedades hereditarias.

Si según la Ley de Moore la capacidad de microprocesamiento se duplica cada 18 meses, la cantidad de ADN secuenciado excederá esa cifra.

A medida que se conozca la arquitectura básica de la salud, la enfermedad y la vejez, sus huellas estarán a nuestra disposición para buscar cada aplicación comercial concebible.

Esta nueva herramienta nos llevará a una era de la medicina tan milagrosa como la que inició la penicilina.

¿Cuándo? Es razonable esperar que el gran paso se produzca en la próxima década de los ’20, pero podría suceder mucho antes.

Los progresos ya son significativos. Consideremos el campo de la farmacogenómica, que combina el desarrollo de drogas con la genética.

Utilizando una nueva tecnología llamada de microarrays o chips de ADN, un científico puede medir los niveles relativos de miles de diferentes productos genéticos a la vez.

Una vez reunida esta información, se podrán realizar pruebas de clasificación genética que nos protejan contra los efectos colaterales raros pero serios de una droga, o predecir qué pacientes responderán a un tratamiento.

Observemos otro ejemplo del rápido desarrollo de la industria, la velocidad de tres genes vinculados con la obesidad para recoger millones en licencias de investigación y desarrollo.

Los tres genes se descubrieron entre 1994 y 1995. Uno de ellos, apodado Obese, fue vendido por Amgen en US$ 20 millones iniciales más pagos previamente acordados de varias veces esa cantidad y además regalías no especificadas.

Por otra de las tres Tubby se recibieron pagos y contratos de investigación por un valor de US$ 70 millones.

Pero este tipo de descubrimientos no se traduce automáticamente en un aumento del precio de las acciones de sus fabricantes, como sucedería con una empresa de alta tecnología.

La industria de la computación es una industria absolutamente impulsada por el mercado, sin trabas impuestas por el gobierno (con excepción de alguna acción ocasional antimonopolio).

La biotecnología, por el contrario, debe enfrentarse a un gran handicap regulatorio: la aprobacion de la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) de Estados Unidos.
De acuerdo con Pharmaceutical Research & Manufacturers of America, para que una nueva droga llegue a la etapa de pruebas clínicas y de aprobación de la FDA se necesitan alrededor de US$ 500 millones y aproximadamente 15 años.

Como resultado, ninguna pequeña empresa puede enfrentar todo el proceso por sí sola, dado que el período para la gestación de un producto excede en gran medida su capital inicial.

Por lo tanto, el precio para ingresar a la subasta del genoma humano –la licencia de genes para investigación y desarrollo y para su evolución comercial, que creará la fuente más importante de riqueza médica del nuevo siglo– excluirá a todos menos a los grandes jugadores.

Igual que para conseguir un lugar en Sotheby’s o en el recinto de la bolsa, los pequeños jugadores están en desventaja y son una franca minoría.

Debido a estos obstáculos, la biotecnología ya no puede desarrollarse en el mismo ámbito empresarial que la industria de la computación, en la que cualquier profesional independiente, por ejemplo, puede fundar su empresa con muy pocos recursos y convertirla en un éxito arrollador.

Pero eso no significa que no existan recompensas ni que las empresas de biotecnología no puedan alcanzar un éxito resonante; sólo significa que estas pequeñas empresas deben centrar su investigación y desarrollo en las enfermedades, y ceder el resto del ciclo de desarrollo de una droga y su mayor retorno sobre la inversión a compañías más grandes, ya sea asociándose con ellas o permitiendo que las adquieran.

Algunas de estas empresas evolucionarán en versiones más pequeñas e innovadoras de las grandes empresas farmacéuticas que han dominado el mercado del cuidado de la salud durante los últimos 150 años y muchas podrán formar unidades operativas independientes dentro de esas grandes empresas.

El tema más importante es que esta disciplina presenciará una revitalización drástica cuando finalice el análisis del genoma humano y se comercialice ese conocimiento.

Todavía hay mucho para repartir. Actualmente, las grandes empresas farmacéuticas tienen solamente 7% del mercado total y la mayor compañía de biotecnología solamente tiene 16% de su mercado objetivo.

Prácticamente todas las semanas se abren nuevos segmentos del mercado y a medida que surgen innovaciones y la industria alcanza sus objetivos, probablemente se producirán los retornos con los que Wall Street ha soñado tanto.

Convergencia: biotecnología y tecnología de punta

Era inevitable que la alta tecnología convergiera con la biotecnología. Las únicas preguntas eran cuándo y a qué velocidad.

En los últimos cinco años, los científicos tuvieron la respuesta a medida que las herramientas de biotecnología llegaron a su etapa de revolución digital.

La tecnología de automatización, la miniaturización, el diseño de chips especializados y otras tecnologías inspiradas en la computación se fusionaron para crear nuevas criaturas de laboratorio: máquinas a cargo de secuenciar genes, programas de software de información, hasta dispositivos de química robótica.

Estos híbridos de alta tecnología/biotecnología aceleran el tiempo y reducen el costo de una gran cantidad de tareas, desde mapear los genes hasta crear y probar nuevos compuestos de drogas.

La convergencia ya está produciendo resultados comercializables. Ahora solamente se necesitan días o horas para completar miles de experimentos que una vez llevaban meses.

Estas mejoras de hardware juntamente con los avances producidos en el estudio de genes algún día cambiarán la forma en que se tratan las enfermedades.

El motor que impulsa gran parte de esta innovación es la genómica, un término familiar desde que el gobierno federal emprendió su proyecto Genoma Humano en 1990.

El proyecto acaba de producir un documento de trabajo con un mapa de todos los genes humanos.

¿Por qué nos debemos preocupar? El genoma humano está compuesto por aproximadamente 80.000 genes y una cantidad impensable de variaciones genéticas representadas por el color del cabello, la altura y la predisposición a las enfermedades.

Si el proyecto Genoma Humano puede descifrar las huellas del cuerpo humano por primera vez podremos controlar las enfermedades en su nivel molecular más elemental.

Los beneficios de la biotecnología pueden ser mayores de lo que hemos visto en la industria de la computación y pueden llegar en muy pocos años.

Hay que considerar dos cosas: las dos industrias no se han desarrollado al mismo ritmo y la forma en que alcanzaron el éxito es diferente.

La industria de la computación tuvo un período de gestación considerablemente largo antes de convertirse en la explosiva industria innovadora actual.

El tubo de vacío se inventó en 1906, pero no fue hasta muchas décadas después, con la invención del transistor de estado sólido (1947), seguido por el circuito integrado (1958), que nació la industria de la computación.

Por contraste, el hecho que nos introdujo en la biotecnología fue el descubrimiento de la estructura y el propósito del ADN, que no ocurrió hasta 1953, casi 50 años después de la invención de su equivalente en la industria de la computación: el tubo de vacío.

El paralelo de la biotecnología con el nacimiento del chip fue la invención del ADN recombinante en 1973, que tuvo lugar 15 años después del descubrimiento de su contrapartida de la alta tecnología.

Por lo tanto, la industria de la biotecnología está donde estaba la industria de la computación a fines de la década de los ’70, pero tiene una carta bajo la manga: el proyecto Genoma Humano que mapea toda la estructura genética del ADN y que dará sus frutos muy pronto.

De hecho, ayer (lunes 26) fue oficialmente anunciada la conclusión de las investigaciones, que llevaron más de una década.

Existen alrededor de 80.000 genes en un genoma humano y la gran mayoría de ellos se podrá codificar con información médica importante que permitirá saber, por ejemplo, qué genes son responsables de las enfermedades hereditarias.

Si según la Ley de Moore la capacidad de microprocesamiento se duplica cada 18 meses, la cantidad de ADN secuenciado excederá esa cifra.

A medida que se conozca la arquitectura básica de la salud, la enfermedad y la vejez, sus huellas estarán a nuestra disposición para buscar cada aplicación comercial concebible.

Esta nueva herramienta nos llevará a una era de la medicina tan milagrosa como la que inició la penicilina.

¿Cuándo? Es razonable esperar que el gran paso se produzca en la próxima década de los ’20, pero podría suceder mucho antes.

Los progresos ya son significativos. Consideremos el campo de la farmacogenómica, que combina el desarrollo de drogas con la genética.

Utilizando una nueva tecnología llamada de microarrays o chips de ADN, un científico puede medir los niveles relativos de miles de diferentes productos genéticos a la vez.

Una vez reunida esta información, se podrán realizar pruebas de clasificación genética que nos protejan contra los efectos colaterales raros pero serios de una droga, o predecir qué pacientes responderán a un tratamiento.

Observemos otro ejemplo del rápido desarrollo de la industria, la velocidad de tres genes vinculados con la obesidad para recoger millones en licencias de investigación y desarrollo.

Los tres genes se descubrieron entre 1994 y 1995. Uno de ellos, apodado Obese, fue vendido por Amgen en US$ 20 millones iniciales más pagos previamente acordados de varias veces esa cantidad y además regalías no especificadas.

Por otra de las tres Tubby se recibieron pagos y contratos de investigación por un valor de US$ 70 millones.

Pero este tipo de descubrimientos no se traduce automáticamente en un aumento del precio de las acciones de sus fabricantes, como sucedería con una empresa de alta tecnología.

La industria de la computación es una industria absolutamente impulsada por el mercado, sin trabas impuestas por el gobierno (con excepción de alguna acción ocasional antimonopolio).

La biotecnología, por el contrario, debe enfrentarse a un gran handicap regulatorio: la aprobacion de la Administración de Drogas y Alimentos (FDA) de Estados Unidos.
De acuerdo con Pharmaceutical Research & Manufacturers of America, para que una nueva droga llegue a la etapa de pruebas clínicas y de aprobación de la FDA se necesitan alrededor de US$ 500 millones y aproximadamente 15 años.

Como resultado, ninguna pequeña empresa puede enfrentar todo el proceso por sí sola, dado que el período para la gestación de un producto excede en gran medida su capital inicial.

Por lo tanto, el precio para ingresar a la subasta del genoma humano –la licencia de genes para investigación y desarrollo y para su evolución comercial, que creará la fuente más importante de riqueza médica del nuevo siglo– excluirá a todos menos a los grandes jugadores.

Igual que para conseguir un lugar en Sotheby’s o en el recinto de la bolsa, los pequeños jugadores están en desventaja y son una franca minoría.

Debido a estos obstáculos, la biotecnología ya no puede desarrollarse en el mismo ámbito empresarial que la industria de la computación, en la que cualquier profesional independiente, por ejemplo, puede fundar su empresa con muy pocos recursos y convertirla en un éxito arrollador.

Pero eso no significa que no existan recompensas ni que las empresas de biotecnología no puedan alcanzar un éxito resonante; sólo significa que estas pequeñas empresas deben centrar su investigación y desarrollo en las enfermedades, y ceder el resto del ciclo de desarrollo de una droga y su mayor retorno sobre la inversión a compañías más grandes, ya sea asociándose con ellas o permitiendo que las adquieran.

Algunas de estas empresas evolucionarán en versiones más pequeñas e innovadoras de las grandes empresas farmacéuticas que han dominado el mercado del cuidado de la salud durante los últimos 150 años y muchas podrán formar unidades operativas independientes dentro de esas grandes empresas.

El tema más importante es que esta disciplina presenciará una revitalización drástica cuando finalice el análisis del genoma humano y se comercialice ese conocimiento.

Todavía hay mucho para repartir. Actualmente, las grandes empresas farmacéuticas tienen solamente 7% del mercado total y la mayor compañía de biotecnología solamente tiene 16% de su mercado objetivo.

Prácticamente todas las semanas se abren nuevos segmentos del mercado y a medida que surgen innovaciones y la industria alcanza sus objetivos, probablemente se producirán los retornos con los que Wall Street ha soñado tanto.

Convergencia: biotecnología y tecnología de punta

Era inevitable que la alta tecnología convergiera con la biotecnología. Las únicas preguntas eran cuándo y a qué velocidad.

En los últimos cinco años, los científicos tuvieron la respuesta a medida que las herramientas de biotecnología llegaron a su etapa de revolución digital.

La tecnología de automatización, la miniaturización, el diseño de chips especializados y otras tecnologías inspiradas en la computación se fusionaron para crear nuevas criaturas de laboratorio: máquinas a cargo de secuenciar genes, programas de software de información, hasta dispositivos de química robótica.

Estos híbridos de alta tecnología/biotecnología aceleran el tiempo y reducen el costo de una gran cantidad de tareas, desde mapear los genes hasta crear y probar nuevos compuestos de drogas.

La convergencia ya está produciendo resultados comercializables. Ahora solamente se necesitan días o horas para completar miles de experimentos que una vez llevaban meses.

Estas mejoras de hardware juntamente con los avances producidos en el estudio de genes algún día cambiarán la forma en que se tratan las enfermedades.

El motor que impulsa gran parte de esta innovación es la genómica, un término familiar desde que el gobierno federal emprendió su proyecto Genoma Humano en 1990.

El proyecto acaba de producir un documento de trabajo con un mapa de todos los genes humanos.

¿Por qué nos debemos preocupar? El genoma humano está compuesto por aproximadamente 80.000 genes y una cantidad impensable de variaciones genéticas representadas por el color del cabello, la altura y la predisposición a las enfermedades.

Si el proyecto Genoma Humano puede descifrar las huellas del cuerpo humano por primera vez podremos controlar las enfermedades en su nivel molecular más elemental.

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