La agri-tecnología necesita licencia social

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Los científicos avanzan con entusiasmo, pero el público desconfía.

En los próximos años la población mundial tendrá 2.000 millones de personas más para alimentar. La ciencia sigue avanzando para combatir las enfermedades que atacan los cultivos y hacerlos resistentes a pestes de todo tipo, sequías e inundaciones. Mientras avanza tropieza con la oposición de la mitad del mundo, que sigue pensando que los alimentos genéticamente modificados son malos para la salud.

 

A este debate, que ya lleva años, se suma ahora el de la edición genética, o edición de genes, que tiene sus diferencias con los cultivos genéticamente modificados. A diferencia de la modificación genética (GM)– que implica insertar un gen diferente en el ADN – la edición genética implica cortar un gen para modificar el ADN. Quienes propone esta nueva técnica esperan evitar las críticas que generan los productos GM y que han impedido hasta ahora la generalización del uso, especialmente en Europa. La nueva técnica trabaja con los genes existentes y no agregan un ADN extraño a la planta. En Estados Unidos y Canadá la primera respuesta de las autoridades ha sido que los cultivos con genes editados no entran en el régimen regulatorio de los GMO (genéticamente modificados).

 

Ya existen varias técnicas de edición de genes pero el método más popular y más versátil es el denominado Crispr. Algunas aplicación, como tomates con más sabor, hongos que no se ponen marrones al ser cortados y que duran más tiempo en buen estado, ya están próximas a ser comercializadas en Estados Unidos.

 

La edición de genes está considerada por los científicos como el mayor avance técnico en biociencia desde la tecnología que recombina el ADN, que combina material genético de varias fuentes. Este nuevo procedimiento da a los científicos una forma rápida y confiable de hacer cambios precisos en genes específicos. La ciencia agrícola está trabajando en una cantidad de proyectos de edición de genes que incluyen trigo con bajo gluten y maníes que no producen alergia.

La tecnología es prometedora para los países en desarrollo, que dependen de ciertos cultivos que se han vuelto vulnerables a las enfermedades.

 

Quienes se oponen a los alimentos GM también se oponen a la edición por las mismas razones: el impacto potencial sobre los ecosistemas ambientales y la salud humana. Dicen que no es un proceso natural y que no está bien entendido.

Del otro lado les responden que muchos medicamentos generalmente aceptados por el público – incluida la insulina – son producidos por organismos genéticamente modificados. Dicen, por lo tanto, que hay una especie de esquizofrenia sobre lo que es aceptable y lo que no.

 

Por su parte, los capitalistas de riesgos, o sea los que apuestan con su dinero al desarrollo de la tecnología, dicen que los científicos y las compañías de edición de genes necesitan obtener del público “licencia social” para operar. Tienen que generar confianza y explicar con mucha claridad lo que están haciendo.

Los especialistas en marketing, a su vez, dicen que no va a ser fácil conquistar al consumidor escéptico.

 

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