Se diluyen claras posibilidades de establecer un nuevo cuerpo de reglas para regir el intercambio entre países de todo lo que genera la economía digital. La extraordinaria expansión tecnológica de los años anteriores se hizo, justamente, al amparo de los diversos tratados comerciales vigentes.
Acuerdo que ahora parecen amenazados, sea que los liquiden, sea que los recorten.
Pero el caso del TPP, entre una docena de naciones ribereñas de ese océano lideradas por Estados Unidos y con la explícita intención de contener la expansión de China, es el caso más relevante.
¿Por qué? Era la primera vez que en un tratado internacional de este porte se consagraban los principios de una economía abierta de Internet en una negociación de esta naturaleza. Incluía dos condiciones específicas. Primera, libertad absoluta en los flujos informativos y de data entre los países. Segunda, la prohibición de que un país forzara a las empresas a almacenar data relativa a sus ciudadanos dentro de las fronteras nacionales. Dadas las recientes revelaciones sobre vigilancia estatal (como lo revelaron las declaraciones de Edward Snowden) estas disposiciones tenían extraordinaria vigencia.
Para las empresas de IT, se trata de tener acceso a miles de millones de consumidores y salvar a la Internet de la fragmentación. Para los consumidores, es un combate por proteger los derechos de los ciudadanos contra nuevas formas de dominio global.
La cuestión de fondo es la privacidad. Esa que parecía bien protegida con las cláusulas previstas para el TPP que Donald Trump está decidido a enterrar. Si un nuevo acuerdo comercial rige en la zona, estará influido por China que piensa muy distinto en esta materia.