Asi sostiene el experto Benjamin Sovacool (Instituto Politécnico de Virginia), para quien “los átomos no son la respuesta que se imagina”. Tampoco han pasado a la historia. Si bien la mayoría de las plantas norteamericanas tiene más de veinte años, el recalentamiento planetario –cuyos peores efectos, vaya paradoja, los sufre el país cuyo gobierno no lo tomaba en serio- reaviva interés en el sector. El protocolo de Kioto, desdeñado por la Casa Blanca, entró en vigencia para 140 estados y contempla el uso de combustibles alternativos.
Estas presiones generan interés en los reactores, porque muchos los suponen –erróneamente- libres de dióxido de carbono. Inclusive la ecóloga Judith Greenwald (Centro Pew) alude al “imperativo de descarbonizar los futuros combustibles y la energía que generen. Eso mantiene abierta la opción nuclear”.
Tres grandes compañías norteamericanas de servicios (Exelon, Entergy, Dominion) han solicitado permisos a la comisión reguladora nuclear para levantar usinas en Illinois, Misisipi y Virginia. Por su parte, la ley de energía y combustibles firmada por George W.Bush apoya la solución atómica, aunque esté fuertemente sesgada en favor de las grandes petroleras.
Esa legislación extiende por otros veinte años, desde 2006, las responsabilidades por accidentes en instalaciones nucleares. También autoriza la construcción de reactores experimentales, a cargo del departamento del ramo, y establece programas de crédito y seguros para tornar más atractivas las futura usinas.
En el plano mundial, se hallan en construcción veinticinco reactores en diez países. China tiene nueve en operaciones y proyecta levantar treinta en los próximos cinco años. También hay planes al respecto en India, Pakistán, Irán, Japón, Rusia, Taiwán y Surcorea.
“En realidad -afirma Sovacool-, el petróleo genera directamente apenas 3% de la electricidad en EE.UU. El resto proviene primordialmente de carbón, gas natural, fuentes nucleares e hidroeléctricas” (el experto incurre en una omisión: las dos primeras fuentes también son de origen fósil y no renovables).
No obstante, “la capaciodad de la energía atómica para reducir dependencia de hidrocaburos se elevaría si el público comprase más vehículos híbridos, que emplean electricidad o hidrógeno, procedentes de reactores. Pero la transición hacia fuentes no convencionales exigirá no menos de veinte a treinta años, debido a las dificultades de desarrollar células a bajo costo o la infraetsturcura para extraer, comprimir y almacenar hidrógeno”. Quienes no responden al “lobby” petrolero, creen que eso ocurrirá en diez a quince años.
Existe otro problema: el combustible de los reactores. “Muchos analistas, en campos opuestos –apunta Sovacool-, saben que, al presente ritmo de consumo, queda uranio para apenas cincuenta años. Eso pone en tela de juicio grandes inversiones en plantas nucleares”.
Asi sostiene el experto Benjamin Sovacool (Instituto Politécnico de Virginia), para quien “los átomos no son la respuesta que se imagina”. Tampoco han pasado a la historia. Si bien la mayoría de las plantas norteamericanas tiene más de veinte años, el recalentamiento planetario –cuyos peores efectos, vaya paradoja, los sufre el país cuyo gobierno no lo tomaba en serio- reaviva interés en el sector. El protocolo de Kioto, desdeñado por la Casa Blanca, entró en vigencia para 140 estados y contempla el uso de combustibles alternativos.
Estas presiones generan interés en los reactores, porque muchos los suponen –erróneamente- libres de dióxido de carbono. Inclusive la ecóloga Judith Greenwald (Centro Pew) alude al “imperativo de descarbonizar los futuros combustibles y la energía que generen. Eso mantiene abierta la opción nuclear”.
Tres grandes compañías norteamericanas de servicios (Exelon, Entergy, Dominion) han solicitado permisos a la comisión reguladora nuclear para levantar usinas en Illinois, Misisipi y Virginia. Por su parte, la ley de energía y combustibles firmada por George W.Bush apoya la solución atómica, aunque esté fuertemente sesgada en favor de las grandes petroleras.
Esa legislación extiende por otros veinte años, desde 2006, las responsabilidades por accidentes en instalaciones nucleares. También autoriza la construcción de reactores experimentales, a cargo del departamento del ramo, y establece programas de crédito y seguros para tornar más atractivas las futura usinas.
En el plano mundial, se hallan en construcción veinticinco reactores en diez países. China tiene nueve en operaciones y proyecta levantar treinta en los próximos cinco años. También hay planes al respecto en India, Pakistán, Irán, Japón, Rusia, Taiwán y Surcorea.
“En realidad -afirma Sovacool-, el petróleo genera directamente apenas 3% de la electricidad en EE.UU. El resto proviene primordialmente de carbón, gas natural, fuentes nucleares e hidroeléctricas” (el experto incurre en una omisión: las dos primeras fuentes también son de origen fósil y no renovables).
No obstante, “la capaciodad de la energía atómica para reducir dependencia de hidrocaburos se elevaría si el público comprase más vehículos híbridos, que emplean electricidad o hidrógeno, procedentes de reactores. Pero la transición hacia fuentes no convencionales exigirá no menos de veinte a treinta años, debido a las dificultades de desarrollar células a bajo costo o la infraetsturcura para extraer, comprimir y almacenar hidrógeno”. Quienes no responden al “lobby” petrolero, creen que eso ocurrirá en diez a quince años.
Existe otro problema: el combustible de los reactores. “Muchos analistas, en campos opuestos –apunta Sovacool-, saben que, al presente ritmo de consumo, queda uranio para apenas cincuenta años. Eso pone en tela de juicio grandes inversiones en plantas nucleares”.