A primera vista, el gesto de Rudd parece mejorar el consenso alrededor de este simposio. Por de pronto, empieza mal, pues Naciones Unidas lo convocó –como es habitual en la burocracia multinacional- en un costos paraíso del turismo. Por otra parte, empero, Bali aprovecha el aura del premio Nobel de la paz, compartido por el panel intergubernamental sobre cambios climáticos inducidos por el hombre.
A propósito, este fin de semana apareció otra seria advertencia, en un estudio publicado por “Nature geoscience”. El trabajo revela que el cinturón tropical de la Tierra “comienza a avanzar hacia los círculos polares”. Aunque se conocían señales prematuras al respecto –por ejemplo, derretimiento del casquete ártico-, el documento señala que la expansión tropical amenaza sistemas subtropicales. “El movimiento hacia los polos –sostiene- involucra circulación atmosférica en gran escala, tal como tormentas, capaz de desplazar patrones pluviales en detrimento de ecosistemas, agricultura y recursos hídricos”.
Por otra parte, pese a advertencias y al creciente consenso político, no hay certezas en cuanto a qué resultados puede producir Bali. Si bien la delegación norteamericana aseguró que no creara obstáculos a un futuro protocolo (posterior al de Kyoto, que vence en 2012), el presidente George W.Bush –recién se va en enero de 2009- se opone tozudamente a máximos obligatorios para emisión de gases asociados al efecto invernadero y otras medidas que sus propios aliados apoyan.
Además, hay dos “supereconomías en desarrollo” francamente suicidas. China, donde cosechas por miles de millones han sido destruidas por monóxido de carbono y otros contaminantes carbonogénicos, se nuega a firmar pactos que comprometan su desmedido crecimiento. India, amenazada por la licuación de glaciares en los Himalayas y los Pamires, es igual de ciega (o fatalista).
Fruto de muchos tejes y manejes en 1997/8, hasta ahora el protocolo de Kyoto ha pedido a apenas 36 países limitar emisiones de monóxido y dióxido de carbono. Poco más de un tercio eran ex integrantes del bloque soviético, como Rusia, Ucrania, Rumania o Letonia. Este grupo redujo contaminación en forma notable desde 1990/1. ¿Resultado? Las normas de Kyoto están muy por encima de sus emisiones.
Mientras tanto, los países industriales adherentes al protocolo debían bajar emisiones no menos de 5% respecto de los niveles en 1990. Pero varios de ellos han estado aumentándolas. ¿Por qué? Por un mecanismo orientado a los mercados: regímenes que permiten vender créditos por emisiones no realizadas en Europa oriental a la muy industrializada Europa occidental. Por supuesto, semejante sistema de mercado no generó ni generará una “revolución verde”, sino jugosos negocios para intermediarios. Por ende, las economía centrales no han encarado el problema clave, esto es el creciente consumo de combustibles fósiles. Por eso Bali es una incógnita cifrada en dos factores ajenos a cualquier protocolo: crudos a precio de oro y paulatino agotamiento de reservas mundiales.
A primera vista, el gesto de Rudd parece mejorar el consenso alrededor de este simposio. Por de pronto, empieza mal, pues Naciones Unidas lo convocó –como es habitual en la burocracia multinacional- en un costos paraíso del turismo. Por otra parte, empero, Bali aprovecha el aura del premio Nobel de la paz, compartido por el panel intergubernamental sobre cambios climáticos inducidos por el hombre.
A propósito, este fin de semana apareció otra seria advertencia, en un estudio publicado por “Nature geoscience”. El trabajo revela que el cinturón tropical de la Tierra “comienza a avanzar hacia los círculos polares”. Aunque se conocían señales prematuras al respecto –por ejemplo, derretimiento del casquete ártico-, el documento señala que la expansión tropical amenaza sistemas subtropicales. “El movimiento hacia los polos –sostiene- involucra circulación atmosférica en gran escala, tal como tormentas, capaz de desplazar patrones pluviales en detrimento de ecosistemas, agricultura y recursos hídricos”.
Por otra parte, pese a advertencias y al creciente consenso político, no hay certezas en cuanto a qué resultados puede producir Bali. Si bien la delegación norteamericana aseguró que no creara obstáculos a un futuro protocolo (posterior al de Kyoto, que vence en 2012), el presidente George W.Bush –recién se va en enero de 2009- se opone tozudamente a máximos obligatorios para emisión de gases asociados al efecto invernadero y otras medidas que sus propios aliados apoyan.
Además, hay dos “supereconomías en desarrollo” francamente suicidas. China, donde cosechas por miles de millones han sido destruidas por monóxido de carbono y otros contaminantes carbonogénicos, se nuega a firmar pactos que comprometan su desmedido crecimiento. India, amenazada por la licuación de glaciares en los Himalayas y los Pamires, es igual de ciega (o fatalista).
Fruto de muchos tejes y manejes en 1997/8, hasta ahora el protocolo de Kyoto ha pedido a apenas 36 países limitar emisiones de monóxido y dióxido de carbono. Poco más de un tercio eran ex integrantes del bloque soviético, como Rusia, Ucrania, Rumania o Letonia. Este grupo redujo contaminación en forma notable desde 1990/1. ¿Resultado? Las normas de Kyoto están muy por encima de sus emisiones.
Mientras tanto, los países industriales adherentes al protocolo debían bajar emisiones no menos de 5% respecto de los niveles en 1990. Pero varios de ellos han estado aumentándolas. ¿Por qué? Por un mecanismo orientado a los mercados: regímenes que permiten vender créditos por emisiones no realizadas en Europa oriental a la muy industrializada Europa occidental. Por supuesto, semejante sistema de mercado no generó ni generará una “revolución verde”, sino jugosos negocios para intermediarios. Por ende, las economía centrales no han encarado el problema clave, esto es el creciente consumo de combustibles fósiles. Por eso Bali es una incógnita cifrada en dos factores ajenos a cualquier protocolo: crudos a precio de oro y paulatino agotamiento de reservas mundiales.