El sol no brilló para todos

    Gustavo Sieh es, quizá, una de las fuentes más autorizadas para describir el intercambio económico y cultural entre Taiwán, su país de origen, y la Argentina, su patria adoptiva. Llegó en 1972, y vio crecer a la comunidad de taiwaneses hasta superar los 30.000 inmigrantes en los ´80. Hoy comprueba que sólo quedan unos 10.000. “Taiwán mejoró muchísimo económicamente en estos años, y acá no se vive el mejor momento”, explica en un castellano casi perfecto.


    Su historia es muy similar a la de muchos de sus compatriotas: después de una breve etapa como comerciante minorista, fundó su propia empresa, Arte Chino, con la que se dedicó, desde 1976 hasta 1984, a vender productos de porcelana traídos de Oriente.


    Las políticas cambiarias y arancelarias dejaron de favorecerlo y decidió apostar a una empresa de servicios turísticos: Fullmen, que incluye desde hotelería hasta asesoramiento comercial. Sieh cuenta con orgullo que, en julio, antes de la gira del presidente Fernando de la Rúa por China, le vendió pasajes aéreos a Carlos Saúl Menem, quien viajó invitado por empresarios de Taiwán.


    Con el tiempo, sumó productos complementarios, como un servicio periodístico editado en mandarín para turistas y residentes chinos, y un hotel propio en pleno centro, Suipacha Inn.


    Del súper al cibercafé


    Los taiwaneses repiten con orgullo que fueron ellos los que hicieron punta en muchos de los negocios después explotados por el resto de las colectividades orientales en la Argentina. Entre 1980 y 1985, con la primera gran oleada de inmigrantes, se concentraron en el sector minorista, al frente de almacenes o pequeños supermercados. Para la segunda mitad de los ´80, ese negocio fue quedando en manos de inmigrantes de China continental, mientras los taiwaneses, repitiendo el modelo de empresa familiar y con inversiones que rondaban los US$ 150.000 a 200.000, se orientaron al área gastronómica en su versión de autoservicios. Hoy, avalados por el desarrollo tecnológico de Taiwán, muchos de ellos se suman con sus locales a las decenas de cibercafés que florecen en la peatonal Lavalle, entre Florida y Carlos Pellegrini. Su intención, reconocida sólo en tono de confidencia, y sin dar mayores precisiones, es constituir un polo de negocios vinculados con Internet que reemplacen definitivamente a los cines y le devuelvan a esa zona del microcentro el esplendor perdido.


    De la soja al rabanito


    Los Hsu llegaron al país a mediados de los ´80 seducidos por lo que les contaban sus compatriotas. “Nuestros amigos radicados en la Argentina nos hablaban de un país de oportunidades y riquezas naturales infinitas”, evocan Ana Hsu y su hijo Antonio, directivos, ambos, de la empresa Song, pionera en el desarrollo de la soja.


    “Nuestra intención era incorporar el producto a la dieta de los argentinos y para eso probamos 25 variedades hasta dar con el ideal de cultivo y gusto de la zona. Cuando comenzamos, apenas producíamos 20 kilos diarios, y hoy estamos en las seis toneladas”. Entrenados en las costumbres argentinas, se diversificaron hasta el punto de desarrollar otros alimentos, como brotes de alfalfa, arvejas, rabanitos y brócoli. También lograron adaptarse a las modificaciones de los canales de venta locales.


    “Comenzamos en almacenes, verdulerías chicas y supermercados de barrio, pero después fuimos desarrollando una gama de más de 30 productos cortados y envasados. Como nuestros alimentos se destacaban en las góndolas, hoy tenemos presencia en todas las cadenas del país”, explica Antonio, antes de adelantar que acaban de adquirir un campo de 200 hectáreas en Virrey del Pino, provincia de Buenos Aires, donde planean comenzar la integración vertical de la empresa.

    Los Hsu aseguran que, a quince años de su llegada, el balance es positivo.
    “Aunque tenemos relaciones amistosas con empresarios de Taiwán, hoy casi
    todos nuestros clientes y proveedores son argentinos. Además, ya al poco
    tiempo de llegar al país se hizo difícil resistirse a los asaditos
    y las pastas caseras”.

    Hong Kong, la puerta
    de entrada

    Desde el
    1º de julio de 1997, Hong Kong dejó de lado los 156 años
    de colonia británica y el gobierno de Beijing recuperó la
    soberanía sobre su territorio. La integración se llevó
    adelante bajo el esquema un país, dos sistemas que le permite
    a la ciudad portuaria seguir contando con la segunda bolsa de valores
    de Asia y el cuarto centro bancario del mundo. Hong Kong continúa
    siendo, así, la principal puerta de entrada al mercado chino.

    Sin embargo,
    en la actualidad, apenas media docena de empresas argentinas mantienen
    una presencia permanente en la ex colonia inglesa. La lista incluye a
    Techint e Impsa, que también cuentan con oficinas en otras ciudades
    chinas, y un par de exportadoras de cueros, encabezadas por Austral Co.,
    una subsidiaria del grupo Yoma. La última en sumarse fue el Grupo
    de Empresas Farmacéuticas Sidus, que el año pasado inauguró
    una filial comercial de Bio Sidus en Hong Kong, mientras que en algunos
    supermercados de la ciudad es posible conseguir vinos de las bodegas Etchart,
    Trapiche y Norton, y carne argentina exportada por Coto.