Intel y Microsoft
Dos estrellas en
el banquillo
Las dos grandes estrellas norteamericanas de la alta tecnología, Intel
y Microsoft, enfrentan sendos procesos judiciales por iniciativa de la Comisión
Federal de Comercio, que las acusa de prácticas monopólicas y
de abuso de posición dominante.
Sin lugar a dudas, ambas gozan de una posición dominante: Microsoft tiene su sistema operativo Windows instalado en nueve de cada diez computadoras de todo el mundo, y los procesadores Intel son el corazón de 85% de los equipos. Esto es lo que los analistas del sector suelen denominar el complejo Wintel.
Según las autoridades antimonopolio norteamericanas, Microsoft intenta valerse de su posición en el mercado para eliminar no sólo a sus competidores actuales sino también a los potenciales. El juicio que está enfrentando en Washington no le ha sido favorable hasta ahora, debido a los rotundos testimonios presentados por la acusación. El castigo que puede enfrentar es la división de Microsoft en varias compañías.
Intel, en cambio, corre mejor suerte. Llegó a un acuerdo con la Comisión y se suspendió el juicio que se le iba a iniciar, lo que generó una fuerte alza en sus acciones. La empresa, acusada de discriminar la información sobre sus productos entre sus clientes, evitó, a diferencia de Microsoft, enfrentar un juicio costoso en imagen y en recursos.
A pesar de la suspensión del juicio a Intel, el futuro del mercado mundial de informática está en manos de tribunales norteamericanos. Más allá de las maniobras de abuso de posición dominante, las discusiones de doctrina judicial y económica que se están desarrollando en Estados Unidos se refieren al clásico dilema entre los beneficios que merece obtener una empresa innovadora y exitosa, y el bienestar social. Por supuesto, la cuestión está lejos de ser dirimida, aunque una posible apelación de Microsoft ante la Corte Suprema podría sentar un importante precedente en este sentido.
Comercio mundial
Bananas y países
bananeros
El comercio internacional fue siempre un motivo de disputa entre países.
Durante siglos, la moneda corriente para dirimirlos fue la utilización
de acciones unilaterales y sanciones de todo tipo. Durante ciertas épocas,
sin embargo, se logró mantener un cierto orden comercial internacional.
En estos últimos años, el surgimiento de la Organización
Mundial de Comercio fue considerado como el inicio de una nueva etapa en la
que las relaciones comerciales internacionales se desarrollarían en un
marco racional, más parecido al derecho que a la guerra.
Pero los episodios protagonizados en las últimas semanas por Estados Unidos y la Unión Europea pueden socavar seriamente las bases de este sistema de reglas, retrotrayéndolo a las meras disputas de poder. El detonador del conflicto fue el tratamiento de las importaciones de bananas por parte de la Unión Europea: Estados Unidos denunció ante la OMC la discriminación de los productores de América latina (cuyos productos comercializan firmas norteamericanas) en favor de las ex colonias europeas de Africa, el Caribe y el Pacífico (donde el negocio está en manos de firmas europeas).
La UE aceptó un fallo en su contra, pero los cambios que introdujo en sus reglamentos fueron considerados insuficientes por Washington, que decidió unilateralmente imponer un arancel de 100% sobre 14 artículos europeos (alrededor de US$ 500 millones). Tanto la UE como un plenario de urgencia de la OMC condenaron estas medidas.
Lo curioso del episodio es que se originó en torno a un bien que ni la UE ni Estados Unidos producen. Sin embargo, lo que está en discusión es mucho más que la importación de ciertas frutas tropicales; se trata de una crisis de confianza en la OMC y en su capacidad de dirimir los conflictos comerciales entre grandes potencias. De hecho, la Organización ya había advertido dos veces a la UE sobre la ilegalidad de sus reglas, pero carece del poder de indicar en qué dirección y en qué medida debe modificarlas.
Obviamente, el hecho de que una gran potencia aproveche vericuetos burocráticos para eludir las decisiones de la OMC y la imposición de sanciones unilaterales por parte de otra gran potencia no es la mejor manera de lograr un orden estable en el comercio internacional. Los analistas temen que, de prolongarse la crisis, se vuelva a un sistema basado en la arbitrariedad y el poder, lo que pondría en peligro no sólo al sistema actual en su conjunto sino también a las iniciativas para que países como China finalmente adhieran a la OMC.
China
El fantasma de la
devaluación
El Banco Popular de China desmintió, una vez más, que estuviera
preparando la tan temida devaluación del yuan. También negó
haber puesto en funcionamiento un think tank para analizar las consecuencias
de una medida de este tipo. La desmentida es una consecuencia directa del fuerte
aumento de las tasas de interés en dólares de Estados Unidos y
de Hong Kong, dispuesto por las autoridades del banco con el objetivo de atraer
fondos externos y mantener el tipo de cambio, que estaba sufriendo presiones.
Desde el estallido de la crisis asiática, se teme que pueda producirse una devaluación del yuan que, sumada a las devaluaciones competitivas que se dieron en la región, amplifique aún más el efecto mundial de la crisis. Por otra parte, aunque durante la década de los ´90 China experimentó altas tasas de crecimiento, existen serias dudas sobre los fundamentos de ese crecimiento y sobre su sostenibilidad.
En este sentido, el gobierno chino anunció que el consumo sería el pilar de la meta de crecimiento de 7% para 1999. Dio por terminado, así, un programa de inversión estatal en infraestructura que aportó gran parte del índice de crecimiento de 7,8% en 1998.
Muchos analistas extranjeros ponen en duda que este año pueda alcanzarse el objetivo de 7%, tanto por la conclusión del programa de inversiones como por la falta de medidas específicas para acrecentar la demanda interna: el gobierno sólo anunció un plan de créditos de consumo, mientras que la tendencia creciente del desempleo y la baja propensión a consumir no parecen revertirse. Y aun con este plan de créditos, la serie de reformas económicas genera en la población un sentimiento de inseguridad laboral que debilita fuertemente la demanda.
De cualquier modo, los analistas siguen con atención todos los sucesos
de la economía China, dado que las consecuencias de una recesión
importante son imprevisibles.