Todavía se habla de fuentes energéticas renovables
para diferenciarlas de la energía de origen fósil (carbón,
petróleo, gas) que se agota gradualmente. La distinción procede
de los años en que la obsesión era la escasez del petróleo.
Al concluir el siglo, esa preocupación ha sido sustituida por otra:
la de la contaminación. Se ha instalado la teoría de la causalidad
entre la emisión de gases de efecto invernadero y el calentamiento
global del planeta. La mayor presencia de estos gases (en particular el dióxido
de carbono) aumenta la capacidad de conservación del calor en las alturas
de la troposfera e impide el retorno de los rayos solares (de onda larga), recalentando
la atmósfera.
La vinculación esencial y causal entre la combustión de fósiles
y el daño ambiental global adquirió carta de ciudadanía
política en la cumbre de Río de Janeiro, Brasil, en 1992. Allí
se aprobó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático, donde se establece como objetivo final la estabilización
de la concentración de gases en la atmósfera a niveles que impidan
interferencias peligrosas de origen humano en el sistema climático, y
en un plazo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente
al cambio.
Alternativas
A partir de la nueva obsesión, la diferenciación entre fuentes
de energía renovables y no renovables pierde su tradicional relevancia.
Si ahora la divisoria es la contaminación y particularmente la emisión
de gases de efecto invernadero, hay que distinguir los combustibles fósiles
de las fuentes alternativas. La energía nuclear no es una fuente renovable,
pero no es emisora de gases de efecto invernadero, pese a los serios cuestionamientos
ambientales que enfrenta. En este sentido, es una fuente alternativa a la energía
fósil.
Las fuentes fósiles van a seguir dominando la matriz de energía
primaria por muchos años. Hoy aportan 86% de la oferta primaria de energía
(ver cuadro) y en el 2015 seguirán aportando casi lo mismo, según
una proyección del Oil & Gas Journal, con la salvedad
que se está produciendo un proceso de sustitución intrafósiles
(el gas natural desplaza al carbón natural del segundo lugar) en el sentido
de las nuevas demandas ambientales.
Los recursos fósiles no son escasos. Las reservas probadas de petróleo,
teniendo en cuenta las actuales tasas de recuperación promedio de alrededor
de 38%, llegan a 40 años. Pero en el Congreso Mundial de Energía
de Houston, Estados Unidos (septiembre de 1998), el CEO de Bristish Petroleum
recordó a la audiencia que en las explotaciones de Alaska su empresa
está obteniendo tasas de recuperación de 60%. Esta aseveración
da una idea de la magnitud de las reservas petroleras que se pueden incorporar
con uso de tecnologías cada vez más accesibles a menores costos.
Las reservas de gas natural también cubren un horizonte de más
de 50 años. Las de carbón mineral 150 años.
Con abundancia de recursos fósiles y regulaciones ambientales cada
vez más exigentes, la irrupción de energías alternativas
será creciente. Pero, salvo un salto tecnológico significativo,
el crecimiento de las fuentes alternativas complementará al de las fuentes
fósiles.
El grupo Royal Dutch/Shell proyecta que las fuentes de energía complementaria
van a representar una proporción creciente del mix energético
que abastecerá al mundo en las próximas décadas. Si se
excluye a la energía nuclear, creciendo a una tasa de 3,6% anual, las
energías complementarias representarán 10 a 12% del conjunto de
fuentes primarias en los próximos 30 años. Los bajos precios de
los combustibles fósiles retardan el ritmo de penetración. Las
demandas ambientales lo aceleran. La respuesta está en el desarrollo
y difusión tecnológica y en los costos. *
Matriz mundial de energía primaria 1996