Los nuevos paradigmas del management

    A medida que avanzamos en la
    era de la economía del conocimiento, comprobamos que las premisas básicas
    de lo que se enseña y se practica en materia de management están
    decididamente desactualizadas.

    Todo gerente con experiencia sabe que pocas políticas siguen vigentes
    después de 20 o 30 años. Muchas de las premisas que rigen actualmente
    la economía, los negocios y la tecnología tienen por lo menos
    50 años y ya han cumplido su ciclo. Es decir, que estamos predicando,
    enseñando y poniendo en práctica políticas incompatibles
    con la realidad y, por lo tanto, contraproducentes. Este ensayo se propone reexaminar
    estas premisas y prácticas.

    La ortodoxia actual está basada sobre un principio que ha sido sostenido
    prácticamente por todos los teóricos del management y por
    la mayoría de quienes lo han practicado desde los primeros días
    del pensamiento organizacional, es decir, desde los tiempos de Henri Fayol en
    Francia y Walter Rathenau en Alemania, a principios de siglo. Se ha dado por
    sentado que existe una única forma adecuada de organización.

    Fayol acuñó el principio de que hay una estructura apropiada
    para cada empresa fabril: una división funcional entre las áreas
    de ingeniería, producción, ventas, finanzas y personal. Las divisiones
    debían administrarse de manera independiente; se unían sólo
    al llegar al nivel del director general. Esa es sólo una de las siete
    premisas sobre la organización que han perdido vigencia:

    • Existe una única forma de organizar a la empresa.
    • Los principios del management se aplican sólo a las
      organizaciones comerciales.
    • Hay una sola forma adecuada de administrar los recursos humanos.
      (Primero, lo mejor era la centralización, el control desde arriba hacia
      abajo. Luego se puso de moda la descentralización. Y hoy se considera
      que el ideal reside en los equipos de trabajo.)
    • Las tecnologías, los mercados y los usos finales son fijos
      y rara vez se superponen. O sea que cada industria y actividad tiene una tecnología
      específica y un mercado específico.
    • El management es, por definición, sólo aplicable
      a los activos y empleados de una organización.
    • La tarea del management es “dirigir una empresa” y no concentrarse
      en lo que sucede fuera de ella. Tiene, por lo tanto, una orientación
      hacia lo interno y no hacia lo externo.
    • Las fronteras nacionales configuran el entorno de la empresa y
      de la gestión.

    Hasta principios de la década de los ´80, todas estas premisas ­a
    excepción de la primera­ eran suficientemente compatibles con la
    realidad como para resultar útiles.

    En este ensayo me propongo demostrar porqué cada una de ellas es errónea,
    está desactualizada, o ambas cosas. Si no se las abandona a tiempo frente
    a esta realidad tan cambiante, cualquier empresa ­y cualquier carrera profesional­
    puede fracasar.

    La disciplina del management

    Hoy tendemos a pensar en el management como algo exclusivamente referido
    a las empresas. Pero esta noción tiene un origen relativamente reciente.
    Antes de la década de los ´30, el puñado de pensadores y escritores
    que se ocupaban del management ­como Frederick Winslow Taylor o
    Chester Barnard ­ suponían que la gestión de empresas era
    sólo una subespecie del management en general.

    La primera aplicación consciente y sistemática de los principios
    del management no tuvo que ver con una empresa, sino con la reorganización
    del Ejército de Estados Unidos en 1901 por parte de Elihu Root (1845-1937),
    el secretario de Guerra de Theodore Roosevelt.

    El primer congreso de management ­realizado en Praga en 1922­
    no fue organizado por gente de empresas, sino por Herbert Hoover, el entonces
    secretario de Comercio norteamericano, y Thomas Masaryk, el famoso historiador
    y presidente fundador de la República de Checoslovaquia.

    La noción de que el management sólo se aplica a la gestión
    de negocios surgió durante la Gran Depresión, que alimentó
    la hostilidad contra las empresas y el desprecio por sus ejecutivos. Para no
    cargar con ese estigma, la gestión del sector estatal fue rebautizada
    con el nombre de administración pública y proclamada como
    disciplina independiente, con sus propios departamentos en las universidades,
    su propia terminología y su propio desarrollo profesional.

    Pero la moda cambió en el período de la posguerra. Hacia 1950,
    la palabra empresa había perdido sus connotaciones negativas,
    en gran medida gracias al desempeño exhibido por las compañías
    norteamericanas durante la Segunda Guerra Mundial.

    Finalmente, nos estamos poniendo a tono con la realidad: basta ver el rápido
    crecimiento de la oferta de cursos de gestión de organizaciones sin fines
    de lucro. Pero aun así persiste la idea de que el management está
    exclusivamente referido a las empresas. Lo que equivale a suponer que la medicina
    es lo mismo que la obstetricia.

    ¿Por qué es importante terminar con esta diferenciación
    artificial? Porque es muy poco probable que las empresas sean el sector con
    mayores posibilidades de crecimiento en las sociedades desarrolladas del siglo
    XXI. (En realidad, tampoco lo han sido durante este siglo.)

    En los países avanzados, la proporción de trabajadores empleados
    por las empresas es más baja hoy que hace 100 años.

    Los sectores de mayor crecimiento durante el siglo XX en los países
    desarrollados han sido la administración pública, las profesiones
    liberales, la salud y la educación. Esa tendencia continuará y
    se acentuará en el siglo XXI.

    Las actividades sociales sin fines de lucro son hoy las que más pueden
    aprovechar los beneficios de una gestión sistemática basada en
    la teoría y en los principios. Sólo hay que pensar en los enormes
    problemas que hoy enfrenta el mundo ­pobreza, atención médica,
    educación, tensiones internacionales­ para comprobar la necesidad
    de contar con soluciones creadas por el management.

    La persistencia del talle único

    Desde hace más de un siglo, el estudio del management ha girado
    en torno de una premisa: la que establece que hay o debe haber una sola forma
    adecuada de organización.
    Esa idea de “talle único” sigue
    prevaleciendo hoy.

    La estructura organizacional de la empresa fue estudiada por primera vez en
    Francia, hacia principios de siglo, por Henri Fayol (1841-1925), el director
    de una de las mayores (pero más desorganizadas) empresas europeas: una
    compañía minera dedicada al carbón.

    Lo mismo ocurrió en Estados Unidos: los primeros teóricos del
    management fueron empresarios como John D. Rockefeller, J. P. Morgan
    y, muy especialmente, Andrew Carnegie (quien merece que se lo siga estudiando).
    Poco tiempo después, Elihu Root aplicó la teoría de la
    organización al ejército norteamericano. No es una coincidencia
    que Root haya sido asesor legal de Carnegie.

    Estos eran los tiempos en que comenzaban a emerger las organizaciones empresarias
    de gran envergadura y los gerentes debieron desarrollar esta disciplina sobre
    la marcha.

    La Primera Guerra Mundial puso en evidencia la necesidad de contar con una
    estructura formal de organización. Porque, para manejar a decenas de
    millones de soldados y orientar toda la economía hacia la producción
    que la guerra exigía, era indispensable contar con una organización
    formal. Sin embargo, la guerra demostró que la estructura funcional de
    Fayol y Carnegie no era la única forma de organización adecuada
    para los emprendimientos masivos. Una gestión altamente centralizada
    simplemente no podía funcionar en esa escala. Fue necesario que la toma
    de decisiones descendiera por la escala de la organización.

    Entonces, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, primero
    Pierre S. Du Pont (1870-1954) y luego Alfred Sloan (1875-1966) desarrollaron
    el concepto de la descentralización, que pronto se convertiría
    en otro mito gerencial, la única forma correcta.

    Y en los últimos años hemos comenzado a ver a los equipos de
    trabajo como la mejor forma de organización para prácticamente
    todo.

    ¿El fin de las jerarquías?

    Sin embargo, a estas alturas, ya debería haber quedado claro que no
    existe una forma de organización adecuada. Sólo hay organizaciones,
    cada una de las cuales tiene sus fortalezas, sus limitaciones y sus aplicaciones
    específicas. Resulta evidente que la organización no es un absoluto:
    es una herramienta para que la gente sea productiva trabajando en conjunto.
    Por lo tanto, una estructura organizacional es adecuada para ciertas tareas,
    en ciertas condiciones y en determinados momentos.

    Ahora escuchamos hablar del “fin de las jerarquías”. Es una perfecta
    tontería. En toda institución debe haber una autoridad máxima,
    es decir, un jefe, alguien que puede, en una situación de peligro
    para todos, tomar la decisión final y pretender que todos lo obedezcan.

    Si el barco se va a pique, el capitán no convoca a una reunión:
    da una orden. La jerarquía, y su aceptación incuestionada por
    parte de todos los que integran una organización, es la única
    salida frente a una crisis.

    Pero la organización adecuada para manejar una crisis no es la mejor
    para encarar todas las tareas. En ocasiones, el trabajo en equipo es la respuesta
    acertada.

    Henri Fayol habló de la “empresa manufacturera típica”. En la
    década de los ´20, Alfred Sloan organizó cada una de las divisiones
    descentralizadas de General Motors exactamente de la misma manera.

    Treinta años después, durante la gran reorganización de
    General Electric, se recurrió al mismo principio: hay una sola manera
    de organizar el trabajo. Una pequeña unidad de poco más de una
    docena de investigadores asignados exclusivamente a proyectos de la Fuerza Aérea
    debía organizarse exactamente de la misma manera que un enorme departamento
    con varios miles de empleados, dedicado a la fabricación de tostadoras
    o de un generador eléctrico. El pequeño grupo de investigadores
    tuvo que cargar con gerentes de fabricación, de personal, de finanzas
    y de relaciones públicas.

    Principios universales

    La naturaleza del trabajo determina muchas diferencias en cuanto a la estructura
    organizacional adecuada. Sin embargo, hay principios de la organización
    que son universales.

    Uno de ellos es que la organización tiene que ser transparente. Las
    personas deben conocer y comprender la estructura en la que trabajan. Esto puede
    parecer obvio, pero son numerosas las instituciones (incluso las militares)
    que violan este principio.

    Tal como he mencionado, alguien debe tener la autoridad como para dirigir una
    organización en medio de una crisis. También es un principio general
    en todo tipo de organización que cada uno de sus miembros debería
    tener un solo patrón. Era muy sabio aquel viejo proverbio romano
    que establecía que un esclavo con tres amos era un hombre libre. Nadie
    debe ser sometido a un conflicto de lealtades, y tener más de un jefe
    crea ese tipo de dilemas.

    Un sólido principio estructural indica que hay que tener la menor cantidad
    posible de niveles, es decir, una organización lo más chata
    posible. Una de las consecuencias de todo esto es que los individuos tendrán
    que aprender a trabajar al mismo tiempo en diferentes estructuras organizacionales.

    Para algunas tareas, trabajarán en equipo, y para otras tendrán
    la estructura típica del comando y control. El mismo individuo que es
    jefe dentro de su propia organización es socio de una alianza y hasta
    socio menor de un joint venture.

    Pensemos las cosas de este modo: el ejecutivo del futuro necesitará
    una caja de herramientas llena de modelos de estructuras organizacionales y
    tendrá que saber elegir la herramienta correcta para cada tarea específica.

    Eso significa que tendrá que aprender a usar cada una de esas herramientas
    y comprender cuál es la mejor para cada tarea y saber también
    cuándo corresponde cambiar un tipo de organización por otra.

    Este análisis es quizá más necesario para la organización
    políticamente correcta del mundo actual: el equipo de trabajo.

    Hay muchos tipos de equipos de trabajo. Recién estamos comenzando a
    explorarlos, a definir sus fortalezas y debilidades y a saber dónde funciona
    o no funciona cada uno de ellos.

    Pero a menos que entendamos, y rápidamente, para qué es adecuado
    cada equipo, este modelo terminará siendo descartado, como otra moda
    pasajera.

    ¿Cuál es el papel que juega en todo esto el CEO de una empresa?
    Todos los estudios llegan a la conclusión de que la tarea de la alta
    gerencia requiere la participación de un equipo. Pero, en este tema,
    la retórica se aleja totalmente de la realidad, y rendimos un culto extremo
    a la personalidad de los superhombres que cumplen la función de CEO:
    celebridades como Bill Gates, Jack Welch, Lou Gerstner.

    Pero, ¿cómo fueron elegidas estas personas, quién y cómo
    las sucederá? ¿Cuáles son las salvaguardias que garantizarán
    que el sucesor será la persona más idónea para la tarea?
    La gente le presta muy poca atención al proceso de sucesión aunque
    es, de hecho, la prueba máxima de una buena gestión.

    En este campo, una organización no-empresaria ha realizado un excelente
    trabajo: el primer intento consciente por ocuparse de los problemas que plantea
    la sucesión fue realizado por los autores de la Constitución de
    Estados Unidos. Resolvieron, por primera vez en la historia de la humanidad,
    cómo asegurar una sucesión ordenada sin las matanzas, envenenamientos,
    complots y golpes de estado que marcaron la historia de las sucesiones
    reales.

    Aunque no conozco ningún caso de muerte por garrote entre los rivales
    que compiten por la sucesión en el puesto de dirección de una
    compañía, tampoco conozco ningún sistema que asegure una
    sucesión exitosa en el mundo de las empresas o de las organizaciones.
    La Constitución garantizó, en cambio, que hubiera un ejecutivo
    principal legítimamente elegido, que habría de esperar entre bambalinas
    sin constituirse en una amenaza para el presidente en funciones, tal como ocurría
    con los príncipes herederos de la antigüedad. El vicepresidente
    que sucede al presidente que fallece en ejercicio del cargo puede no ser la
    persona más idónea. Pero nadie pone en duda su legitimidad y su
    autoridad.

    ¿Existe sólo un camino?

    En su libro The Human Side of Enterprise (1960), Douglas McGregor afirmó
    que la gerencia tiene que elegir entre dos ­y sólo dos­ formas
    de administrar al personal: la “Teoría X” y la “Teoría Y”. La
    primera, parte de la premisa de que la gente no desea trabajar; por lo tanto,
    se debe aplicar la coerción y el control. La segunda, da por sentado
    que los empleados quieren trabajar y que lo único que necesitan es una
    motivación adecuada.

    McGregor afirmó que la Teoría Y es la única válida.
    Un poco antes yo había dicho esencialmente lo mismo en mi libro The
    Practice of Management
    (1954).

    El principio que establece que es necesario administrar a la gente sigue
    vigente, pero es erróneo. Algunos años más tarde, Abraham
    H. Maslow demostró en su libro Eupsychian Management (1962; nueva
    edición de 1998 bajo el título de Maslow on Management)
    porqué McGregor y yo estábamos totalmente equivocados. Probó
    de modo concluyente que hay que administrar de manera diferente a diferentes
    personas.

    Yo suscribí de inmediato su teoría pero, hasta ahora, muy poca
    gente le ha prestado la debida atención.

    En aquella premisa esencialmente errónea de que existe una sola manera
    de administrar los recursos humanos se basan todos los demás presupuestos
    en la materia. Uno de ellos indica que la gente que trabaja para una organización
    trabaja tiempo completo y depende de la organización para vivir y mantenerse.
    Otra suposición es que son subordinados, de los que se espera que hagan
    lo que se les ha encargado hacer y no mucho más.

    Una importante ­y creciente­ minoría de la fuerza laboral
    ha dejado de ser personal de tiempo completo. Trabajan para un contratista externo,
    ya sea un servicio de limpieza o una empresa de procesamiento de datos.

    Otros integrantes de la fuerza laboral de una organización pueden ser
    contratistas individuales que trabajan durante un período determinado;
    y éste es el caso, con frecuencia, de la gente más valiosa y más
    idónea.

    Pero, incluso si trabajan tiempo completo, cada vez menos empleados pueden
    ser calificados como subordinados, porque cada vez son más los trabajadores
    del conocimiento. Y a ellos no se los administra en calidad de subordinados,
    porque son asociados. Pueden tener rango de empleado senior o junior,
    pero no son superiores o subordinados.

    Esta diferencia no es superficial. Una vez superada la etapa del aprendizaje,
    los trabajadores del conocimiento deben conocer su trabajo mejor que sus propios
    jefes. La definición misma de trabajador del conocimiento dice que sabe
    más sobre su trabajo que cualquier otra persona de la organización.

    Por ejemplo, el ingeniero que atiende a un cliente no sabe más sobre
    el producto que el gerente de la división. Pero sabe más sobre
    el cliente, y esto puede ser más importante que conocer el producto.
    El meteorólogo que trabaja para una base aérea tiene un rango
    inferior al del comandante de la base. Pero no sería de utilidad si no
    supiera infinitamente más que él sobre las condiciones del tiempo.

    En consecuencia, no es que el ejecutivo sea amable cuando se refiere a un empleado
    como un asociado. Lo que está haciendo es reconocer la realidad.

    El vicepresidente de Marketing puede haber recorrido toda la ruta del sector
    ventas y conocer a fondo esa función. Pero sabe poco sobre investigación
    de mercado, política de precios, packaging, servicios, pronóstico
    de ventas. En consecuencia, no puede decirle a los expertos del departamento
    de marketing lo que deben hacer. En ese sentido, son asociados, no subordinados.

    En otras palabras, su relación se parece mucho más a la que existe
    entre el director de una orquesta y los músicos. El director quizá
    no sepa tocar el violín; pero su éxito depende de la calidad de
    sus asociados. Y de la misma manera que una orquesta puede sabotear al director
    más capaz ­especialmente si es autocrático­ una organización
    del conocimiento puede fácilmente sabotear al superior más capaz,
    especialmente si es autocrático.

    Todo esto indica que hasta los trabajadores de tiempo completo deben ser tratados
    como voluntarios. En este punto, las empresas tienen mucho que aprender del
    Ejército de Salvación o de la Iglesia Católica.

    Lo que motiva a los trabajadores ­especialmente a los trabajadores del
    conocimiento­ es lo mismo que motiva a los voluntarios. Como sabemos, los
    voluntarios deben sentirse más satisfechos con lo que hacen que los trabajadores
    asalariados precisamente porque no cobran un sueldo. Necesitan, por sobre todas
    las cosas, un desafío. Tienen que conocer la misión de la organización
    y creer en ella. Necesitan capacitación continua. Necesitan ver los resultados.

    Queda implícito, entonces, que a los empleados hay que tratarlos como
    asociados, y en los hechos, no sólo por la designación que tengan.
    La definición de sociedad lleva implícita la idea de que todos
    los socios son iguales y también que a los socios no se les dan órdenes.
    Es por esa razón, en consecuencia, que la administración de recursos
    humanos es cada vez más una tarea de marketing. Y en el marketing,
    jamás comenzamos con la pregunta: “¿qué es lo que queremos?”,
    sino: “¿qué es lo que quiere la otra parte? ¿cuáles
    son sus valores? ¿cuáles son sus metas? ¿a qué llama
    resultados?”.

    Nada de esto tiene cabida en la Teoría X ni en la Teoría Y, ni
    en ninguna otra teoría sobre la administración de personal. Va
    más allá de ellas y significa alinear las metas de los empleados
    con las de la organización, y viceversa.

    La administración de los recursos humanos pasará a ser una función
    crucial en los países desarrollados, porque su única ventaja competitiva
    es la productividad de sus trabajadores del conocimiento, que todavía
    es abismalmente baja. Y quizá no haya mejorado en los últimos
    100 o 200 años por la simple razón de que nadie se ha esforzado
    por mejorarla. Todo nuestro trabajo en pos de la productividad ha estado centrado
    en la productividad del trabajador manual, del operario.

    Y esto requerirá, por encima de todo, que cambiemos nuestras premisas
    sobre el sentido del management. No es lo que hacemos con nuestro personal,
    porque no lo administramos, ni lo gerenciamos: ejercemos un liderazgo. Para
    llevar al máximo su desempeño hay que capitalizar sus fortalezas
    y su conocimiento, en lugar de tratar de colocarlos en un molde.

    Desaparecen las fronteras tecnológicas

    Durante los primeros tiempos de la revolución industrial, se supuso
    ­con absoluta validez­ que la industria textil tenía su tecnología
    propia y exclusiva. Lo mismo puede decirse de la extracción de carbón
    y de las restantes actividades manufactureras que surgieron a fines del siglo
    XVIII y durante la primera mitad del siglo XIX. Estas tecnologías no
    se superponían demasiado.

    El alemán Werner von Siemens (1816-1892) construyó una de las
    primeras organizaciones industriales de gran escala esencialmente porque entendió
    de qué se trataba. Para lograr una ventaja en la tecnología de
    su industria, contrató en 1869 al primer científico capacitado
    en la universidad para montar un moderno laboratorio de investigación.

    De estos laboratorios nacieron la industria eléctrica y la industria
    química de Alemania, que adquirieron liderazgo mundial porque desarrollaron
    la mejor tecnología. De esta comprensión de la industria nacieron
    las restantes empresas líderes del mundo: fábricas de automóviles,
    telefonía, laboratorios farmacéuticos, y luego la computación.

    En el siglo XIX y durante toda la primera mitad del siglo XX, se podía
    dar por sentado que las tecnologías que estaban fuera de la actividad
    en la que trabajábamos tenían un mínimo impacto en esa
    industria. Bastaba con conocer la tecnología propia para prosperar. No
    era necesario que los técnicos en siderurgia le prestaran mucha atención
    a lo que estaba sucediendo en la aeronáutica, por ejemplo.

    Esta especificidad fue la base del que ha sido quizás el más
    exitoso laboratorio de investigación de los últimos 100 años.
    Desde su fundación, a principios de la década de los ´20 y hasta
    fines de los ´60, Bell Labs produjo virtualmente todas las nuevas tecnologías
    que la industria telefónica necesitaba.

    Pero por esa atención exclusiva a su propia industria, Bell Labs ­y
    su compañía madre, AT&T­ habría de pagar un precio
    muy caro. Su mayor logro científico fue el transistor. Pero los principales
    usos del transistor estaban fuera del sistema telefónico y la gerencia
    del laboratorio estaba muy poco interesada en lo que sucedía fuera de
    su campo. (Es más, tampoco sabía mucho del tema.) En consecuencia,
    el gran invento de Bell Labs fue vendido por la ridícula suma de US$
    25.000. Que Sony, Intel y Compaq sean hoy grandes empresas se debe en gran medida
    a la miopía de Bell Labs, porque ellas, y otros cientos de compañías
    exitosas capitalizaron las ventajas del transistor.

    Sencillamente, Bell fue incapaz de percibir que el mundo había cambiado
    y que se habían derribado los muros tecnológicos que separaban
    a las industrias.

    En estos tiempos, la premisa de la que debemos partir es que las tecnologías
    que tendrán el mayor impacto en una empresa y en su sector probablemente
    estén fuera de su propia esfera de acción.

    Los muros que antes definían con precisión a las distintas industrias
    comienzan a derrumbarse. Mientras que antes las empresas competían dentro
    de un sector, hoy los sectores compiten entre sí. El rival del acero
    no es sólo el aluminio, sino el plástico que producen las empresas
    petroleras y químicas. Las computadoras comenzaron siendo una herramienta
    de ingeniería y luego un medio para almacenar datos, pero hoy forman
    parte del negocio de las comunicaciones.

    Recién después de la Segunda Guerra Mundial quedó claro
    que el uso final no está exclusivamente atado a un determinado producto
    o servicio. Comenzó con el plástico, cuando invadió territorios
    que eran exclusivos del acero y el vidrio.

    Finalmente hemos comprendido que la necesidad es exclusiva pero los
    medios para satisfacerla son variados. La gestión de empresas
    que olvide esto no durará mucho en el mundo actual.

    La información no pertenece a ningún sector determinado. Tampoco
    tiene un único uso final ni existe ningún uso final que requiera
    un tipo determinado de información.

    Todo esto lleva a la conclusión de que quienes no son clientes son tan
    importantes como los que sí lo son, y quizá más, porque
    son clientes potenciales. Muy pocas instituciones prestan servicios a más
    de 30% de un mercado. En otras palabras, hay muy pocas instituciones en las
    que los no clientes representen menos de 70% del mercado potencial. Y,
    a pesar de ello, son muy pocas las instituciones que saben algo sobre los que
    no son clientes (muy pocas saben siquiera que existen). Y menos aún son
    las que saben por qué esas personas no son clientes. Sin embargo, los
    cambios siempre comienzan con ellos.

    La rápida declinación de las tiendas por departamentos de
    Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980 no fue provocada por
    la deserción de sus clientes. Alrededor de 30% de las amas de casa norteamericanas
    que eran clientes de estas tiendas se mantuvieron fieles, pero surgió
    una nueva generación de mujeres cultas que trabajaban fuera del hogar
    y que no iban a las tiendas por departamentos porque no tenían tiempo.
    Como no eran clientes, las grandes tiendas les prestaron muy poca atención.

    Y cuando se convirtieron en el sector dominante de la clase media adinerada,
    era ya demasiado tarde para que los department stores salieran a ganarse
    su lealtad. Al limitarse a atender a sus clientes habituales, estas empresas
    terminaron atendiendo a una raza en extinción.

    La experiencia nos indica que el cliente nunca compra lo que el proveedor vende.
    El valor es, para el cliente, algo fundamentalmente distinto de lo que es el
    valor o la calidad para el proveedor. Esto se aplica tanto a una empresa como
    a una universidad o a un hospital.

    Examinemos el caso de las grandes iglesias evangélicas que han crecido
    tan rápidamente en Estados Unidos durante la década de 1980 y
    que constituyen sin duda el fenómeno social más importante de
    los últimos 30 años. Hoy suman alrededor de 20.000, mientras los
    cultos tradicionales han declinado. Y esto se debe a que les preguntaron a los
    no feligreses “qué es el valor” y elaboraron respuestas que las antiguas
    iglesias no se habían preocupado por brindar. Descubrieron que el valor
    para el consumidor de los servicios de la iglesia es muy diferente del que las
    iglesias tradicionalmente suministraban. El valor más importante para
    los miles de fieles que hoy acuden a estos templos es una experiencia espiritual
    más que ritual.

    Finalmente, el management tendrá que aprender que, para comprender
    el mercado, hay que comenzar por comprender cómo distribuyen su ingreso
    los consumidores, algo que los economistas vienen diciendo desde hace 100 años.

    Cuando surgió la televisión, a principios de la década
    de los ´50, el presidente de la empresa japonesa líder de la industria
    electrónica dijo, en un discurso, que Japón no tendría
    televisión por muchos años, “sencillamente porque los japoneses
    no tienen dinero para comprar un aparato”. Dos años después, la
    penetración de la televisión en Japón casi equipara a la
    de Estados Unidos.

    Cinco años después, todos los hogares japoneses, por más
    humildes que fueran, tenían un televisor: el hecho de que no tuvieran
    ingresos disponibles para gastar no impidió que los japoneses compraran
    un aparato. Porque, para ellos, éste no era un producto más. Destinaron
    una parte mayor de su ingreso disponible al televisor porque les permitía
    acceder a un mundo del cual habían estado aislados durante siglos. No
    era un producto, sino una nueva forma de vida.

    El sistema de fax se inventó en Estados Unidos (aún hoy, todos
    los fabricantes de máquinas de fax le pagan una regalía al inventor
    norteamericano). Sin embargo, las empresas japonesas son las que dominan este
    mercado. Los norteamericanos perdieron la carrera porque no comprendieron lo
    que el advenimiento de la televisión les había enseñado
    a los japoneses.

    En Estados Unidos se encargó una gran investigación de mercado
    cuyos resultados indicaron que la gente no iba a estar dispuesta a pagar el
    alto costo del equipo de fax sólo para ahorrarse el correo.

    En cambio, al recordar lo que les pasó con la televisión, los
    japoneses comprendieron que los consumidores tienen una voluntad infinita para
    invertir sus ingresos disponibles en telecomunicaciones, aunque ello signifique
    privarse de otras cosas. Así que lanzaron la máquina de fax, y
    hay pocos productos en la historia que hayan logrado una aceptación tan
    rápida y universal.

    La moraleja es que ni la tecnología ni el uso final deben ser los cimientos
    para la política de management. Los fundamentos son los valores
    del cliente ­en el caso anterior, la fascinación y la preferencia
    por la velocidad del fax frente a la lentitud del correo­ y no las meras
    funciones.

    El fin del comando y el control

    El management, tanto en la teoría como en la práctica,
    se ocupa de la entidad legal, de la institución individual, ya sea una
    compañía, un hospital, una universidad o una obra de caridad.
    El concepto tradicional del management se basa en el comando y el control,
    y al comando y al control se los puede definir legalmente. El CEO de una empresa,
    el obispo de una diócesis, el director de un hospital, tienen autoridad
    de mando y control dentro de los confines legales de su institución,
    pero no fuera de ella. El presidente de General Motors puede decirle a cientos
    de miles de personas qué hacer. Pero no puede decirle qué hacer
    a quienes están fuera de GM.

    Hace casi 100 años, quedó claro por primera vez que la definición
    legal no era adecuada para administrar o gerenciar una empresa de envergadura.
    Para obtener el máximo rendimiento al menor costo, la gerencia necesitaba
    organizar el proceso económico en toda la cadena de producción.
    Necesitaba ejercer la autoridad más allá de las fronteras de su
    propia organización.

    Habitualmente se les atribuye a los japoneses la invención del keiretsu,
    el concepto del management por el cual los proveedores de una empresa
    están unidos al cliente principal en las tareas de planificación,
    desarrollo de productos, control de costos, etc. De este modo, aunque la gerencia
    de Toyota pueda no tener autoridad legal sobre un proveedor de paragolpes,
    las gerencias trabajan en estrecha relación en la producción,
    el control de costos y la investigación.

    Pero, en realidad, el keiretsu es mucho más antiguo y fue inventado
    por un norteamericano. El concepto se remonta a alrededor de 1910 y fue acuñado
    por el hombre que vio por primera vez el potencial del automóvil para
    generar una industria importante: William C. Durant (1861-1947).

    Durant fundó General Motors comprando algunas pequeñas pero exitosas
    fábricas de automóviles, como Buick, y fusionándolas en
    una única gran empresa automotriz.

    Algunos años después, Durant comprendió que necesitaba
    incorporar a los proveedores principales a su empresa. Comenzó a comprar,
    y a incorporar a General Motors, cada vez más fábricas de piezas
    y accesorios, hasta concluir, en 1920, con la adquisición de Fisher Body,
    el principal proveedor de carrocerías de automóviles.

    Con esta compra, GM había llegado a ser dueña de las fábricas
    de 70% de todo lo que integra un automóvil, y se había convertido
    en la empresa más grande y más integrada del mundo. Durante 20
    años, disfrutó de una ventaja de 30% en los costos con respecto
    a todos sus competidores, incluidos Ford y Chrysler.

    Pero el keiretsu de Durant significó incorporar a los proveedores
    a la entidad legal de GM, a su zona de comando y control. Durant había
    planificado con cuidado la forma de asegurar la competitividad de los proveedores
    de accesorios que eran propiedad de GM. Cada uno de ellos (con la única
    excepción de Fisher Body) debía vender 50% de su producción
    fuera de GM, es decir, a las automotrices rivales, como Packard, Studebaker
    y Nash.

    Sin un mercado garantizado para la mitad de su producción, las divisiones
    de GM debían mantener bajo control sus costos y su calidad. Pero, después
    de la Segunda Guerra, muchas de las automotrices rivales desaparecieron y, con
    ellas, el control sobre la competitividad de las divisiones de accesorios que
    eran de propiedad exclusiva de GM. Además, con la llegada de los sindicatos
    a la industria automotriz entre 1936 y 1937, los altos costos de mano de obra
    de las plantas de montaje se impusieron también a las divisiones de accesorios
    de General Motors, lo que las puso en desventaja frente a los proveedores independientes
    no sindicalizados.

    Así fue como el keiretsu de Durant se convirtió en un
    terrible dolor de cabeza. El error fue colocar a los proveedores-socios dentro
    de la órbita de comando y control de GM.

    El siguiente emprendedor del keiretsu ­y probablemente el más
    exitoso hasta ahora­ fue Marks & Spencer de Inglaterra que a principios
    de la década de los ´30 integró a casi todos sus proveedores a
    su propio sistema de gestión, pero a través de contratos, no de
    adquisiciones. Fue el modelo Marks & Spencer el que los japoneses copiaron
    con rigor y mucho éxito en la década de los ´60.

    El keiretsu, sea japonés, británico o norteamericano,
    se basa en el poder. Sears, o Marks & Spencer, o Toyota, tienen un poder
    económico abrumador. El keiretsu no es una sociedad entre iguales.
    Sin embargo, con el tiempo, la cadena económica une a socios genuinos.
    Esto es perfectamente aplicable a la sociedad entre una empresa farmacéutica
    y la facultad de Biología de una universidad. También se aplica
    a las uniones transitorias de empresas (o joint ventures) con las que
    la industria norteamericana ingresó a Japón después de
    la Segunda Guerra.

    Hoy, hasta una empresa pequeña puede convertirse en un socio genuino
    de una empresa grande, en lugar de funcionar como una compañía
    subordinada.

    Tomemos el caso de las sociedades entre las compañías químicas
    y farmacéuticas y las empresas dedicadas a la genética, la biología
    molecular o la electrónica médica. Estas firmas orientadas a las
    nuevas tecnologías pueden ser pequeñas ­de hecho, habitualmente
    lo son­ y quizá necesiten capital, pero son dueñas de su
    propia tecnología. Son los socios senior cuando de tecnología
    se trata. Y ellas, más que las compañías químicas
    o farmacéuticas de gran envergadura, son las que pueden elegir con quién
    asociarse.

    Lo que hace falta, entonces, es una redefinición del alcance del management:
    debe abarcar todo el proceso. Y, en el terreno de la empresa, esto significa
    todo el proceso económico.

    La atención médica es el campo en el que más hemos avanzado
    en Estados Unidos cuando se trata de llevar el management a todo el proceso.
    Aquí se ha hecho el primer intento ­hasta ahora no demasiado exitoso­
    de poner todo el proceso de la prestación de servicios médicos
    bajo la gestión de una sociedad que no es dueña de los
    médicos, ni de los hospitales ni de las clínicas. Pero los supervisa
    como prestadores de atención médica a gran escala.

    Y lo que estas organizaciones están intentando hacer con los servicios
    de salud tendrá que hacerse en muchas otras áreas (incluyendo,
    creo, la educación), pero sobre todo en la empresa.

    Lo nacional y lo multinacional

    En la disciplina del management se sigue suponiendo (y en la
    práctica del management dándose por sentado) que las fronteras
    nacionales todavía definen el entorno en el que cual opera la empresa.
    Esta premisa se mantiene incluso en las multinacionales tradicionales.
    El carácter multinacional de las empresas no es algo nuevo. Lo que ha
    cambiado en el mundo real, aunque no en las premisas con las que se maneja el
    management, es que las fronteras nacionales ya no son relevantes.

    Veamos qué pasaba en la antigua empresa multinacional. Lo que fabricaba
    fuera de sus propias fronteras nacionales era producido dentro de las fronteras
    de otro país. Simplemente era dueña de una compañía
    en otro país.

    Por ejemplo, el mayor proveedor de material bélico para el ejército
    italiano durante la Primera Guerra Mundial era una joven y pujante empresa llamada
    Fiat, de Turín. Fiat fabricaba los automóviles y los camiones
    que el ejército italiano necesitaba. El mayor proveedor de material bélico
    para el ejército austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial
    también fue una compañía llamada Fiat, de Viena. Suministró
    todos los automóviles y camiones que el ejército austro-húngaro
    necesitaba. La Fiat austríaca era una réplica de la Fiat de Italia.
    Los diseños provenían de Turín, pero todo lo demás
    se hacía o se compraba en Austria. Todos los productos se vendían
    en Austria. Y todos los empleados, incluido el CEO, eran austríacos.

    Cuando la Primera Guerra enfrentó a Austria e Italia, todo lo que la
    Fiat austríaca tuvo que hacer fue cambiar su cuenta bancaria. En lo demás,
    siguió trabajando como lo había hecho hasta ese momento. Era,
    en verdad, una compañía independiente.

    Las multinacionales ya no están organizadas de esa forma. Hasta hace
    muy poco, las dos subsidiarias europeas de General Motors, Opel en Alemania
    y Vauxhall en el Reino Unido, eran empresas independientes. Hoy, GM tiene una
    sola empresa europea que diseña, produce y vende en toda Europa bajo
    la dirección de una casa central europea. GM-Europa también produce
    en Asia y América latina, y vende en Estados Unidos. A la vez, GM-Estados
    Unidos cada vez diseña y produce más para GM-Europa y para GM-Brasil,
    y así sucesivamente.

    Los motores pueden fabricarse en un país, las carrocerías en
    otro y la electrónica en un tercero. Hoy, los autos en sí, y no
    sólo la empresa, son multinacionales.

    Las compañías mundiales de seguros ­de las cuales la más
    importante es hoy una empresa alemana, Allianz­ están trasladando
    cada vez con mayor frecuencia las principales actividades, tales como el procesamiento
    de reclamos y las inversiones, a las instalaciones centrales que hacen el trabajo
    para todas las empresas del grupo, cualquiera sea el lugar en el que se encuentren.

    Las industrias surgidas después de la Segunda Guerra, tales como la
    farmacéutica y la informática, ni siquiera están organizadas
    en unidades nacionales e internacionales como siguen estando en los casos de
    GM y Allianz. Funcionan como un sistema mundial en el cual cada una de las tareas
    ­investigación, diseño, ingeniería, desarrollo y,
    cada vez más, también producción y marketing­
    tiene una organización transnacional.

    Como es lógico, esta nueva realidad crea algunos problemas serios, ¿cuál
    es la nacionalidad de una empresa transnacional?

    Hay problemas nuevos con respecto a las inversiones, los impuestos y los derechos
    de propiedad. En el caso de una guerra, esto generaría enormes problemas
    con respecto al tratamiento de las instituciones extranjeras. ¿Qué
    haría usted si su laboratorio de investigación perteneciera a
    uno de los bandos y la planta de la que sale la línea de productos al
    otro?

    También para el management, las nuevas realidades plantean problemas
    que hasta hoy no han sido resueltos. Las empresas en general ­y no sólo
    las grandes­ se organizan mediante unidades de negocios y no según
    la geografía. ¿Cuáles son las relaciones entre estas diferentes
    unidades? ¿Cómo trabajan juntas? ¿Cuál es la jurisdicción
    de cada una? ¿Quién resuelve los conflictos que surgen entre ellas?
    Todas éstas son preguntas a las que hasta ahora nadie ha dado respuesta.

    Incorporar el mundo a la organización

    Todas las premisas tradicionales que hemos examinado en este trabajo se basan
    en una aún mayor: que la incumbencia del management está
    dentro de la compañía, que la principal tarea de la gestión
    es dirigir a la organización.

    Esto también ha dejado de ser cierto, porque conduce a la incomprensible
    diferenciación entre management y entrepreneurship. Divide
    artificialmente las funciones de gerenciar e innovar. Y esta diferenciación
    ya no tiene ningún sentido. Una empresa o una institución que
    no innove y que no tenga espíritu emprendedor no habrá de sobrevivir
    por mucho tiempo.

    Y esto es así incluso para la institución más antigua
    del mundo, la Iglesia Católica. Habitualmente se la considera ultra conservadora
    y la misma Iglesia se enorgullece de no ceder a los cambios rápidos.
    Sin embargo, ha innovado y cambiado junto con el mundo. Engendró a los
    benedictinos en el siglo V, cuando los bárbaros invadieron el Imperio
    Romano, y a los franciscanos y dominicos 700 años más tarde, cuando
    resurgieron las ciudades durante la Edad Media. En el siglo XVI, llegaron los
    jesuitas como respuesta a la Reforma Protestante, y así sucesivamente.

    Lo que todo esto significa para el management es absolutamente claro:
    las fuerzas más influyentes provienen de afuera de la organización,
    y no de adentro. Las nuevas órdenes católicas no nacieron porque
    la organización lo decidiera, sino porque los acontecimientos de la sociedad
    lo requirieron. El movimiento metodista del protestantismo surgió casi
    espontáneamente a mediados del siglo XVIII, no por razones teológicas
    sino como respuesta a las privaciones sociales de las clases más pobres
    del Reino Unido y Estados Unidos.

    En síntesis, estas religiones sobrevivieron porque innovaron como respuesta
    al cambio social. Debió haber sido obvio desde un principio que el management
    y el entrepreneurship eran sólo dos dimensiones diferentes de
    la misma tarea. Un empresario con espíritu emprendedor que no sepa cómo
    aplicar la gestión no tendrá éxito. Y un management
    que no aprenda a innovar, tampoco.

    Todas las instituciones ­no sólo las empresas­ deben incorporar
    a la gestión diaria cuatro actividades de emprendimiento que corren paralelas.
    Una es el abandono deliberado de todos los productos, servicios, procesos, mercados
    y canales de distribución que hayan dejado de contribuir a una óptima
    asignación de recursos. Esta es la primera disciplina con espíritu
    emprendedor en cualquier situación dada.

    Luego, cualquier institución debe organizarse para lograr las mejoras
    sistemáticas y continuas (lo que los japoneses llaman kaizen).

    A continuación, tiene que organizarse para la explotación continua
    de sus éxitos. Debe construir un futuro diferente sobre un presente comprobado.

    Y, finalmente, tiene que organizar la innovación sistemática,
    es decir, debe crear ese futuro diferente, convertir en obsoletos, y en gran
    medida reemplazar, hasta los productos más exitosos del presente.

    E insisto en que estas disciplinas no sólo son deseables. Son la condición
    necesaria para poder sobrevivir hoy.

    Las herramientas que originalmente diseñamos para incorporar lo externo
    a lo interno han sido invadidas por la orientación del management
    hacia lo interno. Se han convertido en herramientas que le han permitido a la
    tarea gerencial ignorar lo externo. Lo que es peor, han llevado al management
    a creer que puede manipular lo externo y someterlo a los fines de la organización.

    Tomemos el caso del marketing. El término fue acuñado
    hace 50 años para enfatizar que el propósito y los resultados
    de una empresa se encuentran enteramente fuera de ella. El marketing
    nos enseña que hacen falta esfuerzos organizados para incorporar la comprensión
    de lo externo ­la sociedad, la economía, el cliente­ a lo interno
    de la organización para que se convierta en los cimientos de la estrategia
    y la política.

    Sin embargo, el marketing ha cumplido con esta gran tarea sólo
    en contadas ocasiones. Por el contrario, se ha convertido en un instrumento
    auxiliar de las ventas. No comienza preguntándose “¿quién
    es el cliente?” sino “¿qué es lo que queremos vender?”. Apunta a
    convencer a la gente de que compre lo que la empresa quiere fabricar. Y eso
    significa retroceder en el tiempo. Esa fue la razón por la que la industria
    norteamericana perdió el negocio del fax. La pregunta debería
    ser: “¿cómo podemos fabricar las cosas que los clientes desean comprar?”.

    En las últimas décadas, la orientación del management
    hacia lo interno se ha agravado como consecuencia del surgimiento de la tecnología
    informática, que causa serios daños porque es excelente para conseguir
    información incorrecta. A partir del sistema contable de hace 700 años,
    destinado a registrar e informar los datos internos, la tecnología informática
    produce cada vez más datos sobre lo que sucede adentro. Pero prácticamente
    no genera información sobre lo que sucede fuera de la empresa.

    Hasta hoy, nadie ha encontrado la manera de obtener información significativa,
    de una manera sistemática, sobre lo que sucede afuera. Cuando de datos
    externos se trata, todavía estamos en gran medida en la etapa anecdótica.
    No hay duda de que el desafío más importante que habrá
    de enfrentar la tecnología informática en los próximos
    30 años será encontrar la manera de organizar la provisión
    sistemática de información externa significativa.

    Un management orientado al exterior

    La primera tarea del management consiste en definir los resultados de
    la empresa. Esta, como puede atestiguar cualquiera que lo haya intentado, es
    una de las cuestiones más difíciles y más controvertidas,
    y también una de las más importantes. Por lo tanto, la función
    específica del management es organizar los recursos para alcanzar
    resultados fuera de la organización.

    En consecuencia, tanto la teoría como la práctica del management
    deben basarse sobre un nuevo paradigma: el management debe definir los
    resultados que espera lograr y luego organizar los recursos para obtenerlos.

    Kyocera, la empresa japonesa líder en la creación y desarrollo
    de nuevos materiales inorgánicos, define los resultados como liderazgo
    en la innovación. Pero su mayor competidor mundial, la alemana Metallgesellschaft,
    define los resultados en términos de presencia en el mercado. Ambas son
    definiciones racionales, pero generan estrategias muy diferentes.

    El paradigma se aplica a las universidades, las iglesias, las instituciones
    de caridad y los gobiernos, y también a las empresas.

    Por qué importa la gestión

    He planteado numerosas preguntas en este ensayo, pero he evitado, deliberadamente,
    dar respuestas. En el trasfondo de estas preguntas hay una visión muy
    simple y muy obvia: que el centro de la sociedad moderna, de la economía
    y de la comunidad no es la tecnología, ni la información ni la
    productividad. El centro de la sociedad moderna es la institución gerenciada.
    La institución gerenciada es, en estos días, la forma con la que
    la sociedad consigue que se hagan las cosas. Y el management es la herramienta
    específica, la función específica para generar instituciones
    capaces de producir resultados.

    La institución, en síntesis, no existe simplemente dentro de
    la sociedad y reacciona a ella. Existe para producir resultados en la sociedad.

    © Forbes Global/ MERCADO

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