La cultura cotiza en alza

    Hace siete años, el negocio del cine parecía haber

    tocado fondo: con apenas 340 salas, sólo lograba convocar a

    16,4 millones de espectadores. Las cifras mostraban, por cierto, un

    contraste notable frente a la época dorada de los ´80, cuando

    unos 62 millones de entradas salían de las taquillas de casi

    1.000 salas.

    Seducido por la llegada del video y el cable, el público

    comenzó a darle la espalda a la pantalla grande a partir de

    1986. Y la caída se hizo sentir en toda la estructura del

    negocio. De los 25 distribuidores independientes que había a

    mediados de la década de 1970, hoy quedan apenas 10.

    La tendencia comenzó a revertirse en 1994. Atraídos

    por el auge de los shoppings, llegaron exhibidores internacionales

    decididos a inculcarles a los argentinos otras formas de ver cine: en

    salas pequeñas, cerca de casa y comiendo pochoclo. El

    número de entradas vendidas alcanzó un crecimiento

    promedio superior a 10% anual a partir de entonces.

    Entre 1996 y 1997, el índice de crecimiento fue de casi 20%

    y se llegaron a vender 26,5 millones de entradas. En total, el

    negocio cinematográfico recaudó unos US$ 140 millones.

    El camino ascendente no se detendrá este año. Los

    hombres del sector calculan que las 750 salas existentes o

    próximas a inaugurarse convocarán a más de 30

    millones de visitantes y algunos hasta pronostican que esa cifra

    podría trepar a 38 millones. El crecimiento, junto con el

    despegue del cine nacional, explica los cambios en la

    composición accionaria de varias productoras y distribuidoras

    y el ingreso del CEI al negocio.

     

    En primera fila

    “Durante muchos años la Argentina tuvo pocas salas y de

    mala calidad. Con la inversión extranjera se produjo una

    transformación que permitió que la gente fuera al cine

    a cualquier hora, sin preparativos previos”, explica Diego Lerner,

    presidente de la división latinoamericana de los estudios Walt

    Disney.

    La compañía, dueña de las productoras

    Miramax, Touchstone Pictures y Hollywood, distribuye todos sus

    materiales a través de Buena Vista International (BVI) que, en

    el país, tiene un convenio por el cual también maneja

    las películas de Columbia. Pero este año, BVI

    extendió su actividad hacia la producción, al adquirir

    un tercio de Patagonik Film Group. Una porción similar fue

    vendida a Artear, la empresa del grupo Clarín, y el resto

    sigue en manos de sus antiguos dueños: Pablo Bossi, Ricardo

    Wullicher y Patricio Daire.

    “Patagonik es la única productora que tiene Disney fuera de

    Estados Unidos. Planeamos exportar material a todo el mundo”, asegura

    Lerner, cuya compañía factura US$ 50 millones, de los

    cuales más de 70% proviene del área de

    distribución.

    Según un estudio que circula en el sector, el año

    pasado BVI fue la distribuidora número uno, con 25,11% del

    mercado, y Columbia se ubicó en segundo lugar, con 17,14%. El

    tercer puesto (con 13,88%) lo ocupó Líder, una firma

    argentina en la que participan cinco socios: Luis Scalella (a su vez

    uno de los dueños de la productora Argentina Sono Film y de la

    distribuidora Gativideo), Oscar Rodríguez y Mario de Pedro

    (ambos accionistas de Transeuropa), Hugo Kusnet y Juan Carlos Arecco.

    El cuarto lugar (con 9%) fue para Filmarte, la empresa de Bernardo

    Zupnik, que, a partir de este año, aparecerá en el

    ranking como Distribution Company. “Se formó una nueva

    sociedad en la cual el porcentaje mayoritario está en poder de

    los exhibidores Coll-Saragusti y SAC”, explica Zupnik. Aunque el

    empresario prefiere no dar detalles de la operación, en el

    mercado se dice que su participación disminuyó a 20% y

    que el restante 80% quedó en manos de los dueños de las

    cadenas de cine más importantes del país y de la

    distribuidora de video AVH.

     

    Finales con suspenso

    Claro que el respaldo económico y las pantallas aseguradas

    no garantizan que las películas que se estrenen tengan

    más éxito. “Este es un negocio de mucho riesgo. Nadie

    puede saber qué producción contará con mayor

    afluencia de público. Y hay que tener buen ojo, porque lo que

    se compra es un libro, un elenco de actores, un director”,

    señala Zupnik. La mitad de las películas que maneja

    Distribution Company son argentinas y el resto producciones

    independientes, de Estados Unidos y Europa.

    Para recuperar los costos de lanzamiento -copiado,

    subtitulado y publicidad- que oscilan entre US$ 80.000 y

    100.000, una película europea debe ser vista al menos por

    50.000 personas. Si se trata de una superproducción, que

    demanda un desembolso de US$ 300.000 a 400.000, tiene que vender un

    mínimo de 170.000 entradas para que la empresa no pierda

    plata.

    Sin embargo, aun sabiendo que sus películas no

    cubrirán esos costos, algunas productoras deciden estrenarlas

    en el cine para colocarlas mejor en el negocio del video, seis meses

    más tarde. Y transcurrido un año de su paso por las

    salas, ese mismo filme puede difundirse por el sistema de cable y a

    los 18 o 24 meses en los canales de televisión abierta. Si se

    analiza la recaudación de una película taquillera,

    generalmente 80% proviene del cine y el resto, del video y de la

    televisión por cable y abierta, en partes iguales, y uno de

    los recursos más empleados para bajar los costos de

    difusión es canjear las películas por segundos de aire

    en los canales de televisión. En general, un filme puede

    venderse por unos 6.000 segundos.

     

    Naufragios y armas mortales

    Pero por más dinero que se invierta en promocionar un

    título, la clave de su éxito estará en la

    respuesta del público durante el primer fin de semana de

    exhibición. “Una película no es como una marca, es un

    producto distinto cada vez y compiten una por una. Aunque le haya ido

    bien en Estados Unidos puede ser un fracaso en la Argentina”,

    advierte Griselda Fortunato, gerenta general de Warner-Fox, el joint

    venture que crearon hace dos años Twentieth Century Fox Films

    y Warner Bros. para distribuir sus filmes en forma conjunta en la

    región.

    El año pasado, dice Fortunato, las películas de Fox

    tuvieron una participación de mercado de 11% (las cifras que

    circulan entre la competencia le asignan tres puntos menos) pero el

    lanzamiento de Titanic le permitió atraer a la mitad de los

    espectadores en lo que va del año. Los filmes de Warner, por

    su parte, convocaron en 1997 a casi 10% del público y ya suman

    11% del sector, cifra que podría elevarse con el lanzamiento

    de la nueva versión de Arma Mortal.

    Aunque está analizando el negocio de producción

    local, Fortunato afirma que, por el momento, la

    compañía no seguirá los pasos de Disney, aunque

    las películas argentinas se hayan convertido en competidores

    dignos de tener en cuenta.

    Donde la empresa sí vio una veta fue en el cine

    independiente, un nicho en el que las majors pusieron el ojo “porque

    allí encuentran el talento que no tienen en sus propios

    estudios”, asegura Zupnik.

    En los últimos años, los grandes estudios comenzaron

    a prestarle más atención al público

    internacional. “Hasta hace poco, los estadounidenses producían

    para su mercado e ignoraban al resto del mundo: apenas 20% de su

    facturación se originaba en el extranjero. Pero ahora

    consiguen la mitad de sus ingresos en el exterior”, cuenta Juan

    Manuel Fascetto, gerente general de United International Pictures

    (UIP), brazo distribuidor de los filmes de Paramount, Universal,

    Metro Goldwyn Mayer y United Artists. El año pasado, la suma

    de títulos de todas sus productoras le permitió a UIP

    apropiarse de 11% del mercado.

     

    Apto para todo público

    En 1997, Fox ingresó en el segmento de las películas

    animadas con Anastasia, lo que generó la pronta respuesta de

    Disney, que colocó las entradas de La Sirenita a mitad de

    precio. En esta polémica, Fortunato opta por no recoger el

    guante porque considera que “el valor de los tickets lo debe fijar el

    distribuidor”. Mientras tanto, Disney sigue adelante en su cruzada

    por abaratar la entrada de cine, que hoy alcanza un promedio de $

    5,20 a 5,50 en todo el país.

    Pero no todos los hombres del sector piensan que el precio es el

    principal obstáculo en la búsqueda de más

    espectadores. “La rebaja de las entradas en las primeras funciones

    terminó comiendo público de los miércoles.

    Aunque esté a un peso, los pobres no van a ir al cine porque

    tienen necesidades mucho más urgentes y la gente que tiene

    plata va los fines de semana. La clase media es la que más

    aprovechó esas reducciones”, analiza Fascetto. “Habrá

    que ver qué hacen las nuevas cadenas. Quizá bajen el

    precio para que la gente compre más pochoclo.”

     

    Como pan caliente

    Esta observación no debe ser interpretada como un chiste.

    Actualmente, de cada peso que recaudan los cines multiplex, 17

    centavos provienen de la venta de comida, y la intención de

    las cadenas es que esa cifra alcance el nivel vigente en Estados

    Unidos: 40 centavos.

    Actualmente, cuatro compañías extranjeras se

    disputan las preferencias del público por la nueva modalidad

    de exhibición: Village Cinemas, de capitales australianos,

    neozelandeses y argentinos, lidera el sector con 52 salas; le siguen

    Cinemark Argentina, en la que participan Coll-Saragusti y SAC, con 34

    pantallas; National Amusement, con 26, y Hoyts General Cinema South

    America, el joint venture para la región creado a fines de

    julio por la australiana Hoyts y la estadounidense General Cinemas,

    que cuenta con 20 salas. Las empresas tienen en carpeta proyectos por

    más de US$ 400 millones para los próximos años,

    que se traducirán en unas 300 salas repartidas por todo el

    país.

    De todos modos, y a pesar de la buena respuesta que obtuvieron del

    público, el año pasado los multiplex vendieron apenas

    10% de las entradas, con 9% del total de asientos disponibles en el

    mercado. Los exhibidores independientes siguieron convocando el mayor

    flujo de espectadores: 31% (claro que, entre todos, reúnen 63%

    de las butacas). Detrás se ubicaron las salas de SAC, con

    15,1% de asientos y 29,6% de las entradas, y Coll-Saragusti que, con

    9% de la capacidad total, sumó 24% de los espectadores. El

    resto del mercado se lo reparten cadenas más chicas, como la

    de Transeuropa.

     

    Industria nacional

    El año pasado, uno de cada cuatro espectadores

    eligió ir a ver una película argentina y Comodines

    peleó cuerpo a cuerpo con El Mundo Perdido (perteneciente a la

    saga de Jurassic Park) el primer puesto en el ranking de las

    más taquilleras. El filme fortaleció una tendencia que

    continuó este año con Un argentino en Nueva York:

    1.600.000 entradas vendidas hasta agosto, que le permitieron superar

    el récord de la década que había logrado Tango

    Feroz con un millón y medio de espectadores.

    Parte del buen resultado de las producciones locales se debe a que

    muchas de ellas tienen lazos de sangre con los canales de

    televisión. En el ranking del año pasado, Comodines

    (producida por Pol-ka y Artear), Dibu, la película (Patagonik

    y Telefé) y La Furia (Argentina Sono Film y Telefé)

    terminaron segunda, tercera y cuarta entre las más vistas.

    Las empresas de televisión se interesaron por incursionar

    en la pantalla grande ante la posibilidad de compensar las tasas que

    pagan al Comfer mediante el acceso a los subsidios del Instituto

    Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) por la

    exhibición de películas en las salas y por su

    difusión en medios electrónicos. Artear empezó

    por participar en el negocio en forma independiente y luego

    dejó la tarea en manos de su controlada Patagonik, que ya

    cuenta en su haber con títulos como Cenizas del Paraíso

    y Cohen vs. Rossi, en colaboración con Pol-ka.

    En la vereda de enfrente, Telefé acercó sus fichas a

    Argentina Sono Film (ASA) y a Aleph Producciones (AP), la firma de

    Fernando Sokolowicz, el editor responsable y cara visible del diario

    Página/12. Todo indica que pelearán con el grupo

    Clarín formando el trío Telefé-ASA-Líder,

    aunque Luis Alberto Scalella, presidente de la productora de los dos

    últimos éxitos del canal -La Furia y Un

    argentino en Nueva York- señala que “no hay

    ningún compromiso entre ambas empresas”.

    A pesar de su experiencia en producciones taquilleras, Scalella no

    termina de creer en la existencia del comentado boom del cine

    nacional. “Es verdad que, en los últimos tres años, a

    algunas películas les fue bien, pero 90% de lo que se produce

    sigue siendo deficitario”, advierte el empresario, que hace cuatro

    años se asoció con Carlos Mentasti para adquirir ASA.

    Las que salen generalmente bien paradas son las producciones del

    género denominado comercial. “Es lo que la gente quiere ver.

    Si no hubo éxitos en los últimos años fue porque

    no se contaron las historias que la gente quería; que

    estén metidos los canales no quiere decir nada. La

    televisión potencia una película, pero si es un

    fracaso, los medios no ayudan”, asegura Scalella.

    Telefé está cerrando, a través del holding

    AtCo, la adquisición o formación de una distribuidora

    para poder completar el círculo

    producción-difusión-distribución, luego de

    formar Aleph Media. Esta firma, en la que la controlada del CEI posee

    51% y Socolowicz 49%, fue creada en abril con el fin de dedicarse a

    la producción de cine comercial, documentales y contenidos

    para televisión por aire y cable.

    “Cuando nos asociamos, yo mantuve AP con su stock audiovisual de

    15 películas producidas desde 1990, porque no nos pusimos de

    acuerdo en el precio”, asegura Socolowicz, productor, entre otros, de

    filmes como Casas de Fuego y Eva Perón.

    El empresario, a quienes muchos le adjudican la intención

    de convertirse en “la pata cultural del CEI”, analiza el proyecto de

    levantar un complejo de ocho salas con 1.800 butacas, dedicado a la

    exhibición de filmes independientes.

    Aleph Producciones -y su continuadora Aleph Media-

    estrena anualmente entre cuatro y cinco películas y sus

    ingresos rondan los US$ 5 millones.

    Pol-ka, por su parte, se propuso lanzar un filme por año, y

    80% de sus ingresos de US$ 12 millones proviene de la

    televisión. “El cine es un negocio en el que hay que tener un

    pie adentro porque va a crecer”, afirma Fernando Blanco, el socio de

    Adrián Suar.

    Blanco explica que Artear -coproductora de

    Comodines- no participa en su empresa, sino que sólo

    tienen firmado un acuerdo para televisión. “En el cine somos

    más libres. En ese rubro queremos buscar un mercado más

    amplio que el argentino, por eso nos interesa trabajar junto con

    Patagonik, como lo hicimos en Cohen vs. Rossi.”

    Esta película, que costó US$ 2 millones,

    convocó a 700.000 espectadores y, aunque fue reconocida por el

    INCAA como de interés especial, en Pol-ka señalan que

    todavía no recibieron un peso del subsidio. En busca de nuevos

    horizontes, Blanco no descarta seguir la tendencia del sector hacia

    las alianzas. “Mientras podamos continuar con lo que hacemos, estamos

    dispuestos a escuchar ofertas.”

     

    Cadenas de valor

    El precio de las entradas de cine oscila entre $ 3 y $ 7 pero el

    promedio nacional ronda los $ 5,50. De lo que los espectadores dejan

    en las boleterías, 10% se lo lleva el impuesto que cobra el

    Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Otro pequeño

    porcentaje, variable según el número de butacas de la

    sala, se destina a Argentores, a Sadaic y a la Asociación

    Argentina de Intérpretes, según el caso. Los $ 5 que

    quedan se dividen en partes iguales entre el exhibidor y el

    distribuidor de la película. Este último se guarda

    entre 15 y 25% de lo que recibe y gira el resto al productor.

    En cuanto al negocio editorial, de los $ 20 que puede costar un

    libro al público, la mitad se reparte entre el distribuidor y

    el punto de venta. En el caso de las cadenas más importantes,

    de esos $ 10, entre 30 y 45% queda en manos de las librerías.

    Otro 10% va a parar al bolsillo del escritor, que cuando se trata de

    una figura consagrada puede negociar un porcentaje mayor por sus

    derechos, que llega, en algunos casos, a 17%. El resto -entre

    $ 7 y $ 8- va a parar a la cuenta del editor, que debe

    descontar todos sus costos industriales que, según el tipo de

    libro, pueden rondar entre $ 4 -en las versiones más

    económicas- y $ 8, en las ediciones con mayor

    producción que se comercializan muy por encima de los $ 20.

    Este esquema no se repite en el caso de los discos compactos. De

    los $ 20 que paga un consumidor por un disco recién editado,

    21% corresponde al gravamen del IVA. De los $ 16 que quedan,

    alrededor de 35% ($5,5) corresponde al comerciante minorista, el

    último eslabón de la cadena. A su vez, $ 2 de los $ 10

    restantes van a la distribuidora y no menos de $ 8 llegan a la

    productora discográfica que deberá solventar el costo

    de duplicación (cercano a $1) y derechos de autor ($0,80,

    correspondiente a Sadaic). Los costos publicitarios, de packaging, de

    regalías al autor, grabación, producción

    artística y ejecutiva, son variables de acuerdo con la

    importancia del producto.

     

    Hombres de ley

    Frente al avance de los supermercados, los libreros y editores se

    unieron para impulsar la sanción de una ley que delegue en el

    editor la obligación de establecer un precio uniforme de venta

    al público. La iniciativa, que fue presentada en diciembre del

    año pasado por el diputado Enrique Llopis, cuenta con el

    consenso de la Cámara Argentina del Libro y busca impedir la

    práctica de los fuertes descuentos (entre 10 y 20%) que ya

    aplican hipermercados como Carrefour y Jumbo.

    Para defender su posición, las editoriales argumentan que

    los supermercados sólo ofrecen un número muy reducido

    de títulos -las novedades y los best-sellers- y

    que en la medida en que no se los obligue a aplicar los mismos

    precios, las librerías independientes estarán

    condenadas a desaparecer.

    “La baja de precios no hace aumentar el volumen de ventas, porque

    no transforman a los refractarios a la lectura en lectores

    convencidos, y el peligro es que las editoriales terminen publicando

    sólo lo que quieren los supermercados, con lo cual se

    estaría dejando la política editorial en manos del

    gerente de la División Bazar de Carrefour´´, ironiza Alejandro

    Katz, director de Fondo de Cultura Económica.

    En el caso de la industria discográfica, si bien el mayor

    problema que enfrentan es el de la piratería -que

    según datos de la Cámara Argentina de Productores de

    Fonogramas y Videogramas (Capif) representa 20% de las

    ventas-, también tienen volcados muchos esfuerzos para

    lograr la sanción de la Ley Nacional de la Música. El

    proyecto, que fue presentado ante el Parlamento por el ex secretario

    de Cultura, José María Castiñeira, intenta que

    los discos de producción nacional pasen a estar exentos del

    pago del IVA.

    “Sabemos que no es un buen momento para reclamar una rebaja en los

    impuestos, pero lo que pedimos es bastante razonable: que los discos

    tengan el mismo tratamiento impositivo que hoy tienen los libros o

    una entrada al cine, que no pagan IVA´´, explica Roberto Piai,

    presidente de Capif.

    En la industria del cine, las reglas de juego también

    experimentaron importantes cambios a partir de 1994, con la

    sanción de la ley 24.377. Entre las mudanzas más

    significativas, la nueva norma impuso más recursos para los

    subsidios a los filmes nacionales y extendió las ayudas

    relacionadas con la exhibición en salas a la difusión

    por medios electrónicos. Antes, el Fondo de Fomento

    Cinematográfico se integraba con el aporte de 10% sobre las

    entradas de cine, pero hace cuatro años se benefició

    con otro 10% sobre la venta y alquiler de videos y con 25% de los

    ingresos que recauda el Comfer por la tasa de radiodifusión.

    El subsidio por medios electrónicos se aplicó desde

    1995 y, tras un intento de fijar su desembolso proporcionalmente con

    la cantidad de espectadores, se decidió tomar como

    parámetro la recaudación. De este modo, las

    películas que lleguen a juntar US$ 125.000 en 90 días

    corridos a partir de su estreno, y sean declaradas de interés

    especial, podrán recibir un subsidio correspondiente a 50% del

    costo promedio de una producción nacional (calculado en US$

    1.250.000 por el INCAA) siempre y cuando la productora acredite la

    venta o locación de por lo menos 500 videos. Si son de

    interés simple, reciben 30% de la inversión.

    Por su parte, las ayudas por sala se liquidan en base a 100% de la

    recaudación si son de interés especial y 70% si son de

    interés simple pero, sumando los dos subsidios, ningún

    productor puede recibir más que el costo de la película

    reconocido por el INCAA.

     

    Discos: otro cantar

    Al mercado editorial están llegando las mismas tendencias

    de concentración y trasnacionalización que

    transformaron a la banca y a las cadenas de supermercados.

    En lo que va de esta década, la industria se vio

    conmocionada por el desembarco de tres grandes jugadores

    internacionales: la colombiana Tesis Norma, que se alzó con

    Kapelusz; la alemana Bertelsmann, que adquirió Sudamericana; y

    la española Ediciones B, del grupo Zeta, que se quedó

    con Javier Vergara.

    Y los fondos de inversión hicieron lo suyo. El primero en

    sumar una editorial a su cartera fue Invest Capital, del

    húngaro-argentino Zsolt Agardy, que compró Estrada. En

    los últimos meses, siguieron el ejemplo Global Investment, de

    los hermanos Gruneisen (ex dueños de la petrolera Astra), que

    se quedó con las librerías Yenny y El Ateneo, y el CEI

    CitiCorp Holdings que, al comprar Telefé, también se

    convirtió en accionista de Editorial Atlántida.

    Además, la española Grijalbo ya confirmó que

    prepara su relanzamiento en el mercado local y la lista de firmas

    internacionales que quieren poner un pie en la Argentina incluye a

    las británicas Oxford y Cambridge, que ya están

    distribuyendo títulos en inglés, y la norteamericana

    Simon & Schuster. También Clarín y La Nación

    pusieron un ojo en el negocio y la empresa de la familia Fontevecchia

    lanzó hace un año su colección Perfil Libros.

    Tanto interés sería difícil de explicar si se

    considera únicamente el mercado local, que no cuenta con

    más de tres millones de lectores y mueve al año cerca

    de US$ 500 millones. En la Argentina, el gasto per cápita en

    libros no llega a los $ 20 anuales, frente a los US$ 120 de Estados

    Unidos. “Este fue siempre uno de los mercados de habla hispana

    más importantes y gran parte de las editoriales locales

    están descapitalizadas, con lo cual ingresar a este negocio se

    tornó relativamente fácil y no implica grandes

    inversiones. Además, hay mucho terreno para crecer porque

    ninguna firma controla más de 5% o 10% del mercado´´,

    señala Alejandro Katz, director de la editorial Fondo de

    Cultura Económica y uno de los expertos más reconocidos

    del mercado.

     

    De la ciencia a la novela

    El negocio editorial argentino se puede dividir,

    básicamente, en cuatro segmentos bastante diferenciados: el de

    texto, el especializado (o STM, por las siglas en inglés de

    Científico Técnico Médico), el infantil y el de

    interés general, que incluye desde best sellers y libros de

    autoayuda hasta literatura de calidad. Una misma editorial puede

    estar presente en dos o tres negocios a la vez como sucede, por

    ejemplo, con Santillana, que es líder en textos y

    también participa con su colección Alfaguara en obras

    de interés general, y con Altea en literatura infantil; o

    Norma, que además de incursionar en best sellers,

    también tiene una fuerte presencia en textos con Kapelusz.

    Según datos de la Cámara Argentina del Libro, el

    año pasado fueron editados casi 12.000 títulos,

    distribuidos en un total de 52,2 millones de ejemplares impresos, lo

    que representa un incremento de 20% con respecto a 1996. En el primer

    semestre del año tampoco se detuvo la curva ascendente y las

    ventas totales alcanzaron casi 24 millones de ejemplares, frente a

    los poco más de 21 millones de los primeros seis meses del

    ´97.

    Las mayores transformaciones de los últimos años se

    observaron en el segmento de interés general. El punto de

    inflexión fue el ingreso al mercado de Bertelsmann, a

    través de la compra de Editorial Sudamericana. La

    operación, que se cerró en diciembre del año

    pasado, les permitió a los alemanes alzarse con 60% de la

    editorial argentina, a cambio de US$ 5,4 millones, mientras que los

    fundadores de la empresa, la familia López Llovet, conservaron

    40%.

    El grupo Bertelsmann es la editorial más grande del mundo y

    uno de los holdings más importantes en medios y

    telecomunicaciones. Sus ventas anuales rondan los US$ 15.000

    millones, de los cuales un tercio proviene del negocio editorial.

    “Nos vimos obligados a buscar un socio internacional porque el

    mercado se estaba volviendo cada vez más competitivo y, para

    poder contratar a los mejores autores, se necesita ampliar la

    distribución. En la Argentina un escritor reconocido puede

    vender 20.000 o 50.000 ejemplares, pero a la hora de conseguir un

    contrato de primer nivel se exigen anticipos de regalías por

    valor de 200.000 unidades´´, explica Gloria López Llovet de

    Rodrigué, directora editorial de Sudamericana. Cuando se

    hicieron cargo de la empresa, los nuevos dueños declararon que

    su objetivo era duplicar las actuales ventas de Editorial

    Sudamericana, que hoy suman US$ 12 millones anuales, potenciando su

    presencia en nuevos canales como supermercados, quioscos de revistas,

    minimercados y estaciones de servicio. El cambio de manos

    disparó una pequeña polémica, cuando un hombre

    de Bertelsmann dijo que no estaban dispuestos a trabajar con autores

    que vendieran menos de 5.000 ejemplares. “En realidad fue una especie

    de malentendido. Lo que quisimos decir fue que, con nuestra red de

    distribución, autores que vendían menos ahora van a

    poder llegar a los 5.000 ejemplares. Obviamente que, con un escritor

    poco conocido, se hace muy difícil llegar a esa cifra, pero es

    a lo que apuntamos. Y esto no quiere decir que no vayamos a mantener

    un equilibrio editando autores como Daniel Guebel o un libro de

    poesía de Fogwill, que muy difícilmente alcancen esos

    números´´, señala Rodrigué.

     

    Alemanes versus españoles

    Para alcanzar el liderazgo en el mercado local, Bertelsmann

    tendrá que desplazar a la española Planeta, cuyas

    ventas aqui rondan los US$ 60 millones anuales, que se reparten en

    porciones iguales entre la edición de libros y la de

    fascículos. La editorial -que es la número uno

    en el mundo de habla hispana- opera en el país desde

    hace 30 años, aunque sus negocios fueron relanzados en 1990,

    cuando se puso en marcha una estrategia para potenciar su presencia

    fuera de España.

    “En los primeros años de esta década, el mercado fue

    impulsado principalmente por la oferta y los canales quedaron un poco

    relegados. Pero de acá en más creo que el gran

    crecimiento va a depender de la distribución y nuestra

    visión es muy optimista, porque vemos como algo positivo que

    se instalen cada vez más cadenas internacionales, para operar

    principalmente en el interior, donde es necesario que se abran nuevas

    librerías”, señala Ricardo Savanes, director editorial

    del Grupo Planeta en la Argentina.

    El último negocio donde Planeta acaba de poner un pie es en

    el de libros infantiles, a través de un contrato con Warner

    Bros. para comercializar títulos con sus personajes en toda la

    región. “Planeta hoy es líder en libros de

    interés general y en fascículos, y las ventas vienen

    creciendo a un ritmo de 5% anual pero, para poder pegar un salto en

    facturación, necesitábamos ingresar a un nuevo

    segmento, como el de los libros infantiles de licencias, que es un

    negocio escasamente desarrollado en el país´´, explica

    Savanes. El proyecto prevé el lanzamiento de 100

    títulos anuales, durante los tres próximos años.

    El objetivo de la editorial es que esta nueva división termine

    el ´98 con una facturación de US$ 2 millones y llegue a los

    US$ 4 millones en 1999.

     

    Solos en la especialización

    Frente al poderoso aparato de comercialización de los

    grupos editoriales europeos, la única defensa que tienen las

    empresas locales es la especialización. “La primera fortaleza

    de los editores y los libreros independientes radica en una debilidad

    estructural de las grandes empresas, que deben operar con escalas

    mayores para sostener las inversiones que realizan, lo que implica

    que, necesariamente, deben desatender mercados más limitados y

    muy diversos”, explica Katz, de la mexicana Fondo de Cultura

    Económica.

    En la empresa se definen como una editorial básicamente de

    obras de conocimiento, lo que incluye las ciencias sociales y la

    literatura. En el mercado local operan como distribuidores de libros

    importados de México y como editores, con programas de

    novedades de autores argentinos.

    “Esta filial es la más antigua del grupo y en 1997 nuestras

    ventas superaron los 260.000 ejemplares, lo que representa US$ 2,5

    millones”, se enorgullece Katz, para quien la concepción del

    negocio que tienen las grandes editoriales internacionales en la

    Argentina choca contra una cuestión de escala. “Un libro, por

    importante que sea su venta, nunca será un producto de consumo

    masivo. En la Argentina, cuando un título llega a los 100.000

    ejemplares se lo considera un éxito. Si el precio fijado por

    el editor es de

    $ 20, el valor de la edición en el mercado es de US$ 2

    millones, de los cuales el editor, descontados los gastos de

    fabricación, comercialización, promoción y

    publicidad y los derechos de autor, podrá, como mucho, obtener

    una utilidad marginal no superior a US$ 500.000´´, señala

    Katz.

    Daniel Divinsky, presidente y fundador de Ediciones de la Flor,

    tampoco avizora un horizonte sombrío para las firmas

    independientes. “La ventaja que tenemos es que el producto libro es

    de una variedad tan grande como el producto de ferretería. Se

    puede sobrevivir a pesar de la existencia de los monstruos

    internacionales”, afirma.

    Ediciones de la Flor se encuentra fuertemente volcada al humor

    gráfico -que representa 70% de los US$ 3 millones que

    facturó en 1997-, un género en el que cuenta con

    la mayoría de los autores argentinos, como Quino,

    Fontanarrosa, Caloi y Nik. “La concentración no nos afecta

    porque no competimos en el terreno de los best sellers, sino en el de

    los long sellers”, explica Divinsky.

    Otra de las editoriales locales que supo encontrar su lugar bajo

    el sol es Macchi, especializada en libros de texto para disciplinas

    económicas. “Tenemos a nuestro favor que trabajamos con

    canales propios, lo que nos da la libertad de poder seguir

    compitiendo por fuera de los supermercados y las grandes cadenas de

    librerías´´, explica Raúl Macchi, presidente de la

    empresa. La firma edita anualmente entre 45 y 50 títulos, con

    una tirada promedio de 2.000 a 2.500 ejemplares, lo que le permite

    sumar unos 120.000 ejemplares anuales.

    El mercado de los títulos especializados funciona casi sin

    puntos de contacto con otros segmentos, aunque de a poco la

    trasnacionalización también está llegando al

    negocio. En este sentido, la operación más importante

    fue la compra de la editorial de títulos de derecho La Ley por

    parte de la norteamericana Thomson, y en el sector todos dan por

    descontada la llegada de otros operadores internacionales, como

    MacGraw Hill y Prentice Hall.

     

    Los nuevos libreros

    El proceso de concentración también está

    llegando a los canales. Hasta el momento, la que está abriendo

    el camino es Global Investment, la empresa creada por la familia

    Gruneisen con el dinero que recaudó de la venta de la

    petrolera Astra. La firma puso un pie en este mercado en marzo de

    este año al adquirir 70% de la cadena de librerías

    Yenny a la familia Skidelsky, fundadora de la empresa con 30

    años de historia y una facturación de US$ 10 millones.

    Y con Yenny como nave insignia, el dúo Gruneisen-Skidelsky

    avanzó hacia El Ateneo (ventas anuales por US$ 10,5 millones),

    lo que le permitió sumar en total 13 locales y 4% del mercado

    de ventas de libros.

    Pero el tour de compras de Global Investment todavía

    está lejos de haber terminado ya que, como admite Jorge

    Becker, director ejecutivo de la firma, “quizás éste

    sea nuestro ingreso al negocio de la cultura”. Mientras terminan de

    diseñar sus estrategias de mediano plazo, ya están

    concretando la salida de Yenny al interior, la venta por Internet y

    por catálogos y la remodelación de varios locales. El

    grupo se propone contar con 25 puntos de venta en 1999, lo que

    requerirá una inversión cercana a US$ 9 millones, y le

    permitirá elevar su actual facturación de $ 27,5 a 50

    millones.

    Tantos locales se justifican si se toma en cuenta que,

    según indica el presidente de Yenny, Edgardo Skidelsky, “la

    comercialización de libros viene incrementándose entre

    10 y 15% cada año. Además, estamos calculando que hasta

    15% de nuestra facturación provendrá de la venta por

    Internet, un sistema que estamos desarrollando con una

    inversión cercana a los US$ 250.000 y que será lanzado

    durante septiembre”.

     

    La demanda intelectual

    Tal como ocurre con las editoriales más pequeñas, la

    especialización es el único camino que les queda a las

    librerías independientes para competir con las grandes

    cadenas.

    “Gandhi se insertó con una demanda muy específica:

    el público intelectual y universitario. Nuestros competidores

    pueden ser librerías como Hernández o Prometeo, pero no

    las cadenas que tienen una presencia muy limitada en la literatura de

    calidad y en las ciencias sociales”, explica Daniel Schiavi,

    encargado de Gandhi. La firma de la avenida Corrientes, que

    terminó el ´97 con ventas por US$ 1,3 millones, ya está

    preparando su mudanza hacia el local del cine Losuar, donde

    continuarán ofreciendo bajo un mismo techo la misma propuesta:

    libros, discos y bar.

    El librero tampoco ve con temor el ingreso de los supermercados al

    sector, a pesar de que las grandes cadenas ya se llevan entre 20 y

    30% de las ventas de libros en la Argentina. “El espacio que tiene el

    libro en las góndolas es mínimo”, argumenta.

    Sin embargo, reconoce que la aparición de los nuevos

    canales contribuyó, aunque sea en parte, a reducir la brecha

    de precios que separa a la Argentina de otros mercados de habla

    hispana como España o México. “En los últimos

    años la diferencia se fue achicando, aunque sigue siendo

    grande y en algunos casos la Argentina puede tener precios hasta 30%

    más altos. Globalmente creo que esto se explica por el costo

    argentino que incide en todos los mercados, y porque, al trabajar con

    poco volumen, los márgenes que se cargan al libro son muy

    grandes”, señala Schiavi.•

    El mercado discográfico presenta un panorama muy distinto

    en el negocio de la cultura. Por un lado, las productoras

    multinacionales ya tienen una tradición de más de medio

    siglo en el país, y ejercen, igual que en el resto del mundo,

    un férreo control del negocio. En los últimos

    años se consolidó el esquema trasnacional que durante

    1997 movió en el mundo más de US$ 38.000 millones por

    unos 4.000 millones de unidades vendidas, incluyendo casetes,

    compactos y los aquí olvidados vinilos.

    En el mercado local, las cifras de los últimos años

    fueron más que alentadoras, según apunta Roberto Piai,

    titular de la Cámara Argentina de Productores de la Industria

    Fonográfica. Al boom internacional que gestó el cambio

    de soporte (con el advenimiento del compact disc, que introdujo un

    valor agregado más alto) se sumó, desde 1991, la

    situación de estabilidad y dinamismo del consumo interno que

    permite hoy triplicar las cifras con que se inauguró la

    década. En 1997 (y sin considerar la piratería,

    estimada en 20% del mercado) las ventas sumaron US$165 millones, unos

    20,4 millones de unidades. Y en el primer semestre de este

    año, el crecimiento fue de 30% en unidades y de 22% en

    facturación. “El proceso se va a desacelerar en la segunda

    mitad del año pero, aun así, las proyecciones

    más cautelosas apuntan a un nivel 10% superior al de 1997”,

    apuesta Piai.

    El mercado argentino es (detrás de Brasil y México)

    el tercero de Latinoamérica, la región más

    dinámica del último año, con 11% de crecimiento.

    Sin embargo, los analistas de la industria consideran que el promedio

    anual per cápita de 0,7 unidades está aún muy

    por debajo de lo que podría esperarse (Estados Unidos exhibe

    un promedio de 8).

    Las datos del mercado son celosamente guardados por la

    cámara y las seis majors: EMI, Warner, Polygram, Sony, B.M.G.

    y Universal. Se estima que esas compañías alcanzan

    márgenes de ganancia que rondan entre 12 y 18% y que remiten

    regalías al exterior, por la edición de discos

    extranjeros, cercanas a 25%.

    Pero las cifras oficiales no consideran a Magenta, el gigante de

    la música tropical que se mantiene al margen y alcanza niveles

    de ventas similares a los de las seis grandes.

     

    Nace un coloso

    Lo que está fuera de duda es que la tan mentada

    absorción de la etiqueta Polygram por parte de Universal

    Music, en el grupo Seagram, creó un líder poderoso que,

    según cifras del mercado local, puede rondar 25% de

    participación en las ventas en la Argentina. La fusión

    de las empresas en las áreas administrativas y financieras en

    el mundo, que reportará un ahorro cercano a los US$ 300

    millones, se producirá el primer día del año

    próximo.

    Justamente Universal fue la última de las big six

    internacionales que se instaló en el mercado argentino. “El

    aumento de este semestre se explica por la rebaja de los precios.

    Hubo una retracción del consumo y al descender el precio

    promedio y encontrarse mucho material con rebaja, el público

    se lanzó a comprar. Es una tendencia que debe seguir porque es

    necesario aumentar el volumen del mercado”, sostiene Walter Kolm,

    presidente de Universal desde la llegada de la firma al país.

    Gracias a una alianza estratégica con un productor

    especializado, Universal logró hacer pie firme en el casi

    inexpugnable mercado tropical y el año pasado se alzó

    con dos grandes éxitos: un álbum de Gilda y Los

    Charros, que trascendieron las fronteras del país y se

    convirtieron en un éxito regional.

    “Es que hay una suerte de crisis de lo que se llama directivos

    A&R -artística y representación-, o

    cazatalentos. En esta industria todavía se cree que se pueden

    vender discos desde el country y está demostrado que los

    éxitos están en la calle”, argumenta Kolm. “Algunos

    trabajan demasiado desde sus gustos personales y desatienden los de

    la gente. En lo que respecta a la música tropical, no hubo

    resultados inmediatos, sino un período de adaptación a

    un mercado difícil en el que no existe una cadena de ventas

    sino muchos comerciantes minoristas, a veces incobrables.”

    Aun cuando celebró un contrato con Disney para la

    comercialización de las bandas de sonido de sus filmes en el

    país, Kolm asegura que el principal esfuerzo está

    puesto en el desarrollo de artistas locales con posibilidades

    exportables, una asignatura en la cual el mercado argentino

    perdió terreno en los últimos años. “Primero hay

    que lograr que el artista venda bien acá y recién

    después tenemos posibilidad de coordinar esfuerzos para que

    sea editado y promocionado en la región pero, en el terreno

    local, en otras compañías, la política es no

    producir: es más fácil trabajar material extranjero por

    los altos costos nacionales y no desarrollar artistas genuinos que

    puedan competir con los que llegan de España o de

    México”, dispara Kolm.

     

    Los fabulosos populares

    Carlos Sanmartín, pese a llevar un ilustre apellido

    patrio, es español y, desde hace un año, directivo de

    la filial local de B.M.G., la división musical del Grupo

    Bertelsmann. El ejecutivo explica que la principal dificultad actual

    del mercado argentino es la falta de figuras pop de alcance

    latinoamericano. “Estamos buscando esa fórmula que en todos

    los países está demostrando ser exitosa porque tiene la

    ventaja de ser más inmediata y no requiere una trayectoria

    larga. El cuarteto, la música tropical y Soledad ocupan esa

    franja, pero artistas latinos o adolescentes demuestran aquí

    en las cifras que es un mercado posible”, cuenta Sanmartín. Y

    aporta un argumento acerca de la falta de artistas nuevos exitosos:

    “Además de estar muy concentradas las ventas en la capital

    federal y GBA, el mercado está regionalizado. Y en cada zona

    opera un prejuicio que impide que se desarrollen artistas de otros

    géneros. En consecuencia, los criterios comerciales

    también son regionales”.

    La oferta de B.M.G. se nutrió también, en los

    últimos años, de una agresiva contratación de

    figuras de probado éxito fronteras afuera como Soda Stereo o

    Los Fabulosos Cadillacs.

    Con respecto a las ventas masivas, Sanmartín anticipa un

    cambio de tendencia. El 1º de agosto abrió un

    departamento de ventas especial para la comercialización

    directa con supermercados. “Es el futuro para los productos no

    especializados pero de gran éxito. Antes, la música se

    ubicaba en las góndolas del fondo, fuera del paso. Ahora, y

    cada vez más, están al frente con dispositivos

    atractivos porque la música puede traer clientes a la tienda.

    Muchas veces los súper venden al costo.” El directivo

    también destaca que “si bien el soporte no va a morir nunca

    porque es atractivo como objeto, la tendencia es que, con el auge de

    las ventas electrónicas, las compañías se

    transformen en agentes de representación y cobranza de

    derechos”.

     

    Atendida por sus dueños

    El principal nexo entre las compañías y las

    disquerías es DBN, Distribuidora Belgrano Norte. La firma es

    un ejemplo exitoso del modelo de empresa familiar que aún

    sobrevive en manos de sus dueños-fundadores. Lo que

    comenzó hace 40 años como una disquería

    céntrica, se convirtió hace veinte en una distribuidora

    y, hace cinco, en productora discográfica de artistas locales.

    Ramiro Amorena, hijo del fundador, y uno de los cinco

    socios-presidentes, explica el secreto del éxito que

    llevó a la empresa a facturar US$ 10 millones y distribuir

    productos de todas las multinacionales.

    “Somos distribuidores por peso propio, no por elección de

    las compañías. Es que, si el país no fuera

    difícil como es, o si terminara en la General Paz como creen

    algunos, DBN no existiría.” La mitad de las ventas de la

    empresa se genera en el interior, que es su negocio más

    importante por las dificultades logísticas de las

    multinacionales para tratar con un mercado tan atomizado y

    frágil.

    “Para alcanzar ese porcentaje necesito el doble de esfuerzo y

    estructura, y una actitud financiera más flexible. Tengo 800

    cuentas activas y muchas disquerías pagan tarde o compran de a

    un disco”, explica Amorena desde su oficina montada detrás de

    un inmenso depósito.

    Hoy, sus esfuerzos están dedicados en partes iguales a la

    distribución para las multinacionales y a los productos

    propios: un catálogo de tango, folclore y rock, cuyo mayor

    éxito fueron las 200.000 copias vendidas del tercer

    álbum de Los Piojos en 1997.

     

    El autoservicio

    Junto con DBN, el otro fenómeno curioso del mercado local

    es la existencia de una cadena como Musimundo, que concentra

    alrededor de 40% de las ventas de compactos en el país. La

    cadena, propiedad del Exxel Group, el fondo de inversión que

    lidera Juan Navarro, cuenta con 62 locales y, antes de fin de

    año, mediante una inversión de US$ 15 millones,

    superará los cien, incluyendo una superficie de 3.000 metros

    cuadrados en el Unicenter.

    “Nuestro objetivo es que se vendan más unidades en el

    mercado local; para eso abrimos locales cerca de la gente e impusimos

    la modalidad del autoservicio”, cuenta Antonio Cao, gerente comercial

    de la poderosa firma que el año pasado vendió 5

    millones de compactos y este año espera llegar a los 10

    millones de unidades incluyendo casetes. Por su volumen, la cadena no

    trabaja con intemediarios: opera directamente con las productoras.

    “Los descuentos que conseguimos los trasladamos al consumidor, por

    eso tenemos tanta variedad de productos de precio medio. Eso

    sí, los márgenes son cada vez más bajos y la

    tendencia es que sigan bajando cada vez más”, anticipa Cao.

    Musimundo no se atemoriza frente a los supermercados y quioscos de

    diarios, que se volcaron a la venta de la línea de productos

    más masivos del sector. “En el mundo esto tuvo un

    período de furor temporario, pero finalmente no alcanzó

    mayor relevancia. Para ellos es un mercado marginal, no son

    especialistas y ése no es el marco habitual para comprar

    música. El consumidor prefiere la disquería. El

    problema es que frente a los quioscos tenemos desventajas

    impositivas. Pero es un fenómeno de corto aliento.”

    En la cadena tampoco se inmutan por el impacto tecnológico,

    la muerte del soporte material y la posibilidad de que la

    música se comercialice a través de computadoras.

    “Nosotros fuimos los primeros en apostar al compacto y eso nos dio un

    crecimiento fenomenal, así que en el futuro la gente

    comprará a través de Internet y de Musimundo. De todos

    modos, lo vemos como algo lejano, ¿cuántas familias

    tienen hoy computadora personal y el software necesario para esas

    operaciones?” pregunta y relativiza Cao.

    El principal esfuerzo de la cadena estará puesto en el

    interior del país, donde abrirá unos 15 locales en las

    principales ciudades para equilibrar la alta concentración de

    ventas (80%) que se genera en la capital federal y GBA. “Es un

    territorio virgen para nosotros, en el que hay cuestiones culturales

    muy arraigadas: el pequeño negocio y la calle peatonal

    todavía tienen más fuerza que el shopping. Cuando

    inauguramos locales, notamos el revuelo que produce un negocio de

    estas características”, relata Cao.

     

    Avanza la torre

    A Musimundo le surgió un nuevo competidor el año

    pasado, cuando la californiana Tower Records se instaló en la

    avenida Santa Fe. “La filosofía de la compañía

    es tener la mayor selección posible y un flujo muy importante

    de títulos” explica Robert Olsen, un estadounidense que

    llegó al país para hacerse cargo de la dirección

    general de Tower. Con un solo local, la firma arañó

    casi 3% del mercado minorista en el primer semestre de este

    año. “El problema que encontramos aquí es que el

    producto que no se manufactura es muy caro de importar por las

    aduanas locales”, confiesa Olsen, quien calcula que entre 40 y 50%

    del material que venden es importado.

    “Las compañías hacen un muy buen trabajo para vender

    hits pero no piensan demasiado en el futuro: no asumen el riesgo de

    importar productos para evaluar la rentabilidad y eso reduce la

    cantidad de títulos disponibles y traslada el riesgo al

    comerciante. Lo curioso es que, pese a ello, en nuestro local nos

    encontramos con público muy ávido y muy bien

    informado”, reconoce Olsen.

    Antes de fin de año, la empresa tendrá dos locales

    más en la capital federal (uno en la esquina de Cabildo y

    Juramento, en el corazón de Belgrano) pero no sueñan

    con grandes proyectos: “Estamos conformes con ubicarnos en 6% del

    mercado porque la idea no es tener muchos locales sino gran variedad

    en cada punto de venta. Con uno solo ya cambiamos el negocio porque

    obligamos a la competencia y a las compañías a pensar

    en la importación y en la variedad de títulos que, en

    definitiva, beneficia al comprador.”

     

    Esperando al francés

    Con un mix bastante similar al de Musimundo y un poder de compra

    tan grande como el de los supermercados, la cadena francesa Fnac

    también está preparando su desembarco en la Argentina,

    en el marco de un proceso de expansión en la región que

    se inició hace menos de un mes, con la adquisición de

    la brasileña Atica Shopping Cultural.

    Fnac es una de las cadenas líderes del mercado europeo de

    libros y discos. Ha extendido su presencia, fuera de Francia, a

    España, Portugal y Bélgica. Además de discos,

    sus tiendas ofrecen libros y productos de informática,

    telefonía, televisión y audio. En 1997, sus ventas se

    acercaron a los US$ 2.000 millones. De ese volumen, 28%

    correspondió a compactos, 24% a computadoras, 21% a libros,

    11% a cámaras, y el resto se repartió entre equipos de

    música, TV, video y otros.